Carta a un alma sin nombre

Con tinta blanca y letras negras, así es como he concebido cada palabra en esta carta en la que intento mostrar aquello que se encuentra escondido en mi interior. En estas líneas escupo la amargura, le compongo una sonata al amor y lloro palabras en versos bañados con los sentimientos de un niño que ha crecido con miedo a madurar y que se esconde tras estas páginas teñidas con sus sueños y pesadillas, con recuerdos y deseos, con dolor y con pasiones. No siendo un erudito, más bien un aficionado que encontró el consuelo y la libertad pintando paisajes con letras, una simple pluma y papel a expensas del mundo en el que vive, en el que es más fácil tragar hiel que miel.

Algunas personas tienden a encadenar sus sentimientos en la más frágil y a la vez la más fuerte de las prisiones, el corazón, evitan liberarse de ataduras por miedo al dolor, siempre por miedo a sentir ese dolor que va marchitando como el tiempo a las flores el delicado andar del órgano vital y que con cada herida desangra el alma. No se dan cuenta que portan máscaras hechas a la medida de sus pesares y pasiones, por lo que no saben cómo deshacerse de ese falso rostro y mostrar lo que su alma oculta y anhela en verdad.

En mi caso, al escribir transformo esa máscara hecha de melancolía corroída en versos que desahoguen mi dañada alma de todo el pesar que siento y la refresquen con la brisa de un nuevo poema que nace de lo más profundo de ese oscuro abismo al que llamo corazón.

Por ello hoy te invito a viajar conmigo a través de lúgubres laberintos y enmarañadas redes que son mis miedos y alegrías y mostrarte un poco de lo que se esconde en ese mundo descarriado y bizarro que es mi subconsciente; mi oscuro país de las maravillas, un lugar en el que nada es siempre lo que parece y en el que cuanto más descubras, como el gato así de pronto se desvanece.


¿Empezamos ya?