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Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por HUGO OTERO, 14 de Abril de 2006. Respuestas: 1 | Visitas: 829

  1. HUGO OTERO

    HUGO OTERO Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    25 de Junio de 2005
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    El profundo silencio todo lo invadía, cada espacio estaba colmado de luz, de una luminosidad de la cual me sentía parte, de un fulgor intenso, que unido a ese mutismo insondable que me envolvía, era una santificada paz que jamás había percibido.
    Esta impensada situación me conmovía, ignoraba que estaba sucediendo y extrañado, meditaba sí todo eso era real o tan solo un sueño.
    Súbitamente, el mutismo fue interrumpido por una melodía celestial, que partía de un punto donde el resplandor se advertía más denso.
    No sentía ninguna sensación en mi cuerpo y a pesar de estar en movimiento no caminaba, flotaba.
    La luz delineaba un sendero, un pasillo sin contornos, sin limites visibles.
    A mi lado y en la misma dirección, como atraídos por algo majestuoso se desplazaban otros seres.
    Eran siluetas uniformes con destello propio, presentía que podían ser humanos como yo, pues mi imagen era semejante a la de ellos.
    Todos nos dirigíamos impulsados por una fuerza agradable y una muy bella sensación de bienestar a un infinito y centelleante portal.
    Solamente la claridad cubría mi aspecto al final del laberinto y todo se fundía en ella uniéndose en algo absoluto.
    Debí haber atravesado lo que anteriormente me había parecido un portal, porque inmediatamente el cambio fue íntegro.
    Un valle fértil, entre dos montes tupidos de un pastizal verde intenso, se presentó ante mí.
    Una cascada de agua cristalina descendía por la espesura espejeando el paraje, allí fue donde pude reencontrarme con mi rostro, en el reflejo de ese estanque.
    La piel pálida de mis manos y mi cara no desentonaban con la túnica blanca que cubría mi cuerpo.
    El cielo era de un color añil, sereno, sin nubes y su interior emitía un resplandor blanco inmaculado y el instante semejaba la hora del alba.
    El clima cálido hacia placido el momento, no había brisa y la calma era elocuente.
    Un árbol similar a una magnolia por sus blancas flores y por su intenso aroma, más un largo y rectangular granito a sus raíces, resulto un buen lugar para sentarme y meditar.
    Una y otra vez y aunque estaba experimentando una dulce sensación de bienestar, volví a preguntarme que extraño lugar era ese.  
    No estaba solo, había más gente en ese sitio buscando una repuesta, hombres y mujeres de diferente linaje y distintas edades, recorrían el paraje.
    Sus rostros se veían pálidos al igual que el mío y se les notaba una sensación de asombro similar a la que en mí se reflejaba.
    Todos vestían túnicas blancas de una rara tela liviana semejante a la que yo poseía. Un manto albo inmaculado sin escote, de faldas y mangas largas que los cubría por sobre los tobillos.
    Una madre con su pequeño en brazos, deambulaba sobre el contorno del lago. Caminaba descalza, todos andábamos descalzos.
    La superficie parecía alfombrada de una hierba menuda, suave, aterciopelada, que al andar se tornaba insensible a la planta del pié.
    A pesar de sus rostros pasmados, percibía en ellos una seguridad y una serenidad que también notaba en mí, y que nunca antes había experimentado.
    Creo que todos, inclusive los niños, mientras jugaban saltando sobre los troncos de algunos árboles tumbados, esperábamos que alguien nos explicara porqué estábamos allí.
    De pie junto a la roca, bajo el árbol frondoso y perfumado y mientras observaba distendido jugar a varios pequeños, advertí que alguien se hallaba en mi entorno,  ¡quizá! Decidido a procurarse compañía.
    Sentada sobre la larga roca y a mi espalda una mujer de edad madura era una ocasional compañera y junto a ella, un hombre que aparentaba unos cincuenta años y una muchacha que parecía apenas traspasar la adolescencia de cabello largo y rubio, contemplaban la escena.
    La mujer de unos sesenta años, de mirada profunda, ojos pardos y cabello entrecano examinándome, se presentó.
    - Mi nombre es Raquel – dijo en un bajo timbre de voz-
    - El mío es Marco – contesté antes que me lo preguntara-
    - El mío Esteban – pronunció el cincuentón detrás de mis palabras-
    - ¿ Y el tuyo? – interrogué a la muchacha, que aún permanecía en silencio-
    - Dalia – respondió la muchacha con voz melodiosa -.
    La mujer de edad madura tomó la iniciativa, pareciendo constituirse en el primer protagonista.
    Muy segura de sus palabras, comentó.- noto que están sorprendidos y a la vez confundidos.
    No se hallaba equivocada, pues esa era la sensación que me embargaba, creo que tampoco estaba errada con respecto a Dalia y Esteban.
    En ese instante, presentí que ella manejaba algún indicio para desentrañar ese misterio, del cual éramos a mi entender partícipes involuntarios.
    Raquel continuaba sentada sobre la compacta roca de granito, a su derecha
    Dalia, también sentada, la contemplaba con atención, mientras Esteban y yo permanecíamos de pie.
    - Voy a relatarles una pequeña historia que los va a conmover, - manifestó la mujer – dejando detrás de su dicho, el suficiente suspenso para que los tres nos dispusiéramos a escuchar atentamente en silencio.



