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Certezas o incertidumbres (superando a las vanguardias y al realismo)

Tema en 'Salón de Escritores' comenzado por R_Cordero, 27 de Julio de 2012. Respuestas: 0 | Visitas: 1221

  1. R_Cordero

    R_Cordero Poeta asiduo al portal

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    Es tan fácil (y tentador) encuadrarse en una tradición poética como eludirlas todas; entregarse a las certezas del legado, como a disimular las inevitables preferencias disfrazando toda la creación poética de hallazgo personal. Y sin embargo, ni es posible escapar a la propia individualidad con sus vivencias personales y el bagaje propio de experiencias, ni puede crearse en el vacío. ¿Significa eso vivir en una indefinición permanente, en una ausencia de valores poéticos concretos?

    Los jóvenes poetas somos tentados constantemente por el inconformismo de una vanguardia que hemos leído como parte de la tradición, y en la que podemos hallar su gran contradicción permanente: estaba llamada a superar todas las definiciones, pero es posible encontrarle una definición. No obstante, como dice Luis García Montero, las vanguardias son hoy una tradición más, un conjunto de técnicas de las que se puede aprender, pero no una perspectiva innovadora. Por otro lado, conocemos la experiencia racionalizadora de la poesía y sus compromisos conceptuales y estéticos con lo social, y también sus inevitables contradicciones puesto que, como dice Albert Camus, el realismo en arte es una noción incomprensible. Todo arte implica por parte del creador un rechazo de la realidad en la que él se afirma, pero en lo que conserva de esa realidad en el nuevo universo creado revela su consentimiento con una parte, al menos, de lo real que extrae del devenir para llevarlo a la luz de la creación (Albert Camus, El hombre rebelde).

    Parece haber, pues, dos elementos en tensión, de los que derivan multitud de posibilidades y enfoques poéticos. Por un lado, el intimismo más personalista, consecuencia del vanguardismo, en el que la obra es la expresión de un mundo interior incomunicable, al menos en términos absolutos, pues no está sujeta a ningún código que pueda compartirse con el lector: se autodefine como libertad creadora, y se apoya en las vanguardias. Y por otro lado una entrega de la individualidad al colectivo de lectores, quizás en un intento expresivo que resuelve las tensiones poéticas como en un ejercicio de comunicación, de trasmisión de información en el que lo importante es que se capte el mensaje: se expresa como compromiso, entendiendo la poesía como una herramienta útil. Hablamos del vómito o el telegrama, la torre de marfil o el prosaísmo. En definitiva, romanticismo o racionalismo.


    Lo malo de prometer es que después hay que cumplir lo prometido. La Razón con mayúscula elaboró sus promesas y definió la modernidad. Después vinieron las decepciones y no fue difícil construir muros de contención para las mentiras de una razón que, curiosamente, se estrelló contra una realidad en la que se definía, pero en la que sus promesas no podían ser cumplidas. El ser humano es siempre una realidad compleja. Y frente al mentiroso es fácil argumentar otra mentira y hacerla pasar por buena. Estoy contando la historia del romanticismo. Puesto que la Razón como valor supremo terminó siendo una fuente de desgracia y la excusa para las masacres jacobinas, lo irracional se levantó como una alternativa aceptable. En términos políticos ambos conceptos tienen su cumbre en Siberia y Auswitch, aunque la tensión, también en términos literarios, es visible desde el siglo XIX.

    Hoy la tensión parece decantarse a favor del irracionalismo romántico en buena parte de la hornada de jóvenes poetas. Amparados en una libertad de expresión, o mejor dicho, de expresividad, que lucha por liberarse de todos los corsés, parecen entender los compromisos estéticos, la meditación, el reposo de lo escrito y su corrección como una cadena inaceptable. La libertad la encuentran en la espontaneidad, por eso cualquier irrupción de lo racional o lo premeditado estorba. Habría mucho que decir sobre el origen y el claro desgaste de las vanguardias, pero no es objetivo de este artículo. Cabe decir, sin embargo, que la permanente negación de lo humano (la razón es en gran parte definidora de la humanidad), ha terminado dando lugar a una poesía de la Nada. Puesto que el arte es una faceta exclusiva de la especie humana, su deshumanización ha venido a tener consecuencias, en cierto modo, antiartísticas. ¿Podría concebirse la medicina sin el elemento central del ser humano?

