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Aunque el cielo nos separe

Tema en 'Prosa: Amor' comenzado por jefri128, 22 de Febrero de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 511

  1. jefri128

    jefri128 Poeta recién llegado

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    13 de Febrero de 2014
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    Aunque el cielo nos separe

    Últimamente me siento muy cansado y no tengo fuerzas para nada: no puedo correr, no puedo jugar, no puedo ver bien porque mis ojos se cansan y veo doble, no puedo ordenar mi cuarto, a penas y puedo bañarme por mi mismo, quiero comer y no tengo fuerza en la mandíbula. Tantas cosas que estoy dejando de hacer me ponen mal, a veces quisiera llorar, pero siempre me han dicho que los hombres no lo hacen y solo por eso resisto. Ayer no fui al colegio porque no podía ni pararme, mi papá me grito y me dijo que era un vago, que solo servía para andar molestando a los profesores y que mi cansancio solo era una excusa para faltar a clases. Me dolió mucho que no me creyera ya que esta vez le había hablado con toda la sinceridad que puede tener una persona que no se siente bien.

    Los días fueron pasando y mi malestar empeoraba. Dentro de unos cuantos días, el domingo 23 de septiembre, sería el paseo de primavera que se realiza todos los años, y todos los muchachos, incluyéndome, ya habíamos cancelado los pasajes. Recuerdo muy claramente que ese día me levante animoso, pero muy debilitado; no obstante, mi padre me mandó a comprar el desayuno a la calle, luego de eso cuando regresé, mientras subía las escaleras muy lentamente, justo cuando ya estaba por el último escalón, mis piernas no reaccionaron y me fui de espaldas hasta el primer piso chocando con la puerta. No sentí dolor, no sentí pena por mi cabeza rota, no sentí nada, solamente cólera, cólera de que nadie creyera que de verdad estaba mal, ni siquiera mis padres, pero después de esa caída las cosas cambiaron. Igual fui al paseo, no deje que una cabeza rota me venciera, pero la pasé demasiado mal.

    Las siguientes semanas estuve de cita en cita en el hospital, me practicaron ecografías, radiografías, electromiografías y un sinfín de pruebas para saber qué tenía, hasta que después de un mes, por fin, me dijeron que padecía de Miastenia Gravis, una enfermedad incurable. Siempre había tenido mala suerte, pero nunca me imaginé que tanta como para padecer de algo incurable, recuerdo que mi madre lloró y que mi padre se sentía culpable porque los doctores le preguntaron cómo fue que esperaron tanto tiempo para hacerme tratar, pero en fin, yo por mi lado tomé las cosas con calma y acepté la proposición de los doctores de internarme en noviembre, lo más antes posible, y como el 22 era mi cumpleaños, se comprometieron conmigo en que saldría antes de esa fecha.

    Cuando llegue al hospital para internarme los enfermeros quisieron sentarme en una silla de ruedas, lo cual no permití; si iba a llegar al cuarto piso del hospital “Guillermo Almenara” lo haría por mí mismo, ya que era muy orgulloso y vivía segado, pensaba que todo siempre lo podría hacer solo, hasta que de un momento a otro pude distinguir una realidad muy diferente, puesto que mientras me guiaban a mi camilla pude ver niños menores que yo que vivían como podían, o mejor dicho, sobrevivían. Al frente de mí se encontraba Raulito, que tenía un tumor en el cerebro, a su costado estaba Esteven, que tenía 13 años y su cuerpo no se podía desarrollar, también había una madre con una bebita en una incubadora con mínimas esperanzas de vida y a mi lado izquierdo estaba Samanta, que tenía quince años igual que yo y que padecía de leucemia.

    Los dos primeros días no hablé con nadie, solamente quería que el tiempo pase rápido porque sentía que cada minuto en ese lugar, tan blanco y árido, eran sesenta segundos en un infierno disfrazado de claridad.

    Al contrario de mí, mi madre se hizo amiga de todas las demás madres del piso, se contaban sus problemas y se daban ánimos entre ellas. Al tercer día me presentaron a Samanta, ahí fue donde llegué a conocerla bien y también pude conocer a los demás muchachos de todo el piso que se me acercaban para que les preste uno que otro juego, que con el intento de que no me sintiera aburrido, mis padres me traían.