    II



    Ellos se conocían desde la adolescencia, habían sido compañeros en la escuela secundaria, donde comenzaron a noviar. Juntos cursaron la carrera universitaria, los dos ostentaban títulos que los acreditaba como abogados.
    Luego de un tiempo de lucha y sacrificio, lograron instalar un estudio jurídico y después de haber transcurrido dieciocho años de estar unidos en matrimonio y de haber concebido una hermosa pareja de hijos ya adolescentes, una niña de quince años de ojos verdes y cabello color oro y un muchachito de diecisiete, serio y responsable para su edad, formaban una familia feliz.
    - Así comenzó Raquel su relato y así prosiguió, con un tono suave y triste en su voz, pero sin titubeos.
    Al finalizar la semana de trabajo tenían por costumbre escaparle a la gran urbe, a sus ensordecedores ruidos, a su aire irrespirable. Para esa ocasión, tiempo atrás, habían adquirido una pequeña quinta, no muy alejada de la ciudad.
    La noche anterior a uno de esos rutinarios viajes de fin de semana y mientras todos se aprestaban a ordenar sus equipajes, un llamado telefónico cambiaría el futuro de sus vidas.
    Ismael, así se llamaba el padre de familia, - aclaró Raquel – atendió el llamado, seguidamente paso la comunicación a su esposa. Del otro lado de la línea una voz entrecortada por dolores suplicaba su presencia.
    Segundos después de finalizada la comunicación, Ismael interrogó a su mujer.
    - ¿Qué le ocurre a Inés? Noté por su voz un estado de preocupación y nerviosismo.
    Ella contestó entonces, mientras acomodaba algunas prendas dentro de un bolso.
    Su embarazo está llegando al final, creo que en cualquier instante nacerá su bebé. Me rogó hacerle compañía.
    Él la miró a los ojos, la conocía muy bien y murmurando, dejó escapar de sus labios un... - parece que no tendremos paseo.
    - Tú sabes que Inés esta sola, – respondió su esposa, agregando – su novio la abandonó al saber que estaba embarazada, además no tiene familiares y soy su única amiga.
    - Nos quedaremos sin viajar, - insistió Ismael, como resignado.-
    - No replicó su señora, - aclarando – le prometiste a los chicos pasar el fin de semana en el campo, recuerda que estarás ausente un mes por asuntos de trabajo y te van a extrañar, como tú a ellos. Es bueno que viajen, así luego soportarás mejor no verlos.
    Ismael medito un instante y alegó – siempre viajamos juntos, - su mujer mirándolo con cariño, contestó. – Perdóname por esta vez, no puedo abandonar a Inés a su suerte, es mi mejor amiga, y me necesita. Ve tú por favor y disfruta con ellos, luego te echaran de menos.
    Así dada la situación, mientras la esposa quedaba acompañando a su amiga parturienta, su marido y sus hijos comenzaban el periplo.
    El día amaneció colmado de niebla, la carretera se hallaba bastante transitada y el pavimento resbaladizo.
    Luego de una hora de viaje, habían recorrido casi la mitad del camino.
    Todo había transcurrido normal hasta ese momento, en sentido contrario al vehículo que conducía Ismael un auto se aproximaba en forma zigzagueante, al volante un muchachón alcoholizado no alcanzaba a controlar el automóvil.
    El bólido se cruzó en la ruta, como un misil buscando destruir su objetivo, el impacto fue tremendo, las consecuencias irremediablemente trágicas, el hombre y sus hijos quedaron atrapados para siempre en una mortaja de hierros retorcidos.
    Tremenda también fue la noticia para la esposa y madre de sus hijos. Desde el instante que se enteró del trágico accidente quedo sumergida en un abismo depresivo y sin consuelo.
    Los días se tornaron insoportables, las horas eternamente amargas.
    El tiempo no lograba menguar en su mente, como era lógico, aquel terrible episodio.
    A pesar de haber transcurrido dos interminables años, todo seguía latente.
    A los cuarenta y siete años tenía el aspecto de una mujer de sesenta, las canas poblaban en parte su cabellera y algunas arrugas profundas en su rostro, más un caminar cansino y encorvado contribuían a formar esta imagen.
    Deambulaba por las solitarias y frías callejuelas del sector más antiguo de la ciudad, ese crudo invierno.
    La situación meteorológica había contribuido en gran medida para que el paraje permaneciera desierto.
    Llegó al añejo puente, mientras una fina llovizna iba lentamente humedeciendo su rostro. El riachuelo corría mansamente cincuenta metros ahí abajo, la sonriente imagen de su esposo e hijos parecían llamarla desde el lecho del río.
    Se hallaba como hipnotizada, arqueó su cuerpo por sobre la baranda, extendió los brazos y se dejó caer, sus pupilas se dilataron, mientras caía y solo seguía viendo a su familia en ese viaje sin regreso.  
    Su frágil cuerpo rebotó sobre la orilla un hilo de sangre emergió de sus oídos y otro desde sus fosas nasales, quedo inmóvil, mientras el agua y el silencio formaban el entorno.
    - Así concluyo Raquel tan trágica historia, para confesar en el final que esa mujer había sido ella.
    Si con su relato Raquel intentó conmovernos, al menos conmigo logró su cometido. Pero con su última frase no solo eso consiguió, sino que también alcanzó a confundirme.
    Si ella era una de los protagonistas de ese relato y se había quitado la vida, como podía estar en ese momento conversando con nosotros.
    Cualquiera que hubiese estado atento a su relato, al haberse enterado de su conclusión se sentiría desconcertado.
    Dalia no había perdido detalle de lo narrado. Mientras observaba atentamente a Raquel y ésta se reflejaba en el profundo e intenso verde del iris de sus ojos, confusa y turbada expresó.
    - No creo lo que has relatado, no puedo entender como es posible que si tomaste la horrible decisión de quitarte la vida, estés dialogando entre nosotros.
    Esteban y yo opinábamos lo mismo. Raquel tenía un semblante pálido, pero era una particularidad que nos concernía a todos, por lo demás no presentaba golpes a la vista ni tampoco sangraba y se movía con normalidad.
    Ella se manifestó tratándonos de incrédulos al no saber ni entender nada de esa realidad, agregando.
    - Todos de una u otra forma, en cierto momento de nuestras vidas hemos adquirido un abono, una entrada para arribar a este sitio, con una fecha estimada que solo se halla en los genes de nuestro destino.
    Algunos como yo, por propia decisión. Otros como les ha sucedido a ustedes, inconscientemente.
    Al finalizar su aclaración, Raquel nos observó en silencio por un instante, tal vez tratando de intuir lo que estabamos pensando.



