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Bris

Tema en 'Prosa: Ocultos, Góticos o misteriosos' comenzado por Évano, 18 de Noviembre de 2015. Respuestas: 4 | Visitas: 1258

  1. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    El humo que Bris exhala planea lento hacia la ventana abierta y envuelve las ramas del álamo próximo. En las hojas, el pequeño Álvaro se columpia, salta de unas a otras, las cabalga mientras grita Más viento, más furia.

    Bris lo observa delante del escritorio de la habitación donde también duerme. A veces alza la vista a las laderas de las montañas. Va viendo cómo estas van escondiendo al sol tras la cima más alta del oeste.

    Como cada anochecer, el manto de la noche llega hasta el interior de la alcoba y se apodera del lecho, de las estanterías con los pocos libros que le gustan, de la mesa donde intenta escribir lo mejor que sabe, lo que quiere. Las paredes de papel rosa rugoso van cambiando al negro correspondiente. La libreta de cuadraditos formados por rayitas azules, como la tinta tenue del bolígrafo, el ordenador, el cenicero, las cerillas, el tabaco de liar, las boquillas, todo lo que yace sobre la mesa donde crea va cayendo en las garras de la oscuridad que se expande y engulle cuanto desea.


    Dirigió sus pasos cansinos al interruptor de la luz y encendió la bombilla de 40 vatios que colgaba del techo con tan solo el cable. Desde la planta de abajo oyó el Quita pesao de costumbre. Bris sonrió al imaginarse al mastín pegado constantemente a Mali, su mujer. Pronto sería el turno para el peludo y pequeño yorkshire. El Te voy a dar unaaaa se alternaba a lo largo de las horas del día con el Quita pesao.

    Bris deambuló a la ventana sometido a la luz blanquecina de la débil bombilla y miró al exterior, al valle oscurecido, a las casas de piedra dispersas por la aldea, a los tejados de pizarra, a las chimeneas apagadas, a las luces amarillentas cayendo pálidas sobre las calles adoquinadas y el gran álamo apagado de en frente.


    Álvaro, el protagonista del relato, continuaba cabalgando sobre las hojas del árbol, despeinado, como si un vendaval quisiera arrastrarlo.Pero era brisa, calma, lo que lo acariciaba mientras él, para parecer más activo, invocaba a los vientos bárbaros revolviéndose los cabellos y ululando.

    Álvaro se había dado de baja de la historia que estaba escribiendo Bris. Simplemente, decía, No me gusta para nada. Por más preguntas que Bris le hiciera, por más por qués que añadiera, esa era la única respuesta.

    Así no se puede seguir, pensó Bris mientras observaba los libros de la estantería, por si alguno le daba una idea de cómo proseguir la encallada trama, por si convencía a Álvaro con alguna nueva idea.

    Hizo la cama y arrojó a la papelera las colillas del cenicero tras encender un nuevo cigarrillo.


    No sabes cómo seguir tu historia, dijo Álvaro con su voz de grillo. Bris lo miró con malos ojos, aunque sabía que tenía razón. Un tipo normal, cincuentón, con camisa a cuadraditos rojos y blancos, tejanos y gafas de pasta negra, sin ninguna discapacidad psíquica ni física. Un personaje demasiado normal sin nada que contar. Sería otra mierda de relato, uno más de los miles que cada año se arrojaban como colillas a la papelera.

    La noche se hizo completa cuando Que te voy a dar unaaa entró corriendo a la habitación. La velocidad le tiraba para atrás las orejas, le estiraba al rabo y la lengua la medio mordía una boca graciosa. Unos escobazos en los peldaños de madera le perseguían. Se paró en seco detrás de mí, buscando protección. Pero no hacía falta porque hasta allí acababan las amenazas de Mali. Luego, el perro listo, se sentaba a mis pies hasta que él creía que el peligro había pasado.

    Nunca ladraba, pero esta vez, se subió de un salto al alféizar y ladró a las ramas del álamo. Me sorprendió porque Te voy a dar unaaa jamás ladraba a los personajes a los que yo daba vida, y menos a Álvaro, ya que llevaba tiempo con nosotros. ¿Qué veía, entonces, Te voy a dar unaaa?


