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Algo mira mientras yo duermo

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Sergi Siré, 7 de Septiembre de 2006. Respuestas: 0 | Visitas: 931

  1. Sergi Siré

    Sergi Siré Poeta asiduo al portal

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    7 de Septiembre de 2006
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    Acercándose las 3 y media de la madrugada sucedió algo que aun me estremece con tan solo pensarlo. Recuerdo que estaba solo, era la primera noche de Martha en aquel bar. Vi desde mi ventana una luna roja, toda entera pintada de rojo y me pregunté si sería por sonrojo o por sangre. Escurridiza tras las nubes como el ratón que corre entre las patas de una mesa levantó sospechas de un mal presagio, tuve la sensación de que algo no iba bien.

    Alguien me había recomendado encender la tele o la radio cuando no logras quedarte dormido por las noches. Hacía calor y el sudor me clavaba la espalda con el colchón. Después de limpiar los platos de la cena encendí la radio. En una habitación que debería ser un viejo vestidor encontró Lucio una radio pequeña, con la antena doblada y sin la tapa trasera de las pilas acumulaba polvo sobre ella al igual que el polvo que cubría toda la casa el primer día en que llegamos a aquel barrio. Aquella tela blanquecina y agobiante nos recuerda como el polvo y el tiempo, esta falsa túnica de seda todo lo cubrirá algún día y entonaremos aquello de que “cualquier tiempo fue mejor”.

    Despierto en REM y tropiezo con mis pies cruzados hasta alcanzar la radio. Me he quedado dormido, lo logré aunque ahora esté de nuevo desvelado. Seguía encendida y sonaba uno de esos programas de media noche.
    Ya en ese momento sentí como algo movía con sigilo el aire dentro de la habitación. Sin mayores preocupaciones traté de quedarme dormido, escapar de mis alucinaciones, sin embargo, en cuanto cerraba de nuevo los ojos, aquella presencia seguía con descaro girando entorno a mi. Aquella no sería la esperada noche tranquila sino la más espeluznante de todas las madrugadas.

    Bañado por la moribunda luz de una farola me levanté sudando y atormentado por que cesaran los ruidos dentro de mi cabeza: voces, llantos, lamentos, crujir de dientes, ... Entonces escucho como alguien se queja, suena al final del pasillo. Las paredes se tumban y se rasgan el papel, los pomos de las puertas giran sobre sí mismos, retorciéndose a cada centímetro que victorioso le gano al pasillo.

    ¿Habrá regresado Martha del bar?” No es posible. Apresado por el pánico pego mis hombros a la pared como si nada o nadie pudiera hacerme daño alguno en esa posición. Caen los segundos como arena en un reloj y los gemidos y lamentos se escuchan esta vez más débiles. Tengo que mirar atrás por si me estoy equivocando de dirección puesto que los sonidos amenguaban a cada paso que daba al frente. Y sentía terror al pensar que alguien estaba jugando conmigo.

    ¿Y si se trata de un gato? Lo que más aterra no es lo que hubiera al final del pasillo sino el agónico instante de caminar a través de ese pasillo, dejando a cada lado puertas casi abiertas viendo sin querer ver, viendo sin haber nada, figuras fantasmagóricas resbalando por el espejo del baño, a personas tumbadas en la cama o semi sentadas en un rincón de la habitación. ¿Y el interruptor? ¡¿Dónde diablos queda?!

    El aire juega con las sábanas y dibuja rostros desesperados. La fantasía me aterra, tengo miedo a mi propia máquina de crear fobias. Estaba aterrado.

    Un momento. Silencio. No se escucha nada, los ruidos habían cesado. ¿Debo sentirme aliviado? Talvez siga soñando, por eso me vuelvo a la habitación entre el terror y la duda, entre el alivio y el desaliento.

    Pero cuando cruzo mi habitación algo se cae. ¿Quién hay ahí? Ahora estoy seguro, provenía del mismo lugar, lo he escuchado, ¡me estoy volviendo loco! Hay cristales por todo el suelo, miles de diminutos cristales esparcidos por el salón.
    Con la sangre ardiendo siento la voz de un hombre susurrarme al oído; siendo terrorífico mas no el hecho de sentirse acompañado sino saber que contigo alguien vela en una esquina de tu casa. Pienso que diez mil horrores vuelan en círculos por nuestros dormitorios cuando están dormidos pues cuando dormimos ¿quién se entera de lo que pasa en nuestra casa en esas 8 horas de sueño? ¿La vida y la no vida siguen jugando mientras estamos dormidos?

    Corro hasta la puerta principal y compruebo como mi tragedia es justificada: la puerta estaba abierta, ninguna señal de haber sido forzada. Enciendo la luz. Grito. Alguien la apaga. ¡¿Dónde estás?!

    El pánico se apodera completamente de mí, el suelo tiembla de miedo, el sudor se tiñe morado cuando una ventana se abre de repente.

    Y recuerdo como si lo tuviera delante ahora mismo la silueta de un hombre o tal vez una mujer. Un opaco tranquilo, callado, vacilante. Suenan las 4 de en punto y giro asustado la cabeza hacia los digitales brillantes del reloj. La silueta ha desaparecido.

    Aguardé en un rincón de la cocina con una linterna y un cuchillo en la misma mano. Así se hizo de día. Ya nunca más vi ni escuché sombras ni voces pero te aseguro que no he vuelto a dormir tranquilo desde entonces. Nada borra de mi mente esos ojos brillantes y temblorosos mirándome fijamente desde el otro lado de la casa. Después de aquella noche agudizan mis más profundos miedos. Una colmena de terror y sospechas no me dejan dormir por las noches.

    A ti también te pasa, prácticamente cada noche; no lo negarás. Esta misma noche, al apagar la luz de esa lámpara, vigilarás desde tu cama esa extraña forma casi fantasmagórica que, quizás por casualidad o tal vez no, las prendas de tu perchero han dejado así. Verás inmóvil, desafiante y, sobretodo, mirándote impasible una silueta horrible. Sentirás algo moverse en la cocina, escucharás canicas rodar en el techo de tu habitación.

    Te aconsejo no perder de vista el filo de tu colchón por si aquello que parecía una mano llega a alcanzarte.

    No sabrás a que dedicar tus pavores, si a la silueta del perchero o al espacio entreabierto que deja la puerta de tu dormitorio. Ahora tu mente verá ancianos tumbados en el suelo y verás sombras en el espejo. Si enciendes una vela cuenta cuantas sombras se dibujan en la pared; siempre hay una sombra que desconcierta, una en mal lugar, una sombra añadida.

    Pues no es tanto el miedo a sentirse acompañado como lo horrible que es caer en la cuenta de que estás encerrado entre cuatro mudas paredes. Si realmente hubiera alguien en tu casa, a esas horas de la madrugada, entre esas siete u ocho horas de sueño en la nadie sabe que sucede, mientras la vida y la no vida siguen jugando mientras todos están dormidos, ¿cómo huirías? Si por esa puerta entreabierta asomaran curiosos dos ojos desconocidos, ¿quién se enteraría? Es horrible sentirse apresado.

    Intenta dormir esta noche pero antes no des lugar a sombras sugerentes ni a puertas entreabiertas. Apaga la luz después de recolocar esas prendas y esos zapatos que, al filo de la cama, parecen dos brazos arrastrándose. Procura cerrar bien tu casa y asegúrate de que nadie más se hospedará sin aviso en ella.
    Ahora bien, si después de todo esto adviertes un espantoso rostro velar tu sueño, si reconoces otras voces al final del pasillo... no lo dudes: ten miedo.
     
    #1

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