    III



    Según lo expresado por Raquel en su relato y por el recuerdo de mis últimos instantes antes de comenzar esta extraña travesía, la situación, daba a   imaginar en algo sobrenatural.
    Si en determinado momento ella había tratado de intuir que pensábamos, creo que en mi caso  se dió cuenta  que yo percibía que alguna mutación había cambiado nuestras vidas.
    La mujer, comentó que todos debíamos resolver ese misterio y para conseguirlo, a su entender cada uno de nosotros debía comenzar a hilvanar sus últimos pasos.
    - Si nos has contado sin conocernos parte de tu vida, - comentó Dalia, con tono  de voz adolescente -. No puedo dejar de narrarte, ni tampoco a ustedes, parte de lo que he vivido y particularmente  lo  que me ha ocurrido  en estos últimos meses.
    Me siento sorprendida, hay una fuerza superior que gravita en mí, una virtuosa sensación que jamás había advertido, un secreto de confesión que induce a sincerarme  por medio de ustedes.
    Esa energía interior de la que hablaba la muchacha, también la experimentábamos  Esteban y yo.
    Recuerdo, que mientras las dos mujeres dialogaban, nosotros  habíamos estado cambiando opiniones, arribando a la misma conclusión.
    Era algo inevitable de controlar, un poder incontenible por el cual debíamos confesar ciertos e importantes momentos de nuestras vidas y como principal fundamento  los últimos instantes  vividos.
    Esa práctica de sinceridad nos conduciría  a conocer la verdad a revelar como habíamos arribado a ese lugar y  ¿porqué...?  
    Los grandes ojos verdes de Dalia se abrieron, descubriendo sus pupilas iluminadas de recuerdos.
    Ella  era una mujer de bello rostro, su cabello de color oro, largo y lacio, descendía como una cascada sobre sus hombros. Semejaban una especie de catarata de espigas de trigo, iluminada por rayos solares, que cesaba sobre su cintura. La cual imaginaba muy delgada  a pesar de la túnica que la cubría, pues era la única forma posible para estar en armonía con sus finas facciones.
    Jamás supe de mujer alguna con la belleza de  Dalia, ni siquiera imaginado que pudiese existir.
    La miré detenidamente, era un gozo para la vista y junto a mis ocasionales compañeros me dispuse a escucharla atentamente.
    - Nací en un lugar humilde, en un barrio obrero de la periferia, mis padres           son gente de trabajo, nunca nos sobró nada, pero papá ha hecho lo imposible para que tampoco nos falte.
    Sentenció Dalia con un suave timbre de voz y continuó diciendo.
    - Tengo una hermana mayor, apenas un año, ha cumplido veintiuno.
    Desde pequeñas hemos sido compinches, juntas caminábamos cada mañana, las cinco cuadras que separan nuestra casa de la escuela y juntas retornábamos por la tarde, agobiadas y ansiosas por llegar a nuestro hogar desandando el mismo camino.
    Luego de la merienda que mamá siempre tenía preparada sobre la mesa de la cocina y ya descansadas, nos poníamos a jugar en el pequeño patio de baldosas gastadas y macetas huérfanas de plantas que existe en el fondo de la casa.
    Nuestro gran delirio fue, como el de muchos otros chicos de nuestra edad, jugar a lo que nos gustaría ser cuando fuésemos mayores.
    Mi hermana Elena soñaba con ser veterinaria y nuestro pobre perro “pancita” sufría las consecuencias. Siempre terminaba vendado de los pies a la cabeza, parecía una momia.
    Por mi parte apostaba en esos juegos infantiles a graduarme de abogada, creo que era mi vocación, pues cuando papá o mamá me reprendían por algo incorrecto, hablaba sin parar defendiéndome hasta que ellos se cansaban y decidían perdonarme.
    Papá no ha tenido suerte con su trabajo, ha peregrinado por diferentes empleos, se ha desempeñado como cartero, también como albañil y en una oportunidad obtuvo un empleo de agente de seguros.
    En la actualidad, trabaja en una oficina de la aduana. Mamá se ha dedicado al hogar, es una excelente ama de casa, siempre nos ha tratado con dulzura.
    Mi hermana Elena y yo seguimos estudiando, las dos abrazamos la carrera de nuestros sueños, los de la infancia, ella veterinaria, yo abogacía.
    Nuestros padres se sienten orgullosos de podernos complacer.
    Pero toda esta humilde felicidad se ha esfumado, hace aproximadamente cinco meses.
    - Al pronunciar estas últimas palabras su rostro se tornó tenso, su voz se notó por primera vez con un dejo de tristeza.
    - Ellos han perdido su sonrisa y se encuentran angustiados, - continuó Dalia con su relato, agregando. – Todo ha sido por mi culpa.
    Una mañana de Marzo, cuando empezaba el mes, comencé con un pequeño malestar que de a poco se fue acentuando.
    Me sentía completamente débil, mi piel se había tornado de un color amarillento y la temperatura de mi cuerpo oscilaba alrededor de los cuarenta y dos grados.
    Obnubilada por la fiebre ví a mamá y a Elena muy angustiadas.
    Oí como lejano el ulular de una sirena y al instante algunas personas con blancas vestimentas, a las que veía difusamente, trataban de conversarme pero no lograba entender nada de lo que decían.
    Advertí que me transportaban, luego debo haber pasado a un estado de inconsciencia.
    Cuando desperté, me hallaba dentro de una pequeña pieza, sus paredes pintadas de color blanco no contenían ningún adorno, exceptuando la que estaba a mi derecha. Esta mostraba un pequeño crucifijo, en él detuve la vista un instante, mientras de mi mente surgía esa pregunta que nos hacemos los creyentes cuando algo grave nos aqueja.
    - ¿ Qué sucede Dios mío?
    y enseguida el ruego, la súplica.
    ¡Ayúdame Señor!
    Mi cuerpo parecía una marioneta, tenía conectada sondas que manaban de mis fosas nasales y también de mis muñecas.
    Mamá permanecía sentada a mi lado, atenta y con una sonrisa que bosquejaban sus temblorosos labios, observaba como despertaba de mi corto o largo letargo.
    Con el transcurso de los días, mi salud se fue restableciendo lentamente y con el alta médica regresé a casa.
    La historia clínica daba cuenta de que había padecido de una repentina hepatitis virósica.
    Ante una recaída, mi salud se encontraba quebrantada cuando comenzó el invierno, mi cuerpo se debilitaba rápidamente y mi organismo no respondía al tratamiento indicado.
    Volvieron a internarme, estudios, pinchazos, enfermeros tratándome compasivamente y médicos con rostros adustos, nuevamente mis padres y mi buena hermana preocupados. Creo que sufría  de verlos a ellos, que por mi grave salud.
    Sentía como las fuerzas me abandonaban lentamente y rogué una y otra vez a mi madre contarme que tan mal estaba.
    Por fin ella se decidió y con un suave y pausado tono de voz, haciéndome recordar cuando de pequeña me relataba aquellos fantásticos y hermosos cuentos infantiles al pie de la cama, donde lograba dormirme para después soñar con príncipes y doncellas; me relato la pesadilla más horrenda que jamás hubiese imaginado.
    - Tranquila hija mía, tu hígado está enfermo, deben someterte a un transplante, todo está controlado, los doctores pronto realizarán la operación.
    Ella tenía la mirada triste y sus ojos se tornaron vidriosos, pero no dejó derramar una lágrima.
    Lo último que escuche de sus labios fue, - perdóname hija mía, mientras su voz se entrecortaba por la angustia.
    Mi organismo estaba muy débil para mantenerme consciente, sentía que los párpados pesaban como plomo y cayeron sobre mis ojos igual que el telón en el final de una función.
    Extraño fue ver mi cuerpo recostado sobre la cama, tieso, inmóvil, pálido mi rostro e intensamente demacrado, observándolo desde la altura, extraño también, ver a mi madre arrodillada sobre mi lecho con los ojos colmados de lágrimas y a mi hermana y a mi padre de pie en la misma escena, fundidos en un trágico abrazo de impotencia.
    Ningún dolor físico me aquejaba, sentí que estaba libre de todo los tormentos sufridos por la terrible enfermedad, mas cuando intenté acercarme a mi madre para consolarla, una luz brillante que todo lo envolvía, fue absorviéndome lentamente.
    Así comencé un viaje maravilloso, por un túnel lleno de fulgor, culminando en este majestuoso paraíso.
    Luego de estas palabras, Dalia hizo silencio que todos compartimos, había aliviado su espíritu y también el nuestro. Raquel decidió interrumpirlo para decir...
    - Tenemos que aceptar esta verdad. – Afirmó convencida -.
    - La tierra fue el lugar donde habitaron nuestros cuerpos, pero ya no somos organismos materiales, hoy nos encontramos aquí, en este maravilloso sitio, donde sin darnos cuenta siquiera nos hemos convertido en almas liberadas, espíritus con una etérea imagen de nuestros cuerpos.
    Me permito decir esto, pensando que a ustedes, quizá les suceda lo mismo, lo único que logro percibir es un vehemente amor a todo lo que nos rodea.

     

