1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Bravucón

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ivoralgor, 24 de Mayo de 2016. Respuestas: 0 | Visitas: 420

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

    Se incorporó:
    17 de Junio de 2008
    Mensajes:
    494
    Me gusta recibidos:
    106
    Género:
    Hombre
    Juro que no lo quería hacer, lo juro. Esas palabras salían entrecortadas de mi boca. Mis ojos estaban desorbitados. La maestra Clara veía a un gordo Juancho quieto, y, bajo su cabeza un charco de sangre. Todo mi cuerpo parecía gelatina por el temblor. Sentía que mi corazón se iba salir por la boca. El maestro Salomón, de Educación Física, me llevó a la dirección.

    - ¿Por qué lo hiciste? – Preguntó incrédulo.

    - No lo quería hacer, profe – balbuceé entre sollozos.

    Sus ojos esperaban una respuesta mucho más convincente de mi parte. Todo empezó, le dije, hace poco más de seis meses. Por aquellos días empezaban las clases y con algo de apuros logré terminar el quinto grado de primaria y sentía una gran alegría porque ese curso era mi fiesta de graduación, el dichoso vals que anhelaba. Era el primero de mi familia, de tres hermanos que somos, que terminaría la primaria. Facundo, el mayor, reprobó dos veces el tercero de primaria y mi papá lo puso a trabajar en la central de abastos. ¡Si no estudias, pues vas a trabajar!, le gritó colérico. Mauricio apenas estaba en primero y no iba muy bien con las vocales.

    No puedo decir que no era terco, porque si lo era, a veces. Las matemáticas eran pan comido, no así el español y la historia – aburridos de cabo a rabo. Juancho era el más regordete del salón, era un tremendo cabrón; se la vivía molestado a cualquiera que se dejase. Para mi mala suerte, empecé a ser objeto de sus maldades. Me escondía el lápiz, los libros, el borrador y las libretas. El colmo fue cuando me quitó la torta de huevo con salchicha que llevé una mañana y la comió frente a mí, carcajeándose. Empezaron a chillarme las tripas un rato después, por el hambre que traía. No le decía nada a la maestra Clara porque no soy un soplón, ni mariquita. Tú aguanta hasta que veas la oportunidad y te desquitas, me dijo en una ocasión mi difunto papá cuando me habló de los bravucones que me toparía por la vida- jamás imaginé que en la escuela me toparía con alguno. Meses atrás, un carro <<fantasma>> atropelló a mi papá cuando iba a la casa zigzagueando por lo borracho que estaba.

    La muerte de mi papá me cambió de pronto: me volví más callado, ya no hacía muchas travesuras; la maestra Eugenia, la que me dio quinto grado de primaria, me aconsejaba que fuera bien portado y estudioso. Así ayudarás más a tu mamá y tus hermanos, me dijo. Asentí con la cabeza. Juancho vino a calentarme los huevos. Él estuvo molestándome casi a diario, le dije al maestro Salomón. No lo quería hacer, le insistí. Me aguanté las jodas que me daba, hasta que esa mañana ya no aguanté. Era la hora del recreo. Le quería quitar la torta de pollo a mi hermanito Mauricio. De lejos vi que se le acercó. Fui corriendo hasta donde ellos estaban. Juancho ya tenía la torta en las manos y Mauricio apretó los ojos para llorar.

    - ¡Deja de molestar a mi hermanito! – le grité encabronado.

    - No te metas – respondió sin voltear a verme.

    Con un movimiento rápido le quité la torta, que se cayó al piso de cemento. Mauricio se puso a llorar al ver la torta, toda desparramada, en el piso. Tenía hambre porque no habíamos cenado la noche anterior. Mi mamá salió tarde de su trabajo: afanadora en un motel de mala muerte. Cuando llegó ya estábamos dormidos. No gastó el pollo que compró para comer y lo llevó a la casa, pero era poco y sólo daba para una torta. Se la hizo a Mauricio por ser el más pequeño. A Facundo y a mí nos preparó tortas de frijol refrito nada más. Sentí que la sangre me hervía. Juancho se carcajeaba a todo pulmón. Los demás alumnos ya estaban de mirones alrededor de nosotros.

    Cerré el puño y me fui sobre Juancho. Alcancé a darle en el estómago. Le di tan fuerte que se encorvó y aproveché,- era mi oportunidad y no la iba a desperdiciar-, para darle una patada en la cara con todas mis fuerzas. Cayó de espaldas y su cabeza chicoteó en el piso de cemento. Segundo más tarde empezó a salir sangre por debajo de su cabeza y los ojos los tenía extraviados quién sabe dónde. Hubo un largo silencio antes de que las niñas empezaran a gritar despavoridas. Estaba resoplando y temblando. Mauricio había dejado de llorar al ver a Juancho tirado en el piso. Luego me quedé inmóvil frente al cuerpo de Juancho que parecía muerto.

    - Quédate aquí – me dijo el maestro Salomón.

    - No lo quise hacer – le dije y me puse a llorar desconsoladamente.

    Cerró la puerta de la dirección y salió. Media hora después oí unas sirenas. Más tarde, entró el director junto con la maestra Clara, el maestro Salomón y el intendente Jacinto. No entendía que hacía ahí el intendente. Los ojos de la maestra Clara se llenaron de lágrimas y me dio un abrazo fuerte, pero sin dañarme. No es culpa tuya, dijo al fin. Respiré aliviado por un momento. Luego me enteré que Jacinto había visto todo lo que pasó. Tendremos que llamar a tu mamá, dijo el director. Esas palabras hicieron que volviera a llorar desconsoladamente. Entre sollozos oí que se ponían de acuerdo para darle la noticia a la mamá de Juancho. No entendí bien los términos, pero dijeron algo así: fractura cráneo-encefálica con exposición. Muerte instantánea. Lo último si lo entendí.

    - Juro que no lo quería hacer, lo juro – dije desesperado, viendo directo a los ojos de la maestra Clara, que se llevaba las manos al rostro que estaba inundado de lágrimas.

    Empecé a gritar y patalear e intenté salir huyendo de la dirección. El maestro Salomón me dio un fuerte manotazo en la cara para que me calmara. Me llevé las manos a la cara, que me ardía por el golpe. Cuando llegó mi mamá, el director le contó lo sucedido y sin miramientos le dijo que estaba expulsado. Lloré más por la expulsión que por el hecho de haber matado, accidentalmente, a Juancho. Ya no podría ayudar a mi mamá, ni a mis hermanos, ya no sería doctor como lo había soñado: el doctor que le dije a la maestra Eugenia que sería, un día que me lo preguntó.

    Por muchos años me señalaron con el dedo por la gente, me apodaron <<el mata niños>>. Mi mamá ya no pudo soportar tanto rechazo de la gente. Nos tuvimos que cambiar de ciudad, nos llevó lo más lejos que pudo. Ella encontró trabajo en otro motel de mala muerte. Mis hermanos y yo nos ganamos la vida en el mercado robando y haciendo algún mandado. A veces, pienso en Juancho y siento algo de remordimiento, pero luego recuerdo que fue el culpable de que no fuera doctor y lo maldigo un tanto más.
     
    #1
    Última modificación: 25 de Mayo de 2016
    A homo-adictus le gusta esto.

Comparte esta página