    Ese mismo día en la noche Samanta me dio su número celular, yo le di el mío y empezamos a mensajearnos todas las noches, era la única forma de matar el tiempo aburrido que nos estaba tocando pasar. Lo hacíamos a escondidas ya que los doctores daban orden de que todos durmieran temprano, por eso nos tapábamos bien con las frazadas y así podíamos ocultar los celulares. La primera noche fue la más importante de todas, nos contamos muchas cosas y nos hicimos confidentes en unos cuantos mensajes.

    _ Samanta: Oye Jefri, no te vayas a dormir, estoy aburrida, hace más de un mes que estoy acá, extraño a mis amigos. Yo soy de Iquitos y a veces me siento sola.
    _ Jefri: No me voy a dormir, yo también extraño a mis amigos, yo sí soy de Lima.
    _ Samanta: Imagínate cómo estoy yo que llevo mucho tiempo acá.
    _ Jefri: Debe ser muy molesto, ¿Qué enfermedad tienes?
    _ Samanta: Tengo Leucemia, ¿y tú?
    _ Jefri: Yo tengo Miastenia Gravis, me canso mucho, me siento débil.
    _ Samanta: Yo también me siento débil, a veces sangro mucho por la nariz, necesito un trasplante de médula ósea.
    _ Jefri: Lo mío es incurable, pero jamás me voy a dar por vencido, nunca lo he hecho y no empezaré ahora, espero que tú tampoco te des por vencida, eres muy fuerte.
    _ Samanta: ¿Tu cómo sabes que soy fuerte?
    _ Jefri: Has aguantado mucho, más de un mes acá es un logro, te admiro, yo voy tres días y ya siento que me falta el aire.
    _ Samanta: Gracias, pero tengo mucho miedo, mañana me van hacer quimioterapia y lo más seguro es que me quede sin cabello, ¿No te burlarás no?
    _ Jefri: Jamás podría burlarme de una chica tan bonita como tú, te propongo una cita después que salgas de tu quimioterapia.
    _ Samanta: Que chistoso eres, ¿una cita? ¿a dónde? si estamos encerrados. Además, soy mayor que tú, en realidad no tengo 15, tengo 17, pero hice mis papeles falsos para que me puedan atender en pediatría.
    _ Jefri: Tú déjamelo a mí, yo me encargo del resto, hasta mañana, un beso.


    Cuando desperté Samanta ya no estaba, me dejo un mensaje diciendo que iba a estar en cuidados intensivos después de su quimioterapia. La llegue a ver después de dos días, me impresionó mucho verla sin cabello, pero disimule muy bien, le di un abrazo y hablé con su madre para que nos deje ir a la cafetería del primer piso y poder tener nuestra cita. Fue la primera cita que tuve, pedimos dos postres y tardamos como dos horas en comer un par de pasteles, me estaba enamorando de Samanta y creo que ella también de mí.

    El sábado 17, en la agenda de Samanta, estaba programada una Biopsia medular. Yo, por mi lado, estaba a punto de salir del hospital. Me sentía como nuevo, pero me hacía el enfermo para no irme, pues quería pasar mi cumpleaños con Samanta. Fui detrás de ella y de los doctores a escondidas para poder ver lo que le iban a hacer, entonces empecé a escuchar sus llantos, lloraba de desesperación, de dolor, quería que el mundo se terminé ahí, luego por la noche no le dije nada, ella no sabía que yo la había escuchado, lo único que le pude decir fue que descanse y le di un beso en los labios.

    El Martes 20 los doctores aprobaron mi alta para que pueda salir el día próximo, cumpliendo su promesa conmigo, algo que yo ya no quería que se cumpliera.

    Luego de que Samanta se enterará que me iba a ir, me llevo a un lugar secreto, una especie de sótano dentro del cuarto piso y me confesó que me quería con todas sus fuerzas, con las pocas que le quedaban, me pidió que nunca me olvide de ella y me dijo que estaba segura de que no le quedaba mucho tiempo, pero que si se recuperaba ella sería muy feliz de estar conmigo por siempre. Yo no había preparado nada para decirle, pero sentía tan igual o más de lo que ella sentía, así que la besé con una ternura inexplicable.

