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Al (Poe)ta.

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Histrión, 5 de Febrero de 2015. Respuestas: 0 | Visitas: 544

  1. Histrión

    Histrión Poeta recién llegado

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    Hombre
    El cuervo
    En una mal iluminada habitación de solemne ébano amueblada, que hace décadas es polvosa y desierta, la agonizante llama de una moribunda vela, extendida y ardiente cae sobre un mancillado y ya no tan blanco busto de Atenea en el que está todavía — aún después de tanto tiempo—, posado con la mirada clavada en el infinito horizonte, un melancólico cuervo de alas azabache. El cuervo deja ver en sus negros, redondos ojos malditos, un sutil, leve brillo. Algo así como un leve rastro de agua, que más bien parece preludio a las ocultas y mal disimuladas ganas de llorar que le dan cuando ve cómo las grises, plúmbeas nubes se dibujan en la macabra tiniebla nocturna y honran el recuerdo de su creador retratándole en el cielo con sus propia siluetas. Luego dice con lastimada y dolosa voz —“Nunca más”—.


    En macabras galas vestido
    el cuervo, con el pecho en el
    abrazo perpetuo de sus alas ceñido,
    está listo para un funeral
    al que no puede asistir.

    Ropas como de infierno,
    y en roja máscara disfrazado,
    el cuervo —Satanás— llora, llora;
    «Nunca, nunca más…»


    El retrato oval.
    Entre la vastedad infinita de la noche y la calígine de la que se llena el recinto, se filtra una pálida luz por la ventana —que nunca debí haber abierto— y da plena sobre los muros, que a su vez, como lápidas blancas, se yerguen con el pecho lleno de medallas y retratos. Llama mi atención un retrato oval que ocupa el rincón más oscuro de la habitación. El rincón, que a la postre debió haber sido el favorito y el mejor iluminado hace mucho, ahora solo ostenta entre las comisuras de oro de su soberbio candelabro una sólida cera que escurre por los años endurecida, lo que le da a su atmósfera un aspecto a lo Tudor. En sus días, sin duda, la posición y estima del retrato era privilegiada. Su exquisito detalle me atrae de una manera que no cabe describir con palabras… es una revelación mesmérica.


    Del aliento perdido en su contemplación, paso al sobresalto inesperadamente; me sobrecoge entonces un escalofrío que a traición, por la espalda me eriza los sentidos… de pronto, de la oscuridad y el silencio, el sinfónico maullido de un gato emerge desde detrás del muro.


    El gato negro
    Negra es la maldita bestia del averno que de entre los agrietados muros, ronroneando se asoma. El gato negro, de un solo salto brinca al único escritorio de la sala de estar y mete la cabeza entre polvorientos libracos y uno que otro grimorio. Fluidamente se da la vuelta entre ellos como buscando a su amo entre las botellas, los manuscritos y los tinteros. Yo, silencioso en parte por prudente y en parte por mi posición de intruso, me limito a observar cómo, después de no encontrarle, agacha la cabeza, resignado y, con el hocico levanta un sobre; lo muerde con toda la intención de llevárselo, tal vez creyéndolo el testamento de su amado Poe. Después de robarse la carta, brinca sobre el alféizar de la ventana y no vuelvo a saber de él nunca más.


    En cuanto el maullido se pierde en el horizonte silencioso, a lo lejos, escucho el repicar de las campanas, que son movidas por el demonio mismo; desde el campanario, el demonio no parece estar más lejos que si estuviera en la habitación, a mi lado. Siento cada campanada retumbar haciendo eco en cada fibra de mi cuerpo. —¿Esto me está poniendo nervioso?pienso—. Entonces, como si me sirviera de algo, me acerco a la reja y, al asomarme a la ventana, la luna, que es menguante, me parece un hacha flotando; una navaja oscilando en el cielo y tic taqueando como un péndulo en este pozo oscuro que la noche tiene por cielo.


    El pozo y el péndulo
    Allá lejos donde las perfumistas son arrastradas por ríos. Allá donde Marie-Roget se dejó el alma olvidada. Allá lejos —donde la venganza se añeja como barriles de amontillado—, es donde parece nacer la perversidad y disfrazarse de demonio sofocante. Allá lejos, donde el silencio se vuelve cuatro bestias en una —miedo, angustia, delirio, negra poesía— es donde parecen los tristes espíritus ser condenados a prematuro entierro, muerte lenta, agonía robótica. Allá donde el péndulo, con el vibrar de sus leontinas a mano alzada bocetea solo tragedias. Allá, en el cielo. Allá, en el cielo.


    Con nubosos listones la noche se aprieta el velo para descender. Sin invitación, la negrura convirtió la habitación en fúnebre fiesta. Máscara roja lo último que vieron sus ojos. Uno a uno los invitados mueren.

    Menguante, sigue descendiendo el péndulo con mecánica crueldad.
    Menguante, sigue descendiendo el péndulo con mecánica crueldad.
    Menguante, sigue descendiendo el péndulo con mecánica crueldad. Por siempre jamás.

    Pequeño tributo a Edgar Allan Poe.
     
    #1
    Última modificación: 5 de Febrero de 2015
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