1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Coimetrofobia

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por ASTRO_MUERTO, 7 de Diciembre de 2012. Respuestas: 0 | Visitas: 1331

  1. ASTRO_MUERTO

    ASTRO_MUERTO Poeta fiel al portal

    Se incorporó:
    27 de Marzo de 2006
    Mensajes:
    992
    Me gusta recibidos:
    227
    Género:
    Hombre
    COIMETROFOBIA


    No podía entender lo que sentía, sólo lo sentía, todo era real, lo sentía real y a pesar de ser reacio a la tecnología tenía ahora gracias a ella la oportunidad de mostrarse como era, sin la discreción extrema que otorga el intelecto.
    Horacio, tenía 20 años de edad, era un muchacho normal con una vida difícil, hijo de una madre fallecida hace cinco años atrás y de un padre profesional que había sido un gran mujeriego. El muchacho estuvo al cuidado de su tía Helena a partir de los 17 años siendo su padre desde entonces nada más que un apoyo económico para su vida. El hombre había formado una nueva vida con su amante alejándose de su hijo por el rencor que él le tenía, aunque, en el último año la situación estaba cambiando. Jonás deseaba ahora más que nunca recuperar el perdido lazo que tenía con su hijo hasta hace un par de años antes de la muerte de su esposa, pero a fin de cuentas, Horacio, sólo fingía, jamás perdonó y no tenía intenciones de perdonar la infidelidad de su padre.

    –Horacio –Exclamó efusivamente Jonás tras llamar a la puerta de la casa de tía Helena.

    –Papá... pasa, la tía Helena no está… –El hombre ingresó en la casa y ambos sentáronse a la mesa en el comedor. Era evidente que si bien la relación era buena había ciertas trabas. El joven era de pocas palabras, siempre había sido así y ahora más que nunca, lo que le dificultaba enormemente la tarea a su padre: recuperarlo del todo.

    –Hijo querido, ¿cómo te ha ido en la universidad?

    –Bien… –lo dijo así, sin más que decir.

    –¿Y?, ¿te ha servido la laptop que te regalé?

    –Sí, estoy usándola en mis trabajos… –El hombre sólo miraba a su hijo. Por un lado lo entendía. Se preguntaba a menudo cómo hubiera sido su propio comportamiento si su padre le hubiera hecho algo similar a su madre, si todo ello hubiera resultado para su propia madre lo que fue para su difunta conyugue: un cáncer que seguramente venía gestándose de antes pero que sin duda se vio alimentado por el sufrimiento infringido por él. Se sintió culpable, quedó pensativo un rato y luego hizo lo que tenía que hacer: sacó su chequera y entregó dinero a su hijo. –Bueno, hijo, tendremos más tiempo de conversar, ahora debo ir a una reunión con mis abogados–, se despidieron escuetamente con un estrechón de manos. Jonás se detuvo un momento como si quisiera decirle algo a Horacio, algo aparentemente importante, pero se retractó y se retiró del lugar.

    Ya era de noche. La tía Helena había llegado del trabajo y se encontraba mirando la televisión en completa ausencia de Horacio. –Él sólo ha estado encerrado en su habitación con su computadora– pensó mientras suponía que estaba estudiando desde los últimos 2 días. En ese preciso momento el joven apareció rumbo a la cocina.

    –¡Sobrino querido!, no me has saludado hoy. Llegué hace una hora… ayer tampoco te vi de noche… ¿qué haces?

    –Tía Helena… estoy estudiando, tengo examen.

    –Ah… está bien, espero que te cunda… aunque está demás decírtelo, siempre te va muy bien…

    El muchacho sonrió levemente y reanudó su paso a la cocina con algo de prisa. Se preparó un emparedado y un café devolviéndose luego a su habitación. Estaba ansioso, ya iban a ser las once de la noche en punto y a medida que el minutero del reloj de pared de su cuarto se aproximaba a su meta su corazón empezaba a acelerarse. Sabía que ella, que Marta, se conectaría al chat, a las once en punto, tal como lo había prometido el día anterior. Desde hace tres días se comunicaban por aquel medio. La primera vez ella lo contactó de la nada. Había enviado una solicitud a su programa de mensajería.

    La chica era misteriosa. En la ventana de su Messenger tenía un avatar algo difuso que no dejaba distinguir bien su rostro, pero a Horacio le parecía atractiva; a decir verdad, no le importaba mucho la apariencia de la muchacha ya que era increíblemente cándida y culta y con eso, sus expectativas se estaban cumpliendo satisfactoriamente, aunque, hasta el momento, las charlas con ella no pasaban de la amenidad acompañada de alguna que otra muestra discreta de cariño. Y fueron las once en punto y la situación fue como habría de suponerse:

    “Luciernaga23 acaba de iniciar sesión”, se leía en la pantalla de la laptop de Horacio. Él se apresuró en escribirle:

    Horacio: Marta, te estaba esperando!!!