    El miércoles que me dieron de alta estaba alistando mis cosas para retirarme, pero no podía irme sin darle un último beso y abrazo a Samanta, le aseguré que la volvería a visitar y me dijo que no me preocupara por ella, me dio una cajita y me pidió que por favor no la abra hasta el nueve de diciembre que era la fecha en que cumplíamos un mes de conocernos y hablarnos por primera vez. Me despedí también de su madre y quede en visitarlas apenas pueda.

    Con Samanta tuve comunicación hasta el 30 de noviembre, luego de eso no me volvió a contestar el celular, lo más seguro era que ya habían regresado a Iquitos y no volvería a ver jamás a la niña que me robó el corazón en un abrir y cerrar de ojos, pero unos días después a la hora de almuerzo nos llamó a casa la madre de Samanta contándonos que su hija había fallecido de una hemorragia generalizada.

    Fui corriendo a mi cuarto y mis lágrimas humedecieron mi almohada, estuve abrazado toda la noche de la cajita que me regalo, quería abrirla, pero la voluntad de ella fue que lo habrá el nueve de diciembre, así que no podía ir en contra de eso. Por otro lado su familia me invito a Iquitos a su entierro, pero nunca pude ir, no tenía la valentía, solamente espere las horas de todos los días que restaban para la fecha en que podría abrir la cajita y así fue que el sábado a las doce de la noche abrí la cajita, en ella se encontraba un mechón de cabello, unos chicles y una carta que acababa con nuestra historia:

    “Jefferson, quiero que sepas que todo el tiempo vivido contigo, todas las travesuras en el hospital, todos los abrazos y los besos fueron las cosas más lindas que me han podido pasar antes de morir, porque sé que cuando leas esto ya estaré muerta, me hubiera gustado vivir más experiencias contigo, me hubiera gustado ir al cine agarrados de la mano, que me pasees en bicicleta, también hubiera sido lindo que conozcas a mis amigos y yo a los tuyos, salir a fiestas juntos y amarnos con locura, pero la vida no me dio más tiempo para pasarlo contigo. También debes saber que gracias a ti pude vivir más de la cuenta, puesto que los doctores ya habían pronosticado mi muerte antes de que tu llegarás, pero gracias a ti y a tu compañía, pude existir al menos unos días más, y en esos días pensé en muchas cosas, me imaginé formando una familia contigo, creí que íbamos a llegar a viejos, pensé que tu serías mi primer hombre, y aunque nunca tuvimos relaciones, estar a tu lado fue como hacer el amor a cada instante, me hiciste la niña más feliz que se puede llegar a ser, yo solamente esperaba mi muerte, pero cuando tu llegaste me aferré a la vida y ahora que te den de alta, extrañaré tu calor, tu ser, tu aliento, y como ya dije, lo más seguro es que esté muerta cuando leas esto, por eso te dejo un mechón de cabello para que nunca olvides como me veía con cabellera, y unos chicles, ¿Recuerdas que nunca te quería invitar? Jaja, pues ahora que no estoy en este mundo, son la única herencia que puedo dejarte, son tuyos, disfrútalos, ya que yo desde el cielo disfrutaré también cada vez que tu disfrutes de algo, y cada vez que seas feliz, yo también lo seré y cuando estés triste, yo trataré de darte ánimos aunque ya no puedas escucharme. Creo que de eso se trata el amor ¿no?, en fin. En realidad, quería comprarte un peluche, pero ni para eso me alcanzo la vida, pude haberle pedido a mi madre que te compre uno, pero no hubiera tenido sentido si yo no lo hubiese escogido. Ya no sé qué más decirte, es difícil escribir lo que sientes sabiendo que vas a morir, uno quisiera escribirlo todo, pero todo lo que siento sería imposible de expresar en una carta, porque cuando uno ama, son infinitos los sentimientos y las palabras, lo único que me queda decir es que te estaré eternamente agradecida, que eres la mejor persona que pude haber conocido, la única que no dejo que mi apariencia lo asuste, y además debes saber que aunque el cielo nos separe siempre estaré contigo, porque sin importar lo que siga después de la muerte, sé muy bien que mi amor se quedó contigo".






    Sabino Jefferson de la Cruz Robles.
     
    #1

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