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Atomic Heart

Tema en 'Prosa: Torre de Babel de Prosa' comenzado por Orfelunio, 18 de Mayo de 2009. Respuestas: 0 | Visitas: 1406

  1. Orfelunio

    Orfelunio Poeta veterano en el portal

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    Atómic Heart




    El paisaje era aterrador, atrás quedaba un mundo sin vida, o quién sabe, quizá la hubiera escondida entre los amasijos de piedra, hierro y carne, entre los nuevos olores que emergían en una mezcla de elementos destruidos y de magnitudes hasta ahora desconocidas. La selva se extendía a la derecha del río oriental, y entre sonidos indescriptibles de alimañas buscando su presa, nos adentramos en sus caminos insondables y misteriosos. No podía creer que aún quedara un poco de tierra intacta, ajena, como si fuera otro mundo, al resto convertido en ruinas, áridos desiertos urbanos que se confundían con sus homólogos naturales. La oscuridad comenzó a cubrirnos con su sombra, parecía que el astro sol, espectador impasible de sucesos, nos señalaba el destino. Desapareció poco a poco como el guardián que una vez terminado el trabajo abandona el lugar y cede el turno al nuevo observador expuesto a los infortunios del siguiente relevo. Buscamos un hueco entre el espeso y lujurioso follaje y preparamos lo que sería nuestro refugio de las largas y húmedas horas que nos esperaban bajo el frío implacable del clima selvático.

    Utilizamos todos los medios que nos ofrecía el lugar, recodos, desniveles, rocalla, ramas, grandes hojas de gigantes árboles y su corteza desprendida por la labor de animales buscando alimento o intentando cazar alguna presa, huyendo ante nuestra presencia como en una especie de bienvenida, alojamiento apropiado y recibimiento de anfitriones ajenos a lo poco que llevábamos por la necesidad de agilizar nuestro paso y esquivar una muerte cierta. La noche tendió su manto, helado, oscuro y solitario, manto compañero de un silencio roto sólo por el son de humanos depredadores nocturnos, cuya única empresa no era otra que el deseo del sueño, y que con hambre incierta omitían su voluntad en el descanso reparador de unos cuerpos inertes por el esfuerzo en la huida y el miedo agotador. Amaneció, y la verdad, eché de menos un buen café. Estuve tentado de hacer con las hojas a la vista y desparramadas una especie de infusión que quise imaginar de sabor parecido, pero no lo hice así, “me las fumé”. Nos miramos el uno al otro: “Hay que comer”. Decididos a saciar nuestro deseo, salimos con la firme voluntad de conseguir lo que hacía tres días nos negaba la mala fortuna, que sin embargo había sido condescendiente con nuestras vidas. Todo parecía un juego y nunca pensé jugar esa lotería, la primera baza estaba ganada, la buena suerte olvidada y encima del tapete la vida.

    Así transcurrió el tiempo, semidesnudos y desarrapados, con barbas presocráticas y tan oscuros como el ensombrecido bosque del que ya confundidos formábamos parte. Poco a poco se fue agotando no sólo la fauna, sino también las raíces que comíamos, imaginada guarnición en bistecs suculentos, rebozo de carne cruda adornada con verdes e insípidos filamentos. No hubo más remedio que hacer una incursión a las tierras abandonadas, a la jungla de asfalto. El temblor de la tierra y los ruidos de tormenta ya no nos eran ajenos, ignorábamos su origen, pues la lluvia nunca hizo acto de presencia, y el clima, antes tan frío y desapacible, mantenía una temperatura agradable las veinticuatro horas del día. Emprendimos el camino de vuelta con la intención de encontrar víveres, quizá encontráramos también algún sobreviviente. Habían pasado siete meses, sin deseo y sin mujeres, excepción de alguna hembra animal, por dos veces en actos salvajes saciados, y como señal, sus días con piedras y palitos contados. Nos arriesgamos al pensar que los efectos de la explosión habrían desaparecido. Después de seis horas de camino y cerca ya del cauce, notamos un calor sofocante, nos percatamos de los árboles cuyas ramas y hojas resecas nos hicieron recordar el rechinar bajo nuestros pies de los crujientes sonidos. Sin rastro de fauna ni tiernas plantas, era más de lo mismo, y por fin llegamos al borde del rio. La sorpresa fue mayúscula, el agua no era agua, y el rio ya no era rio, eran burbujas fluyendo, humeantes pompas en un medio bullendo. El paso era imposible, y el paisaje, hacía meses desolador, ahora era tenebroso, ardiente y sin sol, chimeneas activas de humo cegador, un latigazo de ficticio sol abrasador. Quisimos descansar, pero el calor del lugar nos lo impidió y decidimos desandar el camino.

    De regreso y en silencio, recordé el pasaje de un viejo libro: “Atómic Heart”, visionario excelente dije en voz alta. Me miró el compañero, le había cambiado el semblante, escupió en el suelo y aludió al infierno de Dante. De nuevo en el lugar, nos sentimos cansados, nos sentamos intentando pensar. No había comida y el líquido que en la charca quedaba, más parecía arena movediza que agua empantanada. Un escarabajo dejó verse ante nuestro asombro, nos lanzamos sobre él, mi compañero con su mano izquierda llegó primero, se lo llevó a los labios y me hizo burla con la lengua entre el crujir del insecto en los dientes, todavía bailaban sus patas con la vida en el filo y sus horas contadas, en un sacrificio en vano y en inútil ofrenda sagrada. Me ofreció los cuartos traseros. No sabes lo que te espera, pensé, y recordé caníbales con su puchero. De nuevo cayó sobre nosotros la noche, ya no hacía falta cobijo, ya no había nada que hacer, nos miramos, creo que los dos pensamos lo mismo: “Mañana… te comeré”, y quedamos dormidos en el propio sitio. Aunque si digo la verdad dormía mi compañero, yo lo deseaba pero nunca llegó el sueño. Parecía todo irreal, los paisajes dejados atrás semejaban una gran obra de arte moderno, la obra maestra de Duchamp, o más bien eran obra de Goya y sus tiempos siniestros, o de Rubens y su devorador de hijos Saturno. Me relamí, mis barbas se mojaron, no lo pude evitar y mordí el brazo a mi compañero. Despertó y me disculpé: “creí en sueños que era sabroso manjar”. Mentí. De nuevo se durmió, y yo el brazo terminé. La tierra tembló, y por única vez se puso a llover. La realidad es que no sé si realmente llovía, me sentí volar como en ingravidez, vi Saturno pasar y sus anillos, multitud de hijos alrededor del hogar, busqué a mi compañero y no lo pude encontrar. Grité: “Saturno no mata a sus hijos”.

    [FONT=Verdana][COLOR=red]"Mi carne deshecha, mi conciencia despierta en un ruido infernal, desparramada en lo incierto del medio oscuro, en la eterna noche del manto espacial"[/COLOR][/FONT]



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    Un saludo
     
    #1

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