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Aradia

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Nat Guttlein, 8 de Junio de 2020. Respuestas: 0 | Visitas: 538

  1. Nat Guttlein

    Nat Guttlein アカリ

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    Mujer
    La tarde irradiaba con un sol que golpeaba la acera. Liam se encontraba sudando, una gota resbalaba por su nuca y unas cuantas ampollas que se habían formado en su mano izquierda, le daban una comezón horrorosa. Aquella tarde de sábado, se encontraba juntando las hojas que caían en el patio de su abuela Andrea. Luego de apoyar su espalda sobre el inmenso Nogal que se extendía, unos cuántos metros por sobre su altura, al cerrar los ojos, podía sentir la brisa, llenando el patio que se extendía frente a su visión. El aroma del limonero que se hallaba, a unos pasos más allá, le llegaba y lo relajaba. La frescura del viento secaba su sudor, luego de unas cuantas respiraciones, de recuperar el aliento, decidió ponerse en marcha para terminar antes de las cinco. Puesto que su abuela llegaría tarde del trabajo y aquello le daría tiempo a bañarse, y ponerse a terminar sus series favoritas o leer alguno de los mangas que se encontraban en la repisa de su tía.

    Más tarde y luego de colocar las bolsas de basura en su lugar, y de acomodar las herramientas en el galpón, Liam se dispuso a entrar en la casa y tomar un gran vaso de agua. Mientras bebía, se apoyaba en la mesada ubicada en la parte derecha de la cocina, y respondía los mensajes de sus amigos. Miró la hora en su celular y daban las 18:15, prendió el termo tanque y se acercó a la habitación de su tía, quien en esos momentos tampoco estaba en casa, él sabía que los sábados por la tarde, eran los días predilectos en que ella se juntaba con sus amigos. Cuando se encaminó hacia la habitación, al encontrarse de pie frente a la puerta, pudo percibir una brisa gélida salía por debajo de ella. Él entró, buscando una ventana abierta de la cual pudiese provenir la corriente, pero lo único que visibilizo, fue la oscuridad profunda que bañaba todo el lugar, más aquel extraño perfume con gotas de cítricos, que su tía acostumbraba a tirar sobre las sábanas y principalmente, en las cortinas. Liam entró, mientras se desvestía, decidió prender la luz del velador sobre la mesa de luz, apoyo su reloj sobre ésta y dejo sus zapatos en el piso. Mientras sus pensamientos seguían aun enfrascados, pensando de dónde hubiese podido salir aquella brisa que lo recibió en un principio, sintió nuevamente un hormigueo que le ondeaba en los pies. Automáticamente, decidió mirar debajo de la cama, pero allí no encontró más que las bolas de pelo de la gata de su tía, y un lápiz de color rojo. Al levantar la vista, distinguió que aquel frescor no salía ni siquiera de la ventana. Nuevamente fue ésa ventisca, la que golpeo su frente, haciéndole ver que del lugar del cual provenía, se trataba del ropero frente a él.

    Éste era blanco, grande y sus manijas principales, estaban atadas con una colita para el cabello. Él recordó, las veces que su tía, le había contado historias de monstruos que salían de él y como éstas lo asustaban. Pero él, ya no era ése niño de 7 años que se espantaba por cualquier cosa, por lo cual decidió ignorar las dudas que surgían poco a poco, y que caían sobre su mente, hasta recorrerle la nuca y provocarle piel de gallina. Tiro su remera y su pantalón sobre la cama, y se dirigió hacia el baño. Puso música en el parlante que estaba sobre la mesita del éste, y mientras sonaba Nirvana de fondo, con agudos ágiles y guitarras eléctricas furiosas, Liam solamente se centró en disfrutar del agua cálida bañaba su frente y recorría su espalda.

    Luego de una larga y merecida ducha, mientras se secaba, aquella brisa gélida que lo había perturbado minutos atrás, volvía a golpear contra su piel. Los ojos de Liam, miraron hacia atrás en busca de algo que ni él mismo sabia, pero que todos los pensamientos que le sugería su imaginación, se transformaban en monstruos con forma de fantasmas. La música dejo de sonar y al salir del baño, cayó en la cuenta de que la luz que antes se distinguía desde el pasillo frente a la habitación, proveniente del velador, ya no se encontraba encendida. No recordaba haberla apagado antes de irse, lo cual solamente provoco en él, aún más escalofríos. Miro su mochila sobre la mesa de la sala, y tomo uno de los pantalones que su madre había guardado allí para él.

