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Capitulo 3 de la cuarta historia de Periodímen.

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por sergio Bermúdez, 3 de Noviembre de 2009. Respuestas: 0 | Visitas: 876

  1. sergio Bermúdez

    sergio Bermúdez Poeta que considera el portal su segunda casa

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    CAPITULO 3: LOS SABORES DEL ALGODÓN DE FUEGO




    Entre soñadoras hadas indias, con las flechas de humo y sangre, entre los vientos con alientos de colmillos condenados de rabia, y sucias palabras que se quedaban pegadas a las almas condenadas. Se encontraba un gran algodón de fuego. Ya no había caminos que se cortaban en el silencio de un suspiro. La gente iba condenada a morir entre el auxilio de un aullido. La carne cruda que comía el ejercito de Omicaldus, que iba desinfectada por el algodón de fuego, donde todo iba controlado entre la furia de una lágrima salada, que iba avivando al fuego, no solo era la palabra del maestro diabólico, era como si la suma de la aventura, construyera la agonía en la cima, donde no existía la cordura. Las frases se suponían que eran de sangre, donde no dormía la belleza de los nobles ángeles. Periodímen, era el único símbolo de la paz, entre el aire del bienestar, el cual salía entre una piel de papel, y su tinta que armó el escudo de su querer. Ya no había noche natural, porque la noche se volvió de cristal. Los racimos de deseos, se auto difundían entre la curiosidad, que les dejaba en la marginación total. Los lobos atacaban a la gente, los cuales eran fieras momificadas con arena y sangre de zombi. No había hogueras, que asustaran a las tenebrosas criaturas. Omicaldus llego a donde estaba situado el algodón de fuego. Las nubes caían entre relámpagos de acero. Los Minogatmios corrían desbocados y sin oxigeno para arrodillarse por Omicaldus. Omicaldus era la ley que dictaba todo hacia la crueldad de una pesadilla, que se divertía entre la locura de una tiranía sin precedentes. Periodímen apareció justo cuando el alba exploto, afectando al algodón de fuego, pues este abrió su aroma de sabores, había de todas clases y sensaciones. Los colores se tildaban de locura, y los sabores eran la autentica droga, que hacía presumir a los mortales, que nunca habían conocido la vida eterna. El paréntesis de la luna, los cielos enrojecidos, con la rabia de un delito, aparentemente desafortunado y sin ver la luz de la esperanza, la cual se escondía y huía por donde las angustias no podían alcanzar el horizonte de un una dimensión que quería ser elevada, para soportar la presión que se multiplicaba entre las espadas de un viento agarrado a lo profundo, sin soltar sus alas, solo las elevaba y las dejaba caer en la lluvia de un viaje hacía un futuro panorama, plagado de luces con fama de ser presentada a la princesa Dánia, la cual con su corona de rosas violeta, y su capa de marquesa de la alta sociedad, lanzaba mensajes al subconsciente de las almas, para afrontar los problemas de marginación incontrolada. Pues ya se veía que entre la noche y el día, las amenazas de Omicaldus dañaban a la belleza encantada, pues desperdiciaba las despedidas con un final triste, y conducía por vaivenes de ensordecedores sonidos que rayaban a las aves que volaban hacía un destino, que se quería hacer más grande, para aparecer entre sonrisas, que no eran posibles, por las continuas batallas, que hacían llegar los enemigos del submundo que estaba acompañado por la desgracia continua. La oscuridad formaba parte del momento angustioso y desafiante que el imperio creaba, pues además se juntaba con el maleficio del algodón de fuego, que atraía a los espíritus de aquellas personas que eran aniquiladas, e iban apretadas a un cinturón de hierro, que las dejaba sin oxigeno, además de arrancar su piel y hacer sangre, para que estas quedaran agitadas en la depuradora, que llegaba por cables a los componentes de Omicaldus y su ejército, para inventar la noria de la sangre servida en vasos de esqueletos sin vida.
     
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    Última modificación: 3 de Noviembre de 2009

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