Algas y sal en mi memoria

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No hay nada que no sea imaginación. Lo son todas las conversaciones, todos los pensamientos, los animales de Saturno y todos los poros de la luz. La madre de la verdad es el empirismo.
El lector que lee mis besos está inventándolos, pero el beso para mí es esto que he escrito debajo de esta lágrima inútil que doy a su memoria:

“Entre durazno y oro sus labios recogían un amor cansado. Desde este sillón veo en la pared colgadas sus fotografías. Esta habitación tiene la acústica de casa vacía. Algas y sal en mi memoria. Yo te besaba y tú me besabas, yo me sostenía en ti y tú te sostenías en mí, al final éramos uno solo pero distintos. Yo te besaba y dentro del beso te preguntaba, y tú me preguntabas dentro del beso, y tú me respondías dentro del beso y yo te respondía dentro del beso, porque beso es diálogo, porque besándonos entendíamos cómo mienten los poetas y cómo sobran las palabras, porque en todo momento te recuerdo, porque también somos lo que hemos perdido, porque no hay una palabra para cada cosa, porque yo te escribía palabras y así te hablaba, también tú me escribías y me hablabas, pero una vez juntos dentro del beso, hablábamos en absoluto silencio, ni el más leve ruido saliendo del tumultuoso tráfico tras la ventana escuchábamos, ningún pájaro, los dos sumergidos en el beso, y sin embargo egoístamente esperando otro beso, como si tras el beso que manteníamos hubiera otro beso más poeta, otro beso cuyos labios escribiesen mejor los verbos de los otros besos. Por eso, cuando besándonos cerrábamos los ojos, íbamos silenciosos hablándonos hasta encontrar en las sombras un dios luminoso superior. Este pacto con la ausencia, los dos dándonos el amor que no espera ser amado, ajustando los tonos del silencio al besarnos, era la única conversación necesaria entre nosotros como amantes".

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Chus Soriano




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