    El chico seguía con la mirada fija en la puerta, después de depositar su toalla sobre el respaldo de una de las sillas, lentamente comenzó a caminar hacia la pieza. Sus pies se guiaban solos, se arrastraban prácticamente, al mismo tiempo que su conciencia le pedía a gritos, que ignorase todos los planes que lamentablemente su mente ya se encontraba ideando. Sería un ladrón? Un ratón? Una criatura extraña quizás? De igual forma, él se preguntaba, que clase de persona o animal podía emitir tal ventisca, capaz de llegar a distancias tan ajenas a un ropero, como lo es un baño?

    Cuando Liam volvió a entrar a la habitación, encontró las almohadas tiradas salvajemente en el suelo, más allá al lado del escritorio, un par de libros desparramados y unos cuantos buzos colgando, intentando sostenerse de las puertas de arriba del ropero. Pero aquella imagen no fue la culpable de la tormenta que comenzó a desatarse en su cabeza, sino, el ver una de las puertas del armario, abierta. La brisa tenue de la que momentos atrás, el muchacho había sido testigo, ahora mismo se encontraba pausada casi en forma de niebla sobre todo el lugar. Aun si la negrura que se apoltronaba sobre cada parte de la habitación, lo recibía, él estaba seguro de que aquel manto casi diabólico, podía sentirlo hasta un ciego.

    Liam se ordenó respirar, tranquilizarse y recordó que su padre siempre le había enseñado a mantener la calma, y no ser víctima de aquel nerviosismo del cual siempre desde pequeño, lo tomaba entre sus manos y parecía sofocarle la garganta. Buscó y tomo su celular, dispuesto a encender la linterna y acabar con todo el misterio, pero al sacarlo de su bolsillo, algo lo había apagado y no quería dejarlo encender. Miro hacia su izquierda, divisó y luego presiono el interruptor de la luz de arriba, pero tampoco funciono. Caía en la cuenta, de que ahora mismo él entendía que allí si sucedía algo extraño, o quizás ese alguien que rodeaba sus pensamientos, le estaba impidiendo ver con claridad.

    De pronto, una voz muy aguda comenzó a llamarlo, ésta provenía de la sala, el impacto del sonido, hizo que sus piernas se moviesen solas y salió corriendo despedido del lugar. Parecía la voz de alguien pidiendo ayuda. Al llegar a la puerta de la entrada, entre las ventanas pudo ver que no se trataba de nadie, miro hacia un costado y tampoco vio encendido el televisor. Estaba solo y esto mismo, no le provocaba paz, sino por otra parte, mucha ansiedad. Una que comenzaba a ponerlo odioso, no entendía nada, no podía ver nada ni a nadie. Luego de unos segundos, que parecieron eternos, la voz volvió, pero ahora, se extendía por toda la casa. No se detenía en ningún punto exacto, y Liam creía que hasta revotaba por las paredes, para dar de lleno contra sus tímpanos. Eran agudos secos y cubiertos en tristeza, al escucharlos detenidamente, podía jurar que provenían de alguien que estaba sufriendo mucho.

    De pronto, aquellos gritos que lo habían forzado a cerrar los ojos y cubrir sus oídos con ambas manos, lo guiaban a dirigirse nuevamente hacia la habitación de donde además, la niebla, comenzaba a dibujar ondas que se extendían desde el suelo y rodeaban el techo. Cuando entro, cayó en la cuenta, de que no solo la oscuridad era quien no lo dejaba ver, sino además, una humedad que había comenzado a desarrollarse quién sabe dónde. Ahora mismo, el pánico entumecía cada parte del cuerpo del muchacho, sentía sus piernas duras como una piedra, las manos a sus costados le sudaban con frenesí y sus brazos no hacían otra cosa más que temblar. Los ojos le ardían, pero no conseguía cerrarlos, el temor y la intriga le ordenaba mantenerlos abiertos de par en par. Por otro lado, los latidos de su corazón resonaban tan potentes, que los sentía galopar con furia a los costados y dar de lleno en lo profundo de sus oídos. La sangre punzaba en sus sienes, los labios resecos le ardían y el suelo parecía desprenderse, con forma de manos con garras que subían y lo sujetaban con ímpetu. Aquella mirada que no encontraba consuelo, se encontraba fija frente al espectáculo que ahora comenzaba a tomar forma. Frente al ropero, y sobre el piso se hallaba rota, una caja de porcelana con diseños de piedras y un par de alas violetas pegadas en la tapa. La reconocía, porque había visto a su tía muchas veces, guardar cosas en ella. Ahora mismo, aquel artefacto que recordaban sus memorias, se encontraba esparcido sobre el suelo, en diminutos fragmentos blancos. Pero aquello no fue lo que captó su atención en esos momentos, sino, la persona que se encontraba arrodillada frente a él.

