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Blue queen

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ivoralgor, 21 de Junio de 2019. Respuestas: 0 | Visitas: 444

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Es igual, dije iracundo, soy el único culpable si eso es lo que estás buscando. ¡Carajo! La voz se volvía más ronca. Los gritos y reproches inundaban la habitación. Suspiré derrotado. Ella quería una hija, pero sólo tuvimos tres varones. Ya tenía el buche lleno de piedritas con todas esas jodidas lamentaciones de Patricia: nunca estuviste con nosotros, necesitaban una figura paterna, es culpa de los genes de tu maldita familia, que se pudran en el infierno. Me desahogaba con Pedro en la oficina. Sabes que es lo más cabrón, qué me sinceré con ella y le conté cómo fue mi niñez. Así cómo ves, le dije cabizbajo, cuando era chico me decían que tenía todas las fachas de ser maricón. Sí, así como lo oyes, maricón. ¡Ya estoy hasta la madre!

    No sé cuándo empezó a llevarle la chingada a mi familia. Me casé convencido que sería feliz y envejecer con Patricia. Tener una familia y darles todas las oportunidades que yo jamás tuve: alimentación, educación, amor, libertad para decidir, viajes, inclusive ciertos lujos. Recuerdo que cuando Mateo tenía cuatro años, cuando llegué del trabajo, me recibió con una sonrisa celestial. Mira, papi, te dibujé una mariposa azul. Está hermosa, hijo. Te amo, le dije al abrazarlo y darle un gran beso en su mejilla izquierda. ¡Soy una mariposa! Gritó varias veces. Nos reímos.

    Luego llegaron Lucio y Gerardo. La familia crecía y mis horas en la oficina eran más demandantes. De Ingeniero de Software Junior, me subieron a Ingeniero de Software Senior. Trabajaba de Lunes a Sábado. No tenía períodos vacacionales largos, a lo sumo, una semana. Las deudas me consumían. Empecé a desarrollar pequeños software’s caseros para micro empresas. Mi cartera de clientes iba creciendo poco a poco, al igual que las salidas a concretar los contratos a los bares de moda. La clientela era variopinta: señoronas de la high life con sus florerías, hasta estilistas gays. En una ocasión, a un cliente estilista se le pasaron las copas y me acarició la entrepierna; fue una sensación rara, pero la recompensa era mejor: un contrato con el mantenimiento y compra de todo el equipo que se requiera para las tres sucursales que tenía. Gustoso me dejé acariciar todo lo que quisiera, total, pensé, borracho no cuenta.

    Los reclamos de Patricia no cesaban. De qué te quejas, le reñía, si tienes todo: casa, dinero, carro, lujos. ¿Qué más quieres, carajo? Me estoy rompiendo la madre trabajando, lamiéndole los huevos a mi jefe para que me de una jefatura y deje los desarrollo caseros. Quiero al hombre de la casa con quién me casé, no quiero un puto fantasma que no sabe qué chingados pasa con sus hijos, quiero tener una hija. Invariablemente, recurría a los consejos de mi amigo Pedro. El me hacía muchos favores en la oficina, me echaba la mano con los desarrollos caseros, en pocas palabras, era mi compadre. Eran justas las pedas con nos dábamos en el Frontier Men’s Club. Coño, le decía, igual tengo derecho a divertirme, es mi puto dinero y lo puedo gastar en lo que se me pegue la gana. Salud, chocaba su vaso de Whisky contra mi botella de cerveza oscura.

    Un domingo, luego de una descomunal peda con Pedro, Patricia me despertó lloriqueando. Despierta, despierta. Qué pasa, pregunté con los ojos entreabiertos. Ya no puedo más. Las lágrimas corrían como río desbordado por su rostro. Sentí pena. Le descubrí pornografía a Mateo. Es normal, le dije, está creciendo y descubriendo su sexualidad. ¡Era de puro hombre desnudo! Tienes que hablar con él. Tragué saliva con dificultad. No sabía qué y cómo decirle. La abracé. No te preocupes, yo hablo con él, le dije para consolarla. Juro que cuando tuve la oportunidad de tocar el tema, con Mateo, se me erizó el cuerpo. Estás creciendo, Mateo, empecé mi speech. Abarqué las tendencias sexuales, masturbación, las enfermedades, la responsabilidad y las coyunturas propias del tema. Respiré aliviado cuando me contestó que entendía todo perfectamente y que en la escuela secundaria ya le había hablado del tema. Los problemas con los hijos son directamente proporcionales a su edad, suspiré resignado; tema zanjado.

    La vida siguió su curso con el ir y el venir de los problemas. Pasaba más tiempo en la oficina que en mi casa. Lupita, una chica de contabilidad, flirteaba conmigo de manera tímida y reservada. La fuerza de la convivencia nos dio pie a tener una relación. Estar con ella significó un desahogo de todos los problemas que aquejaban mi mente: familia, trabajo, negocios, dinero. Duramos un par de años, hasta que la despidieron por un recorte de personal. Nuestra despedida fue una noche romántica en el Hyatt Regency. Luego le siguió Ana, una chica de compras. Con ella fue diferente, era más madura, una mujer independiente. Me encantaban sus pláticas. Experimentamos muchas cosas, incluso la mariposa Venus. Fue ella quién me estimulo, por vez primera, el ano y tuve una eyaculación delirante. Me repetía, en silencio, no soy maricón, no soy maricón, cuando me metía el dedo. Para ese entonces, despidieron a Pedro de la empresa, así que jamás supo de mi relación con ellas. Una noche, en el motel, le conté que a Patricia le nació el deseo de tener una hija. Me siento sola, cuando se vayan los chicos no tendré a nadie con quien compartir mis cosas de mujer. No quiero empezar de nuevo, le confesé. Ya están grandes mis hijos. Ya eres gerente, mi amor, dijo melosamente, te puedes dar el lujo de tener otro hijo. Casi me convence. Las cosas no podían ir mejor en lo laboral. Estaba en pláticas para que me nombraran Director. Tendría la liquidez suficiente para comprar un nidito de amor y que Ana decoraría a su gusto. Pero mi familia no para de darme problemas sui géneris.

