Ay! Cuando eres sapo de letrina... (prosa lírica de un hombre traicionado por su mejor amigo)

¡Ay! Cuando eres sapo de letrina,
no saltas: te arrastras.
No vives: sobrevives entre el moho de lo oculto,
croando verdades a medias desde lo más bajo del alma.
Y pensar que alguna vez te llamé hermano...

Jugábamos a la vida tú y yo,
cruzábamos tormentas hombro con hombro,
y mientras yo celebraba tu lealtad,
tú le medías el alma a la mía.
Le medías la falda, los silencios,
le desnudabas la risa cuando yo no miraba.

¡Ay, traidor con cara de amigo!
No me dolió tanto ella...
me dolió más el eco de tu risa
mientras me servías otra cerveza
y me decías "te lo mereces todo, cabrón".
Y ya lo sé:
te referías a ella.

Ahora entiendo cada mirada entre ustedes,
cada abrazo con segundos de más,
cada palabra que me sonaba hueca y yo justificaba.
Fui un hombre enamorado, sí,
pero también un idiota con fe en lo imposible.

Tú eras mi hermano de vida,
y le metiste las manos al corazón como quien roba pan caliente,
sabiendo que quema,
pero aún así te lo llevas.

¿Y sabes qué es lo más jodido?
Que te vi venir…
pero cerré los ojos.
Porque el amor es ciego, sí,
pero la amistad —cuando se ama de verdad—
es estúpidamente sorda.

Hoy los veo.
Y no odio, no grito, no disparo.
Pero he aprendido algo:
hay traiciones que no se perdonan
y traidores que no merecen olvido.

Así que quédate con ella.
Al fin y al cabo, los dos se lo merecen:
uno por robar y otra por venderse barata.

Y tú… tú sigue croando en tu letrina,
sapo sin vergüenza,
con tu corona oxidada hecha de mentiras.
Yo ya no te maldigo:
te nombro.
Y eso, amigo, duele más que cualquier golpe.