    IV


    Las dos mujeres dialogaban amigablemente. Esteban escuchaba sin participar, mientras tanto yo observaba a mi alrededor.
    Los niños saltaban, corrían sobre la verde gramilla, ese lugar era verdaderamente un paraíso, un sitio único, espléndido, indescriptible...
    Sobre el horizonte, descendiendo por una ladera, flanqueado por seres místicos de holgadas túnicas níveas se aproximaba un niño, cuya edad se podía calcular tal vez, al rededor de los doce años.
    Se encaminaba lentamente en nuestra dirección y a medida que avanzaba, posaba sus manos sobre cada una de las almas que encontraba en su camino y las bendecía mientras dialogaba con ellas.
    A la distancia fui descubriendo sus contornos, de su espalda nacían alas, cuyos brotes comenzaban a la altura de la cintura, emanadas del medio de aquella, justo donde se encuentra la columna vertebral.
    Estas parecían ser plumíferas, además emitían una luz brillante de color celeste, formando una aureola al rededor de su imagen.
    Nunca había visto un ángel y además poco creía en ellos, aunque sí, cierta vez tuve la oportunidad de visitar el museo de un castillo medieval y algunas de las pinturas y esculturas antiguas que allí se exhibían con motivos religiosos representaban imágenes de éstos y éste que estaba viendo era sorprendentemente parecido a esas imágenes. Supuse entonces, que los autores de esa antiguas obras de arte, evidentemente se habían inspirado en alguna visión divina.
    Abstraído observando los movimientos de ese espíritu celestial, no advertí que Esteban había comenzado a relatar parte de lo acontecido durante su existencia material.
    - Tuve una difícil infancia. Comentó Esteban lamentándose para luego agregar.
    - Jamás conocí a mi padre, mamá nunca hablo de él y mientras estuvimos juntos tampoco le pregunté. Pero por comentarios de ella con su hermano, me enteré que la había abandonado antes de que yo naciera.
    Mamá intentó durante todo momento guiarme por el mejor sendero, a pesar que durante la mayor parte del día no nos veíamos, pues la pobre debía trabajar para poder mantenernos.
    Por la mañana me acompañaba hasta el colegio, luego la tía Mónica – ésta era la esposa del tío Luis, el único hermano de mamá me esperaba a la salida y permanecía en su casa.
    Al atardecer cuando el día agonizaba, mamá pasaba a buscarme y caminábamos de la mano lentamente, retornando a nuestro hogar.
    ¡Cómo aguardaba con ansiedad ese instante, era el momento más dichoso del día!
    Nos contábamos todo lo que había sucedido durante la jornada, lo mío de la escuela y lo de su trabajo, nos escuchábamos atentamente.
    Una vez en casa, trataba de ayudarla en los quehaceres hogareños, luego cenábamos y al final ya extenuado por la extensa jornada vivida, me apretaba contra su maternal pecho y así quedarme dormido como lo que era, un infante soñador.
    Recuerdo que me estrujaba tanto contra su cuerpo, anhelando que el tiempo no nos separara jamás.
    Pero eso tan solo fue un deseo, un día mamá no se hallaba bien de salud, tuvieron que internarla en un sanatorio y mis tíos me llevaron a vivir con ellos hasta que se repusiera.
    Todos los días, a la salida del colegio pasaba por el policlínico y al verla      notaba  un progresivo debilitamiento  de su energía y a pesar de mi corta edad y a mi escasa experiencia sobre la vida, los malos pensamientos me aterraban.
    Uno de esos interminables y angustiantes días y cuando en esa pequeña y acongojada habitación nos encontrábamos solos, hizo que reclinara mi cabeza sobre sí y rozando con sus labios mi oreja, susurró con un hilo de voz entrecortada, - cuídate pequeño mío, que mamá eternamente estará a tu lado para guiarte y protegerte aunque no la veas.
    Al día siguiente regresé al hospital acompañado por mi tía Mónica.
    Allí se encontraba el tío Luis, en la sala de espera con el rostro apesadumbrado y sus ojos enrojecidos.
    Lo miré con angustia y desesperación y él, con vos temblorosa y colmada de amargura, solo atinó a decirme. – Mamá se marcho al cielo.
    Nos confundimos en un interminable abrazo y mientras él descargaba en mí su pena de hermano yo vertía en el mi dolor de hijo.
    Entonces estaba por cumplir doce años.
    El tiempo fue transcurriendo y aunque los tíos me trataban bien, cuando cumplí dieciocho años, decidí marcharme y así enfrentar la vida, tomando mis propias decisiones sin tener que herir ni perjudicar a nadie.
    Aún conservo en la retina la imagen de mi tía lagrimeando y en los oídos la voz del tío con un último consejo.
    Desde entonces la vida me ha hecho protagonista de diferentes situaciones, muchas de las cuales fueron marcando mi destino.
    El amor de mi madre y las circunstancia de haberla perdido de pequeño,
    solo sirvió para que sucumbiera toda relación amorosa, pues erróneamente comparaba a cada mujer que conocía con ella.
    Durante el transcurso de la vida fui convirtiéndome en un individuo solitario, enclaustrado en vehementes pensamientos.
    No permanecía en ningún empleo y apenas me alcanzaba para subsistir, el poco dinero que recibía como pago por alguna changa.
    Empecé a deambular por la ciudad, sin hogar, sin tener donde habitar, sin un lugar donde cobijarme. Comencé a vivir de limosnas, de la caridad de algunos, sucio, mal oliente, durmiendo en alguna ochava o sobre el banco de una plaza.
    Sin imaginarlo, me transforme en un ciruja. Así es, - afirmó Esteban – mientras los tres seguíamos escuchando con atención, sin atrevernos a interrumpir su relato.
    - Ustedes se hallan en presencia de un vagabundo, uno de esos harapientos linyeras que se ven por algunos lugares de la ciudad, uno de esos marginados de la sociedad. Los que se alimentan de desperdicios y orinan y defecan en la vereda.
    Cuantas veces quizás, ustedes al ver uno de nosotros, se haya preguntado - ¿Porqué vive de esa manera, tendrá familiares?, recibiendo como una posible respuesta. Tal vez sea un enfermo mental  fugado de algún centro psiquiátrico.
    La vida me ha conducido por este camino y aunque no ha sido el destino que he deseado, lo acepto.
    Antes de arribar a este paraíso espiritual, recuerdo ver a un niño pequeño de la mano de su madre.
    Caminan lentamente sobre la vereda, la mujer se distrae un instante, tal vez observando algo en una vidriera, el pequeño se suelta de su mano y desciende a la calzada.
    Un vehículo de gran porte circula por la calle, intuyo que el conductor no logrará evitar de arrollar al chico, me adelanto a la inminente secuencia y lanzándome sobre el niño, logro apartarlo de la misma senda con la yema de los dedos, siento un golpe terrible, desgarrador contra mi cuerpo, luego todo es silencio y al instante oigo el llanto del niño y los desesperados gritos de la madre.
    Siento que me elevo lentamente y todo lo veo como sí  me encontrase en el palco de un teatro, la madre y su hijo abrazados en un costado, los dos llorando y gente alrededor de mi cuerpo que ésta tendido en medio de la calle, sumergido en un charco de sangre que fluye abundante desde mi cabeza.
    Sigo ascendiendo, calculo como unos veinticinco metros, pues tengo una buena y amplia vista de lo que está sucediendo. Comienzo a sentir algo que me atrae, penetro por una brecha inmaterial y recalo en un túnel luminoso, escucho una melodía celestial y me dejo llevar por una dulce y majestuosa sensación.
    Ahora estoy con ustedes, - Así concluyó Esteban su relato.




