Andrógino.

Si el cielo se cerrase, es porque la distancia se interpuso entre nosotros, es por que tu presencia se ha fundido con cada paso que das al alejarte y no tengo más que abrir los ojos a tu ausencia.
Me deslizo por las calles sin conciencia, cuerpo sin aliento, contacto sin fervor, camino con el ligero sabor de tu boca en mis labios, el recuerdo de tu cálido respirar serpenteando por mi cuello y una mordida que se desvanece lentamente.
Las vías se tornan inusuales, mi vista se hinca hacia la lejanía de mi soledad física y los matices del universo se difuminan al compás de mis pasos torpes, con el sosiego con el cual nos allegamos en cada roce labial, con la delicadeza de cada caricia expandida. Y es así como emprendo mi travesía cotidiana, esperando sentado el día de mañana recuperar mi identidad con tu regreso.
Llegada la hora de desfallecerme ante Morfeo, me recuesto arrullado por el canto de tu espíritu y repito tu nombre en una especie de hechizo para sentirme cercano a ti, así hasta el instante en que mi esencia viaja al encuentro infinito de nuestro amor perpetuo.
Después de mimarnos toda la noche, continúa, mi cuerpo inerte, la búsqueda anhelada por fundirnos en un solo ser, alcanzando nuestra androginia una vez más.
De esta manera regreso a las calles y, con la serenidad con la que te escribo estas dóciles grafías, voy recobrando tu sabor, el universo se tiñe dulcemente, mis sentidos te distinguen, nos aproximamos más, y más, y más; nos tomamos de las manos, cerramos los ojos y, con aires profundos, nuestros corazones colisionan en un líquido que inunda el cosmos. Mi cuerpo concluye su muerte efímera y entonces, sólo entonces, el universo fluye a partir de nosotros.