    Frente a la Nada el poeta de vanguardia encuentra su refugio en el individualismo. Como desde su perspectiva no es posible acceder a verdades universales, y de serlo, sería imprescindible establecer con ellas un compromiso (cadena inaceptable), sólo en el individuo aislado del mundo y sus códigos (incluidos los significantes) hay una auténtica liberación. Cada signo es la permanente invención de un poeta aislado, y su interpretación, por lo tanto, es imposible. Esta visión poética como desahogo, a la altura de una sesión de psicoterapia, es atractiva, y permite adquirir, no nos engañemos, una práctica y una soltura muy útiles a la hora de producir versos. Lástima que la poética sea en gran medida el arte de tachar. Y sobre esto, la escritura automática tiene más que decir como psicoterapia que como arte.
    Se trata entonces de una poesía sólo de ida, en la que el sentimiento del autor se vomita sobre el papel utilizando códigos improvisados y personalísimos, indescifrables para el lector. Sólo importa el sentimiento que da origen al poema, que está en el poeta, pero, como escribió Machado en su Diálogo entre Juan de Mairena y Jorge Meneses: “Cuando el sentimiento acorta su radio y no trasciende el yo aislado, acortado, vedado al prójimo, acaba por empobrecerse y, al fin, canta de falsete”. Por eso la poesía de vanguardia ha terminado en muchos casos siendo apenas un ejercicio de estilo. Puesto que el contenido no es accesible para el lector, la forma lo es todo y, en cierto modo, de manera contradictoria, puesto que se defiende desde la misma torre de marfil de la vanguardia la libertad formal absoluta. Es como “esa abeja que liba en la miel y no en las flores” que diría Machado. Se carga excesivamente la tinta en lo formal por ausencia de códigos compartidos para trasmitir el contenido. Es una poesía difícil porque encuentra en el artificio de sus formas su validez poética, al mismo tiempo que propone una ruptura con los patrones establecidos. Y sin embargo “la lírica moderna, desde el declive romántico hasta nuestros días, es acaso un lujo un tanto abusivo del hombre manchesteriano, del individualismo burgués, basado en la propiedad privada. El poeta exhibe su corazón con la jactancia que el burgués enriquecido ostenta sus palacios, sus coches, sus caballos y sus queridas” (A. Machado, Ibid) Se propone como ruptura pero es consecuencia directa de una manera burguesa y liberal de ver el mundo. No es un acto de rebeldía sino de sumisión, maquillada por un culto a lo artificial y difícil, olvidando que “la dificultad no tiene por sí misma valor estético alguno (…). Lo clásico, en verdad, es vencerla, lo barroco exhibirla” (ibid).

    La ruptura de los códigos olvida el carácter fronterizo del lenguaje. No se trata de optar entre una utilización rígida y académica de los significados, y una elaboración individual y rupturista de los mismos, sino de entender, como escribió el poeta Luis Rosales, que “la poesía es la frontera del ser, y por eso el lenguajes tiene un carácter fronterizo. Es indudable que cualquier frontera divide el mundo en dos mitades. En el caso de la poesía, una mitad de sombra y otra de luz”. Y continúa: “Pero téngase en cuenta que lo propio de esta frontera no es separar en dos mitades fronterizas, sino hacerlas participantes”.

    En la tradición vanguardista la libertad está en la eliminación de los fines. Tiene un claro origen en la ruptura moral de Nietzsche. Puesto que el mundo no tiene un fin en sí mismo, debe ser absuelto de toda acusación. No puede juzgarse lo que no tiene finalidad ni intención alguna. Por eso pueden reemplazarse todos los juicios de valor por un sí permanente y total a este mundo. Y sin embargo, como dice Albert Camus, “la adhesión total a una necesidad total es una definición paradójica de la libertad”. Como veremos al final del ensayo, en la tensión llena de paradojas de la incertidumbre posiblemente seremos capaces de encontrar algunas verdades. De momento, quedémonos con el carácter “amoral” del arte de vanguardia que, tras la cobertura de su ausencia de fines, está más allá del bien y del mal, y por lo tanto no puede ser juzgado, ya que es fruto de lo espontáneo e inevitable. “El héroe romántico provoca ante todo la confusión profunda, y por así decirlo, religiosa del bien y el mal. Este héroe es fatal porque la fatalidad se confunde con el bien y el mal sin que el hombre pueda impedírselo. La fatalidad excluye los juicios de valor” (Albert Camus, El hombre rebelde). Es una libertad tramposa, donde la originalidad sustituye a la calidad. Un poema no es bueno o malo, sólo es original y siempre original, puesto que el autor lo vomita en un momento concreto, de manera espontánea, y cada momento es irrepetible, y en cierto modo inevitable, (aunque sus formas sean repetitivas). El problema es que “las originalidades, además, corren siempre el peligro de convertirse en receta, en palabra etiquetada” (Luís García Montero). Por eso hoy en las vanguardias vemos más una tradición que una propuesta de auténtica ruptura. A base de repetirse, se ha agotado a sí misma. En definitiva, citando de nuevo a Camus, “esos poetas lanzados al asalto del cielo para derribarlo todo, han afirmado al mismo tiempo su nostalgia desesperada de un orden. Mediante una última contradicción, han querido sacar la razón de la sinrazón y hacer de lo irracional un método”.


