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Bollo de papel

Tema en 'Prosa: Cómicos' comenzado por Cris Cam, 24 de Febrero de 2019. Respuestas: 0 | Visitas: 747

  1. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

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    Bollo de papel

    Me dieron las fajas de las coronas en la mano. Cuanta gente. Gente que la quería. Pobre mamita, si aún tenía tanto que decirnos. Me pesaban en las manos. Fui al fondo, los hice un bollo, y lo patee. Acaso tanto aprecio me devolvería a mi mamita. En un arranque de furia, fui a la cocina, prendí la hornalla del fondo y lo tiré encima. Que saben estos de toda la tristeza de quedarse solo, sin mamita.

    No tuve el valor de abrir la casa, hasta pasados los tres meses. Eran los primeros días de la primavera. Casi, la llave se negó a girar. Es cierto, hacía varios años que la casa estaba vacía. Que mamá estuviera en el geriátrico, con su demencia senil, no me daba ningún derecho a disponer de la casa, ni siquiera mi unigenitura. Se acercó doña Josefina a saludar, la invité a pasar, aunque yo sabía en que terminaban las conversaciones con ella. Nos abrazamos, lloré en su hombro, como el mismo día de invierno en que le arrojé el primer terrón de tierra. Doña Josefina tenía los mismos años que mamá, pero no lloró. Yo sabía que en el fondo la odiaba y nunca supe porqué.

    Ya había tomado la decisión. Vendería la casa. Vendería los muebles exclusivos a un anticuario que me ofrecía una suma para no despreciar, materiales nobles me dijo. Sí, como mamá, le respondí. Una mañana vino con un enorme camión de mudanzas, me pareció demasiado, no eran tantos los muebles. “Es que no quiero el menor rasguño” me contestó, mientras se tomaba él mismo la molestia de dirigir la mudanza. Sin duda mamita, tenía un gusto refinado. Se hizo me un bollo el corazón, ver como esos muebles se marchaban de casa. Oh, todavía recuerdo cuando mamita me bajó a zapatillazos, de la mesa, cuando me encontró saltando arriba del cristal disfrazado del Zorro. Ah, es que mamá tenía su carácter también.

    Uno a uno se fueron yendo los muebles, y con cada uno de ellos un pedacito de vida. Pero creo que lo que más sufrí fue la araña de cristal con sus 203 componentes. Claro que como me explicaban, ya no se hacían ni tan grandes ni tan cargadas, que la haría desarmar para hacer 4 de las modernas. Cuando me preguntó que le había pasado a las 13 piezas faltantes, yo sólo atiné a contestarle, que fue de la vez que se vino abajo durante el cumpleaños de papá, justo cuando él estaba casi justo abajo, cantando una canzoneta napolitana, a papá le fracturó la clavícula, pero a mamá le interesaron más los tres diamantes, los cuatro prismas, las 5 esferas y las tres campanas, labradas en el fino cristal.

    Cuando ya creía que me habían llevado la mitad de las venas. Fue que tuve que vender su ropa. No fue como cuando papá. Papá tenía dos trajes, 7 pantalones y 6 pares de zapatos. Es que papá era muy desapegado. Es cierto que el viejo don Pascual era un pobre inmigrante que cuando la conoció a mamá no tenía más que sus manos, pero ella de corazón tan amplio, tan dulce, no se fijó en las diferencias de clase y lo incorporó a la familia. Y guay que alguno se le opusiera.

    Se llevaron, sus visones, su chinchilla canadiense, su chaqueta de oso panda, sus zapatos de cocodrilo, sus botas de búfalo y cada una de sus pobres cosas.

    Entonces, me quedé sólo en la mesa de la cocina de los sirvientes, con el viejo cofre, donde ella guardaba todos sus papeles. Me quemaba la llave que ella mismo puso en mi palma, casi con una sonrisa irónica, en uno de sus últimos rapto de lucidez, mientras me recomendaba, bah, me ordenaba, este, digamos, me conminaba a que destruyera todo ese amarillo papel. Tuve que tomarme un trago de whisky, para darme fuerza. Levanté la tapa. Sí, realmente, iba a hacer lo que mamá dijo, pero como no traerla un rato mas, aunque más no fuera entre los fantasmas del recuerdo.