    Me acerqué a la ventana y vi lo mismo de siempre. El valle oscurecido, las casas de piedra dispersas por la aldea, las luces amarillentas cayendo pálidas sobre las calles adoquinadas y el gran álamo de en frente de mi casa. Solo una luna creciente volvía a su ciclo mensual.

    De pronto, una sombra de tono más recio que el negro de la noche salió del álamo. Era tan alta y delgada como el tronco, de piernas largas y cuerpo no tanto; con cabeza puntiaguda y brazos casi hasta las rodillas y unas manos afiladas con multitud de dedos, diríase que tantos como ramas el álamo tuviera.

    Tan alta como la casa, pasó delante y fue por el camino que iba al río. Con el rumor de las aguas perdí la silueta tan extraña.


    Álvaro también la vio, pues dejó de cabalgar en las hojas mientras dirigía su cabeza en la misma dirección que yo. Te voy a dar unaaa dejó de ladrar y se marchó escaleras abajo, tranquilamente, con gestos que parecían decir más vale que me esté quieto un poquito y vaya a lamer la mano de Mali.

    Ahí tienes una buena historia, me dijo Álvaro. Cogí el abrigo de lana que protege del frío nocturno de estos montes elevados y salí a la calle tras un Ahora vuelvo.

    Cuando estaba en la vereda que recorre el río, me di cuenta que Álvaro se agarraba al bolsillo del abrigo de lana con ambas manos y su menuda cabeza disfrutaba de cuanto veía. Nunca había salido de la habitación, por lo que sus ojos admiraban las mínimas cosas. Él sabía de piedras, de yerbas, de chimeneas, de flores, de cantos rodados, de grillos, de mariposas, de ranas, de sapos, de zapateros, de libélulas, de luciérnagas, de cigüeñas, de milanos, de golondrinas, de siseos, de truchas, de peces, de olores de jazmines, pero nunca de cerca; nunca oyó los sonidos emitidos, los olores que emanaban, los ojos que tenían, sus cuerpos. Sí, Álvaro disfrutaba de cosas tan cotidianas a pesar de querer aventuras épicas, peligrosas, terroríficas tal vez.

    Meandro abajo la sombra surgida del álamo torció y se desvió por el caminito de tierra que bifurcaba con el sendero de la rivera del río. Si subía hasta la cima debería dejar de perseguirla. El cansancio y la espesa maleza del caminito de piedras y tierra me lo impediría.

    Esa sombra huele a madera podrida, Bris, ¿te has dado cuenta? No, la verdad que no, pero no te extrañe, ya sabes, el tabaco dificulta y obtura las fosas nasales, o eso dicen. Todos me sabéis a nicotina, incluido tú, Álvaro. Pues también esa sombra huele un poco a nicotina, contestó Álvaro; y no me extraña, andas todo el santo día fumando en frente de su morada; ¿y de mí, qué quieres que te diga si al fin y al cabo soy algo de ti?


    La sombra se había sentado en el tronco de un manzano abatido por la tempestad de setiembre.

    Cuando estaba cerca de la silueta extraña, los numerosos dedos de la sombra escribieron en el aire de claro de luna No te acerques más. Le dije que solo era curiosidad, que intentaba hablar con ella y que no hablaría con nadie del encuentro. Mas ella no me respondió , por lo que pensé que a lo mejor era normal, pues, aunque al girarse mostraba formas semejantes a orejas, supuse que servirían para el habla de los suyos, de su mundo, y no para el de los humanos.


    Yo me senté en el suelo, en la yerba húmeda. Álvaro salió del bolsillo y se sentó entre mis piernas. Los dos miramos a la sombra silenciosa.

    Oímos el berrido de un corzo lejano sobre el susurro de la corriente, de grillos y un cú cú cú tan puntual como los segundos múltiplos de cuatro.


    ¿Tú qué eres, sombra extraña?, preguntó Álvaro de golpe.

    Los dedos de la sombra salieron a la luz de la luna y escribieron en ella El hombre suele preguntar lo que sus ojos ven, lo que sus ojos ya saben.


