Alma pasajera

Aquel viernes a la tardecita, de llovizna copiosa y sol a medias tintas, mientras untaba un trozo de manteca sobre una rodaja de pan negro, sintió un intenso dolor en el pecho, como un cuchillazo que le abría el corazón en dos.
Con respiración tenue dio unos pequeños pasos por el living, luego calló agonizante cerca del sillón.
De mirada borrosa lo último que lograron ver sus ojos, fueron los pies de su hijo mayor, que corrían en su ayuda, con gritos muy lejanos, que desesperados alertaban al resto de la familia por su padre moribundo.

Sintió una extraña sensación de vida, que nunca había experimentado.
Su familia desconsolada, su cuerpo yacía inmóvil.
¿Entonces habré muerto?, pensó.
Tal vez no estaba preparado para recibir este nuevo regalo, esta nueva capacidad de percepción.
¿Como había llegado a estas instancias?
Había muchas preguntas que formular,
¿Y quien las respondería?
Sentía un miedo tan raro como nuevo.
Miedo a no existir, existiendo.
No observó un modo de conexión, sin embargo, no perdió, su grado de interpretación, su cultura, su sabiduría
Presenció ese ritual maldito de la despedida, que ofrendaban familiares y amigos.
Seres que en años no vio, ni cruzó palabra, aves de rapiña, esperando algo a cambio.
Sonrío un tanto irónico, sin poder compartir su ironía.
Camino al cementerio en la despedida final, supo conmoverse por algunos llantos y muestras de amor y ausencias, que pocas veces sintió, el mismo, en la partida de otros seres queridos y no tanto.

Tomó con algo de humor negro, como era de esperarse, el acarreo de su féretro, como imaginando una danza maldita hasta su ultima morada.

Se supo sin vida realmente cuando el ataúd, que encerraba su cuerpo, fue depositado dentro de la tierra.
Sus afectos más cercanos se quedaron solo unos minutos más, luego del sepulcro.
Y estuvo solo una vez mas, como tantas veces, madurando angustias, pensando, ordenando su mente.
Lo embargó una ola de miedo insostenible, que se iba llenando por esa soledad angustiante.

En ese momento recordó las palabras de Nietzsche, cuando exponía que el miedo era necesario, para enfrentar y encontrar en esta disposición, al miedo en si mismo, como un modo de iniciarse en la comprensión rápida y amable de los sentimientos.
Sostenía que cuanto mas miedos enfrentáramos, nos haríamos más fuertes en la evolución.

El miedo esta vez era más que justificado, ya que lo comenzaron a rodear unos personajes inanimados, con aspecto de zombies. Que efectivamente le estaban ofreciendo la bienvenida oficial a su nueva ciudad.
La necrópolis.
¿Allí encontraría nuevos amigos?
¿Nueva familia?
¿Nueva forma de vida?
¿Esto era el infierno?
¿Esto era el final?
No lo sabia, lo único cierto era que sus recuerdos, comenzaban a esfumarse, y su memoria toda empezaba a evaporar.
Hasta que una vos le dijo que no había porque preocuparse.
Ya que él era solo un alma pasajera, nada más que un alma pasajera.
Entre la vida y la muerte, mas haya del cielo y del infierno.

 

excelente. muestras como podría ser otro final.
un abrazo

 

mil gracias por pasar por estas líneas, es bueno saber que alguien recoge nuestra historia del otro lado.
abrazo amigo