Amarte en mil palabras ( versión en prosa)

Amarte es un ejercicio de desmontaje. Cada palabra se encierra en otra, como si el amor fuera una de esas muñecas rusas que nunca terminan de abrirse. Lo pienso y me pierdo: ¿cómo escribirte? Te amo en los intersticios de lo que no puedo decir, en las esquinas donde se tropiezan los pensamientos y las frases que nunca salen completas. Mil palabras, dices. Pero amarte es más que eso: es un murmullo interminable que vibra en el fondo de mi lengua.

Te amo en la pausa, en el silencio, en el gesto invisible que haces al voltear la cabeza. No es una declaración de amor; es un acto de resistencia, un desafío al vacío. Amarte es llenar las páginas con garabatos que nunca terminan de entenderse. Escribir sobre ti es como intentar atrapar el viento en un puño.

Me descubro siguiéndote en detalles absurdos: el modo en que sostienes un vaso, el sonido que haces al respirar mientras duermes. Hay un lenguaje oculto en esas cosas, una gramática que solo entiendo porque te amo. Es como si el mundo entero se hubiera hecho de pequeños mensajes tuyos, y yo fuera el único que puede leerlos.

Pero no es solo eso. Amarte también es enfrentar el vértigo. Es mirar al abismo y saltar, sabiendo que la caída no tiene fondo. Te amo en lo eterno y en lo breve, en el segundo exacto en que ríes y todo lo demás deja de importar.

Es extraño, porque amarte es también un acto de despedida constante. Como si cada momento contigo fuera un adiós que se esconde en los pliegues de la rutina. Te amo en el café de la mañana y en el frío de la cama vacía cuando no estás. Amarte es saber que siempre habrá un vacío que no podré llenar, y aceptarlo como parte del trato.

Te amo, y eso me convierte en otro. Alguien que escribe con manos que no son las suyas, alguien que mira el mundo con ojos prestados. Me pregunto si alguna vez has notado cómo te miro. No de frente, no con descaro, sino de reojo, como si fueras algo que podría desaparecer si lo observo demasiado.

Es curioso cómo el amor no se acomoda en las palabras. Uno lo intenta, claro: dibuja líneas, junta metáforas, estira los adjetivos hasta que parecen romperse. Pero amarte es más un gesto que una frase, más un latido que una idea.

A veces pienso que te amo en todos los tiempos verbales: te amé antes de conocerte, te amo ahora que estás aquí, y te amaré en los días que no existen. Es como si el amor no tuviera principio ni fin, solo un centro que es tuyo.

Hay algo de locura en todo esto, lo sé. Pero ¿cómo no volverse un poco loco cuando se ama? Te amo en los detalles que nadie nota, en el borde desgastado de tus zapatos, en las arrugas que deja tu ropa sobre la silla. Amarte es un ejercicio de precisión microscópica y, al mismo tiempo, un grito que no cabe en ninguna parte.

Y es que amarte no es solo sobre ti; es sobre lo que haces de mí. Me transformas en algo blando, moldeable, como si al tocarme deshicieras las paredes que he construido. Me haces vulnerable, pero también me haces fuerte. Te amo porque contigo puedo ser frágil sin romperme.

Pienso en las mil palabras que pediste, y cada una parece quedarse corta. Es como si el amor no tuviera lengua propia, como si hablara en un idioma que solo se intuye, nunca se traduce. Amarte es intentar escribir con las manos llenas de agua. Es saber que cada frase será imperfecta, incompleta, pero escribirla de todos modos.

Te amo, y no sé cómo decirlo sin perderme en el intento. Tal vez por eso el amor se parece tanto a un laberinto: hay mil caminos, mil palabras, pero al final todas llevan a ti.