    V



    Lo narrado por Esteban, contenía un final similar al relato de Dalia. Esta  forma, al entender de los cuatro, era la manera que cada espíritu abandona el cuerpo terrenal, el cual Dios nos ha asignado a cada uno para luego...
    ¡Quizá! El niño ángel, quien continuaba acercándose pausadamente e inevitablemente en algún instante iba a estar frente a nosotros, nos podría develar esta incógnita.
    Por fin había llegado mi momento, no soportaba más contener en el alma lo que en forma concisa debía narrar de mi vida.
    Ellos estaban atentos, ansiosos por saber algo de mi, Dalia y Raquel continuaban sentadas sobre la piedra, bajo el árbol perfumado, mientras Esteban permanecía de pie.
    Comencé refiriéndome a lo que tal vez fue, el origen por el cual mi espíritu se hundió en lo más profundo y obscuro de mi ser, dando paso a una vida miserable, una vida donde solo hubo sitio en  tiempo y espacio para la lujuria, la codicia, el vicio. Donde la prioridad, fue lastimar al semejante, al estar mi cuerpo poseído por la envidia, la maldad, la vanidad...
    Perdí a mis padres en un accidente de avión, cuando apenas tenía once años de vida, quedando a cuidado de mi único tío, hermano de papá y soltero empedernido. Tal vez por que solo le ha interesado durante su existencia la industria petrolera de la cual mi padre era su socio.
    Luego de la muerte de mis padres, lo primero que hizo fue mudarse a casa, después contrato una institutriz para cuidarme y educarme.
    Así transcurrieron cinco largos años de mi vida, junto a Irma la institutriz.
    Ella era una buena mujer y además de haber aprendido todo lo que me enseñaba, también había aprendido a odiarla.
    Creo que la principal causa de mi desprecio se fundaba, en que la imaginaba queriendo ocupar el lugar de mi madre.
    Al tío Aldo, ese es su nombre lo veía poco, siempre estaba atareado, ocupado con múltiples negocios en su oficina de la empresa o en reuniones de directorio o visitando la refinería.
    Cuando se encontraba en casa, también pasaba largas horas sentado frente a su escritorio, revisando proyectos sobre algún negocio que le procurase interesantes ganancias.
    Cierta vez, aburrido del rumbo que tomaba mi existencia, ideé un plan para escapar de esa monótona y odiosa manera de vivir.
    Robar las joyas qué el tío Aldo guardaba celosamente en la caja fuerte que se encontraba empotrada en la pared de su dormitorio, oculta detrás de una cortina, fue mi objetivo.
    Un día, hurgando en su escritorio, descubrí un trozo de papel donde se podía leer cinco números con distinta orientación, hacia derecha e izquierda respectivamente. Esta clave era la combinación con la cual se habría la puerta que me guiaba directamente a contactarme con esas alhajas que poseían un gran valor y que por otra parte varias de estas, a mi entender me pertenecían, pues recordaba que algunas se las había visto lucir a mi madre, como ser un hermoso collar de perlas que mi padre le obsequió al cumplir años de casados.
    Retenía en la memoria la clave con los números, ya que en varias oportunidades la había utilizado para estar cerca de las joyas.
    Irma tenía un día libre en la semana y fue entonces, cuando decidí volver a utilizar la combinación para abrir la caja fuerte, retirar las joyas y no regresarlas nunca más.
    El tío Aldo, no tardó mucho en darse cuenta que alguien había hurtado su preciado tesoro, pues le deleitaba una vez por semana recluirse en su habitación y como si fuera un rito, un acto necesario, quedarse extasiado admirando esa pequeña fortuna. Creo que para él, era una fuente de energía que le daba impulso para seguir con sus negocios y acumular más y más riqueza.
    Desde mi habitación oí su alarido y asomándome  al pasillo, lo vi como enloquecido moviéndose de un lado a otro, mientras, vociferaba - ¡Me han robado, me han robado!
    Su cara regordeta y colorada parecía apunto de estallar.
    Luego de algunos instantes y un poco más calmo llamó a Irma, ésta al enterarse no encontraba explicación alguna a lo que había sucedido.
    En ese momento decidí intervenir, bajé lentamente la escalera que desembocaba a la sala de estar, precisamente donde estaban conversando el tío e Irma y mirándolos, levante la mano derecha y apuntando con el dedo índice, como si fuese un arma de fuego, descargué mis perversas municiones sobre el débil y frágil blanco que resultó ser la institutriz.
    - Ella es la ladrona – grité a viva voz – La vi. – Afirmé – tratando de convencer y convencerme de tan asquerosa mentira.
    El tío miró a Irma fijamente y con voz severa – dijo -, nunca hubiese esperado esta traición de su parte. Él pretendía denunciarla pero lo disuadí.
    Irma no se defendió y aunque imaginaba la verdad, nada dijo, me quería demasiado, bajó la mirada, se dirigió a su cuarto, empacó sus cosas y nunca más la vi.
    Ya no hubo dificultades ni obstáculos para hacer lo que desease, el tío se resignó a la perdida de las alhajas y siguió dedicándose a sus negocios olvidándose de mí.
    No busco un reemplazo para Irma, pues muy pronto cumpliría dieciocho años y ya no estaba para que alguien me cuidase.
    Con el tiempo comencé a frecuentar lugares de baja reputación.
    Las malas compañías acentuaron mi naufragio, un día aspiré el maldito polvo blanco y desde ese instante quedé prisionero y a merced del vicio.
    También es necesario que les hable de mi relación con Paula, de sus ojos grandes y marrones, que con solo mirarme han despertado en mí, ardientes deseos sexuales.
    Cuantas veces hemos pasado juntos noches de orgía hasta el amanecer, fundidos en un solo ser ardiente de placer, retorciéndose empapado en sudor hasta el éxtasis.
    Esto que ahora les voy a relatar, es lo que me ha sucedido antes de aparecer aquí.
    Estaba sentado en una confitería tomando café, aguardando por Paula. Mientras esperaba su llegada leía el diario y entre ese mar de noticias que contenían sus páginas, mi atención se centró sobre una fotografía que mostraba el rostro de una mujer muy bella, se diría casi adolescente, a pesar de la mala impresión gráfica sobre el aún peor papel del periódico.
    Al pie de la fotografía, la noticia daba cuenta que la joven necesitaba con urgencia un transplante hepático y que era escaso el tiempo para realizarlo. Se necesitaba con suma urgencia un donante para salvar su vida.
    Interrumpí mi relato para aclararle a Dalia, que al verla, enseguida supe que ella era la chica del diario y que su bello rostro no podía olvidarse, aunque se hallase visto tan solo un segundo.
    Ella se sonrió, en otras circunstancias creo que su rostro se hubiese sonrojado, pero en el lugar que estábamos, la piel de nuestros cuerpos o de la imagen volátil de ellos no cambiaba, siempre era de un tono pálido.
    Le rogué que me perdonase, porque la noticia no me había conmovido en absoluto y además porque mientras leía el artículo, decidí que jamás iba a donar parte de mi cuerpo, sentenciando que el día que me tocase morir, éste debería pudrirse tal cual se encontrase en ese instante.      
    Luego de esa aclaración, continué con mi relato.
    Todo olvidé en el instante que llegó Paula, su cautivante mirada me atrapaba, dejé el diario sobre la mesa, la tomé de la mano y saliendo de la confitería, trepamos a mi poderosa moto importada y partimos como una exhalación en busca de un agujero  para nuestro desenfreno sexual.
    Estábamos acostados, besando yo sus hermosos y boluminosos pechos ardientes de placer.
    (Ella hace muy bien su trabajo de prostituta, hermosa pelirroja que a vendido su alma al vicio y a la degradación, ejerciendo la actividad más antigua de la humanidad).
    Yo la busco siempre que estoy vacío, en los momentos que me encuentro deprimido, cuando siento que la vida no tiene razón de ser.
    Juntos inhalábamos ese maldito polvo blanco que nos transporta a un mundo de sombras irreales y así poder unirnos en un abismo carnal, una orgía lasciva y sin final.
    Paula jamás lo ha hecho por dinero conmigo, dice que me ama (loca idea producida por la miserable combinación de drogas y alcohol).
    Como les narraba hace un instante, estábamos en uno de nuestros asiduos hechos amorosos, cuando recordé que había concertado una cita con amigos.
    Infaltable juego de barajas donde debíamos esquilmar a pobre infeliz.
    Con un grosero ademán, aparté la sudorosa humanidad de Paula, ella sorprendida por la tosca forma en mi proceder, no cesaba de insultarme.
    De un ágil salto, estaba de pie y en menos de un minuto logré vestirme, mientras en mis oídos continuaban retumbando los insultos de mi compañera, que se debilitan a medida que me alejaba de esa guarida lasciva.
    Una vez en la calle, trepé a la motocicleta y partí de pisa.
    Tomé la avenida principal, la arteria se hallaba bien iluminada, imprimí a la moto mayor velocidad para llegar. Las ruedas casi no tocaban el pavimento y el semáforo no me habilitaba, sin embargo intenté atravesar la bocacalle, nunca alcancé a ver aquel vehículo, el estruendo fue espantoso.
    Fui amo del espacio y mientras mi cuerpo volaba por el aire, por mi mente comenzaron a sucederse ininterrumpidamente imágenes del pasado, definiéndose como las más patéticas, todas aquellas donde predominaban las malas acciones y cada una de ellas con su arrepentimiento.
    El golpe contra el pavimento fue horrendo, desgarrador y mi cuerpo rebotó una y otra vez contra el suelo, convirtiéndose en una marioneta inanimada, mientras la motocicleta se incendiaba y estallaba, iluminando los rostros sorprendidos y angustiados de los ocasionales espectadores.
    Toda esta secuencia que le estoy describiendo, la comencé a ver, como si estuviera suspendido en el espacio, para luego, casi al instante, sentir como una extraña fuerza sobrenatural atraía mi ser.
    Lo más notorio era que nada hacía por tratar de zafar de esa rara situación, por lo contrario, me dejaba llevar, absorber por esa energía, hasta que penetre en un largo y refulgente túnel.
    Ustedes conocen el resto de esta historia, pues les ha tocado transitar la misma senda.


