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Ausencia

Tema en 'Prosa: Ocultos, Góticos o misteriosos' comenzado por Starsev Ionich, 15 de Abril de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 843

  1. Starsev Ionich

    Starsev Ionich Poeta asiduo al portal

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    26 de Marzo de 2011
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    Ausencia

    La anciana solía contarle historias en las cuales el sol y la luna un día enemistaban; aunque aquellos relatos, siempre tenían un final feliz, en el cual, dos almas volvían a reencontrarse en un eclipse, como si los dos hechos celestes siempre hubieran coexistido en un mismo fenómeno, al igual que el bien y el mal en el cuerpo de un hombre. Los eclipses que había visto eran producidos por la interposición de los astros, y lo que le recomendaba la vieja era no observarlos directamente, ni siquiera con la timidez del reflejo de los espejos, porque los rayos alfa producidos por el fenómeno podían dejar una ceguera permanente en el osado que se atreviera a adorarlos con su iris, como un codicioso a las joyas que brillan.

    El día de su presentación a la realeza, y del posible pacto para su casamiento, Camille, observaba aún incrédula lo que ante sus ojos se manifestaba. No entendía cómo era posible que un eclipse con aquel poder tan abrumador no la dejara ciega… Que además, pudiera visualizar más allá de la lógica y el tiempo, más allá del bien y del mal. Tal vez los cuentos infantiles de esa anciana codiciosa, no hablaban de un ceguera física; de una ceguera apocalíptica de hoyo negro o de una de mares de leche. Hablaba de una ceguera reveladora, al estilo de los cuentos de la creación. Ella desobedeció, y comió de la manzana al entregarse exaltada ante el poder incandescente.

    Camille, quedó petrificada ante la imagen triste y melancólica de la fusión de los cuerpos celestes. La verdad de la humanidad que pasaba veloz por su mente -como si miles de voces fueran consecuencia de aquella fusión milenaria-, fue como la sensación de dilatarse el tiempo, cuando algo preocupa y se teme no lograrse. Su madre murió en el tiempo que aún no existía, y ella presenció la matanza del cáncer, con la impotencia de quien observa un asesinato a mano armada y no puede detenerlo.

    Ni el salón oval, adornado con aves extravagantes traídas de selvas tropicales, ni los quinientos cuarenta u nueve invitados de los altos círculos; tampoco la belleza que hubiese visto segundos previos ante el espejo -una figura esbelta, el delicado vestido en terciopelo rojo heredado en vida por su madre-, pudieron ser más fuertes que el placentero y terrorífico encanto del eclipse que vieron sus ojos centelleantes.

    A partir de ese momento, Camille fue testigo del nacimiento y muerte de todos los habitantes del mundo, de todos los pensamientos de aquellos que miraban la luna o el sol desde sus perspectivas; pasaba por su mente cada sonrisa, cada olvido, cada dolor de la humanidad, y el futuro de cada uno de las personas a las que amaba. Podía sentir el regocijo de una muerte natural al otro lado del mundo, o el mismísimo sufrimiento de una madre que observaba cómo su hijo era asesinado. La joven intentaba gritar, salir de aquel mundo fugaz lleno de sentimientos, alegría, dolor. Pero cuando lo intentaba, aquel eclipse ejercía un fulgor tan brillante en su memoria, que sentía a carne viva como sus ojos se prendían en fuego, y como gotas de sangre caían sobre aquel vestido que un día le regalaría el cadáver de otro tiempo revelado, su madre.

    Su padre, un hombre noble, lleno de caridad y servilismo, intentó de mil formas regresar a su hija de aquel estado letárgico… Pero aquella ausencia, iba mas allá de un estado cerebral lleno de interconexiones descontroladas, era una psique enterrada entre el terror y la lejanía. La existencia de Camille, era un cimiento imposible de perpetrar, un diamante indestructible mediante causas humanas. Ni la más alta técnica del momento, que conocía la física de este mundo y más allá de este, y que tenía trazos rudimentarios pero prometedores de la electro - química cerebral…, pudieron quebrantar la resolución del cuerpo, por mantenerse estático y en aquel equilibrio. Después de unos días causaba pavor verlo y consternaba los cuerpos en movimiento, que evitaban su mirada perdida.

    Hasta el final de sus días, su padre se preguntaba que demonio maldito era el que Camille observaba, a le había capturado, y cómo era posible que el peso de los años ni siquiera pudieran conmoverla al verlo tan enfermo, tan desilusionado, desde el día en que su hija partió de lugar, estando tan presente. Mientras los huesos del viejo hombre se calcinaban, poco a poco, y su cabello blanco añoraba la nieve del invierno y el retorno de la sonrisa de su hija, un día dejó de respirar. Camille lo observó rígida, pero finalmente la fuerza del eclipse se debilitaba, y permitió que rodaran unas lágrimas cálidas, aunque ella, ya hubiera superado en otro tiempo inevitable el duelo de su padre.
     
    #1
    Última modificación: 15 de Abril de 2016

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