    Un ser raro, comenzó a tomar forma a medida que sus quejidos también lo hacían. Liam veía desde donde se encontraba, a escasos pasos, como la criatura parecía tener brazos humanos y como luchaba por extenderlos. A medida que los movía, la niebla se debatía, entre subir o bajar, mientras envolvía como un manto de seda, su cuerpo. Poseía un cabello, de un tono que no recordaba haber visto antes, tan largo que se deslizaba y caía, mientras la criatura, se flexionaba. Charcos de un líquido negro, caían y se formaban en el suelo, en medio de un suspiro lleno de lo que parecía placer, un rostro pálido se habría paso. Al mirarlo con detenimiento, él podía vislumbrar que éste era pequeño, de mejillas rosadas y un par de ojos poblados, de largas pestañas, y una tez tan blanquecina que parecía brillar en medio de tanta oscuridad. Aquel par de brazos, ahora se sujetaban a la cama, intentaba ponerse de pie. Él chico no entendía, no lograba convencerse de que aquello que estaba pasando frente a él, fuese real. No pudo sino, hasta que ésa criatura con rostro de mujer, apoyo sus pies sobre el suelo, dejando ver no solo sus piernas, sino todo un torso desnudo, poblado en curvas y que poseía la misma blancura que su rostro. Liam la recorrió centímetro a centímetro, la magnificencia de ese cuerpo, ahora si había enmudecido sus ideas. Cuando intento moverse, mirar hacia otro lado y escapar, un par de ojos rojos carmesí, cuyas pupilas parecían rasgadas en un gesto perverso, dieron con los suyos. Los lamentos de los que había sido testigo, se detuvieron, él también cayó en la cuenta de que incluso el tiempo se había detenido. Cuando al mirar hacia atrás de la mujer frente a él, un par de enormes extremidades, golpearon no solo los muebles, sino, su integridad mental, la poca con la que aun creía contar. Al obligarse a parpadear, y enfocar la vista, las vio, eran un par de alas. Éstas mismas, se desdibujaban con colores que iban desde el negro ocre, hasta el más precioso de los azules. Se movían con elegancia, al mismo tiempo que parecían cubrir el cuerpo desnudo de su portadora, como en pose de protección.

    Sus piernas flaquearon, sintió un par punzadas profundas, al caer en la cuenta de que ahora mismo se hallaba arrodillado frente a un "algo" que ni siquiera tenía nombre, que poseía solo una imagen que lograba enceguecer hasta sus más profundos sentidos. La criatura sin nombre no le quitaba los ojos de encima, solamente lo recorría, de la misma forma que él lo había hecho antes, con su cuerpo. Las pulsaciones del chico desfallecían, su respiración se pausaba y notaba, como el espacio entre ellos se acortaba. Ella se acercó, casi tanto como para que él pudiese notar, lo tersa que se veía su piel, casi translucida de lo blanca que era. Bajando la mirada, pudo divisar una cicatriz que rezaba sobre la parte izquierda de su pecho, casi sobre su corazón, pensó él. Poseía la forma de un círculo y por la marca que había dejado, aún parecía doler.

    Unas manos frías tocaron su rostro, aquellos ojos lo miraron y la dueña de esos quejidos, habló.

    -Dime mi niño, tú sabrás dónde está mi hijo?

    Liam no comprendía, el pecho le ardía y el calor que subía por su torso comenzaba a hormiguearle, al parpadear, una luz muy fuerte golpeo sobre la habitación, casi con forma de flash y dio en los ojos de la criatura. Ésta misma no pareció inmutarse. Él miro hacia atrás, toda la casa estaba a oscuras y el reloj sobre la mesa de luz iluminaba las 20:30 de la noche. Reconoció de dónde había venido aquella luz. El sonido de la cerradura de la puerta de la entrada abriéndose, lo alerto. Su abuela había vuelto del trabajo. Al volver la vista hacia adelante, la soledad lo inundo. No sabía en donde estaba ella, había desaparecido, la pieza seguía igual de desordenada, los libros tirados en el mismo lugar, las almohadas también, pero la cajita que antes estaba rota, ahora mismo la sostenía entre sus manos intactas. La voz de su abuela llamándolo lo hizo caer en la realidad, pero aquel objeto entre sus manos y su mente poblada de la imagen de aquella mujer hablándole, le hacían entender que todo no era un engaño, que no estaba loco y que ahora mismo, solo le intrigaba saber, ¿quién había sido ella? y aún más importante, ¿quién era ese hijo del cual le había preguntado? Acaso, ¿su tía estaría al tanto de todos los misterios que encerraba, esa cajita? Liam tenía por seguro, que lo averiguaría. Por otro lado, mientras se disponía a ir en donde su abuela, alguien aun en el ropero, lo vigilaba. Ella estaba al tanto de que lo encontraría, de que aquel chico que la había admirado con ojos hambrientos, sería la clave para encontrar a su hijo. Sabía su nombre, encontraría a como diera lugar a su pequeño Iris.
     
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