    VI



    Motivado por mi relato no lo había visto llegar, pero allí estaba, a mis espaldas, su centelleante imagen, su rostro de niño, sus plumosas alas, que parecían aterciopeladas y sus ojos, de un intenso azul que hacían de su profunda mirada un llamado celestial.
    - Dios está entre nosotros. Fueron sus palabras a modo de presentación, para agregar.
    - “Él” me ha ubicado en este sitio, al cual dio vida cuando creó al hombre y al que denominó limbo y aquí estoy para servirle.
    Al hombre, su hijo prodigo, brindó parte de su espíritu infinito y lo dotó de inteligencia para poder vivir y desarrollarse en el universo que previamente creó.
    El ser humano esta adaptado para vivir sobre la tierra, primer hogar que el Señor le ha concedido, luego con el transcurso de los siglos y a pesar de la agresividad que el hombre a generado en sí, por medio de la codicia y el poder material, exterminando a otros seres creados por nuestro hacedor para que lo acompañen y le sirvan.
    Como también aniquilándose entre su misma especie, a pesar de todo esto, como les relaté anteriormente, la criatura humana está llamada a habitar hasta en el más ignoto planeta de la estrella más lejana de la tierra.
    Luego de esta revelación hecha por el arcángel, éste prosiguió.
                 Les he narrado en forma sintética como Dios creo al hombre. Cuando vió que el alma humana, esa energía etérea que Él le había brindado, se degeneraba dando paso a los pecados más horrendos; envió a su hijo encarnando su espíritu en un ser maravilloso, Jesús al cual llamaron Cristo, ungido en óleo sagrado, quién fue anunciado por ángeles y profetas muchos siglos antes de nacer.
    En tiempos anteriores al nacimiento de Cristo, su hijo, hecho hombre para salvar a la humanidad, de su autodestrucción, Dios fue sembrando su llegada.
    El Señor se comunicó con otros humanos, en ocasiones, por medio de ángeles, otras por visiones o sueños y algunas veces por voces surgidas de la nada.
    Nunca nadie encarnado ha visto al creador, ese solo es privilegio de las almas limpias, éstas no solo lo verán, sino que vivirán eternamente en Él.
    A través de estos mensajes, recibidos por seres dotados de una sensibilidad espiritual extrema, se fueron formando distintas corrientes religiosas.
    Los mensajes divinos, no fueron interpretados de la misma forma por las diferentes razas humanas.
    Esto de debió a las diferentes costumbres y tradiciones que cada comunidad había adquirido en el transcurso de su existencia.
    Desde el confusionismo, redactado por Confusio, filósofo y moralista chino del siglo VI a. de J.C.  que vivió entre los años (551-479) y del cual lleva su nombre o sino desde el taoísmo, doctrina algo más antigua que la anterior, fundada por otro filósofo chino Laos –tse, que sostiene en su fundamento la existencia de una esencia universal llamada Tao (principio indefinido de todo lo que existe, lo absoluto). Como también, de todas las almas que profesan el hinduismo, conocida con el nombre de brahamanismo, doctrina que promueve las desigualdades sociales o la del islamismo o musulmana, predicada por Mahoma y cuyos preceptos figuran en el Corán, religión ésta, surgida después de Cristo entre los años (571-632)
    Otra religión que no escapa a la determinación de Dios, es el budismo, fundada por Siddharta Gautama, príncipe indio que vivió entre los años (560-480).
    Hay otras creencias religiosas como el gnosticismo o las existentes en la organización tribal, hasta los ateos seres espirituales que niegan la existencia de Dios, las politeístas, creencias milenarias...
    Todos los seres humanos que habitan sobre la corteza terrestre, llevan parte del espíritu de nuestro Redentor. Pues el Padre a todos nos ha creado y a cada uno, no importando el credo, la raza, el sexo o el color de la piel, amarilla, negra, blanca, o mestizo, nos ha provisto de su espíritu, que al perecer el cuerpo en que habita, toma de éste su contorno, formando un aura en función de la energía que genera.
    Jesucristo es el hijo de Dios y aquel que practique sus enseñanzas con fe, alcanzará la vida eterna sin sufrimientos, salvo los que padezca durante su vida material.
    La raza hebrea, fue escogida por Dios o Jehová o Adonay o Adoní o Yahvé (no importa el nombre con que lo identifiquen, siempre será el creador) fue la elegida para acunar al Salvador, su hijo, por ser sus integrantes los de espíritu más anhelante.
    Moisés, legislador del pueblo hebreo en el siglo XIV a. de J.C.  fue informado por Jehová de la venida de su hijo, sin especificarle en que momento y lugar, cuando se encontraba en retiro espiritual en el monte Sinaí y mientras le dictaba el Decálogo, código religioso y moral.
    Moisés, los profetas y los patriarcas, han tenido ese privilegio, el de saber por intermedio de Dios, del futuro nacimiento del Mesías, hecho que jamás se repetirá.
    Todas las religiones cristianas, teniendo por madre la  Católica Apostólica Romana, son la división de la doctrina enseñada por Jesús de Nazaret y divulgada por sus discípulos, que al igual que todas las anteriormente nombradas, son valederas para nuestro creador, pues lo único que salva y da paz a nuestra alma, es la fe y el amor solidario a nuestros semejantes, por sobre todas las cosas, que es sinónimo de amor a Dios.
    - Luego de la prédica, la que todos escuchamos con atención, el Arcángel blanco pronunció el nombre de cada una de las almas que allí se encontraban, callando el mío y con  un ademán realizado con una de sus manos, les mostró el camino rumbo a la dicha celestial.
    Mientras observaba con resignación, como penetraban por un amplio sendero bordeado en sus extremos por una bruma profundamente blanca, que se iba confundiendo con sus túnicas también blancas y una melodía tenue y angelical surgía de la nada colmando todo el entorno, traté de imaginar lo glorioso e infinito que debía ser el reino de Dios.
    El ángel niño me observaba detenidamente con su cristalina mirada y con un triste tono de voz, me dijo susurrante.
    - Este no es el sino de tu alma Marco, lamentablemente no tendrás aun el privilegio de estar junto al señor.
    Luego, girando su figura, levantó su mano y con su dedo índice, indicó mi rumbo.
    Nada dije, solo contemplé por última vez ese hermoso lugar, primera morada donde llegan los espíritus terrenales con sus miserias y sufrimientos a cuestas y comencé a recorrer el camino indicado.
       
       

