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Al filo de las tres, tomando café, la poesía murió

Tema en 'Prosa: Sociopolíticos' comenzado por Jose Anibal Ortiz Lozada, 3 de Julio de 2024. Respuestas: 0 | Visitas: 196

  1. Jose Anibal Ortiz Lozada

    Jose Anibal Ortiz Lozada Poeta adicto al portal

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    Al filo de las tres, tomando café, la poesía murió. No hubo piedad en su partida, ni llanto ni lamento. Solo un vacío, un hueco que se extendió desde la taza hasta el horizonte, devorando los matices del alma. Las palabras se arremolinaron en el aire, buscando un refugio que ya no existía, y cayeron, pesadas, en un silencio denso y opaco.

    El censor, figura esquiva y omnipresente, rondaba como un espectro por las esquinas de la conciencia. Su mirada, fría y calculadora, diseccionaba cada verso, cada estrofa, buscando el más mínimo atisbo de subversión. Las metáforas se marchitaban bajo su escrutinio, y los adjetivos, esos rebeldes incansables, eran sometidos a un juicio sin clemencia. No había margen para el error, para el juego, para el vuelo libre de la imaginación.

    Las mentes creativas, antaño exuberantes y fértiles, se transformaron en desiertos áridos, donde las ideas morían de sed antes de alcanzar la superficie. La pluma temblaba en manos inseguras, consciente de que cualquier desliz podría sellar su destino. La autocensura, ese veneno insidioso, se infiltraba en cada rincón del pensamiento, convirtiendo la creación en un campo minado de precauciones y temores.

    Los personajes, despojados de su esencia, vagaban por las páginas como sombras sin rumbo. Sus diálogos, antes cargados de significado y pasión, se reducían a meros murmullos vacíos, palabras huecas que resonaban en el eco de la conformidad. Los paisajes, una vez vivos y vibrantes, se desdibujaban en una paleta de grises, reflejando la monotonía impuesta por la norma.

    El café, amargo y espeso, se volvía testigo involuntario de la tragedia. Cada sorbo era un recordatorio de la opresión, un trago de realidad que se desliza por la garganta con la crudeza de la verdad incontestable. Las horas pasaban lentas, marcadas por el tic-tac implacable del reloj, mientras la poesía, esa amante caprichosa y esquiva, se desvanecía en el olvido.

    Y al filo de las tres, cuando la noche comienza a devorar el día, la poesía murió. Pero en algún rincón olvidado, una chispa de rebeldía persistía, aguardando su momento para resurgir, para romper las cadenas de la censura, para devolver al mundo los colores y matices que nunca debieron ser silenciados.
     
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