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Ayinhual (parte 2 de 8)

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Cris Cam, 13 de Febrero de 2019. Respuestas: 4 | Visitas: 702

  1. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

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    La ceremonia

    “…y solamente lo que toco veo.”
    Verde embeleso.
    Sor Juana Inés de la Cruz



    Mediodía, tiempo sin límites, donde se confunden el norte y el sur, el este y el oeste, cuando el horizonte baila con espejos, cuando el puma nada sobre nubes azules, Cuando se juntan, obra del Padre, sobre la infinita llanura, la luz de algún cielo, donde inefable Él reina. Allí cuando el grillo bate alas, y la cigarra canta su ópera, el chajá grita su pasión de serenata, el cuis asoma su leal hocico, al real concierto de animales, todos quienes en completa armonía, comparten el suelo. Es en este paraíso que la mansa estirpe, ha tomado la heredad que Ngüenechén le ha otorgado, que deja su orgullosa huella, domando al potro de céfiro porte, que lo ayuda con sus patas en la caza, con su lomo en la carga, para limpiar los caminos y hermosear la aldea. Fructífera la ronda ha sido, liebres, carpinchos, teros, moras, maíz, papa y zapallo, que de la mano del padre se multiplican y crecen.

    Allá, un lenguaraz, con un caballo atado habla, que más pronto que tarde, entiende que su libertad acaece, y el pienso se multiplica, cuando sin látigo ni vara, el lomo, inclina. Helio cruza con sus alados corceles, las nieves, en que allá, muy lejos, el cóndor anida. Y cae, al fin, la tarde; con su manto de purpurea seda. La núbil yegua, espera aún su cruel destino, atada a un alerce, y vestida de fiesta, mientras las niñas le rezan al gran padre, el volver a encontrarla, más fuerte y feliz que ahora. La noche de infinitas luces, arroja un rocío de frío matiz, y las ateridas pieles, hace un rato de sudorosa espalda, ahora buscan el concurso mutuo. Pronto se oyen sendos crepitares. La seca madera entrega su rítmico canto, y las llamas realizan un angélico baile, que transfigura los alegres rostros, aún sin el rastro de los oscuros fantasmas, que Gualicho, siempre al acecho, en el aguardiente esconde. La tribu celebra la noche, con multitudes de ¡Yapaí!

    Ya pronto, como vieja hecatombe, como que de aqueos se tratara, en torno a las llamas, ya parados, ya bailando, en cuclillas o sentados, honra al fuego tributan, uno removiendo las brasas, otro cuidando el agua, que dará al cebado un abrazo en guaraní, este en su caña cual trinchete, come las delicias de un conejo, pero aquel prefiere jabalí. Al fin, cuando la luna, de trajinado andar, descansa sobre unos pinos, justo cuando Véspera parece dormir en su regazo, es el turno de Chiway, la núbil potranca, que ajena a su sino, responde las palmadas de niñas y muchachos.

    Es tarea de pocos, el cuchillo que entra, y antes de regar la hierba, con su sangre vital, casi sin padecer tormento, exhala su ímpetu animal, para que los aún niños, sean, mojados y así iniciados, que la roja sangre de Chiway es de hembra pura, como puro será su ímpetu viril. Y, Chiway, Espuma del Mar, el sagrado banquete, será compartida por toda la aldea, sin que pelo, ojo, ni hueso, sea dejado a las alimañas, ya que lo el hombre no consuma, en cestas de cuero y mimbre, al puma de la sierra será dejado. Pero su corazón partido en partes iguales, sólo es privilegio de los que recién son, desde que la luna ya no los alumbra, parte de la tribu adulta. Así mientras guardan recoleto retiro, por el resto de la noche, sus prometidas, esperan ansiosas, en el otro lado del fogón.

    Del resto de los convidados, algunos duermen su temprana ebriedad, los más calmos, caminan hacia su querencia, pero, como siempre pasa, algunos se provocan, casi siempre porque sí, y disfrutan la pelea, hasta que, blandos por el alcohol, son reprendidos y golpeados, por sus mujeres, antes que la sangre de Chiway no sea la única en correr. Y así los encuentra el día, que no son raros sus lloros, ya por el recuerdo del hermano muerto, la mujer perdida a una caída de taba, pero más al saberse, sin que nadie se los diga, que es el aguardiente, quien los pasa de hombres a miserables bestias. Lo cual sólo sabrán cuando sus hembras, en sutil venganza, se los cuenten. Que los ranqueles no deberían tener tantos epítetos para contarlo.

    Cuando Leruén, de voz ácida y estentórea, quiso cantar las alabanzas, en cantos de guerras pasadas. Sólo el pinar lo escuchó, que el dolor, el penar y la pérdida, se conoce desde que el Huinca, con muerte de fuego y hierro, llegó con sus mohosos barcos de la lejana y vieja Europa, siempre mintiendo, robando y matando, que si el indio mata, el huinca mata dos veces porque mata el cuerpo y mata el nombre. Que si un atrevido rancho huinca, cayó ante la llama del guerrero, fueron los niños de pecho, los que antes de matar a sus madres, los desollados por el látigo, y dejados vivos y llorosos para alimento de las ratas.