    Luciernaga23: Hola, Horacio, ¿de verdad me esperabas? :p

    Horacio: Claro que sí, estaba ansioso por chatear contigo de nuevo.

    Luciernaga23: Me alegra saber eso. Eres muy simpático.

    Horacio: Gracias, mi niña. La verdad es que disfruto mucho de tu compañía aunque llevemos poco tiempo charlando.

    Luciernaga23: No pasa nada, congeniamos muy bien. :D



    El joven estaba entusiasmado con la muchacha en gran manera, aunque necesitaba urgentemente disipar algunas dudas, la conversación ya iba avanzada y como lo había sido desde el comienzo, grata. Sin embargo, pensó en que si no disipaba aunque fuera una de sus dudas ahora, no lo haría nunca.

    Horacio: Dime, Marta, ¿por qué me buscaste?

    Luciernaga23: Eso no te lo puedo decir aún, no hasta que nos conozcamos.

    Horacio sintió un escalofrío, algo extraño percibía aunque no quisiera darse cuenta del todo. Por otro lado también sintió un gran regocijo ante lo que acababa de escribirle la muchacha.

    Horacio: ¿De verdad nos conoceremos?

    Luciernaga23: Claro que sí, estaba pensando en que podría ser mañana, mañana a las 12 de la noche puedo.

    Horacio: Fabuloso, pero ¿tan tarde?, ¿por qué?

    Luciernaga23: Sí. A esa hora puedo salir, no me preguntes por qué.

    Horacio: …

    Luciernaga23: Anda, no me temas. No me agradan esos puntos suspensivos.

    Horacio: Hmmmm ¿y dónde nos juntaremos?

    Luciernaga23: Mira, estaba pensando en que podría ser en la calle Santa Emilia, detrás del cementerio Parque del Cielo, nos queda cerca a ambos.


    Más escalofríos sintió Horacio. Jamás le había dicho a la muchacha que vivía cerca del Cementerio Parque del Cielo. Se puso las manos en el rostro y refregando sus ojos con ellas volvió a leer, también sintiéndose abrumado por el inusual lugar para una cita.

    Horacio: ¿Por qué en el cementerio? ¿Cómo sabes que vivo cerca del cementerio?, ¿Me conoces?

    Luciernaga23: Horacio, me tengo que ir… y no, no nos conocemos… recuerda, mañana a las 12 en punto detrás del Cementerio, justo en la entrada antigua, no se me ocurrió otro lugar y al menos a mí me queda muy cerca… estoy apurada… buenas noches.

    Horacio: Pero, espera, ¡no te vayas!


    Luciernaga23 acaba de cerrar sesión.



    Esa noche, el joven, no pudo dormir pensando en la extraña citación, aunque por otro lado estaba entusiasmado. Todo se estaba dando rápido con ella y tendría la oportunidad de conocerla. Tendría entonces tiempo para disipar sus dudas.

    Al día siguiente y faltando media hora para la cita que había fijado Marta, Horacio estaba nervioso a la espera. Por suerte su tía Helena se encontraba durmiendo por lo cual no tuvo que dar explicaciones. Una vez que decidió que era un buen momento para salir, tomó las llaves y abandonó la casa con dirección al Cementerio Parque del Cielo. Le tomaría apenas 10 minutos a pie llegar a su cita, había calculado. Si caminaba rápido llegaría con tiempo de sobra y llevaba 15 minutos de antelación. Las calles estaban completamente vacías y hacía un frío sólo tolerable por una chaqueta densa y el acelerado latir de su corazón.

    Concluida su caminata, el joven había llegado al lugar. La calle Santa Emilia estaba tenuemente iluminada por los viejos faros que se distanciaban por largos y fríos 20 metros. Faltaba poco para la hora concretada, cosa de escasos segundos, pero al cabo del tiempo, nadie apareció. Pasaron 2 minutos y un ladrido amplificado gracias a la silente noche delataba a un perro callejero, pero nada. No hacía presencia la muchacha y el tiempo seguía sumando con el tictaqueo frío, metálico y característico de las máquinas. –Aparece, por favor, Marta, aparece– pensaba Horacio sin quitar los ojos de su reloj. Y pasaron 10 minutos, y nada, y 20 minutos y todo seguía calmo. Horacio empezaba a inquietarse cada vez más. No en vano estaba ad portas de un campo santo y el frío ya le estaba colmando la espera. Decidió aguardar 10 minutos más, pero no hubo respuesta a su espera. Se marchó frustrado a casa, algo enfadado. Al retornar encendió su computadora y se conectó al Messenger, aún tenía esperanzas de que Marta apareciera al menos allí.

