Breve verso de amor.

Una vez más hago caso omiso a las recomendaciones de la razón y te invito un café… sin tu presencia.

Hago caso omiso a mi bienestar y yo formulare tus respuestas, sé que se responde cuando platicas con la indiferencia. Sé que ya no te importa pero tengo dudas que no me dejan dejar de pensar en ti

¿Cuánto dura una despedida no enunciada? Si, ¿cuánto dura?, nunca hubo un adiós, un hasta luego, una promesa de volvernos a encontrar. No hubo nada, quiero pensar que naturalmente nuestras palabras se desgastaron y con desgana formulábamos las últimas oraciones que no decían nada.

El siempre “¿hola, como estas?”, acompañado del “muy bien, ¿y tú?”

¿Qué has hecho?, ¿esa es la pregunta deseada?, ¿no quiero preguntar si has pensado en mí?, ¿si al igual que yo, me ves como un fantasma en lugares que ni siquiera me acompañaste?

Dime, dime, ¿que soy para ti? En veces me ataca el pánico de pensar que no soy ni siquiera un vago recuerdo. ¿Se puede borrar de la memoria algo tan fácil?, ¿tan frágil?, ¿tan endeble?, ¿tan expuesto al olvido se queda mí no presencia?

Entonces dime, ¿cuánto dura un adiós no enunciado?, ¿es saludable tener un millón de palabras no dichas atoradas en la garganta?, ¿es sano imaginarme con quien estas y si soporta tu carácter?

¿Cuánto dura una despedida no enunciada?, ¿la mido en besos no dados?, ¿en recordar caricias una y otra vez?, ¿en fechas importantes que ya no se celebran?

¿Cuánto dura tu ausencia?

¿No se supone que nada es para siempre?

¿Que nunca digas nunca?

Entonces reclamo la veracidad del aforismo y exijo que se cumpla, que vengas y me regales de nuevo la capacidad de dejar de escribir sobre soledad, sobre encuentros fortuitos, sobre ti en la lejanía, que me arranques la pluma y me encuentre tan distraído por ser espectador de tu pupila y poder escribir, aunque sea una vez más un breve verso de amor.