    VII



    Tomé un camino cuyos márgenes estaban poblados por una vegetación cálida y mientras iba internándome por esa senda, pensaba que todo lo que me rodeaba luego del accidente y desde que había aparecido en ese sitio, el suelo, el agua, las flores... estaba constituido por algo abstracto, algo así como un ente espiritual, una esencia intangible que todo lo formaba.
    Estaba seguro que nada de lo que allí se veía, aunque era semejante a lo existente en la vida terrenal, podía estar formado por materia y aunque lograba palparlas, ninguna de esas cosas parecían ocupar un lugar físico.
    También me entristeció saber, que estaba alejándome del camino que me guiaba al paraíso y cargaba con la pena de saber que jamás iba a alcanzar la dicha y el placer de unirme a Dios.
    No era el único que transitaba por ese camino, también circulaban otras almas, extrañamente no solo estábamos los que íbamos en la misma dirección, otros seres marchaban en sentido contrario, parecían retornar quien sabe de donde, pero todos andábamos por el mismo sendero.
    Delante de mí avanzaban dos espíritus, los cuales conversaban nerviosamente y a los que podía oír por mi aproximación y por el enérgico tono de su voz.
    El más alto, de cabello corto y canoso, de aproximadamente unos sesenta años, a pesar de la túnica, se  notaba que durante su existencia material, había sido de una buena contextura física. El otro, algo más bajo, seguramente de muy buen apetito, pues era bastante regordete.
    El diálogo era fluido y por lo que alcanzaba a escuchar a través de sus palabras, el alto debió haber sido militar y el otro un político, los dos con bastante poder en la nación a la cual había pertenecido.    
    La zona de donde provenían, era la de una región cuyo idioma era diferente al del lugar que yo pertenecía, sin embargo entendía perfectamente lo que conversaban.
    El hombre espigado, llamado Wash, había tenido rango de general, su compañero había sido ministro y su nombre era Harvey.
    - ¿Se da cuenta usted, Wash? Interrogó en aquel instante el ministro, mientras realizaba deprisa dos pasos para igualar uno del general, agregando.
    - Ese niño disfrazado de ángel, verdaderamente está demente o pertenece a los guerrilleros que tomaron por asalto el congreso.
    - Tiene usted razón Harvey, dijo que somos espíritus impuros y nos indicó seguir este camino. Contestó Wash, para continuar diciendo.
    Si fuéramos espíritus estaríamos muertos y sin embargo, aunque nos vemos un poco pálidos y con estas largas batas, que nos deben haber colocado para secuestrarnos, cuando nos desmayamos, estamos físicamente bien.
    - Mi general, usted tiene razón, eso es lo que ha sucedido, nos han secuestrado - aseveró el ministro -, fue cuando arrojaron esa bomba con gas, en la conferencia, pues alcancé a oír que era un gas venenoso, pero debió ser adormecedor, - teorizó Harvey.
    - Perdí el conocimiento y luego desperté en este sitio, donde me reencontré con usted, - puntualizó el general -.
    Ambos, mientras continuaban su caminata se preguntaban dónde los conduciría esa senda.
    Era innegable, que ni uno, ni otro, aceptaba la realidad. Ya no formaban parte del universo material y sus pecadoras almas marchaban hacia un lugar donde seguramente pagarían sus culpas.
    Abstraído en la conversación, no había notado que la vista era distinta, a medida que atravesaba el sendero, la vegetación y el clima que en un principio había sido como el de un cálido verano, se tornó otoñal.
    Continué andando, no sé por cuanto tiempo, hasta el instante que el camino se bifurcaba.
    Dos senderos exactamente iguales se presentaban a pocos pasos, sin meditarlo mucho, tomé el de la izquierda, mientras las otras dos almas que caminaban delante, la del general y la del ministro optaron por el de la derecha.
    A medida que me internaba por el camino, notaba que también era intenso el ir y venir de seres espirituales por esa senda.
    Cruzarme con almas de hombres y mujeres de todas las edades y de diferentes épocas fue una contante.
    Digo de diferentes épocas no por las vestimentas, pues todos lucían túnicas blancas, sino por las conversaciones que al pasar alcanzaba a oír.
    Intuía  que todos, aunque ignorándolo andábamos por el rumbo exacto, cada uno cargaba con su destino en dirección al sitio indicado.
    Pero retornando al lugar donde transitaba, solamente el escenario parecía mutarse, como relaté anteriormente, el clima cálido del principio, había cambiado por un templado como el que le sucede al verano, la vegetación era similar a la de mediados de del otoño; árboles de hojas cobrizas, y cientos de éstas desparramadas por el suelo, formaban un manto amarillento, que al andar, producían un compás de  chasquidos melodiosos.
    El instante siempre semejaba la hora de la aurora.
    Desde el comienzo de la travesía, llevaba mi espíritu la imagen  de Dalia, de su bello rostro, de su  fulgurante esencia...
    No tenía en mí, espacio para la envidia, desde que había arribado a los dominios del Redentor, pero no podía negar que me entristecía el no poder estar junto a ella, gozando el privilegio de esa vida celestial junto al creador, mientras maldecía la vida tan absurda y miserable que había llevado sobre la tierra.
    ¿Cuál será la suerte al final del camino? Una pregunta que me hacía a cada instante.
    Luego de tanto andar, arribé a un sitio donde la escenografía era de un tono grisáceo, los árboles desnudos de hojas y arbustos amarillentos, daban un aspecto de congoja y melancolía, además se unía a esta escena una melodía de sollozos perennes que erizaban la piel.
    Mi imagen volvía a tener sensaciones y algunos dolores físicos retornaban a mi ser, pero aún continuaba siendo una energía espiritual.



    VIII



    Escuché una áspera voz a mis espaldas preguntándome,
    - ¿Qué deseas? Y al darme vuelta lo vi, era un anciano, era un anciano de abundante y canosos cabellos que ostentaba una larga barba del mismo tono, la cual descendiendo por su torso concluía en punta sobre su cintura.
    Su aspecto era el de un ser muy anciano, pues miles de pliegues delineados sobre su rostro, cual cicatrices del tiempo, lo delataban.
    Al igual que el ángel blanco un fulgor energético, lumínico, bordeaba todo su contorno, sus ojos de color calcáreo y sus alas de un tinte plateado se elevaban sobre sus hombros.
    Podía calcularse su estatura alrededor de los dos metros cincuenta.
    Solo su con su presencia imponía un acentuado respeto, no solo por su imponente figura, sino también, por su benemérita ancianidad.
    - Tú no perteneces a estos dominios, fue el párrafo que pronunció de bienvenida.
    - No puedes ni debes permanecer en este sitio, lugar que nuestro redentor ha creado para redimir las almas indecisas.
    Le respondí que el arcángel blanco me había indicado seguir ese sendero y mirándolo a los ojos, esperé su respuesta.
    - Mira Marco, tú has andado por un camino que luego se bifurcó, el que has elegido no es el correcto.
    Me animé a preguntarle como sabía mi nombre y porque debía retornar y tomar la otra senda.
    - Ven, siéntate Marco, fue su invitación y con un movimiento de su mano señaló el suelo donde yacía una parva de hojas secas.
    Cumplí con su deseo, también él se sentó. El suelo estaba mullido y sinceramente me sentí cómodo a su lado, algo estaba por revelarme y no iba a dejar de escucharlo.
    - En principio te diré que conozco tu nombre, porque todo este lugar al que has llegado luego del accidente, donde tu espíritu abandonó el cuerpo del cual estaba cautivo, lugar que no tiene limites en tiempo y espacio y por donde transitas, es el reino del Señor y en los dominios del Salvador nada esta oculto, todo se muestra como es.
    Aquí cada espíritu tiene una condición, es un alma justa, indecisa o impura.
    No como en la tierra, donde reina la falsedad, donde a muchos se los suele tildar de héroes y realmente son cobardes, a otros se los sirve como reyes y deberían ser tratados como lacayo, también están aquellos a los que se acusa de criminales siendo quizá inocentes. El hombre no puede hacer justicia, un pecador no puede condenar a otro.
    Con respecto a que tú no perteneces a este lugar imperecedero, es sencillamente porqué a este paraje arriban únicamente las almas indecisas, espíritus que sobre la tierra han cometido, según la determinación de Dios.
    Nuestro creador, pecados menores.
    Cada uno permanece en este lugar, hasta que se rediman completamente.
    ¿ No oyes un lamento continuo, un gemido lastimoso? Esas son las almas de todos tus semejantes, algunas permanecen aquí desde que Dios creó al hombre y seguirán en este sitio hasta purificarse por las faltas cometidas.
    Luego de su plática concluyó diciendo.
    - Marco, es el instante en que debes marcharte e irgiéndose me invitó a seguirlo, caminamos juntos algunos metros, luego se detuvo y mirando al horizonte levantó uno de sus brazos para indicarme el camino.
    - Desanda el camino, vuelve al lugar donde éste se bifurca y toma la otra senda.
    ¡Quizá! te conduzca a tu destino y que Dios se apiade de ti..
    Esas fueron las últimas palabras que escuché del ángel gris, recuerdo que antes de marcharme miré sus ojos y en sus pupilas ví el universo de almas que habitaban el lugar, nada le conteste para partir en silencio.
    Camine deprisa hasta alcanzar el sendero que antes había desechado y mientras andaba, iba meditando la última frase que escuché del arcángel, cuando dijo, “ que Dios se apiade de ti ”.
    ¿ Qué me depararía el final del camino?  ¿ Cuál sería mi sino?
    En esa instancia no tenía respuestas, todo era una incógnita y buscando esas respuestas, me fui alejando del sitio de las almas indecisas.
    Volví a percibir que mi imagen espiritual se comportaba como un ser encarnado, como sí la materia volviera a brotar, retornaba la misma sensación que había experimentado antes de encontrarme con el ángel y que fue disipándose cuando me hallé a su lado.
    Cuando estuve cerca del arcángel, su aura, esa atmósfera inmaterial, purificaba mi espíritu, comprobé que su halo protector era como un sedante en ese angustiante lugar.
    Al tiempo de andar, si es que existía el tiempo allí, alcancé el nuevo camino, el que comencé recorriendo muy lentamente.



