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Antes de que se la lleve el tiempo

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por cmemo77, 13 de Septiembre de 2006. Respuestas: 0 | Visitas: 1221

  1. cmemo77

    cmemo77 Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    29 de Agosto de 2006
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    Te escribo desde la incertidumbre.
    La mía.
    No estoy enamorada de tí y sé que podría enamorarme de tí. Y sé que no va a haber tiempo ni para que lo esté ni para que lo sepa. Quizás tampoco importe.
    Porque por lo visto tienes una experiencia más, y por lo visto nunca es tarde, y por lo visto estuve yo en eso, por capricho, por necesidad, por aquella rareza de la vida por la cual una casualidad requiere la preparación minuciosa de tantos detalles que cuando acontece te preguntas si no será otro detalle de otra preparación, igualmente minuciosa, de quién sabe qué otra extraña casualidad.
    Y qué quedará de todas las circunstancias que quedaron excluidas de tan diligente selección.
    Y qué quedará de todos aquellos extraños días en los que, pasando la mano por la manta que encubre las cosas de la vida, sin llegar nada más que a intuir la forma y la consistencia de lo que hay por debajo, una repentina ráfaga de viento la sube dejando la realidad al desnudo. Y entonces ves las cosas como son, en su verdadera naturaleza, y puede que te gusten. O puede que no, que no te gusten, que sientas vergüenza por ese desnudo, que quieras volver a encubrirlo (y cuantas veces, por haber exitado un segundo más en busca de la manta, al volverme hacia la realidad ya no la he encontrado…)
    Te escribo desde la incertidumbre.
    La mía, la tuya.
    Porque por lo visto ni tú ni yo sabemos qué ha pasado, ni cómo, ni por qué, ni vamos a perdernos en los miles de paraqués que nos enajenan las cosas, cuando en lugar de usarlas las gastamos con los ojos en el intento de entenderlas. No vamos a perdernos en uno más de esos paraqués alrededor de los cuales viaja circularmente nuestra existencia, que nos atraen y nos rechazan, tras los cuales mil veces nos hemos encaminado, autoexiliándonos de la vida a la que pertenecemos (porque nada nos pertenece, ni siquiera nuestras vidas) y a la cual siempre hemos vuelto cabizbajos, humillados y al mismo tiempo asombrados por tan magistral fracaso.
    La búsqueda de vidas ajenas que nos acepten conlleva momentos de escasa lucidez. El compartir un espacio y un tiempo a veces hace que espacio y tiempo se confundan y se vuelvan una cosa sola, así que en este indefinido ahora le corresponde al tiempo acercarnos o alejarnos, y al espacio darnos tiempo o quitárnoslo. Qué somos hoy quién seremos mañana y si seremos álguien…
    …alguien que algún día, escudriñando en los recovecos del olvido, encuentre los restos de viejas preguntas inutilizadas, y las mire con esa nostalgia…
    …con la que yo contemplo el hoy. Hoy cumplo una tarde más. El ponerse de un sol urbano se me oculta tras las nubes de estas cuatro paredes, y yo te escribo desde tu incertidumbre, y de tu incertidumbre. De esa incertidumbre que no conozco. De la incertidumbre de ese inexorable otro que en el que me reflejo sin verme, ese hostil yo que hoy ha tomado tu semblante. De la incertidumbre de tus pasos pisando la tierra inestable de mi sensibilidad.
    Te contemplo, andando, sin mirar donde pones los pies, yendo a veces por los sitios justos, otras por los equivocados, otras intentando encaminarte por sendas que ya hace tiempo que declaré peligrosas y cerré al público…por esas sendas que yo recorro ahora para buscarte y hacerte volver atrás, detenéndome a veces para repasar con la mirada unos paisajes que hace poco me quedaban ocultos. Alguna noticia, de transeúntes solitarios, me llegaba, de vez en cuando, de perfumes exóticos, de bellezas vírgenes, de aventuras para vivir, de excitantes peligros, de tétricos valles… y les maté. Para que no hablaran de mí. Maté a valles y viajeros, a olores y bellezas, para que nadie, ni ellos, ni yo, ni lo que llevo dentro, pudiera hablar de mí. Les maté y les enterré en el silencio, y me senté a contemplar la soledad de los lugares que recorro ahora tras tuyo para que ya no queden solos.