    No es necesario tener una sensibilidad especial para ser poeta, porque “la poesía puede ser también un ejercicio de inteligencia” (Felipe Benítez Reyes). Dado que la inteligencia humana está ligada siempre a las emociones, afirmar el carácter inteligente de un poema no es, ni mucho menos, alejarlo de lo emocional, sino ligarlo en su justa medida. No hay más sentimiento de partida en un desahogo que en el resultado final de muchas horas de trabajo, igual que no hay más amor en una madre que improvisa que en una madre que medita y estudia las decisiones que tienen que ver con la educación de sus hijos. Pero una lectura excesivamente racional de las consecuencias del romanticismo ha hecho derivar a otra buena parte de la hornada de jóvenes poetas hacia formas de expresión prosaicas y narrativas, con un resultado que desde mi punto de vista tiene más valor periodístico que poético. Hemos pasado del ensimismamiento romántico a un compromiso que ha terminado por eliminar al ser humano para comprometerse con la Humanidad. Parece que nos hemos volcado en el plural perdiendo sus singulares por el camino, olvidando que no puede haber gente sin personas, ni bosques sin árboles, ni poesía sin la sensibilidad particular del poeta. Pero como decía Albert Camus, “no hay genio en la desmesura romántica ni en el totalitarismo racionalista”.

    Si bien las razones individuales para los que optan por esta tradición poética han cambiado en parte, su origen histórico es claramente político. El arte realista en el siglo XX se liga de manera clara con los objetivos de la revolución socialista. Desde el convencimiento de que la mera explicación de la realidad capitalista es un argumento en su contra, la poética realista trata de explicar al detalle esta realidad teniendo, además, como lector de referencia a la clase trabajadora. Otras veces se pretende, desde la descripción del nuevo hombre del Estado Socialista, convencer de las bondades de esa nueva realidad. Se intenta, pues, simplificar lo formal para facilitar la llegada del contenido, en clara oposición a los intentos de la vanguardia. Como se entiende la realidad como un Todo coherente, explicado en El Capital, el tránsito de la poesía en este caso no es hacia la nada, sino un viaje para convertirse en una poesía del Todo, pues “el realismo es la enumeración interminable. Revela con ello que su ambición verdadera es de conquista, no de la unidad, sino de la totalidad del mundo real” (Camus). Pero van a aparecer contradicciones como lo hicieron para las vanguardias.

    La imposibilidad de una enumeración infinita de los detalles que componen la realidad más simple, impone al artista, en todos los casos, una elección individual de aquellos matices que son incluidos y aquellos que se excluyen en la creación artística. No es posible una poesía del Todo, puesto que el poeta elige donde poner el objetivo, dejando fuera el resto. Por eso hoy el realismo es una opción tan formalista como la vanguardia. No es cierto que haya una mayor carga de realidad en la poesía realista que en otras fórmulas a medio camino con el romanticismo. “El artista realista y el formal buscan la unidad donde no está, en lo real en estado bruto, o en la creación imaginaria que cree expulsar toda realidad. Por el contrario, la unidad en arte surge al término de la trasformación que el artista impone a lo real” (Camus). Como decía Shelly, “los poetas son los legisladores, no reconocidos, del mundo”. Hay siempre un tratamiento individual y subjetivo de la realidad en la creación artística porque cada poeta legisla el mundo en sus poemas, creando su propia medida.

