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Chopincito y Mozartin

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Pessoa, 30 de Octubre de 2020. Respuestas: 2 | Visitas: 446

  1. Pessoa

    Pessoa Moderador Foros Surrealistas. Miembro del Equipo Moderadores

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    CHOPINCITO Y MOZARTIN



    Era un viejo pueblo de la vieja Europa, uno de esos pueblos de postal donde, con un fondo de montañas que están siempre nevadas, unas casitas de cuento de hadas (en aquella época todavía había hadas porque todavía había niños) lucen en sus fachadas las más bellas flores y las hojas de las contraventanas tienen un agujero con forma de corazón. De alguna chimenea nace, blanca y vertical, una tenue columna de humo. Era, en definitiva, un pueblo donde la quietud y el olvido eran su atmósfera sempiterna. Naturalmente en ese pueblecito se amaba la música y todas las familias la practicaban, bien cantando, bien tañendo melodiosos instrumentos en las tranquilas veladas, durante las cuales las gentes modestas, en paz y armonía se reunían alrededor del fuego acogedor y expresaban su alegría y bienestar. Es de hacer notar que todavía a esas tierras, ni a ninguna otra, había llegado el equívoco concepto de “estado de bienestar”. Se estaba bien, eran felices y hastan disfrutaban de los duros y fríos inviernos, lo cual les permitía esas veladas musicales por las que ahora tienes que pagar un dineral.

    Era frecuente entre sus habitantes la aparición de precoces compositores e instrumentistas que con muy tierna edad hacían brotar de sus flautas, cornamusas o tiorbas bellas melodías que contribuían aún más a acrecentar aquel idílico clima de paz y serenidad. Entre aquellos tiernos prodigios, por un azar del destino, descollaron casi simultáneamente Chopincito y Mozartín, dos portentosos retoños, capaces de convocar a Euterpe, Calíope y Terpsícore y a todos los vecinos del lugar, cuando interpretaban sus más delicadas composiciones. En fin, puede que no fuesen exactamente coetáneos hasta ese punto de coincidencia, pero al autor hay que permitirle algunas licencias. Pero existir, existieron...

    Un cierto comicastro arribó en aciago día al pueblecito. Un híbrido de ácrata y hippie que con sus malas artes y algunas monedas de oro, que luego resultaron falsas, convenció a las familias de Chopincito y Mozartín para que les encomendasen a sus hijos, jurando que los haría universalemente famosos y, a ellos, inmensamente ricos. Partieron, pues, los pequeños entre lágrimas y suspiros, dejando al humilde pueblo sumido en la más triste melancolía.

    Pero, héteme aquí que los pequeños, que ya estaban creciditos, además de su maestría en el arte musical, eran más listos que los ratones coloraos. Consiguieron llegar a la capital del reino donde, en primer lugar, se deshicieron del cómico y buscaron acomodo por su cuenta. Allí se ligaron a la mesonera, de quien obtuvieron, con su música, comida, cama y otros agradecimientos.

    Poco a poco la fama de ambos mozalbetes se extendió por la comarca y fueron muchas las nobles señoras que solicitaron sus servicios, que ellos, fervientes servidores de las musas, trataban de cumplir con ahínco. Afortunadamente estos excesos de marquesas y doncellas de servicio en las exultantes actividades carnales tras los cortinajes palaciegos, o simplemente mesoniles, no afectaron a la producción musical de ambos artistas. Antes al contrario fueron incentivos que estimularon su creatividad para beneficio y goce de las posteriores generaciones; a la par que un cierto grado de envidia por no poseer estas capacidades amatorias.

    Pero finalmente la Naturaleza se cobró su deuda que ya era abundante y “mal pagá”. Las enfermedades en aquella época acechaban tras múltiples disfraces, sobre todo sabedoras de que no existía la seguridad social o seguro de enfermedad. Al parecer, los nobles, cuando el súbdito merecía la pena lo cuidaban a sus expensas y les salía más barato. Hacían, puede que sin proponerselo, una doble selección: por calidad y por cantidad. Y todo por caridad...

    Así que ambos, Chopin y Mozart, murieron jóvenes en lo más granado de sus vidas, como se suele decir; desgastados y enfermos a pesar de los diligentes cuidados que sus numerosas anfitrionas y anfitriones les dispensaron. ¿Disfrutaron de sus excesos? Pues eso es algo que se deja al libre juicio del lector. En mi opinión, sobre todo en el caso de Mozartín y a juzgar por la desbordante alegría de muchas de sus composiciones, sí, rotundamente sí En cambio el otro, Chopincito, era más apagao, más tristón. No se si se divirtió mucho... Pero también hizo muy buena música y méritos suficientes como para pillarse la tisis que lo llevó a la tumba sin pasar por el altar.

    Moraleja: Si quieres llegar a viejo no estires mucho el pellejo.
     
    #1
    A Anamer y Remo les gusta esto.
  2. Anamer

    Anamer Poeta veterano en el portal Equipo Revista "Eco y latido"

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    Me encantó tu relato mi niño, excelente!! Lo disfruté infinito, gracias
    por compartirlo. Besitos apretados en tus mejillas.
     
    #2
  3. Eratalia

    Eratalia Con rimas y a lo loco

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    Buenísimo.
    Federiquito y Amadeíto juntos pero no revueltos.

    Una sonrisa y un abrazo.
     
    #3

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