    Y sé que estás ahí en algún sitio, atrapado en una de las miles de vueltas que da este viaje a espiral, que me hace pasar innumerables veces cerca del centro de lo que busco y a la vez me aleja más y más de él, cada vez más arriba, cada vez más hacia afuera, cada vez añorando más el camino recto de estas sendas que me adelantan, que se quedan atrás, que se me escapan por todos los lados y que persigo en una inútil búsqueda que nuevamente me hace volver a mí.
    Y al mirarme con tus ojos me veo borrosa y desdibujada, y eso me cuestiona en profundidad. Porque no percibes, quizás, quizquno cuán facilmente se derrumba este castillo de cartas que llevo dentro cuando, como en este extraño día, pasando la mano por la manta que encubre las cosas de la vida, llegan repentinas ráfaga de viento y se llevan la manta, la realidad y el castillo de cartas.
    Porque es tan fácil hacerme daño, muchas veces me he preguntado cómo es posible que se me pueda hacer tanto daño tan facilmente, por qué la vida no me ha dotado de defensas, por qué propio a mí me ha tocado ser yo, demasiado frágil, y no otra, demasiado guapa o demasiado fea, demasiado delgada o demasiado gorda, demasiado inteligente o demasiado estúpida…porque tú te crees que es fácil ir así por la vida, teniendo la historia que yo tengo, en un difícil equilibrio en un mundo que se divide en dos partes…
    Porque el mundo se divide en dos partes: quienes han estado en Venecia y quienes no han estado en Venecia, y yo estoy en el medio. Se puede ser de muchos sitios, entonces todo es normal. Por ejemplo puedes ser alemán, y ser rubio con los ojos azules e irte a la Oktober Fest y ponerte pedo de cerveza y a los demás les va a parecer estupendo, y tú y tu familia aria podéis quedar como un entrañable y anacronístico fetiche del nacionalismo. O puedes ser español y todo bien, la gente te va a preguntar de dónde eres y tú puedes contestar que eres…yo qué sé… de Marbella. Y te van a decir: "Ah, Marbella…qué bonito…hay muchos alemanes ahí…", y tú: "Sí, y de hecho a Alemania la llaman La Marbella del Norte". Y puedes tener tus pequeños referentes culturales, como el Cid, el tío ese que se iba por ahí matando a los moros para que el rey le dejara entrar en Valencia (sin embargo, sigo sin entender por qué si mi dueño me echa de casa y yo voy a matar a todos los árabes de Lavapiés para matarle, en lugar de dejarme volver me encarcelan). O más bien puedes ser de Cuba y tener todo lo autóctono, por ejemplo…en fin, que se puede ser de muchos sitios.
    Pero si eres de Venecia ya la gente no te lo acepta tan facilmente. Porque quienes no han estado te van a preguntar: "Pero, ¿cómo se puede andar en Venecia si las calles son todas de agua?", lo cual al final acaba pareciéndote una pregunta tan razonable en su sencillez, que entras en una crisis de identidad tan extremada que terminas contestando que no, efectivamente, que no se puede andar. "Nos despertamos por la mañana y cogemos nuestra góndola personal, pero claro, sólo después de los dieciocho, porque hace falta sacarse el carnet. Hubo uno que presumía poder llegar a los sitios sin necesidad de ella, era veneciano, sí, pero parece ser que a ese le mataron hace unos años en Jerusalén. Yo misma cojo la góndola para ir a la Universidad, pero eso sólo después de que, un día, mientras iba, me encontré con tres personas que me comunicaron que tenía que hacer tres exámenes distintos, y desde entonces tengo miedo a andar, porque siempre se me añaden exámenes…"
    Luego vienen los que han estado, y te cuentan lo bonito que fue ver la Plaza de San Marcos, el Puente de Rialto, el Puente de los Suspiros, y en los cinco minutos siguientes el Lido, las calles, la Biblioteca Marciana, la estación, el Museo Correr, Piazzale Roma, la Isla de San Giorgio, las Galerías de la Academia, Murano, Burano, Torcello y Mestre. Y luego a comer, que luego por la tarde había que ir a Turín, Verona, Roma, Pisa y Florencia…qué bonito Venecia…qué pena no acordarnos dónde fuimos a comer…
    Hay tantos extranjeros en Venecia que mi abuela nunca ha entendido mis ganas de viajar…ella tenía un tío que la cortejaba, era de un pueblo de al lado, pero ella dice que no quería extranjeros.