    Las razones hoy pueden no ser políticas. Hay también, en algunos casos, un mal entendimiento de los autores de referencia, o una expulsión de su contexto original. Es fácil leer a Ángel González y entender en su sencillez una apuesta por lo prosaico, pero sería no haberlo leído bien. Los juegos, la ironía, la mordacidad de sus poemas han sabido equilibrar la sencillez formal con un contenido que, entre otras cosas, tenía que superar la censura franquista. En cualquier caso, hay una toma de posición por parte de muchos jóvenes poetas a favor de una claridad que parece querer contar verdades, describir el mundo con claridad científica, olvidando que la literatura es ficción. Puede anclarse en la realidad (de hecho siempre lo hace en alguna medida), pero no deja de ser ficción. Citando a Jaime Gil de Biedma, autor de referencia, no sé si bien entendido, entre estos autores de corte prosaico, “la poesía no anuncia verdades; enuncia las condiciones dentro de las cuales es verdad algo sentido por nosotros”. En el formalismo de vanguardia y el realismo hay una confusión entre la veracidad y la verosimilitud. Lo interesante no está en la verdad de lo que siento, sino en las condiciones que hacen verosímil mi sentimiento. Eso es lo que puede transmitirse poéticamente, porque los sentimientos en estado puro son personales e intransferibles.

    En su toma de partido por lo colectivo, por la claridad expositiva para el buen entendimiento del lector, queda por el camino el individuo, principio y fin de toda actividad humana, perdido en toda su complejidad emocional y biográfica hasta reducirlo a una consecuencia histórica o al fruto de un contexto. Hemos roto el individualismo radical de las vanguardias para someterlo al compromiso colectivo. Pero de la misma manera que la consecuencia última del vanguardismo fue la disolución del individuo en la nada, y su consiguiente fulminación, el realismo desmantela el valor del colectivo al eliminar de ese plural sus singulares. En ambos casos se defendían opciones liberadoras, cuando en realidad esclavizaban. “El genio es una rebelión que ha creado su propia medida” (Camus), pero en el arte de vanguardia y en el arte realista se apela a la destrucción total de las medidas o a la sumisión a las medidas del colectivo, eliminando por lo tanto el genio creador. “Ya ceda al vértigo de la abstracción y la oscuridad formal, ya apele al látigo del realismo más crudo o más ingenuo, el arte moderno, casi en su totalidad, es un arte de tiranos y esclavos, no de creadores” (ibid).


    Un entendimiento dialéctico del mundo parecería forzarnos a realizar una síntesis superadora de las dos antítesis expuestas en este ensayo. Sin embargo, lo que propongo no es una nueva tesis fruto de la superación de las anteriores, sino una ruptura con el marco dialéctico. Desde Hegel hemos vivido en las certezas. Yo propongo vivir en las incertidumbres. ¿Hablamos de subjetivismo? Nada más lejos. Hay que superar a Nietzsche porque éste sólo atinó en el análisis, y en parte, pero se estrelló en las propuestas. Más que en la apuesta por una opción definitiva o por una solución tranquilizadora la poesía moderna ha de situarse en la cicatriz, reivindicando la experiencia individual sin negar los vínculos sociales o defender los vínculos sociales sin cancelar la historia individual (García Montero). No se trata tanto de aportar una solución final sobre la cual tomar partido o construir una tesis contraria, como de asumir el enorme grado de incertidumbre inherente a toda creación artística. En esa brecha entre dos aguas se produce el proceso creador cuando se da con mayúsculas. Nos definimos en el diálogo con otros. Pero en ese diálogo, además de un nosotros hay un yo. La creación poética puede ser fruto de la resolución individual de esa tensión entre la homologación y la identidad, entre la historia y la experiencia personal, entre el colectivo y el individuo. No todo vale, por eso no hablamos de subjetivismo. Pero caben soluciones personales, diversas, a la hora de resolver las tensiones del proceso creador.

    La propuesta es un marco encuadrado en la tensión entre la identidad y los vínculos, no para resolver el problema de forma definitiva, sino para crear, en cada poema, a partir de esa incertidumbre. Es una apuesta que implica renunciar a la comodidad de las certezas. Cada momento creador supone la asunción de la realidad íntima e histórica del individuo, para no caer en la trampa del formalismo de vanguardia, en el que como todo vale termina imponiéndose la Nada del individualismo ensimismado, ni en el espejismo del realismo y su intento fútil de conquista del Todo a través de una Humanidad sin seres humanos. A partir de aquí existen soluciones estéticas variadas, porque esta propuesta trasciende lo formal. El poeta y su voz poética son fruto, desde ahora, de cómo se desenvuelvan en la convivencia con esa tensión que genera la incertidumbre. En la relación del individuo con la realidad hay un doble impacto: el que la realidad tiene sobre el sujeto, y el que el sujeto (si es artista) tiene sobre la realidad. La conciencia de esa doble dirección permite crear una tercera realidad en cada poema fruto de las tensiones entre el sujeto y su entorno, incluyendo ambos impactos, superando la unidireccionalidad del realismo y de las vanguardias.
     
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