Anoche soñe con un colibrie

La mordida de mi animal favorito, muerde de noche, aumenta el tamaño de su mandíbula durante el día lunar, balancea los ojos hacia la mordida, y mide en voz baja la ultima mordida como si esperara que otra noche habría que esperar, de mediodía o de media noche, sin contemplar el frío en sus parpados, llenos de fuego, de aureolas casi imperceptibles dentro de los ojos. Por eso las formas rectangulares de los animales grandes dentro de sus cabezas apuntan hacia el norte, midiendo la latitud de sus fuerzas, exponiendo los dientes a traves de las vertebras, duplicados por las noches en vela, adormecidos por el llanto esplendoroso de la luna. Mil vastos dientes han dormido enfrente de mi blanda piel, cogiendo de los rostros otra luna y otras manadas; ingiero prontamente las caras de la sombra entre el mar abierto y sus montañas de noche, asustadas de día conforme pasa el día inorgánico.

El único rubor de la entre ancha ola va acabando con los sonidos de la otra, como si la sedición entre una y el mar reflejara nada más que cabezas y como si el trato con la marea rodeara el final de la ola mas grande. Permanezco en la misma ruta confiada, midiendo el suelo con lámparas angulares dentro de la retina sin soportar otra luz que la única mancha del sol. Escondido bajo el tormentoso hijo que ha dejado este mar tan inmenso voy sacando de las tumbas de agua otra planicie más firme; escondiendo el rostro menos enjabonado miro la luna, otro lapso frecuente entre la luz del día o la noche, y otro lapso común para los que son animales. Vientre plano como también orejas de pescado voy admitiendo los rasgos que ha dejado su padre, el animal.