1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Carta de amor

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Luis_Videla, 11 de Noviembre de 2005. Respuestas: 1 | Visitas: 1349

  1. Luis_Videla

    Luis_Videla Poeta adicto al portal

    Se incorporó:
    27 de Octubre de 2005
    Mensajes:
    1.513
    Me gusta recibidos:
    0
    Carlos:

    ¿Para qué me haces todo esto? ¿Hay necesidad de llegar tan lejos? ¿Necesitas ser tan cruel conmigo?
    Si sabes que te quise desde la primera mirada que cruzamos, desde esas dos palabras que intercambiamos; desde que con tu brazo me rodeaste la cintura para bailar , desde que me tomaste de la mano caminando, cuando me devolviste a mi casa, esa noche de calles apenas iluminadas, brisa dócil y Luna llena. Esa noche que no puedo borrar de mi memoria.
    Sé que no te cabe ninguna duda que empecé a amarte desde el instante mismo en que nos conocimos y que a partir de ese momento estuve dispuesta a cualquier cosa con tal que me hicieras tu mujer. De fundir mi carne con tu carne, de recibirte en mi cuerpo... porque te adueñaste de mí para el resto de mis días.
    Te entregué los mejores años de mi vida, querido, lo sabes. Te abrí mi corazón, te ofrendé mi cuerpo, te di tres hijos.
    ¿Es que no te das cuenta que si sigo así, distraída, perderé perspectiva?
    ¿No comprendes que no podré levantar más la vista al cielo, mis pies dejarán de intuir la lluvia y no le encontraré sentido al día?
    Mírame: si ya casi no soy yo quien me espera en casa. Parezco una sombra. Vagabundeo por los rincones, lloro cuando estoy sola, hasta que no tengo más lágrimas.
    ¿Qué tengo que hacer para que te des cuenta que si sigo así, distraída, voy a olvidarme la vida en cualquier esquina?
    Ya no puedo más, querido, amor de mi vida. Yo no fijé el rumbo del destino, lo hizo la vida. Entonces... ¿por qué me culpas? ¿Para qué me torturas día tras día?
    No fui yo quien te sacó de mi lado. Fuiste tú el que me dejaste en un instante, sin avisarme siquiera que te ibas, abandonándome, dejándome sumida en la desesperación.
    ¿Sabes cuántas noches mi piel, esta boca que no te besó, mis dos pechos intactos, una palabra y más de un silencio me preguntaron por ti?
    Desde que te fuiste, las noches se han transformado en horas interminables en las que se cuecen a fuego lento mis dolores más crudos. La noche es para mí, la hora de remendar historias, pero no siempre puedo.
    Mira: soy capaz de dejar tus palabras tal como las soltaste antes de marcharte, girando en el aire como navajas, porque hasta temo cortarme con ellas. Llevo años buscando el ángulo exacto para esquivarlas. Tú sabes, mi vida, que pude y supe inspeccionar casi todos los resquicios de tu corazón. Conozco, casi mejor que tú mismo, cada uno de sus reveses. No quiero aportarle una lágrima más a este incendio y hasta puedo prometerte que de he olvidar lo que he escuchado, sólo por defensa propia.
    Compréndeme, te lo ruego... Ya no puedo dejar que mi mente sufra, mi alma se desgarre y mi cuerpo suplique.
    Ya no puedo soportarlo más...
    Estoy cansada de tropezar, confundida; agotada de inventar palabras y símbolos y más signos para sobrellevar tu ausencia. Estoy fatigada de llorar por los rincones, de mirar al cielo, de mirar al suelo y más abajo.
    Si ya no regresarás, al menos no me tortures más, querido mío.
    Haz por mí esto último que te pido. Te lo ruego, vida mía.
    ¿No te das cuenta que me estoy muriendo?

    María


    María:

    Durante todo el tiempo que vivimos juntos –deberías admitirlo–, hice lo que me fue posible para que fueras feliz. Para que fueras feliz... ¿No suena demasiado cursi?
    A ver, trata de recordar. No, no es reproche. Sólo para que comprendas:
    Elogié tus poemas cuando no eran más que un manojo de papeles arrugados escondidos en un cajón de ese viejo mueble de tu escritorio, y te alenté a escribir. Y cuando me los diste a leer en tu computadora, y quise engalanarlos te molestó. Interpretaste que era una “corrección” –¿una crítica?–, no mirar lo esencial, para detenerme en lo accesorio; el producto de mis “métodos didácticos inapropiados” que te resultaban fastidiosos. No pudiste comprender que yo era capaz de evaluar la intensidad del poema, al mismo tiempo que advertir y corregir acentos faltantes, disposiciones del texto incorrectas, puntuaciones defectuosas y esa empecinada manera de poner dos espacios de barra donde sólo debe ir uno. Puntos donde deben ir comas, signos de puntuación separados de las palabras cuando tienen que ir pegados a ellas. Te expliqué una y mil veces que un texto no sólo es fondo, sino también apariencia. Que no sólo debe ser bueno, sino parecerlo.
    No sirvió de nada.
    Cuando le puse nombre a tus pinturas –después del agotador trabajo de digitalizarlas–, arrugaste el entrecejo y te mostrarte reacia y hasta agresiva por haber violado tu potestad de dejar que esas desconocidas obras de arte siguiesen así, sin nombre y desprovistas de identidad.
    Y después, cuando caíste en la cuenta que los nombres elegidos eran los apropiados y el producto de mi sensibilidad y de mi capacidad de interpretar estados de ánimo, sentimientos e intenciones... lo dejaste correr y ni siquiera me susurraste un “gracias”.
    Lo mismo ocurrió con tu participación en los foros. Te fastidiaba –tu gesto, tu actitud lo ponían en evidencia–, que te aportara mi experiencia. Querías “transitar sola tus vivencias”. Hasta que un desconocido empezó a mostrarte de mal modo lo que yo trataba de transmitirte con dulzura, generosamente, cuidando de no herirte, sin pedir nada a cambio, a no ser una sonrisa y tu felicidad.
    Me pregunto qué habrá sido del vídeo de la reunión de escritores que produje y pagué para esa constelación de mediocres engreídos en la que te habías enrolado, sólo porque estabas allí entre ellos. Lo puedo imaginar, olvidado entre papeles amontonados, en algún polvoriento anaquel de tu biblioteca.
    Después fue el libro... ese libro al que le di forma y consistencia. Un libro que corregí cuidando no modificar nada más que lo imprescindible, para no lastimar tu ego. Un volumen que diagramé con cuidado y diligencia, eligiendo la más apropiada de tus pinturas para la tapa, escogiendo los tipos más elegantes para los poemas. Trabajando con la aplicación de un dedicado a la estética literaria y la devoción de un hombre enamorado.
    Esos libros –edité una decena–, que fue regalo y sorpresa en el día de tu cumpleaños. Diez libros que dedicaste y repartiste entre tus seres queridos entre los cuales yo, seguramente, no estaba incluido... porque no recibí ninguno.
    Y ahora, querida, después de todo lo que ocurrió entre nosotros, justamente ahora, me pides esto.
    El trabajo más arduo. El más difícil y el más ingrato.
    Que escriba una carta de amor.
    Pues ahí la tienes. Es todo lo que pude hacer.
    Dadas las características de la carta, me he permitido utilizar fragmentos, metáforas e ideas de tus propios escritos aunque dudo que los haya dispuesto de manera sentida, de forma que expresen tus más profundas emociones.
    Si no he podido lograr lo que esperabas, lo siento. ¿Qué más puedo hacer? Borra el archivo. Elimínalo de la papelera virtual y olvídate de mí.
    Pero si por ventura he conseguido con mi humilde aporte lo que me pediste que hiciera, pues ahí está. Es mi último regalo. Utilízalo.
    Dale el uso debido a esa carta de amor.
    Eso sí, debo mencionar –para que te conste–, que no vas a conseguir nada con ella.
    Creo que para olvidar definitivamente, para conseguir que cicatricen las heridas de tu corazón, para amortiguar el dolor hasta que se transforme en una reminiscencia, lo único que puedes hacer es, en esos momentos en que te quedas a solas en tu casa vacía, cuando el sufrimiento es tan grande que se torna insoportable, cuando crees que estás enloqueciendo de tanto padecer la ausencia y la soledad se haya transformado en un muro infranqueable... En ese momento, como lo hago yo, deberías hacerle una pregunta.
    Sí, claro. Hay una diferencia. Yo sigo aquí, vivo, a veces extrañándote pese a todo, con el alma doliente y el cerebro sumido en la confusión y la oscuridad.
    Él no.
    Por eso es que creo que esta carta, que me has pedido como último favor, no sirve para nada.
    Los muertos no leen cartas ni reciben correos electrónicos.
    Pero de todos modos, ante el hecho que no puedes con la desesperación por lo inevitable, la ira por la injusticia y el dolor por lo irreversible creo, y sólo creo, que deberías preguntarle, y si no contesta, gritárselo:
    ¿Por qué no te morís de una vez?

    Tuyo, te quiso,

    Pedro
     
    #1
  2. luz

    luz Exp..

    Se incorporó:
    11 de Octubre de 2005
    Mensajes:
    5.539
    Me gusta recibidos:
    1
    Y ME SORPRENDES....COMO LO HACES SIEMPRE BESITOS.....MILES TUYA LUCECITA
     
    #2

Comparte esta página