    Así Leruén, con gran aprensión, pero sin odio, porque era inútil, concluye su perorata. Cuando de las sobras que daba una noche sin luna, pero con la leve claridad del alba, observo como se acercaba un jinete. Que no era un huinca, claro, lo decían su falta de apero, que si había sandalias en sus patas, su lomo una fina camisa y en sus piernas un pantalón huinca de corte inglés y su porte, claro, señorial. Cuando pudo reconocerlo, le dio un abrazo, sin efusión, pero con respeto, era Llancañir, capitanejo, joven y aguerrido. Su viaje había durado horas, y en el rostro se le veía el cansancio, y en el cuerpo el hambre. Alguien arrojó sobre los rescoldos, ya casi apagados, un trozo de venado frío, y una india le alcanzó un cuerno con agua.

    Llancañir, era joven, y la belleza de Ayinhual, hija de cautiva, no le era indiferente. Hacía ya un tiempo que se conocían, entre sus tantas idas y venidas. Ella, por su parte, aún núbil, sin indio que la corteje, lo venía esperando. Y si no se habían amancebado, era por el destino incierto del pueblo a causa de la guerra. Y si su llegada fue alegre, no lo eran los gritos que ahora, cortaban el horizonte. Sin saberlo había sido seguido, y ahora al saber el lugar de las ceremonias, alejado muchas leguas de la toldería, las partidas podían atacar sin tapujos. Como de indio bravo se trataba, cayeron sobre él, y al grito de la muerte, sin atreverse a matarlo aún, lo engrillaron. No pudo Llancañir, desenfundar su cuchillo, que, de hacerlo, haría pagar la deshonra. Salió, Miguel en su defensa, que si no con aprecio, sí con agradecimiento. Más no duró mucho su arrojo, un disparo le abrió la frente.

    El resto de la indiada, desarmada, como mejor resolución, con cuchillos, pero sin lanzas, se batió en retirada, en busca de oportunidad mejor. A la distancia de una piedra, mientras la partida se servía, del suculento banquete, Leruén inició los debidos gritos, que, al joven indio, se le debía un funeral. Ayudar a Llancañir debía esperar. A varias cuadras del lugar, Leruén pedía, gritando, llorar la muerte, del que aún no pudo, probar su valentía; a causa de sus pocas lunas. Todos callan, hasta se podían escuchar los grillos, que cantaban a la vera, y el lejano crepitar de los fogones. Allá, Leruén, nunca visto por sus ojos, veía que el joven Llancañir, como si de indio malevo se tratara, permanecía estaqueado, y ya uno, ya otro, se levantaba, caminaba unos pasos y lo pateaba en las costillas, y su alarido la Pampa cruza, y a los pájaros espanta.

    Mientras a los jóvenes, el odio los rebela, ¿Qué será del indio en sus manos?, Ganas de empuñar los cuchillos, si los tuvieran en demasía. Pero eso será en otro tiempo. Ni las sumisas cautivas, en otro momento rebeldes, dan crédito a sus ojos. Miguel con su sangre y sesos la grama riega Llancañir estaqueado y pateado. De pronto, Ayinhual, puso en su boca el peligro, rescatar a Llancañir. Sí, eso ya lo habían hecho, Isis con Osiris y Mamaquilla con Inti, pero ella ni era diosa, ni la estaca un eclipse. Ayinhual, que ignora, la abundancia de los viejos tiempos, previos al diluvio, ni las lluvias de los abuelos, y sólo la actual miseria, no sueña con acabar la bárbara fiesta, sólo a Llancañir rescatar.
     
    #1
    A bristy y El Sultán de la Poesía les gusta esto.
  2. Mary Mura

    Mary Mura Poeta veterano en el portal

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    Compañera Cris Cam me resulto muy interesante tu presentación
     
    #2
  3. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

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    Mi Nick es un acrónimo por el nombre de mis hijos Cris de Cristian y Cam de Camila, a los que lamentablemente no veo desde hace varios años. Soy un hombre de 64 años quien desde que leí Platero y yo a los 11 años se enamoró de la poesía y literatura en general como del rock y la astronomía.
     
    #3
  4. bristy

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    Me parece muy interesante tu narrativa ...pero..pienso que este foro no es el correcto...debe estar en algún foro de prosas . Mis saludos
     
    #4
  5. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

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    Más que prosa poética o poesía en prosa es un límite, para mí, un simple palabrero, de difícil de discernir. Pero lo puse allí debido a que en la novela figura como poema. Salvo que me digas, que en el foro prosa haya reglas algo distintas. Muchas gracias por tu observación.
     
    #5

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