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Allanamientos

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por MIDAS, 25 de Mayo de 2013. Respuestas: 0 | Visitas: 466

  1. MIDAS

    MIDAS Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    8 de Enero de 2013
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    Cortazar escribió que su grado de abstracción era tan profundo que mientras esperaba su bifé en un restaurante vio flotar los cubiertos dispuestos en todas las mesas del lugar, moviéndose al ritmo de un vals. Yo no pretendo comparar mi grado de abstracción con el suyo, pero sí poner de manifiesto una necesidad cuya satisfacción encuentro inaplazable.

    Me ocurrió que buscando la casa de mi tío Roberto (pensando al mismo tiempo en algún tema que ya no recuerdo) entré por error a otra residencia. Cuando recuperé la conciencia me descubrí de pie, inmóvil y asustado, a la mitad de la sala donde convivía una familia totalmente extraña para mí. La mujer del hogar reaccionó con cólera. Llamó a su marido, ordenándole que me echara de la casa a golpes. Él bajó de la segunda planta y, sonriendo, me acompañó amigablemente a la salida.

    Me deshice en explicaciones, argumentando que la puerta estaba abierta, tal como esperaba encontrarla en la casa que buscaba. Que en ese vecindario todas las casas tienen la misma fachada, y que incluso en su cochera había encontrado los mismos coches que esperaba ver en la de mi tío; todo lo que en su conjunto me motivó a ingresar.

    La necesidad cuya satisfacción encuentro inaplazable es hacerme de una mujer que me cuide. Si mi abstracción me hace volar como una cometa, requiero, urgentemente, una mujer que tire del hilo cada vez que amague con perderme definitivamente entre las nubes.

    Aquella vez, al regresar de golpe a la tierra descubriéndome en casa ajena, sentí un escalofrío recorrer mi espina dorsal. Temí por mí. No tanto por recibir una agresión por parte de los allanados, como por mi estado de salud mental. Aún después de varios días me sentí avergonzado y preocupado. Tuvieron que pasar algunas semanas para convencerme de que sólo fue un mal momento.

    Cuando me enfermo y no tengo quien cuide de mí, también me resuelvo a conseguir una mujer. Pienso que fuimos hechos para convivir, aunque los convivientes terminen por deshacerse entre sí. Pero luego sano y abandono la idea, hasta que me enfermo otra vez.

    Desde que me sucedió aquel penoso incidente dejo abierta la puerta de mi casa; esperando que una mujer, en busca de otro domicilio, ingrese al mío por error. Cuando eso pase la invitaré a permanecer. Quizá ambos flotemos al ritmo de un vals hasta perdernos definitivamente el uno en el otro. Tal vez ella me confiese que anda buscando una cometa.
     
    #1

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