Carta a mi primer hijo

Desde el pecho del padre al hijo que forjó su propio destino

Hijo mío,
mi primer sol,
el que me enseñó a ser hombre más allá de los días,
el que con su primer llanto me abrió el alma como se abre la tierra a la lluvia.
Fuiste mi promesa al viento,
mi paso firme cuando aún temblaba el suelo bajo mis pies.

Te vi crecer entre mis manos torpes,
moldeando el mundo con dedos de barro y fuego.
No tuve todas las respuestas,
pero sí tuve el amor que no pregunta,
que no exige,
que solo da.

Desde niño vi en tus ojos la chispa de lo indomable,
la herencia de los que no se conforman,
la terquedad buena de los que hacen camino,
aunque nadie lo haya trazado antes.

Y así te fuiste haciendo hombre,
con tus heridas bien ganadas y tu frente siempre en alto.
Forjaste tu destino como un herrero forja el hierro:
a golpe de esfuerzo,
de sacrificio callado,
de madrugadas sin testigos.

Te miré en silencio,
orgulloso,
con esa mezcla de nostalgia y honra que solo un padre conoce.
No siempre estuve en cada paso,
pero sí fui sombra que empujaba cuando flaqueabas,
y muralla cuando el mundo quiso quebrarte.

Eres mi hijo,
y al mismo tiempo,
ya no lo eres solo.
Eres del viento,
del sueño que es todo tuyo,
de la historia que escribes con letra firme y sin permiso.

Si alguna vez dudas,
vuelve a estas palabras.
Porque aunque seas hombre hecho y derecho,
para mí sigues siendo el niño que corría tras mi sombra,
el joven que buscó su rumbo,
el hombre que no temió al mundo.

Te abrazo con la fuerza del padre,
y con el respeto que se merece quien ha sabido levantar su nombre.

Con todo mi orgullo y mi amor,
Papá

 

Gracias se me va para Singapur a un puesto de master chef para una universidad culinaria