Bagul

Me huelen las yemas de los dedos a condón. El pelo sucio, sudado; el cansancio en el cuerpo. En el reloj son las 23:30, 23:31, 23:32… La cama es una cochiquera y está más vacía que la mayoría de gilipolleces que escupen los hipsters poetuiteros. Quieren jugar a ser infelices.

23:33, 23:34, 23:35… No siempre he sido así. A veces creo que destilo odio cuando bebo, en general destilo odio. A secas. Lo supuro y es amargo como cuando te estalla una placa de la garganta al toser. Me da ganas de vomitar.

Pero mejor volvamos para atrás un poco. Me pasó casi rozándome la cabeza una botella voladora. Muy mágico. Debía tener ocho años. Por aquella época ya estaba demacrado por el asma y el insomnio. Las ojeras son y serán mi seña, mi bandera, lo que me define. Lo dicho, casi me llevo un botellazo y además de Ballantine's, como si el cristal fuera poco gordo. Mis padres estaban discutiendo en la cocina para variar, una cocina angosta, blanca y con una peste perenne a Ducados Negro. Ya me parecía gracioso en aquella época: una cocina blanca, encimeras blancas, armarios blancos… un color asociado a la luz, a la bondad, a la inocencia. Lo contrario a nuestras vidas. Lo aceptable de esos tiempos es que todavía no era una pieza clave en este entuerto y me dejaban tranquilo. De hecho, no me hacían ni puto caso. Siempre había algo mejor de lo que preocuparse y casi siempre era el dinero. Mi casa era como la España imperial: entraba “mucho” oro, salía el mismo “mucho” oro y el porcentaje que se quedaba era incluso negativo.

El panorama era como mis pesadillas, recurrente. Se podían apreciar tres etapas claramente diferenciadas: la discusión (con lloros familiares opcionales y dependiendo de la intensidad), el portazo de mi padre (que iba a “dar una vuelta a la manzana&#8221, la llorera de mi madre y mi hermana. De la tercera fase siempre he recordado el “tú no tienes la culpa”. El caso es que yo de por sí no pensaba que fuese culpa mía, por lo que se convertía más en un “eres el culpable” y hasta me llegaba a plantear si de verdad lo era. El culpable para siempre y desde hace.

Una de mis pesadillas recurrentes es que la puerta de mi habitación está entornada y del despacho de mi padre sale un fantasma con una sonrisa malévola de oreja a oreja que me observa sabiendo que no me deja dormir. Cada vez que veo Sinister me acuerdo, era Mr. Boogie, pero con la boca del Joker.

La tortura de la gota china consistía en inmovilizar al preso, ponerlo tumbado bocarriba y hacer que le cayera una gota de agua fría cada cinco segundos. Una gota en sí no hace nada, pero a un ritmo constante cada cinco segundos te impide dormir y te lleva a la locura. En cierto modo es la analogía a la situación que vivía. La constante guerra en mi casa provocaba falta de sueño, la falta de sueño el comportamiento extraño, el comportamiento extraño llevaba al aislamiento y el rechazo de los compañeros hacía que explotara la violencia. Pasan más años, te vuelves más cabrón. Cuando la sed atacaba a la víctima era cuando entendía que nunca podría beber el agua. La gota no le servía para nada, pero más la quería. Más la necesitaba, pero corría en otro sentido mientras él estaba inmóvil y, al cabo de unos días, sufría un paro cardíaco.

Así me desperté a la 1:43 de la madrugada, completamente sudado. Es una de esas noches que no corre ni la más mínima brisa y el aire en el cuarto se vuelve denso como una niebla de plomo. La puerta estaba entreabierta y no tenía ganas de aguantar más tonterías, así que cerré de un portazo, le di un buche a la botella de agua y me volví a dormir.



Nota: Si alguien responde, le agradecería que no citase el tocho de antes. Así si me da la neura, lo borro y lo quito de internet.