    –¡Mierda!, son las cuatro de la mañana. Me quedé dormido…– decíase a sí mismo Horacio. Advirtió que Marta no se conectó. De modo contrario, pensó, le hubiera dejado un mensaje.

    Si al menos hubiera tenido un teléfono donde ubicar a Marta todo hubiera sido más soportable, porque la incertidumbre lo estaba matando. Se reprendió por no haberle preguntado por ello, pero con el paso de las horas su frustración fue desapareciendo conforme la luz del día empezaba a inmiscuirse por la ventana de su cuarto.
    A las 7 de la mañana salió de su cuarto para, como de costumbre, tomar el desayuno junto a su tía. Tuvieron su charla matutina consuetudinaria y salieron, ella a su trabajo y el a la universidad.

    Ese día no pudo concentrarse bien, no por haber dormido poco, sino porque no lograba quitarse de la cabeza el plantón que habíale propinado Marta. Sea como sea, aquel hecho iba a olvidarse, porque a eso de las 12 del día, mientras se encontraba en el aula informática se conectó al Messenger e inmediatamente después de hacerlo y como si de un acto del destino se tratase, se conectó la muchacha.

    Luciernaga23: Horacio, perdóname por no haber ido a la cita, tuve un problema, perdóname por favor.

    Horacio (Marta, aparece!): Te estuve esperando casi media hora… ¿qué problema tuviste?

    Luciernaga23: No te lo puedo decir… es algo que tiene relación con mi familia…

    Horacio (Marta, aparece!): Entiendo. Estaba ansioso, la verdad es que quedé bastante apenado.

    Luciernaga23: No tengas pena, no hemos perdido el contacto, : )

    Luciernaga23: besos!!!

    Horacio (Marta, aparece!): Eso quería preguntarte… necesito un teléfono para ubicarte, besssoos!!

    Luciernaga23: Oh, no tengo teléfono, te lo juro que es cierto, pero dado que te tengo un cariño inmenso te daré mi dirección para que vayas a visitarme. Así podremos conversar mejor y conocernos que es lo que más quiero. : )

    Horacio (Marta, aparece!): Eso sería muy bello. Dime rápido, que estoy en la U y no puedo estar chateando mucho tiempo!

    Luciernaga23: Sí. Vivo en la calle Emperatriz #333 queda cerquita del cementerio.

    Horacio (Marta, aparece!): Siiiiiii, creo que me suena… ¿cuándo puedo ir?

    Luciernaga23: pasado mañana estará bien, a cualquier hora, estaré todo el día en casa y estaré sola.

    Luciernaga23: De verdad que nunca he hecho esto, Horacio, te tengo un cariño tan grande, casi como si fueras un hermano.

    Horacio (Marta, aparece!): Hmmmm ¿un hermano?

    Luciernaga23: es un decir, tontito bello, te estaré esperando, anota la dirección.

    Horacio (Marta, aparece!): Ya la anoté, señorita. Estaré ahí, salgo temprano ese día.

    Horacio (Marta, aparece!): Ya. Me tengo que ir, parece que el profe se dio cuenta de que estoy chateando, BESOSSSSSSSSSSSSSSS y no me vuelvas a dejar plantado otra vez!

    Horacio (Marta, aparece!) acaba de cerrar sesión.

    Luciernaga23: Besos.


    Marta se sonrió, por alguna razón estaba contenta. Si bien sabía que inevitablemente sería imposible compartir con Horacio en persona, estaba feliz y eso la dejaba tranquila. Al parecer, su misión en esta acotada parte del mundo se estaba cumpliendo.

    Había llegado el día dispuesto por Marta para recibir la visita de Horacio. Tras salir de la universidad se dirigió a la dirección que la muchacha le había entregado, la que tenía anotada en un pequeño papel que guardó consigo en su billetera. Cuando llegó a la calle señalada fue mirando las casas, era un barrio viejo, miró las numeraciones sistemáticamente hasta que encontró su objetivo. Verificó la dirección y correspondía. Sintió algo de felicidad a la vez que ansias, pero luego su felicidad se esfumó. Algo no andaba bien. La casa era vieja. El deterioro y descuido de la fachada era una prueba de ello. Pasó de la ansiedad a no entender aún lo que ocurría, golpeó la puerta y tocó el viejo timbre, de aquellos que quedaban a una altura considerable. Logró oír el ring tras el crujido del plástico al pulsar el botón y tras un lapso de tiempo considerable para lo que demoraría en acudir cualquier morador apareció tras la puerta que se abría el rostro arrugado de una pequeña mujer. Su mal presentimiento empezaba a acrecentarse.

