Apolonio

Apolonio

Cuando abrí el baúl apareció un paraíso perdido. Entre juguetes de plástico y piezas de madera, quizá de algún castillo, encontré cuadernos de rubio inacabados, unas gomas de borrar que aún aromaban a menta, un librito de peces abisales, y un cuento que narraba la historia de un león de la selva. Vosotros, que escribís con vuestro ordenador y decís, algunos, cosas bellas… Que adornáis la maldad con amor, y pintáis esta vida de mierda con tonterías que alegran sin sal, sin la verdad verdadera sesera…
No tenéis en las letras tambor, ni la sangre que hierve, ni razones de fiera. Os escribo desde la inocencia de aquel niño, y soy mayor. Recuerdo que los niños dicen siempre la verdad porque la inocencia nunca tiene temor, porque tenerlo es esconder la humanidad y dejar que se seque el fervor.
Cuando llegó Apolonio Torpedo, lo uno por un dios, lo otro por ajeno, buscó en aquella casa que tenía los balcones sin sol, las ventanas sin luna, las alcobas oscuras, y suspenso el calor.

¿Qué buscas, Apolonio? ¿Nada?

Busco la verdad de la nada… Nada más simple que la verdad.

El vigor demostrado, del mismo modo que prevé una distancia, y esfuerzo titánico, no ha dejado de succionar los grandes pechos de la lactancia. Un presagio del poder de convicción por las defensas del alimento materno. Cualquier puta de alquiler lo tiene, y vosotros sois hijos de la gran ramera. Las turbulencias nos hacen pasar página, pero el animal somete, y durante el ascenso al limbo simbólico del despropósito, el reto de adecuar las tan amañadas defecciones de la historia, encierra al impopular grito en el oscuro laberinto de las inocencias perdidas, y deja a los adultos sin la infancia necesaria y verdadera que promete sin la contaminación del podrido humano. No busques, Apolonio, que en ti está la verdad. No vayas muy lejos, Apolonio, no sea que no te vaya a encontrar. Di las cosas por su nombre, llama rosa del rosal, la uva de la parra, y el zorro del corral. Y si aún tienes arrestos, haz honor a tu apellido, escribe una nota por lo diestro, y después de usar papel oirás la voz del amo. No temas, créeme, eso que llaman culo echa pedos, tírate uno para volver, y nunca más comas el humo de quienes creen que estas mis nubes, engrandecidas son la ceguera que me hace ver.