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Capítulo I Maruja (Changua, cascabel y llanto)

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Victor Rodriguez, 27 de Mayo de 2018. Respuestas: 0 | Visitas: 569

  1. Victor Rodriguez

    Victor Rodriguez Poeta fiel al portal

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    -¡Maruja! ¿Es que usted no escucha? ¡Vaya a buscar el huevo!-

    Ordenó el hombre a la niña, con una especie de gruñido. La gallina había salido cacareando de su nido, despavorida, como alma que lleva el diablo. Macilenta por la desnutrición, Maruja que así era su nombre, contaría con 8 años de edad pero, representaba no más de 5 o 6, raquítica. La niña, “diligente” y “robustecida” por la temida orden, soltó el rodillo, fabricado de piedra granítica, con el cual estaba haciendo “ruyas” -especie de diminutos bolillos, de maíz cocido a leña, con la finalidad de molerlo y de convertirlo en masa- Se incorporó y empezó a caminar lo más rápido que su disminuida energía le permitía, debido al arduo y arcaico trabajo de moler granos de maíz, aun cuando fuera cocido y un tanto blando, con piedra.

    -¡Te vas a matar, por la velocidad que llevas!-

    Escuchó una voz tras de sí y con mucho temor pero, con la displicencia ya acostumbrada, continuó caminando. Al aproximarse al destartalado nido, “construido” con hierbas secas, desordenadamente colocadas, dentro de una oxidada y desfondada lata de Avena Quaker, observó a una pequeña cascabel que la advertía, con su característico cascabeleo, de su presencia. Maruja nunca supo si la gallina corría y cacareaba por haber puesto el huevo o si lo hacía, despavorida por la presencia del ofidio. Inmutable, Maruja apartó negligentemente, la venenosa víbora con una rama cualquiera de algún arbusto cualquiera que encontró a mano y procedió a colectar el huevo. Raquítico huevo, de “gallina fina”, de no más de 25 gramos de peso. Al tenerlo en su infantil pero, callosa mano, sintió algo húmedo y se percató que el huevo estaba untado de “lila”, excremento de gallina; esto, la llevó a limpiarse la mano de manera instintiva a la altura de su muslo con el harapo de vestido que llevaba puesto. Concentrada en la limpieza de la mano, escucho otro graznido,

    -¿Es que la mordió el huevo?... ¡Vaya a preparar una changua y deje la joda!-


    La niña se espabiló, terminó de limpiar el huevo y su mano, igual, con sus harapos, mientras caminaba hacia el fogón de chamizas. Procedió a colocar agua y sal, dentro de una vasija de barro cocido, loza sin vidriar y ésta, sobre las tres topias del fogón, las cuales, por efecto de unas agonizantes brazas restantes, aún estaban muy calientes pues, eran de granito, piedra que conserva la temperatura por tiempo prolongado. Estas rocas son acarreadas por y desde los ríos. En su travesía fluvial, a través de los tiempos y por efectos de la abrasión producida por las arenas, tienden a redondearse de tal manera que redondeadas y calientes se hace difícil colocar alguna vasija con fondo redondo sobre ellas. En efecto, cuando la niña trató de colocar el huevo dentro de la vasija del agua con sal, ésta se ladeó y el agua fue a “bañar” las piedras y los restos del huevo las coronaron con ribetes blancos y dorados. Ese accidente provocó la “ruptura” de la glándula biliar del hombre, quien se acercó tambaleante, por el brusco movimiento al levantarse furiosamente, tomó a la niña por sus cabellos y la impulsó hacia las piedras, ya frías, menos mal, por los efectos del “baño” de changua previo: lo que previno que su rostro se quemara.- Rostro bañado en lágrimas, más que por el dolor, por el pavor, dibujado en surcos, pues aquellas lágrimas limpiaban un poco la mugre de su aterrorizado, infantil pero, avejentado semblante.
    Esa noche no hubo cena, la cual iba a consistir en esa especie de mejunje de tres ingredientes; agua, sal y un huevo para un grupo de seis personas: padre, madre y cuatro hijos.

    -¡Qué importaba una cena de menos o de más! Total, no era mucho- Pensó.
    El rostro de la niña, amaneció mucha más limpio… Las lágrimas nocturnas hicieron su trabajo.
     
    #1
    Última modificación: 27 de Mayo de 2018

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