Calor costeño

Tan fácil sería olvidarte. Sí, fácil como el respirar. Pensé esa mañana que vislumbraba un calor infernal. Un cuerpo desnudo yacía en la cama. La espalda bronceada y unas nalgas deliciosas. El sudor surcaba mi pecho. Me estaba cocinando en mis jugos. Eran de esos amores que se te tatúan en el alma, los que no te dejan ni metiendo otro clavo. Juré, en vano, que la desecharía de mis carnes, de mis ganas. Maldito calor.


El mar estaba apacible, erizado apenas por una leve brisa. El sol ya quemaba todo a su paso. Una botella vacía de vodka reflejaba mi cuerpo desnudo y una media erección por imaginarla: dócil, de alma apretadita y sueños desbocados. Me sentía solo. Un instante fugaz que iba a mandar todo a la chingada. La estaba pasando de puta madre con Desiré.


No vale la pena buscar culpables. Ella, yo, la poca experiencia, la necesidad de ser libre, la urgencia de calmar las ganas y no sé qué otras tantas cosas más. Estaba a segundos de hundirme de nuevo en esa mierda lastimera de la autocompasión. Respira, dijo Desiré apretando mi pecho sudoroso. Será complicado superarla, pero entre tanto humectaré mis labios en esos muslos tibios, aunque nos derrita el infierno que acontece en las costas de la Riviera Yucateca.