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Apologo De Un Dia

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Gustavo Soppelsa, 18 de Julio de 2006. Respuestas: 0 | Visitas: 1446

  1. Gustavo Soppelsa

    Gustavo Soppelsa Poeta recién llegado

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    18 de Abril de 2006
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    “Ten siempre a la vista una mujer hermosa para impedir que te ronde la muerte.”
    (Libro de Woden, Proverbios, XLVII)

    ¿Cuántas horas tiene un día? Fácil adivinanza escolar, hermanos. Pero, les aseguro, las de este, las de ese día, no se miden con la displicencia aritmética de chicos distraídos.

    Aquel día se cuenta por meses, y comienza con su aparición durante ese agosto. Es decir, con su reaparición. Su vuelta a escena tan delgada como lo estaba antes, tan abstracta como lo era antes de serme atendible. Su pelo, afirmó, había sido rubio, más todavía, aunque yo no pude retenerlo.

    No lo recuerdo con claridad. Empezaron las horas de este día y me dijo que me necesitaba. Antes bien, me mostró que me necesitaba, porque la soledad depara necesidades que yo también conozco, tan abrumadoras como las que -es de sospechar- se advirtieron en la miseria rara y opulenta de la infinita holgura del lecho alcohólico, desgarrado por gritos de vírgenes, de Alejandro el Grande, antitética y simétricamente solo en compañía de centenares de mujeres.

    Después me quiso. Me quiso con su amor fortísimo, amenazante de exclusividades, solicitante de amores más fuertes que el suyo.

    Hasta aquí no me cabe sino mencionar que yo también la quise durante la infinitud de un día carente de veinticuatro horas.

    Sin embargo, un día no significa nada, porque, desde que ocurrió, dejé de medir el tiempo como lo hacía por hábito, imitando la perogrullada del que cree, con fantasía de circo, que lo muestra la esfera del reloj.

    Debo confesarme: no es la primera ilusión que me devora, pero las mujeres se multiplican por ilusiones en sí y son, prácticamente, ellas mismas, ilusiones.

    He estudiado a la perfección el caso. A esa unidad de femeninos y espejismos se refieren, elípticamente, Borges y Bioy Casares en el apólogo “Un tercero en discordia”, en la apretada antología “Cuentos breves y extraordinarios”.

    Pero, más que allí, más que en esa corta crónica desvelada sobre el habla portentosa de Apolonio de Tiana, desfazedor de matrimonios de hechiceras-serpiente, amaría que, simpática e incruentamente, mi querida residiera aludida, nombrada, en los párrafos de la narración “Los ojos culpables” del mismo libro.

    Amaría -les juro- que ella viviera allí, entre las letras de esa parábola cínica, cruzada por La Espada Que Corta El Nudo De Las Parcas. Me encantaría que fuera puesta acomodadamente en esa trama casi infame, pero sobrenatural, como lo fue la protagonista inocente pintada por el cuentista; adoraría -me avergüenzo- que usurpara, como en un sueño, el ser de la doncella de la belleza radiante y tan ciertamente oscurecida, al final, por la sensación de una caricia que quema al impiadoso que la desea; querría ser yo el enamorado distraído frente a la devoción de la que se desgarra por él imperceptible y tropieza como un torpe ante la Divinidad, la cual se place en la educación (¿o acaso sólo se divierte?) por el sufrimiento del alma del que se equivoca.

    Porque, ésta, hermanos, es la única forma de no encontrarme desdeñable: siento ansias casi dolorosas de que se me haga saber que he sido tomado por El Forjador entre sus manos para enseñar, con ferocidad mística y enigmática, una lección a los creyentes.

    Sí. Para que mi pecado de saciado feliz y aturdido no fuese en vano, hubo de tornarme doctrina viviente para los insignificantes que siguen, entre tinieblas, los dibujos aéreos, que algunos señalan como fatalidad, y que son invento magnífico de El Que Habla.

    Quiero suponer que Alguien, Más Grande, Superior, Más Fuerte, la tomó de mí, y me dejó su precio justo en el exacto sitio vacío del lugar que ella llenaba con la mejor ternura.

    Y así como el destino de la que se fue, apresada por el angel diligente durante la noche, en el cuento del H’adiquat el Afrah no supone sino que la ausencia de esa mujer es presencia frente al todopoderío de Alá, quiero convencerme de que me dejó a mí y, simultáneamente, Ciertos Dedos arrojaron su precio, un precio compensatorio por ella, para mostrarme mi vanidad y escasas miras. Precisamente porque otro -que me adelantaba en favores estimables- la reclamaba con adecuada dignidad frente al desalentado Universo fatigado de heroísmos patéticos, porque otro acreditó que mi enamorada -de la manera que exige El Orden- le era imprescindible para aventuras menos humildes que la mía, me urge solicitar a la imaginación que me prodigue la bendición de confortarme con una suerte como ésta:

    Fue inmensamente mía, como la esclava de ese cuento. Pero, como el hombre de los cuatro mil denarios pagados al traficante, no quise o no supe amarla con la fuerza suficiente. Los ojos de Quien Vigila Que Los Bienes Se Hallen Bien Acordados tomaron nota de ese descuido, y el castigo -o la corrección de ese error en la marcha de los trajines de Su Mundo- fue veloz como el rayo: en el término de un día, que pudo durar meses, la tuve, me fue mostrada como insondablemente querible, y la perdí por obra de un Dispensador Justiciero que la arrojó a otros brazos.

    Todavía busco la paga que evite que clame, como blasfemo, por un robo. Debe haberla, porque la fábula lacerante de H’adiquat el Afrah habla de la transacción umbrosa y exquisitamente punitiva por la que se impone que el dominador burlado de la muchacha no deba sentirse traicionado económicamente. Así de benévolo es El que Elige Por Nosotros.

    Es la única moldura de la peripecia inaudita que escapa a su hueco en la mesa estrecha diseñada para albergar las piezas concebidas por El Dispensador para este sujeto diminuto que les escribe; no he hallado, para mi desconsuelo, la equidad asible de una permuta divina, como la que encontró el árabe, o sea un trueque cabal por la sustracción mágica y clandestina del afecto, salvo la fiebre de una sugerencia borrosa para el guión de una noticia literaria desesperante, repetitiva e improbablemente adecuada al tamaño de mi pena.

    Pero, además (es verdad), lo olvidaba: subsistirá también la duda terrible cada vez que relea el lacónico volumen de Editorial Losada, y no sabré nunca si me quería tanto como quería a su castigado propietario, en la alegoría, la muchacha comprada que se quitó la vista para evitar que su amo se distrajese de Dios, la misma que luego fue arrebatada por el soplo del viento que sirve a Los Que No Son Humanos.

    Es de prever que la sustancia de esa confirmación de su amor, que pido a gritos desde que se apartó de mi costado, componga una anécdota que únicamente El Que Reparte Bienaventuranzas y Desgracias puede refrendar y que, prefiguro, jamás escucharé de labio alguno mientras me halle de este lado de las cosas.
     
    #1

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