    IX


    Nuevas sensaciones, como la ansiedad de apetito y otras angustias como, el resurgir de las heridas producidas en el instante del accidente la sangre manando por éstas.
    Todo este proceso se acentuaba a medida que avanzaba por ese lúgubre laberinto.
    Los dolores se tornaban insoportables. El panorama se había descompuesto en un obscuro y tormentoso suceso iluminado intermitentemente por latigazos energéticos.
    A cada instante todo se volvía más tétrico e insoportable, marchaba segado por la obscuridad y salo alcanzaba a guiarme por los haces lumínicos y mi olfato detectaba un olor putrefacto, nauseabundo que hacía inaguantable la respiración.
    Seres gimiendo, sangrando, mutilados, espíritus impuros, desahuciados se dirigían  a un lugar semejante a lo que en la tierra llamaríamos infierno; negros, blancos, mestizos, amarillos...hombres y mujeres de diferentes razas y edades caminaban rumbo a lo que parecía ser un núcleo satánico.
    Las heridas de mi cuerpo no dejaban de aquejarme y por sangrantes tajos pululaban asquerosos gusanos.  
    De mi sien no cesaba de manar sangre, la imagen abstracta se había materializado convirtiéndose en un guiñapo, mientras un reguero de sangre dejaba las huellas de mi lastimoso paso por ese camino.
    Mi pierna derecha se hallaba quebrada, mientras los huesos sobresalían desgarrando la carne, pero nada impedía que continuara avanzando, nada ni nadie podía interrumpir mi arribo al lugar más horrendo que jamás hubiese imaginado.
    Los relámpagos y estruendos se hicieron persistentes, mi súplica para que cesara  toda esa pesadilla  fue desesperante.
    Entonces sucedió, me hallé inmerso en un halo similar al de los arcángeles, mi imagen incorpórea resplandecía dentro de ese capullo santo y dejaron de existir heridas, llagas y dolores, se cauterizó la sangre, todo lo que había padecido  para arribar a ese tétrico lugar, solo se convirtió en un mal sueño.
    Mis sufrimientos se desvanecieron, retornó la paz, la maravillosa calma del comienzo y aunque a mi alrededor nada había cambiado, mi espíritu estaba  ajeno a ello.
    El me miraba fijamente y moviendo los labios imperceptiblemente, pronunció:
    - Bienvenido Marco, has alcanzado el lugar de las tinieblas, espacio infectados de espíritus malignos, escucha , oye como las almas perversas intentan huir de éste tormento.
    El brillo que rodeaba mi espíritu pertenecía a ese ser, el aura angelical mostraba en su núcleo una figura semejante a la de un humano de raza negra  y provisto de alas como los demás ángeles.
    La edad que representaba era la de un ente de cuarenta años aproximadamente.    
    - Has llegado a  este lugar, pero no para permanecer a purgar tus pecados, dijo el moreno ángel con voz pausada.
    Al oír estas palabras y aunque en ese instante no sufría ninguna  sensación, resultó un alivio.  
    - Dios ha querido que conozcas ésto y lo que anteriormente has vivido en forma espiritual  - continuó el arcángel - .
    Había recorrido tantos lugares y experimentado tan dispares situaciones, que no tenía capacidad de respuesta..
    Sin reflexionar o analizar las palabras del ángel, lo único que atiné a preguntar fue.
    -¿Porqué un ángel de color negro? y con su respuesta volvió a sorprenderme.
    - En este espacio, como en todo el reino espiritual, las almas celestiales, aquellas que cumplen con el designio de Dios, no poseen  color, éste no existe, como así tampoco existe el tiempo, por lo tanto no hay ni juventud ni vejez.
    Eso sucede en la tierra , en todo el universo y en todo sitio donde impere la materia , donde cada cosa va envejeciendo inexorablemente hasta morir y el culpable de esa causa es el hombre que al desobedecer al Creador se ha transformado en un organismo pecador y con su proceder lo único que ha logrado, es que su cuerpo y todo lo que lo rodea perezca ,menos su alma..      
    Por lo contrario aquí en este lugar divino, el alma se valúa por su bondad o maldad. Un alma no contaminada de pecado podrá verme joven ,una  indecisa , la manchada con pecados banales anciano y aquella , la corrupta y que no halla habitado en un cuerpo de color negro me verá de ese color, e inversamente la que halla residido en uno de tal color, me verá blanco.
    Este cambio  de imágenes, delata el racismo que existe entre los diferentes linajes de la casta humana , el racista es un espíritu pecador y permanecerá en las tinieblas hasta que como alma que es se libere de todas sus faltas.  
    Debes saber que en los dominios del Señor no habita el tormento. Dios jamás castigaría a la esencia por EL creada , pues es parte de su misma  sustancia , son las propias almas , las que al corrumpirse no logran superar  

    La santidad del paraíso y sufren y se retuercen en una feroz agonía  generando su propio infierno.
    Tienen etéreas visiones de terribles tormentos, creen  que continuan siendo parte de la vida material , es decir que están encarnadas y en esa creencia permanecerán hasta que logren depurarse .
    Mis conocimientos sobre la vida , después de la muerte corpórea iba en aumento y más comprendí cuando dijo.  
    - Mírame con detenimiento y escucha con  atención , espíritu al cual en la tierra le llamaban Marco , pues te asombrarás de tal forma que perderás todo sentido de compresión .  
    Así lo hice y pude observar como sus contornos iban generando un intenso y espeso brillo , mientras su figura  comenzaba a mutarse.
    El ángel negro dio paso al gris y luego se desvaneció, para presentarse  ante mi estupor, la santa imagen de Jesús , luego le sucedió la del Espíritu Santo y al atenuarse el brillo reapareció la del arcángel blanco.
    Todo aquel momento de tinieblas, de obscuridad absoluta , había     desaparecido y volví a  hallarme frente a ese niño ángel , en el mismo lugar donde arribé en un comienzo.  
    Mirándome fijamente dijo.
    - Nunca te has apartado de este lugar, aunque hallas transitado por otros
    senderos, debes aprender que todo es infinito y a la vez relativo en este firmamento celestial.  
    Nuestro padre ha resuelto acercarte a su casa , para que seas partícipe de la vida espiritual y comprendas que la tierra en principio y luego todo el universo son lugares donde de acuerdo a las actitudes de cada ser humano, va midiéndose la pureza del alma..
    El Señor te ha elegido y debes sentirte gozoso de esta elección ya que te ha  encomendado la misión de ser en la tierra quien se dedique con  vocación y mayor humildad a realizar  en una nueva vida de sacrificio y honestidad , un culto donde los humanos posean la virtud de donar sus órganos a cualquier semejante que lo necesite. Dios ha otorgado un destino a cada espíritu  y éste es el único responsable de aquél. En algún  instante de la vida  física , por distintos motivos, vejez ,accidentes, enfermedades...el cuerpo ya no logra retener al espíritu y el destino del hombre sobre la tierra  finaliza..    
    Los órganos de este cuerpo inerte ya vacío de espíritu , sirven y deben donarse.
    Hay seres que merecen una  nueva oportunidad de vida sobre la tierra y tal vez por la deficiencia  de uno de sus órganos no logren cumplir su cometido.  


    Los órganos de cuerpos inertes  y vacíos de alma  no deben pudrirse en un frío cajón bajo la tierra, tienen que ser donados a esos semejantes que aguardan ansiosos.
    Esa es la razón Marco, por la cual retornarás, prepárate tu cuerpo está aguardando para que le restituyas la vida.
    Luego de estas revelaciones y sabiendo que debía marcharme y estando orgulloso por el cometido que Dios me había encomendado , rogué para que se me concediera un solo deseo, rogando perdón por tamaña insolencia.
    El ángel apiadándose accedió.



    CONTINUARÁ....
     
    #1
  2. MP

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    Género:
    Mujer
    Ay que se rotó de golpe la historia, cuando continuará???
     
    #2

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