Al final de la historia

Al final de la historia, siempre queda algo, un rincón, una esquina donde el eco de tu risa se entrelaza con el viento. No importa cuánto se difumine el tiempo, cuánto se desgasten las palabras que nunca dijimos, lo que fuimos sigue latiendo en esa pausa interminable donde nuestras miradas se cruzaron por primera vez.

Recuerdo cómo nuestras manos se rozaban, tímidas, como si el universo conspirara para mantenernos en ese instante suspendido, donde el amor no era promesa, sino certeza. Todo en ti era descubrimiento, como leer las páginas de un libro escrito en un idioma nuevo, pero que en el fondo ya conocía. Eras ritmo, eras verso, y yo, perdido, te seguía con el fervor de quien escucha una canción por primera vez, temeroso de que llegue el silencio.

Es curioso cómo el tiempo transforma la memoria en un susurro. Los días que compartimos se han vuelto estaciones en mi mente, cada una marcada por el brillo de tu mirada o el susurro de tus palabras. Al final, los recuerdos no son más que una danza de sombras que se mueven al compás de nuestra nostalgia, de ese "qué hubiera sido" que nunca se atreve a decir su nombre.

Pero hay algo más profundo, algo que trasciende incluso lo que fuimos. Es la certeza de que, aunque nuestros caminos hayan tomado rumbos diferentes, hay un rincón en algún lugar del mundo donde el tiempo no existe, donde seguimos caminando de la mano, donde nuestros labios aún pronuncian los secretos que nunca dijimos.

Y así, al final de la historia, lo único que queda es esa chispa efímera, ese destello de eternidad que supimos crear.