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Atardecer silencioso

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por ivoralgor, 27 de Mayo de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 439

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Mi abuelo solía decirnos que los muertos dejan su esencia en nuestra memoria. Desde luego que cuando era niño no le hacía mucho caso a eso. En los atardeceres, cuando no llovía, se sentaba en el pretil del restaurante a platicar con mi abuela. El restaurante era el sustento de mis abuelos desde hacía muchos años. Vendían pescado frito. Por momentos hablaban en español y cuando no querían que los entendieran hablaban en maya. Me gustaba oírlos platicar en maya. Me imaginaba que era una lengua extraterrestre y que hablaban en código para contarse los sucesos de su planeta originario. Esa tarde, los ojos de mi abuelo estaban distantes, llenos de melancolía. Mi abuela guardaba silencio. El panadero pasó como siempre y mi abuelo no le compró nada. Raro en mi abuelo que solía cenar su chocolate con pan dulce. La tarde caía y simplemente la dejaron pasar en silencio. Los extraterrestres no se habían comunicado con ellos, supuse. Al día siguiente no lo vi en todo el día, ni a mi abuela. Dónde fue mi abuelo, le pregunté a mi papá, no lo he visto para nada. Tuvo asuntos que atender y hasta la noche regresa, respondió tajante, vete a jugar con tus primos. Algo está mal, pensé. Los juegos con mis primos me distrajeron el resto del día.

    Los días seguían corriendo y las cosas se normalizaron de nuevo. Los extraterrestres se habían comunicado con ellos de nuevo, sonreí complacido. Abuelo, me enseñas a hablar como tú, le dije pensando en algún día ver a un extraterrestre, quiero saber que dicen. Mi abuelo soltó una gran carcajada, mi abuela lo secundó. Qué cosas dices chiquito, dijo, estás muy chico para entender lo que hablamos. Ya tengo ocho, abuelo, ya estoy grande, reparé altivo. Un día de estos, dijo, deja que lo converse con tu papá. Sonreí apenado. Después de unos meses, mi abuelo me empezó a enseñar a hablar y entender el maya. No era nada de extraterrestres. Me emocioné de todas maneras. Para mi sorpresa cada vez que se dirigía a mí lo hacía en maya. Para que te vayas acostumbrado, dijo. Había cosas que no le entendía e iba con mi abuela y le preguntaba. En más de una ocasión soltó su gran risa. Ah, era eso, le decía y me reía con ella.

    Al cabo de los años mi abuelo se puso muy enfermo. Todo el día se la pasaba acostado en su hamaca. Sólo se levantaba al baño y con trabajos. Mi papá ya me ponía a descamar pescado en el restaurante. Te tienes que ganar el pan, ya tienes catorce años, decía, todo cuesta. No sé cómo decirle a Juan lo de su abuelo, le oí decir a mi papá en la pequeña cocina de mi casa esa mañana al despertar. Decirme qué, dije enjugándome los ojos con el dorso de las manos, qué le pasó a mi abuelo. Mi mamá me abrazó muy fuerte contra su pecho y empezó a llorar. Entre lágrimas me dijo que mi abuelo había muerto en la madrugada. Me solté a llorar sin freno, estaba inconsolable. Maldije hasta en maya.

    Era la primera vez que asistía a un velorio y era el de mi abuelo Héctor. El féretro lo pusieron en la primera pieza de la casa, que estaba al lado del restaurante. Poco a poco se empezó a llenar de flores: gladiolas, pompones, rosas y margaritas. El olor a estoraque me mareaba por momentos. El llanto desgarrador de mi abuela me dejaba helado. Siento mucho lo sucedido, le dijo Gonzalo, el comisario del puerto. Y así transitaban los parientes, amigos, conocidos y gente del Chelem a darle el pésame a mi abuela. El entierro fue a las cinco de la tarde, antes de que oscureciera. El padre ofició una misa de cuerpo presente en la iglesia. Después de la misa se llevaron el féretro en procesión hasta el cementerio que estaba en las afueras de la comunidad. Mi abuela estaba al frente, apoyándose del brazo de mi papá para que pudiera caminar.

    Dejé de hablar por varios días, sólo me sentaba en el pretil del restaurante cada tarde. Mi abuela me acompañaba en silencio. El panadero pasaba sin voltear a vernos. Cuando tu abuelo se sentaba en las tardes y se quedaba en silencio, dijo mi abuela, era porque había muerto algún conocido suyo. La miré y se llenaron de lágrimas mis ojos. No eran los extraterrestres, sino el duelo que hacía mi abuelo en las tardes por sus muertos, en silencio. No lo olvides, en tu memoria tendrás su esencia, dijo mi abuela antes de levantarse y entrar a su casa. Mi abuela murió de tristeza un año después.

    Es viernes por la tarde. Han pasado más de quince años desde la muerte de mi abuelo. Estoy sentado en el pretil. La tarde cae y la dejo pasar en silencio. Mi padre murió ayer por la noche.
     
    #1

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