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Clark

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por lucascordova, 26 de Noviembre de 2016. Respuestas: 2 | Visitas: 607

  1. lucascordova

    lucascordova Poeta recién llegado

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    Clark
    Que muchacho tan excéntrico, decían las personas que lo conocía. ¡Pero que apenas lo conocían! Movía sus brazos constantemente haciendo círculos frontales, hacía como si tuviera alas. De repente se ponía en cuclillas y miraba al suelo y de repente se paraba y extendía su cuerpo en todas direcciones. A su vez, no tenía nada de ermitaño, mas bien un desenvuelto ante todas las situaciones. No tenía problema en voltearse a mirar a una persona en bicicleta si la conversación que tenía se volvía superflua. Había algo de maquiavélico en su accionar, algo de amor, algo erótico, otro algo infantil y su voz apenas reflejaba ese cuerpo movedizo. Su habla era cuadriculada, como un hombrecito saltando de cuadrado en cuadrado en una hoja de matemáticas. Su hablar era a saltos.
    Cierta vez, cuando vivía en Marruecos, uno de los tantos países en los que había vivido, arrendó un camello y se echó a andar por el desierto que estaba cercano a su ciudad. No era peligroso, pero él así lo creía y cada bocanada de viento se convertía en pared gigante que tenía que atravesar con todas sus fuerzas para continuar. El caballo era su hermano, pues él nunca había tenido una novia. El camello era un caballo. El camello es un caballo, pero en el desierto. Cualquier caballo que viviera por más de un año en el desierto adoptaría la misma forma que un camello. En un año envejecería, se le arrugaría la piel y le saldrían una o dos jorobas dependiendo de sus pensamientos o deseos, algo que sólo algunos animales dominan.
    Bien, hablábamos de Clark, sí, norteamericano y quizás hindú también. Lo deduzco de su forma de hablar, de mirar, de moverse y de escuchar. De ofrecer, de dar las gracias y de ayudar. Clark y su caballo anciano anduvieron buen trecho por el desierto. Claro que no pensaba pasar lo noche allí pues seguramente moriría del frío. Las montañas de arena eran como de manteca, parecía que se derretían bajo el sol y a la vez cada grano parecía compactarse como un cemento amarillo y duro. Si tan solo tuviera una tostada seguramente le habría untado un poco de esa tierra arenosa y de color blanquecino.
    Creía saber lo que hacía, y de hecho lo sabía. Estaba entrenando su cuerpo y su mente para no acostumbrarse a la vida marroquí. Necesitaba encerrarse en ese desierto en soledad, quizás el caballo no fuera indicado para su búsqueda en solitario pero sin él imposible sería adentrarse en el desierto. Paró su camello a la mitad de la subida de una duna y comenzó a tocar su cuerpo entero. Necesitaba sentir que estaba vivo y para ello toco con intensidad cada parte del animal. Huesos, pieles, músculos, pezuñas, dedos, vientre, y todo lo que tenía para recorrer. Le abrió la boca y le tocó toda su dentadura, diente por diente sosteniendo la abertura con la otra mano para que no la cerrara. Tocó su lengua suavemente para no alterarlo, sintió como una lija, como si una gran mano tocara los rascacielos de Nueva York, así lo hubiera pensado él si aún estuviera en su ciudad natal. Quizás así también lo sentía. Por alguna razón tocar la lengua le produjo cierto asco del cual disfrutó por el lapso de un minuto mientras su cuerpo se abandonaba a la sensación lijante. Terminada la exploración de su compañero de viaje, abrió una puerta que se alzaba a sus espaldas, a unos pocos pasos duna abajo, e ingresó al living de su habitación.
    Estaba oscuro, pero todas las cosas estaban donde debían estar. La mesa con sus cuatro sillas, el florero sobre la mesa, la persiana a medio cerrar para que no lo observaran desde afuera e incluso el gato estaba donde él esperaba. Todo estaba en orden. Cerró la puerta y la única luz que alumbraba el ambiente desapareció con un sonido metálico.
    Ya era tarde, había trabajado hasta avanzadas horas en la oficina y no le pagaban horas extras por eso. Había tenido que cerrar él mismo la oficina. Por alguna razón eso le había producido cierta alegría; ver los escritorios vacíos, las sillas, los suéteres sobre los respaldos, las tazas sobre las mesas, las puertas de los directores abiertas y el dispenser de agua allí en esa esquina donde siempre estaba. Todo eso había tocado profundamente sus sentimientos y se disponía a cerrar la puerta del piso de Ventas cuando la secretaria del Jefe entró apresuradamente sin decir palabra y fue directamente al despacho del presidente. Era sabido que Clark no podía cerrar la puerta y dejar a la mujer encerrada, como tampoco podía irse sin cerrar porque solo él tenía la llave, o al menos así él lo creía. Se acercó al despacho e intentó escuchar si había algún sonido, al ver que nada salía de allí, decidió entrar sin preguntar y encontró a la secretaria acariciando la cabeza de un caballo que salía del placard del director. “Ya no volveré al bosque Clark, tendrás que ir al desierto y envejecer allí hasta que encuentres por qué has sido enviado y recién entonces podrás volver”, le dijo al caballo e inmediatamente cerró la puerta. Clark que había escuchado esto con los ojos cerrados, vio al abrirlos que la mujer se encontraba entonces desnuda en una esquina mirando el techo y que lentamente se dejaba caer por entre las paredes y desaparecía. Clark tenía que cerrar de una vez por todas la oficina e irse de allí. Cerró la puerta del despacho y la de la oficina y se preparó un té para ir a acostarse. Llegó a habitación, se desvistió y la secretaria en su cama lo estaba esperando. Decidió despertarse de una vez y haciendo un gran esfuerzo, abrió nuevamente los ojos y quitó su mano de la lengua del camello y volvió a subirse en su joroba para retomar el camino a su casa.¿Por qué había vivido en Nueva York tantos años y no había salido a buscarse al desierto antes? ¿Que lo llamaba todavía de la ciudad, de su departamento, de su gato y de su amante entre las sabanas?
    Él sabía todas las respuestas pero fingía a si mismo no saberlas para justificar su viaje a un país tan distinto al de su cultura. Necesitaba sentirse extraño, ajeno al mundo. Su edad avanzaba y necesitaba cada vez más investigar el por qué de sus fantasías.


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  2. luna roja

    luna roja Princesa de fuego

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    Me gustó el viaje
    Un placer leerte
     
    #2
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  3. lucascordova

    lucascordova Poeta recién llegado

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    Gracias, un abrazo!
     
    #3

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