    Lo primero que se veía al levantar la tapa eran los figurines, tres Radiolandias y dos La Prensa de sus años mozos. Me sonreí al ver las fotos enmarcadas de carbonilla de Libertad Lamarque, Roberto Escalada y Tito Lusiardo. Bueno es que mamá también fue joven, aunque dijera que toda esa gente era basura, que reprocharle esos amores de las novelas. Rompí las revistas, hice un bollo con el diario del 16 de setiembre de 1955. No sabía que a mamá le interesara la política. Por un momento pensé que valor le daría una hemeroteca a los que mis manos estaban destruyendo, pero, bah, cuanta pamplina, ¿Qué acaso esas estupideces me devolverían a mi mamita? Así que se fueron juntando como pelotas de trapo en el rincón.

    Desaté con mucha expectativa y miedo el primer paquete de cartas. Los dedos me temblaban pero finalmente pude desatar la cinta violeta. Me tomé otra copa. Estaba a punto de conocer a la mamita que no conocía. Sabía de la negativa, pero creía escuchar a los ángeles que la acompañaban.

    Me llamó la atención que las cartas y documentos estuvieran en ese orden. Es que mamá era muy cuidadosa. Para mi sorpresa la primer carta mencionaba a un José. No recordaba que mamá me hubiera contado de ningún novio o pretendiente con ese nombre, pero lo cierto es que la carta que según la fecha era de sus veintitantos, no dejaban de nombrarlo. “Jose te amo”.”Jose te quiero. ¿Hasta cuando Jose negarás la realidad de saber que te amo?” Ahhh, rescatar a la mamá adolescente y enamorada.

    Este José no pareció ser de la misma opinión. Pobre mamá. Porque la carta no sólo le fue devuelta. Si no con improperios. “Dejame en paz, degenerada, firmó”. Pero que poca caballerosidad para con una dama. Habrase visto tan falto de tacto. En definitiva, esta claro, que no era la persona para mamá.

    La segunda carta a este tal señor. Pareció ser contundente, hasta se nota el enojo de mamá. “Te voy a demostrar cuanta mujer soy cuando quiero. Yo voy a grabar a Pascual en mi camafeo. Te voy a arrojar a la soledad como los oficinistas los copiativos inservibles, porque ni eso serás, ni una copia mía Y vas a conocer la soledad”. Respuesta algo despechada. Pero viniendo del carácter de mamá...

    La respuesta no fue menos irascible. Pero se podía haber cuidado un poco en su vocabulario. Sin duda alguna aprendió tarde la lección. Porque mamá finalmente se quedó con ese Pascual, o sea papá.

    Sin embargo, que extraño, las cartas siguieron. Era evidente que mamá tenía un gusto refinado por la metáfora. “¿Cual vientre dará a luz primero? Ves lo que hiciste. Yo hubiera aceptado a tu hijo y te hubiera amado de todas maneras. Pero tu así lo quisiste. Que Pascual, a quien no amo ni deseo, preñara mi vientre al cual odiaré por siempre”.

    Hay, mamá, mamá, que ese que orgullosa llevabas en el vientre era yo. Que cosas raras le hacen decir los amores no correspondidos a las mujeres.

    No quise saber más de este José. Con estas pocas cartas me alcanzó para saber la clase de poco hombre que era. Indigno de una dama de sociedad como mamá. Arrojé el lote contra la pared con tanta fuerza que se desmoronó parte del revoque, el globo que reposaba feliz tras el ropero, estallo como una piñata.

    El siguiente atado con la cinta amarilla hablaba de nuestros paseos por Europa. Ya lo adiviné cuando vi que encabezaba el lote la postal de París. Ah, dos años, juntos con mamá, solos por las rutas de la vieja Europa, todavía herida por las marcas de la guerra tan reciente. Papá que no quería saber nada de su Italia, se quedó. “A trabajar, decía mamá.” ¿Que trabajar?, me preguntaba yo. Si con la plata de mamá no hacía falta. Pero mamá siempre fue tan hermética en sus palabras.

    Estuvimos los dos años con Ivonne. Esas cosas de las familias argentinas de aquel tiempo, que podían viajar con tanto gusto por donde se les daba la gana. La prima Ivonne. Ah, como quería mamá a la prima Ivonne. Creo que la quería más que a su propia hermana, la tía Margarita, que no nos quería ni visitar. “Vergüenza de la familia”, decía. Y todos los demás asentían, bajando y subiendo la cabeza en silencio, en cada reunión que se cruzaban. Pobre mamá. Parece que se entregó a la pasión por papá, antes de casarse. Eso me pareció la vez que los vi discutir y ella le rompió la botella con el barco que él con tanta paciencia estaba armando, por la cabeza.

