Calles, carreteras, playas: instantes.

Banquetas largas, soleadas, ardientes por los rayos del sol, apenas tolerables con ayuda del viento bochornoso que cruza de aquí para allá. Si no son banquetas son calles largas llenas de autos humeantes, con ese humo invisible que hace sentir intentos de vómito o sensaciones similares a plástico o hule de llanta ingerido.
Largas y lejanas calles que arriban siempre en su escape de los ambientes citadinos a las carreteras.
En las carreteras se siente la sensación de estar en el umbral de la libertad, del inicio de los sueños.
La carretera es una puerta siempre, un escape. Un escape de qué si a donde vayas encontrarás lo mismo, eso lo sabes pero no lo aceptas. No aceptas que todo eso: banquetas, calles y carreteras son el síndrome del cowboy moderno. Huir como el Llanero Solitario ante la mirada de quienes quedan detrás, entre la admiración y la nostalgia de quien siendo tan común que ve un héroe en el que supone es diferente.

La carretera pronto se vuelve una rutina. Los hoteles, los pueblos, los restaurantes. Huir, carretera es huida, huida de mi yo o tu tú interconectados a tus, (mis) rutinas. Pero huyamos, súbete a mi nave y huyamos. Busquemos una playa y desnudémonos ahí. Rompe tu molde victoriano y tu manual de las buenas formas y desnúdate conmigo en una playa, tras una roca. Tengamos sexo largamente, desmitificadamente, luego durmamos abrazados como si el abrazo fuera eterno.

Quién eres tú y quién soy yo. Somos una acumulación de experiencias que nos han marcado, que nos despiertan a cada instante de cualquier sueño, que nos hacen rabiar o soñar. Que se quedan guardadas porque expuestas a la luz parecen fantasmas que se desvanecen en cualquier destello. Ese nuestro yo quiere puertas abiertas para buscar lo que jamás encontrará tal y como lo quieres, o lo quiero.

De cualquier forma no está demás intentarlo. Irnos juntos. Jugar a que soy lo que quieres, lo que sueñas; a que eres eso que jamás había encontrado, eso místico que de repente se vuelve toda la razón de mi existir. La magia dura unos instantes. Dura más si no hay espejos cerca. Dura más con los labios cerrados y los dientes vueltos rejas carcelarias para los caprichos. Dura mucho con la oscuridad rodeándonos mientras las manos exploran y disfrutan de la desnudez. Dura más mientras encuentro en ti elementos de placer, dura un poco, un instante antes de que aparezca la realidad y la desnudez se pinte con la luz de cualquier alba, y vestida de desnudez se descubra la realidad de lo que somos: dos humanos de diferente sexo. Con voz, mirada, y todo lo que dentro llevan los humanos.
Yo he aprendido una cosa sencilla. Lo aprendí mientras miraba una vela consumirse hasta volverse un cabo y apagarse. No te lo puedo explicar, el aprendizaje es personal, es para mí. Todo dura lo que dura y no dura más.

Las calles y las playas parece diferentes. Unas llevan por sus rumbos a los pasos; las otras no, las otras son para esperar las caricias de las olas, para sumergirse en ellas y recibir todo tipo de estímulos extraños.

Desde las banquetas solo miro los cruces de las calles y busco los rótulos que recuerdan sus nombres.

Desde la playa: vuelos: Vientos vienen también sobre la arena, vientos olorosos; y las noches no tienen letreros con nombres, solo estrellas y caminos vaporosos iluminados por el calcio estelar.

Hay una puerta abierta, momentánea, que es un reto. Trae tu desnudez a que se junte con la mía.
No esperes mucho, no te engañes con tus propias ilusiones; todo dura lo que dura, y no dura más,
y todo depende si te miro o si me miras; nada es posible si uno de los dos pasa de largo.

 

Mientras haya una puerta...
Es un lujo tener buenas letras al alcance de una tecla.
Gracias,Melquíades, por compartirlo.Abrazos