Beatriz (cuento)

En el corazón de España, en la ciudad de Madrid, habitó una criada, nombrada como Beatriz, a la que su dueña Ana, una rica meretriz, las dos manos le cortara, acusando a la infeliz de haberle robado joyas, esmeraldas y rubí que valían una fortuna, joyas de un valor sin fin.
Les cuento una triste historia con el nombre de Beatriz.
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A Madrid hubo llegado apenas con quince años, una joven pueblerina, iniciado el mes de mayo ilusionada en la vida y a sufrir un desengaño.
Recomendada de amigos vino para trabajar, haciéndole compañía a una señora de edad. El trabajo consistía en el barrer y el fregar, en realizar la colada “pa” luego poder planchar, en hacerle la comida, la cama y lo demás. Chica para compañía, que se dice en la ciudad.
Ella era una vieja dama que ejerció de meretriz, llamada por nombre Ana, de renombrado postín por ser antigua chulapa del barrio de chamberí, vivía bien situada en el centro de Madrid, una vieja acaudalada, pero sin saber reír.
Una tarde a Beatriz en los meses de verano, estando en la habitación, le sucedió algo extraño; escuchó por el balcón algo que le sonó raro. Al oírlo se asomó y, tras observar su espacio, descubrió solo la sombra de una urraca en el tejado, por lo demás todo estaba como lo hubo dejado.
Fueron monótonos días, hasta que en una ocasión su señora le dijera si encontró en la habitación una sortija con piedra en forma de corazón. Beatriz tras mucho pensar, una ocasión recordó, la había visto en la mesilla una tarde de calor en la que escuchó un ruido procedente del balcón. Registraron aquella zona y toda la habitación, tardaron mas de tres horas pero nada se encontró, ¡Cuánto lloró la señora por la joya que perdió!.
A finales de verano en una fresca mañana, le preguntó la señora si había visto unos salcillos engarzados de esmeralda, dejados en un cofrecito, en la mesilla o la cama, puesto allí con el propósito de tentar a la muchacha.
Estaba ordenando ropas y nuevamente sonó, igual que la vez pasada, aquello que la asustó. Por ello en esta ocasión se decidió a olvidarlo y seguir con su labor, que era el hacerle la cama removiéndole el colchón. Con la cama terminada y al entornar el balcón, vio nuevamente una urraca que por el cielo voló. Luego, al salir de la estancia, en ella doña Ana entró, miró sobre la mesilla y apenada comprobó que aquellos verdes salcillos, que sobre ella dejó, habían desaparecido, y nuevamente lloró.
Gritó clamando justicia y en su mente recordó que entre todas sus amigas hacía tiempo conoció a una que de jueza hacía, que gustosa como amiga, una sentencia dictó y a aquella joven mocita, las dos manos le cortó, para servir como ejemplo con la marca del ladrón.
Un día del año siguiente, aquella joven murió, saltando la barandilla del campanario mayor que existía en el pueblito del que hacia un año salió.
Doña Ana, la meretriz, siguió viviendo tranquila en la villa de Madrid.
Al cabo de algunos años, al realizar una obra en un viejo torreón, en un extremo de suerte un obrero se encontró, sobre un nido reluciente, el rojo de un corazón y un par de salcillos verdes, que unos días de calor y en una casa de enfrente aquella urraca robó.

 

Saludos poeta.
Narrativa y imaginacion
en tu pluma.Un saludo con afecto.e