    Europa, fueron creo, mis años más dichosos, bueno, quiero decir, yo era un niño consentido la mas de las veces, unas pocas zamarreado. Como la vez que le pregunté a la prima Ivonne, si ese muchacho que la había besado era su novio. Mamá me pegó tal sopapo que me bajó tres dientes, pero en fin, total eran de leche y los tenía que cambiar. Esa misma semana, nos volvimos. Ivonne no nos fue a acompañar al aeropuerto, nunca mas la vimos. Mamá lloró todo el viaje de regreso.

    Lo que yo no sabia era que mamá tenía cartas mías. Cartas de Lidia. Cartas de Carla. A mí me gustaba Lidia, en cambio mamá opinaba que Carla, era para mí. A mí me gustaba Lidia porque era sencilla, dulce, menuda. En cambio Carla, era glamorosa, avasallante y de cuerpo exultante. Lidia era tímida, en cambio, yo no estaba seguro de la vida que llevaba Carla. Pero mamá ya la había elegido. Era mamá la que compraba la ropa que yo luego le regalaba, pero tenia predilección por los encajes. Claro. Mamá sabia que los hombres somos un caso perdido, a la hora de comprar esas cosas, pero a mí me daba un poco de vergüenza regalarle esas prendas que parecían una insinuación directa. Es que aquellos tiempos no son los de ahora. Hasta los hombres teníamos cierto recato. Pero mamá tomaba entre los dedos índice y pulgar el encaje, y me decía: “Imaginatelo puesto... imaginate el cuerpo de Carla” y lo decía mientras giraba los ojos hacia arriba. O cuando abrazaba el corsé contra su pecho.

    Mamá nunca entendió que yo hubiera optado por Lidia. “Esa, ni culo tiene” me decía. Yo le respondía sobre las dulzuras de Lidia, sobre los ojos de Lidia, sobre la voz de Lidia. Pero ella me seguía hablando de Carla. No le hice caso. Fijé fecha de casamiento con Lidia. Pero esa fecha nunca llegó.

    No debí abrir ese paquete. Lo primero era un sobre aún cerrado con una carta que yo le envié a Lidia, cuando en un enojo con mamá, se fue a Córdoba. Yo recuerdo haber ido personalmente al correo a llevarla, estaba lleno de todo el amor que sentía en ese momento con la esperanza de recuperarla. La segunda, una extraña carta de Carla que no entendí. Seguramente parte del humor de Carla. Pero no eran cosas que se le dicen a una suegra. ¿Para que guardaría mamá, esos envoltorios de los bombones que siempre me daba para regalarle o como volvían los envoltorios a las manos de mamá?

    La cosa empeoró con la de Lidia. Yo sabía que Lidia no congeniaba con mamá y viceversa. Pero en esa carta Lidia, me pedía que la encuentre, en Córdoba, el 14 de enero a las 4 de la tarde, en la confitería frente al Cu-Cu. Nunca supe de la carta. Además no sabría si hubiera podido. Ese mismo día del 64 enterrábamos a papá, que tuvo aquella desgraciada caída por el hueco del ascensor. Días oscuros. La muerte de papá. El adiós de Lidia.

    Sin embargo, recuerdo, mamá estaba entera, como si nada hubiera pasado. Hasta me desanimó a que le hiciera juicio a la administración del edificio donde trabajaba papá. Ha, si papá trabajaba, es que mamá decía que las deudas de juego, se las pagara con su trabajo. Es que cada vez que mamá hablaba de papá, lo hacía con ese encono, que nunca me expliqué. Nunca me pude reencontrar con Lidia.

    Como ya llevaba bebida más de media botella. Agarré el cofre a las patadas. Fui hasta el desván llevándome un parante con el medio de la frente, tomé un hacha, lo arrastré al patio, lo destrocé, rocié el whisky que quedaba, lo prendí fuego y fui arrojando cada carta nueva que aparecía sin leerla, apretándola con toda la fuerza del puño y arrojándola con furia al fuego.

    Creo que al final mamá no se portó tan bien conmigo. Para colmo, entre el humo y las llamaradas de pasado, tocan el timbre. Salgo a la puerta. Doña Josefina que me pregunta con su tono peculiar: “Ya encontraste a tu mamita”

    Antes de arrugarme como un papel para vomitar le dije: “Ma que mamita, esa vieja podrida”
     
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