Antes de perder la razón. -Razonamiento personal-

Aprendemos a caminar por la simple necesidad intrínseca de alcanzar lo que se cree generará placer. Placer por conocer, descubrir, saborear, tocar, oler, disfrutar y desgastar hasta reemplazar. Todo indica que, en el momento en que el hombre se familiariza con lo que lo rodea lo único que le interesa es marcar su territorio a pesar de que la capacidad de raciocinio sea inmadura. Igualmente sucede cuando emite esas primeras palabras que serán la hoguera de ese paraíso mudo-lingüístico al que le debe todo. Hasta que se alcanza la adultez y la balanza modifica su peso considerablemente, donde la capacidad de razonar debe ser lo suficientemente madura como para situar cada cosa en el sitio que le corresponde y los intereses deberían reducirse con respecto a las prioridades que se tengan. Ahora bien, podéis darte cuenta de que en algún momento de la historia nos olvidamos de quien piensa y siente, o más bien disfrazamos sus necesidades con ideas banales. El tema de la felicidad se queda la mayoría de las veces guardada en el baúl de los recuerdos, siendo el segundo plano de los episodios del libro de la vida, de modo que, entorno a la confusión de alegría con sonrisas ajenas que provocan nuestros actos terminamos equivocando el rol que desempeñamos. Sin embargo, debéis recordar que os estáis con vida por la simple oportunidad otorgada de mejorar la raza. En otro orden de ideas, pretendo encontrar con esto la respuesta al mar de preguntas que se encienden en la razón ciega ésta mía, intentando sanar y/o aliviar unos cuantos pesares que se sienten como espinas en el espacio muerto anatómico del tórax. Y es que si tan sólo el tálamo nos explicara cómo dar el primer paso para convertir las emociones en voluntad sin tener que pactar con el tiempo. Sin tener que venderle nuestra alma que de paso no es nuestra. Así concluimos penosamente con el hecho de que nada nos pertenece, ni siquiera la libertad que hoy nos la han arrebatado por la limosna del desquiciado, y la zozobra del que muerde la mano que le da de comer. Las cosas tangibles de las que podíamos disfrutar acaban por ser abismo ilustrado, llenas de diatribas infames que interrumpen el desarrollo cognitivo del ciudadano común y sin corriente. Algún día conoceremos la Libertad, le daremos la mano y le diremos ¡Bienvenida!. Tendremos el agrado de concederle el paso a nuestras vidas para bien y para mal, porque el hombre necesita ser libre, pero además necesita liberarse de los fantasmas virales que producen escoliosis y cefaleas. El hombre necesita inmunizarse antes de perder la razón para dejar en claro que su estadía jamás será en vano.

Lismary Fernández

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