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C'est La Vie

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Raven, 22 de Mayo de 2006. Respuestas: 2 | Visitas: 1054

  1. Raven

    Raven Poeta fiel al portal

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    7 de Abril de 2005
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    París, Septiembre de 1959.


    Esta noche decidí ir a verla. Saqué mi mejor traje, me recorté el bigote y me atusé el cabello. Salí de mi casa en la Rue St. Roch con un enorme ramo de rosas rojas y un discurso preparado en un pequeño papel amarillo. Dos calles más abajo vivía ella, en un viejo portal alumbrado por la luz de una farola. Subí hasta el tercer piso y llamé a la puerta. Nadie contestaba y eso resultaba muy extraño. La puerta estaba mal cerrada, de modo que entré discretamente y voceé su nombre. Seguía sin recibir respuesta. Miré al suelo y había tiradas unas colillas de esos cigarros que acostumbraba a fumar con tanta vehemencia. Tabaco rubio, con las marcas del carmín de sus labios aún húmedas. Cogí una a medio fumar y me la guardé cuidadosamente en el bolsillo de la gabardina. Sobre la mesa del comedor había unas velas apagadas, las sobras de una cena para dos y unas copas con restos de cognac. Por el pasillo había un rastro de prendas que llevaban hasta el dormitorio. Zapatos, una blusa, una corsé, una pajarita, unos tirantes, un pantalón… El corazón me golpeaba el pecho con violencia, corrí hasta la habitación y se desvelaron mis peores temores. Ahí estaba ella. Bien podrán imaginarse el cuadro que encontré ante mis ojos. Demasiado doloroso para relatar. La sangre se heló en mis venas y dejé caer sobre el suelo las rosas y el papel que había traído. El hombre que la sostenía en sus brazos se levantó de la cama y me golpeó en la cara. Ella se limitó a pedirme entre gritos que me fuera. Que me fuera de su casa. Y eso fue lo que me trajo hasta aquí.
    El golpe me había dejado aturdido. De modo que me arrastré por las calles sangrando abundantemente por la boca. En París las estrellas caminan sobre el suelo, y la ciudad presenta un manto de luz y color entre la negrura de medianoche. Bajé hasta un local próximo al río Sena. Pedí un café bien cargado, con leche fría y dos terrones de azúcar. Cuando recobré plena consciencia de lo había visto me sentí el hombre más desgraciado del mundo. Pedí un vaso pequeño y una botella de whisky. Con el pulso tembloroso llené el primer vaso y lo bebí de un solo trago. Miré a mi alrededor y reparé en la exquisita decoración del lugar. Estaba sentado en una mesa individual, redonda y de mármol, junto a una gran ventana que daba a la calle. El lugar estaba pintado de rojo oscuro y tenía una enorme barra americana. Cuatro lámparas de araña colgaban del techo, iluminando el local con una luz cálida y acogedora. Las demás personas me miraban intrigadas por el aspecto de mi rostro, sangrante y demacrado. Mientras que yo llenaba mi segundo vaso.
    De pronto mis ojos se tornaron vidriosos y unas lágrimas amargas recorrieron mis mejillas. ¿Qué había hecho mal? ¿Cuál era mi error? Después de tanto tiempo tratando de reunir el valor para expresar aquello que sentía… un gato callejero había ocupado mi lugar. ¡Cuánto lamenté mis largas horas de silencio! Si tan sólo hubiera tenido la oportunidad de hablar con ella yo…
    Llené un tercer vaso de whisky. Y después un cuarto. Y un quinto. Ahora mismo he perdido la cuenta.
    Una voz ronca me dice que por favor abandone el lugar. Abro los ojos y veo sobre mi mesa, no una, sino dos botellas vacías. Asumo que he pagado porque nadie me exige cuenta alguna, de modo que arrastro los pies y salgo del local. En la calle las gentes vuelan como búhos nocturnos a mi alrededor. ¿Qué es aquello que huele tan mal? Creo que soy yo mismo, desprendiendo un rancio hedor a alcohol. La muchedumbre se aparta de allá por donde voy, lo cual no hace menos que confirmar mis sospechas.
    A trompicones llego hasta la orilla del Sena. El río mezcla todas las luces y los sonidos de la ciudad. Dicen que París tiene música. A mí me suena a música de Jazz. Introduzco la mano en el bolsillo de mi gabardina y saco una colilla de tabaco rubio a medio fumar. Me la pongo entre los labios para saborear su carmín. Es lo más cerca que he estado nunca de darla un beso. Con una cerilla enciendo los restos del cigarrillo y doy tres últimas bocanadas de humo. Del bolsillo interior de mi chaleco saco una pistola Mauser semiautomática, con un calibre de 7,63 milímetros. Se la compré hace tiempo a un antiguo soldado de la Guerra de los Bóers en Sudáfrica, en 1896. Está cargada.
    Me pongo la pistola en la sien. Por un momento quiero darme otra oportunidad. Pero quizá esté demasiado hundido, o simplemente demasiado borracho, como para no apretar el gatillo.

    Je t'aime.

    C’est la vie.



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    #1
  2. Raven

    Raven Poeta fiel al portal

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    Gracias, Martín.

    Tengo otro relato esperándote en la recámara. ¡Hehe! Uno más típicamente mío. Lo publicaré próximamente.

    Un abrazo enorme.
     
    #2
  3. Raven

    Raven Poeta fiel al portal

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    Tengo abandonado a todo el foro... Últimamente no estoy con ánimo de navegar mucho. Pero me molesta la conciencia y contigo tendré que hacer una excepción... ¡hehehehe!

    Ahora marcho a la universidad. Cuando vuelva esta noche miro el link.

    Y no me digas que lees la historia de mi espacio. ¡Es un atentado contra la literatura!!! ¡Hahahahaha!

    Un abrazo.
     
    #3

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