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Capitulo 7 de la sexta historia de Periódimen.

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por sergio Bermúdez, 13 de Marzo de 2010. Respuestas: 0 | Visitas: 767

  1. sergio Bermúdez

    sergio Bermúdez Poeta que considera el portal su segunda casa

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    CAPITULO 7: LAS TORMENTAS SON LAS VOCES.





    Las tormentas, en donde los mundos se apuntaban entre toneladas de ardores, que llevaban sus puentes con sus cristales rotos, que seguían sin poder capturar a las palabras por el tiempo que era destruido por los Ferkiches, unos buhos con espadas, que tenían los picos de cuchara, y sus ojos de motosierra, ya que al llevar esos ojos, sus pupilas se iban operando para ver mejor. Colpedarra que era el perro de Cristo, debía de morder a las paredes, haciendo que de ahí cayeran perros masacrados con cuchillos, pues estaban enterrados en las paredes, y sabían perfectamente que de ahí, se habrían llevado sus cráneos, para ponérselos a las calaveras polares, las cuales llevaban espadas en sus cerebros, sacándose sus propio cráneos, y metiéndose el de los perros, ya que así sus comportamientos serían más instintivos y peligrosos. Omicaldus sabía perfectamente que las calaveras eran puentes de huesos que le harían llegar a su trono, pues estas se juntaban para que Omicaldus pasara por ellas. Mientras tanto la secta anticristo, seguía yendo a iglesias a matar a curas y sacerdotes, ahora solo les faltaba conquistar el Vaticano, en donde había un pápa llamado Rafantoni Ulibísman, un Pápa en donde su arte, era usar pistolas de última generación, para matar a los vándalos. Mientras tanto los poderes eran las tinieblas para catapultar a los armadores de guerras, que se hacían de su cuerpo clavos que atravesaban sus venas, y salían ardores por sus ojos y tiraban cuchillos, que deshacían puertas y marchitaban a los que tenían buena fe. Colpedarra sabia perfectamente que tenía que luchar contra los malvados, y empezó a morder a los Anyeliscos, que tenían cara de haber sido apuñalados por los campesinos al salir de los vientos campestres, entre los ardores, que levantaban rayos de los mismísimos suelos, y electrificaban a las calaveras polares, y estas se fundían en la electricidad y se convertían en agua, para así salir crucificadas. Después se metían por los cables eléctricos y de estos retumbaban las montañas, hasta hacer de los caminos los más crueles momentos que al llegar hacia las costas de los mares acuchillados por la arena despótica, solo habría que ver que Omicaldus reía por saber que sus tormentas eran voces.
     
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    Última modificación: 13 de Marzo de 2010

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