Código postraumático

Desde que estamos en la incubadora del vientre materno nos sellan la frente con las siglas CPT (código postraumático), así despertamos frente a la luz oxidada y sus lágrimas afiladas de un fracaso sonámbulo que deambula por las rutas del destino.
Nacemos con el candor extirpado por las tenazas de la carcoma anónima y distinguida de está dichosa vida y su historia de linaje consumado.
Así fuera y dentro de nuestro andamio diluvia el llanto de un cielo agrio y rancio, cientos de millones de parásitos y sanguijuelas de un parco oficio, las sangrantes dianas de un hado constreñido que no expele más que los olorosos pedos de un óbito tortuoso que corroe hasta nuestros ideales más íntegros; así nos bautizan con la cuita, la cruz y el manto de ceniza del primer cristiano que entregó su sangre por un miserable grupo de gusarapos corrompidos.
Pero somos tan necios que olvidamos la sangre derramada por ese fulano llamado Cristo y preferimos recordar, todos los días, la menstruación odorífera de la concha de una puta que nos calentó algunas noches “esas nocherniegas andanzas de alcohol barato y rouge de prostíbulo”.

Nacer en esta era es como nacer dentro de una botella que se hunde en un foso ciego (esos que no tienen fondo) con la vaga esperanza de que algún día toquemos el suelo; igual que peces amontonados en latas de conservas que con sus branquias buscan el escaso oxígeno en un aire densamente viciado y enmohecido.
Nacemos en una era tirana y despiadada que nos da, como recompensa por haber nacido, una infinidad de patadas en el culo, la última era que se cansó de albergar la propagación de esta fermentada semilla. No hay que echarle la culpa a nuestro tiempo, ni al cielo rancio, tampoco a los parásitos y sanguijuelas de nuestra vieja escuela que se encargó de forjar la doctrina de una guerra de trincheras sin sobrevivientes. Si alguien tiene la culpa de nuestras siglas marcadas en nuestras frentes, esas célebres siglas “CPT” fraguadas por los herrajes candentes de nuestras primicias: es la factoría de nuestros propios huesos arcaicos y nómades de tantas tierras malgastadas por las simientes.

Todo tiene un precio y un límite, un vaso se colma de agua y rebalsa, una caricia por tanto azote se acongoja, el papa mismo con rapidez se vende “más si es argentino”, un corazón que se calienta y se funde en hierro se endurece, el último cardiólogo honorable y decente se tira un balazo en el corazón (René Favaloro), el futbol es la herramienta más potente de nuestra educación, no hay un Belgrano o San Martin que ya figure en los libros, sólo hay un Maradona y Charly Garcia como prócer y modelo de nuestros niños. Y todos gritamos contentos… ¡Viva el boludismo!

Importa mucho en qué país naces, de él depende la barra de serie que está debajo de las siglas “CPT” de nuestras frentes. Todo sujeto parido está con ese sello distintivo y general de calvarios sucesivos, pero todos tienen su “CPT” que los marcan como mal paridos; no hay “CPT” peores o mejores, todos en distintas escalas te dan una pata en los huevos para subírtelos hasta la garganta e incluso ahorcarte con los mismos. Esa barra de serie tiene la diferencia que hace que tardes un poco más en darte cuenta de tu postraumático destino, y ante los ojos de los demás seas el último orejón de un tarro alejado de un mundo global, solamente por su cartelito que dice: made in Taiwán, Europa, América o Pakistán.

 

un placer enorme pasar por sus letras

muy interesante su prosa

un abrazo fuerte