    Pensaba más en la letra, en la caligrafía que en lo que habían escrito los múltiples dedos de la extraña sombra. Era idéntica a...

    Te voy a dar unaaa llegó corriendo, nos saludó con dos saltos y dos vueltas y fue al pie de la sombra. Levantó la pata para mear en ella pero volvió a nosotros al ver cómo la sombra dibujaba un oso enorme en el aire claro de la luna. Reímos con Te voy a dar unaaa tumbado a nuestras espaldas.


    Te voy a dar unaaa piensa que aún eres el árbol, por eso creo que ha ido a mearte, le dije a la sombra, mas ella no me contestaba.

    No te esfuerces, Bris, creo que a ti no puede oírte. Ni verte. Creo que lo de no te acerques más me lo decía a mí.

    ¿Tú qué eres, sombra extraña?, volvió a preguntar la voz de grillo de Álvaro.


    Los dedos de ramas escribieron en el tablero de claro de luna Yo soy la última consecuencia.

    La sombra se levantó tan rápido y corrió tan veloz sendero arriba que no nos dio tiempo ni a dar cuatro pasos.


    Álvaro volvió al bolsillo y Te voy a dar unaaa encaminó la vuelta a casa.

    Tras cerrar ventana y contraventana y apagar la débil luz de cuarenta vatios, me metí en el lecho con Te voy a dar unaaa a mis pies.


    Desde la cama oía los sollozos de Álvaro. Andaba sobre el escritorio, de un lado para el otro. Daba una patada al cenicero, al bolígrafo, a la libreta, a la caja de cerillas. Susurraba.

    No susurro, Bris, estoy casi gritando, pero no me quieres escuchar. ¿Dónde está Mali? ¿Por qué no duerme contigo? ¿Dónde está Quita pesao? ¿Dónde los niños?


    Me dormí preguntando Quién eres tú, Álvaro, quién eres tú.

    Creo que oía Yo soy una consecuencia, aunque no estoy seguro.




    Las sirenas de ambulancia de cada amanecer, el autobús de la parada de abajo de su piso, los cláxones de los coches, el tumulto de la voces despertaron a Bris. Se levantó y abrió la ventana, y la libreta. No había escrito nada la noche anterior, otra vez. Cogió y soltó el bolígrafo. Lió un cigarrillo y lo encendió con una cerilla. Volvió a la ventana y vio que el sol ascendía por entre los edificios de la ciudad. Fue al cuarto de baño, se lavó la cara. Se vistió y bajó a la cafetería de abajo a tomar el café con leche cotidiano. No le siguió ningún Álvaro, ningún Te voy a dar unaaa.

    Mientras iba al encuentro de su coche para acudir al trabajo le pareció ver a una sombra de luz más recia que la del día, que también se levantaba, una tenue sombra de luz surgida de no sabía dónde, quizás de él mismo, que escribía con largos dedos en el aire denso Yo soy otra consecuencia.

    La letra, la caligrafía de la sombra de luz del día era casi de imprenta, como la de Bris, como la de la extraña sombra surgida del tronco del álamo de la noche.






    Gracias por leer.
     
    #1
    Última modificación: 19 de Noviembre de 2015
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  2. Marla

    Marla Poeta fiel al portal

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    Vaya derroche de imaginación, amigo. Me ha atrapado hasta el final este relato.

    Un abrazo.
     
    #2
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  3. Évano

    Évano ¿Misántropo?

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    Gracias amiga por tu valioso tiempo y tu agradable pasar.

    Un fuerte abrazo hasta tu linda Huesca.
     
    #3
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  4. Naark Yongork

    Naark Yongork Invitado

    Delicioso relato compañero Évano. Su estilo y su capacidad descriptiva es bastante ameno a la lectura. Es posible en verdad imaginarse a ese álamo... a Bris.

    Saludos, un placer leerle.
     
    #4
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  5. LUVIAM

    LUVIAM Poeta veterano en el portal

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    Describes cada imagen con una precisión que casi fotografías la prosa.
    Hay que tener arte para mantener al lector enganchado en detalles tan simples y usted tiene mucho ese arte Mis aplausos y un abrazo.
     
    #5
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