    Porque en Venecia tenemos mucho orgullo ciudadano, ya que incluso se mantienen los mismos apellidos que existían en la República (todos, n.d.r.). Y sin embargo la situación actual es tan desesperante que no queda otra opción que marcharse. Vivir allí comporta muchos problemas…la humedad, la falta de trabajo, tener que cruzar los canales corriendo para que no te atropellen las góndolas…pero el principal, quizás, son los ratones.
    En Venecia, según las estadísticas, hay siete ratones para cada habitante, y catorce para el alcalde, que es de derechas y se lo lleva todo. Así que, calculando, 60.000 habitantes por 7…son 420.000 ratones. Más los siete que le sobran al alcalde, que es de derechas y siempre quiere tener más que los demás.
    Es decir, que están en mayoría absoluta, y que nuestra salvación viene probablemente de que no tienen derecho a votar. Porque si pudieran votar, probablemente tendríamos un alcalde ratón de derechas que siempre querría quedar por encima de todo el mundo. Por otro lado, en Italia las mujeres tuvimos que luchar hasta el 68 para obtener el derecho de voto, así que…se esperen.
    La convivencia con estos animales se nos está haciendo cada vez más difícil: para entrar en las casas roen el mármol, se hacen pequeñitos y pasan por debajo de las puertas, nadan, corren…y son evidentemente mucho más inteligentes que nosotros. Son el paso sucesivo al hombre en la evolución de la especie. Seguro. Y eso no lo digo por una simple idealización de los ratones, sino porque tengo pruebas. Una noche me desperté y había un ratón en la cocina. No sabiendo qué hacer, me quedé un rato mirándole sospechosamente, hasta que me vio y me dijo: "No te preocupes, me cocino una pasta, como, recojo y me voy". Estoy convencida de que a estas alturas ya se ha hecho una copia de las llaves, el cabrón.
    Y la gente, al preguntarte cómo se vive en Venecia, no conoce este sufrimiento, no sabe que hay una raza superior que nos está haciendo engordar para comernos, ignora el plan de cuarto reich que se está maquinando en las esquinas de la ciudad más bella del mundo, ese mácabro plan que me obligó a irme…
    …en busca de este difícil equilibrio que comporta el moverse entre gente extraña, gente que vive de forma tan distinta a la mía, gente de todo tipo, rubia, morena, alegre, triste, divertida, gente que se comunica con una infinidad de códigos diferentes, gente que vuelve a casa y la única persona con la que se comunica es un hombre al que no conoce que está en la tele, gente que lee a Castaneda para buscar una justificación al hecho de tomar droga, gente que toma drogas para justificar el hecho de leer a Castaneda, gente siente lo mismo que yo…
    Y que sin embargo ignora
    Que a veces
    Yo también
    Tengo
    Miedo.
    Y por eso te escribo, desde la incertidumbre, como un modo de huir de este miedo pertinaz y amenazador, real, que convierte en precariedad todo lo que toco y que muchas veces me ha desvelado su cara, causándome la misma implosión de sentimientos que provocan las grandes tragedias. Como quien asiste de cerca a un acontecimiento tan grande y desastroso, tan devastador que le hace echarse al suelo con rabia para desenterrar su propia identidad de entre las ruinas, buscar en el gran silencio los restos de palabras emprendidas en momentos anteriores. Como quien, terminado el clamor, se vuelca a identificar a los vivos.
    Te escribo para esculpirte en papel a golpe de letras, para que quedes, para aferrarme a la nostalgia antes de que se la lleve el tiempo. Antes de que se apague el viento de ese extraño día en que una caricia, dos tiernas caricias, tres cálidas caricias tuyas, me llovieron encima, despertando en mí la ingenua seguridad de las cosas de fuera. Ese día en que no te vi con la inconsistente perspectiva de los amores, sino como un hecho, como el inamovible signo de esa categoría de la conciencia que solemos confundir con la existencia, como el indicio de un mundo que es siempre igual a sí mismo.
    ¿Serás tú, cuando te mire otra vez?

    Times New Roman, 12.
     
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