Aperitivo

Regresé derrotado a la casa. El cambio de puesto no se dio como me lo habían prometido. Sonia me miró con lástima. No te dieron el puesto, ¿verdad?, preguntó con miedo. Negué con la cabeza. La cena ya está servida, dijo, y los niños ya duermen. Necesito un trago, dije, voy al bar. Voy a dejar servida la cena para cuando vuelvas, finalizó, tengo sueño y voy a dormir. Regresé, sobre mis pasos, a la puerta.

Fingí de nuevo. La voz se disipaba en las sábanas aún tibias. Mercedes se lavaba en el baño. Debo retocarme el maquillaje, dijo secándose la cara. No me apetecía nada, sólo verla. La conocí dos horas antes en un bar. La noche era calurosa. El barman me sirvió lo de siempre: vodka con agua mineral. Estiró hasta mi lugar un platito con cacahuates, la botana de la casa. No tenía hambre.

Llevaba dos vodkas cuando entró Mercedes con un vestido negro de tirantes. En la cara aún estaban los vestigios del maquillaje corrido por las lágrimas. Ordenó un tequila doble sin reparar en mi presencia. Lo tomó de un solo trago. Aún no se había sentado. Otro, dijo tosiendo un poco. Va por mi cuenta, le dije al barman. Con una mueca hecha sonrisa me lo agradeció. Hizo lo mismo que con el primer tequila. Le estiré el platito con cacahuates. Negó con la mano y se sentó. No te había visto por aquí, dije para hacerle plática. Me miró masticando incoherencias. Decidí no hacer más bulla. Alcé la mano y pedí otro vodka.

Necesito olvidarme de ese maldito, dijo sacudiéndome el brazo. Un clavo saca a otro clavo, remató llevándome la mano a su sexo. Pagué la cuenta y salimos sin decirnos nada. En el umbral de la puerta tomó mi mano y me guió hasta un motel que estaba cerca del bar. Se paró frente al mostrador. Un cuarto, dije. Habitación 5, dijo el viejo, detrás del mostrador, casi en silencio. Nos señaló con la mano la dirección del cuarto. Abrí la puerta titubeando. Mercedes entró y encendió la luz. Sólo había una cama rígida y un ventilador de pedestal. La puerta del baño era sólo una cortina de plástico.

La vi desnudarse lentamente. Tenía estrías en las nalgas, un lunar debajo del seno izquierdo, una cicatriz en el vientre,- tatuaje inequívoco de una cesárea-, y abúndate vello púbico. ¡Anda!, dijo mirándome inquieta, ¡Quítate la ropa! Obedecí de inmediato. Puedes hacerme lo que quieras, soltó a quemarropa, pero no me beses en la boca. Asentí con la cabeza. Al cabo de unas caricias tuve una media erección, suficiente para entrar en su cavidad, aún seca. Fingimos algunos gemidos, otros salieron sin permiso. Eyaculé dentro de ella.

Se levantó de la cama y fue al baño a lavarse. No corras la cortina, dije, quiero verte desde aquí. Encogió los hombros en respuesta. Se vistió y se retocó el maquillaje. Me llamo Mercedes, dijo antes de salir del cuarto. Cerré los ojos para recordarla esos ínfimos segundos nada más. Después de lavarme sentí hambre. El sexo me abre el apetito. Me vestí y regresé a la casa a cenar.

 

Tan atractiva y entretenida es la narrativa que por instantes, pude ver y admirar las imágenes descritas. Un placer leer tu magnífica prosa. Saludos.

 

Un gustazo que hayas disfrutado del cuento.

Se me antoja un aperitivo convulso...

Salud!