    Una tarde, Mateo fue a verme a la oficina. Decidí que saldríamos a comer. Camino al restaurante se le escurrieron las lágrimas. Tengo algo que contarte, papá. Mamá no lo va entender y creo que tú sí. Quise detenerme, pero una opresión en el pecho me lo impidió. Tragué saliva varias veces. Quiero ser Drag Queen, soltó a quemarropa. No me sorprendió; sospechaba algo de eso. Sus largas salidas a tomar cursos de no sé qué, las cejas depiladas, sus pantalones entalladísimos, sus amistades. No te preocupes, dije para calmarlo. Seas lo que seas, seguirás siendo mi hijo y te amo. Su llanto lo quebró por completo. Me contó que tenía pareja desde hacía un año, que lo conoció en un curso de maquillaje. Se llama Oswaldo. Él me aconsejó que primero hablara contigo. Vamos a vivir juntos, voy a dejar la escuela y dedicarme de lleno a ser Drag. Me imagino que tus hermanitos tampoco saben, pregunté dubitativo. Lucio sí lo sabe, me reconoció en una foto de una marcha por el orgullo gay. Lo amenacé: si dices algo, te corto los huevos, cabrón. Me dejó de hablar desde eso, se lamentó. Yo me encargo de decirle a tu mamá. No fuimos al restaurante. Mejor llévame a casa de Oswaldo, te lo voy a presentar. Mejor otro día, tengo que asimilar muchas cosas, le respondí con pesadumbre. Lo dejé en la puerta de la casa y regresé a la oficina.

    Dejé que se me enfriara la mente para contarle a Patricia que tenía una Drag Queen como hijo. Ese día, salí temprano de la oficina. Estaba regando las plantas del jardín. Tengo que decirte algo. Nos fuimos a la habitación. Con calma le conté. Al principio, no daba crédito a mis palabras. Luego vino la ira y los reclamos. Si quería una hija, pero no de esa manera. ¿Por qué a mí, Dios mío? ¿Qué he hecho mal? ¿Por qué me castigas de ésta manera? Intenté abrazarla. No me toques, gritó colérica. Tú eres el culpable de todo esto. Asentí con la cabeza. Le conté todo lo que me pasó cuando niño, pero empeoró las cosas. ¡Ya ves! ¡Tú eres el culpable! ¡Eres un maricón de closet! La ira me nubló la consciencia. ¡Cállate, pendeja! Le di un par de bofetadas que le dejaron rojas las mejillas. Gerardo abrió la puerta. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Por favor, suplicaba, no se peleen. Me largo, dije resuelto.

    Le marqué a Pedro. Estoy que me lleva la chingada, compadre. Necesito sacar toda esta mierda que tengo dentro. Me fui al Bar Chema’s. Cuando llegó, iba por la segunda cerveza. Qué pasó, preguntó preocupado. Ya le llevó la puta madre a mi familia. Se me escurrieron las lágrimas. Vámonos de aquí, dijo. Pagué las dos cervezas y me subí a su carro. Lo que necesitas, se apresuró a decir, es un peda en la playa. Yo invito. Hacía nueve meses que no lo veía. Asentí. Nos fuimos a unas cabañas frente al mar. Nos registramos y luego directo al bar. Los tragos iban y venían. Me sentí entumido cuando ya caí la noche. Nos fuimos a la cabaña cagándonos de risa. De súbito, me agarró de la nuca y me plantó un beso. Hey, lo empujé. No tengas miedo, arrastró las palabras. Mira, ya la tienes dura. Me empujó y caí en la cama. Se me abalanzó y metió su lengua en mi boca, serpenteaba y mordisqueaba los labios. Me entregué a sus caricias. Nos desnudamos uno al otro, ávidos de satisfacer la carne. Luego de intensas caricias, me penetró bruscamente. Apreté las sábanas y aflojé el cuerpo. Entraba y salía una, otra, otra, y otra vez. Dejé de sentir dolor. Una sensación cálida empezó a inundarme desde los pies. Apreté los dientes al tensionarse mi cuerpo, justo en el momento en que gemí largamente y eyaculé. Pedro terminó dentro de mí unos minutos después. Me besó la espalda. Me enrosqué como oruga, quería atrapar esa sensación, el placer negado, la libertad de volar. El cuerpo lo sentía liviano, apresado entre las sábanas, queriendo extender mis brazos. La pesadez me hacía cerrar los ojos de cuando en cuando. El sudor me bañaba el cuerpo. La brisa se colaba por una de las ventanas de la cabaña. El rumor del mar me hacía soñar en color azul. Los rayos del sol se filtraban por la membrana que me envolvía. Saqué fuerzas del placer que se había tatuado en la memoria ó quizá en la imaginación. Me impulsé hacia arriba. La membrana cedía poco a poco, lentamente. La luz me cegó unos instantes. Olfateé el ambiente: sal, el dulzor del crisantemo que provenía de algún lugar desconocido. Extendí mis alas azules. Una abeja deambulaba sobre un pequeño y extraño lago negro que humeaba. Agité mis hermosas alas y me dirigí hacia el sol. Bajaba y subía; aprendiendo a volar. Encontré al crisantemo, pero el azul del horizonte me hipnotizó de súbito. La brisa me elevó. ¡Libertad!
     
    #1

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