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Capitulo 5 de la 10 historia de Periódimen.

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por sergio Bermúdez, 28 de Marzo de 2011. Respuestas: 0 | Visitas: 671

  1. sergio Bermúdez

    sergio Bermúdez Poeta que considera el portal su segunda casa

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    CAPITULO 5: LA MUERTE HABLABA A LA

    CARA.

    Entre cada palabra que se describía un sentimiento que era testigo de lo que estaba sucediendo, era como el ver que los pasos de los tiempos, se comportarían en sucesos que llenaban de lágrimas a las noches. La princesa Sumatraliana se estaba enamorando de Periódimen y no sabía como expresar lo que sentía hasta verse en los espejos de palacio, allí entre rosas y claveles, donde dormían los tiempos, alguna vez todo era como si se irritaran las lágrimas de los tiempos, pero con el único fin de que enamoraban su despertar con el sol de la mañana. Los caballeros iban montados en los Minogatmios, estos corrían como jabatos para encender a las luces de la luna, allí habitaban los pasajeros de la información. Era como se acostumbraba a la vida de los altos secretos. Se seguían con el ardor de cada laberinto que conducía a otro, hasta ver que el amor había llegado a la vida de Periódimen. La princesa Sumatraliana era tan guapa como oler a una gota perfumada en sus labios. Ni si quiera los caballeros anti luna podían atraparla con sus puentes de información, allí estaban los tiempos que se perdían entre los signos de cada aventura, donde salpicaba la realidad de una ficción con la charca de la realidad. Omicaldus quería llegar a cada puente de información, que quedaba puesto entre cada signo de una forma abultada, que se describía en las ramas más grandes de la planta madre, pues esta planta construía sus secretos en cada rama atraídas hasta las orillas de las almas, así se supo que los tiempos podían condenar a los vientos enfurecidos, además de ver como la muerte hablaba de cara a cara.
    En los monasterios de los monjes budistas, se podían ver las llamas del dragón, de los palacios de Truner. En las barbas de un sirviente se contemplaba el arte de las voladoras mentes, que allí arrasaban hasta quedar irritadas las propias vidas que almacenaban las cuerdas de los siglos, esos que se ataban, para llevar los sucesos hasta enloquecer los apretones desérticos. Con la imagen de los duendes como argumento de traición, se sacarían las espadas y esos monjes budistas tenían una lanzadera para romper cristales desde el espacio, allí en donde la bellísima princesa Sumatraliana se alisaba los cabellos.

    En los espejos de la luna, donde se archivaba cada puente hacia el horizonte de seda, allí donde los pobres perdían las batallas y centraban el temblor de los ardientes ejércitos con una inspiración que desarrollaba a la silueta humana, esa que tenía heridas inocentes hechas por las civilizaciones pasadas, anunciando en la llegada, un secuestro profundo en manos clavadas en púas de inocentes esclavos, sacando su sangre entre cada corriente electromagnética, donde ardían los ojos bellos que confundían a los caballeros anti luna, era así como de los poderes se alargaban los dedos colgados en cruces, disecados y horrorizados por cada momento que llegaba. De pronto aparecieron Anyeliscos por el canal prohibido, ese canal llegaba hasta las mazmorras, allí donde la lucha era el secuestro de una rosa, esa que Periódimen debía de coger para evitar la catastrófica muerte de su amante la princesa Sumatraliana, que dependía de esa rosa para casarse con el hombre que amaba, que era Periódimen. De pronto Periódimen iba en su Bocsicaiser conduciendo a una velocidad que arrastraba la arena del asfalto, y allí era donde empezaba su aventura, porque Periódimen era la viva imagen de haber hablado con la muerte cara a cara, y su misión sería llegar hasta el rincón Valeriano, que era la primera puerta para llegar al palacio de la princesa Sumatraliana. Allí encontraría a pasajeros fantasmales, que habían hincado la rodilla hasta ver como sucedían los mismos latidos, que habían contaminado a las almas del bien, a esas que decían que sus pies eran blancos para proteger la bendición de las huellas, esas huellas eran el sentimiento hacia la otra vida camuflada en un mundo semi espiritual arrancado de la libertad de las personas que se les habían perdonado sus originales pecados, para poder vivir en paz toda su eternidad.
     
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    Última modificación: 28 de Marzo de 2011

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