    –Diga, joven, ¿qué se le ofrece?

    –Yo… –pronunció extrañado Horacio, pensando en que Marta le había dicho que se encontraría sola–… busco a una amiga que me dio esta dirección, se llama Marta…

    –¿Marta? Aquí no vive ninguna marta…

    –Pero señora, ¿está segura?, ella me dio esta dirección –dijo Horacio con el corazón a punto de salírsele por la boca–, Emperatriz 333… yo vivo cerca, el otro día quedamos de juntarnos en el cementerio Parque del Cielo, pero no apa...

    –¿Y cuál es el apellido de Marta? –preguntó la señora, quién sabe por qué, tal vez algo presentía.

    –Sí, lo recuerdo, me lo dijo el primer día y me dijo que no lo olvidara, así lo hice, Marta Fritz.

    –Santo Dios, muchachito. Pase. –dijo la mujer invitando a Horacio a ingresar con un amable ademán.

    Horacio comenzaba a asustarse, no entendía nada aún. Si allí no había ninguna Marta le extrañaba en gran manera que la anciana le preguntase por el apellido. Algo andaba mal, algo necesariamente tenía que estar muy mal. Pésimamente mal.

    Mientras transitaba junto a la señora por el largo pasillo de la casa su temor iba en aumento, algo le decía que tenía que salir corriendo de allí inmediatamente, pero como un perro abandonado sigue a un extraño, la siguió hasta la antigua sala de estar. La mujer le convidó a tomar asiento. Aparentemente vivía sola y luego de iniciar una conversación espeluznante el joven Horacio, palideció.

    –Pero, señora. ¡Marta no puede estar muerta!, yo chateé con ella. ¡No existen los fan...

    –Así es, como le dije joven, es la pura y santa verdad, le diré también que murió hace dos años, vivían aquí ellas tres –decía la señora mientras miraba los ojos de Horacio apunto del quebranto–, Marta junto a su hermana y su madre. Ellas se fueron después que murió la niña. Falleció a los 23 años en un accidente, era tan linda e inteligente, su mamá le decía luciérnaga, “Mi luciérnaga”, a pesar de que vivían solas eran muy unidas ellas, las conocí bien porque yo vivía en la casa de en frente.

    –No puedo creerlo –contestó Horacio, temblando hasta el alma–, no tiene sentido… tal vez sea sólo un error y un alcance de nombres... aunque lo de luciérnaga… ese es el apodo que ella usa… estoy confundido, señora…

    –Joven, no tenga pena, es una bendición que ella se haya comunicado con usted, ha de ser por algo. Dios sabe porqué hace las cosas.

    –Estoy desconcertado y triste –replicó Horacio. Lágrimas corrían por sus mejillas y no dejaba de temblar.

    –Joven, está usted muy afectado –le dijo la anciana mientras con la mano lo consolaba dándole leves palmadas en el hombro–, es totalmente natural que esté así, vaya a descansar, puede venir cuando se sienta mejor, le hará bien que le cuente acerca de cómo era ella.

    –Lo tendré en consideración, ha sido usted muy amable –contestó Horacio mientras se secaba el llanto–, ¿sabe?, probablemente venga para que me hable de ella. Tal vez ella quería que me acercase a usted… usted vive sola, no es muy distinta a mí.

    –Es usted muy bueno, joven. Yo encantada de recibirlo.

    –Bueno. Yo me voy.

    –Lo acompaño.

    Ambos caminaron por el largo pasillo cuando de pronto sonó el timbre. Era un hombre misterioso que estaba esperando a la señora. Horacio advirtió que traía un maletín, supuso que tal vez la mujer tenía problemas ya que la expresión en el rostro del hombre era seria. Se alejó Horacio de la casa no sin antes advertir que el hombre había ingresado a ella junto a la señora. –Qué bruto. Olvidé preguntarle su nombre.– pensó por un momento. Se encontraba todavía demasiado confundido por la experiencia que acababa de tener.

    Habían pasado unos días desde aquella experiencia sobrenatural y el joven tenía previsto visitar a la señora, pensaba que aquello ayudaría a aliviar su pena. En casa, con tía Helena hablaba lo justo y necesario, su padre no lo llamaba desde aquella última vez cuando fue a entregarle dinero. Estaba demasiado afectado aún aunque ponía todo de su parte para salir de su estado anímico, tanto así que, tras una llamada de su padre, decidió juntarse con él, tal vez buscando ese lazo paternal que ahora estaba necesitando. Concretaron la cita en el centro comercial, en un café bastante concurrido.

    –Hijo mío, como te dije por teléfono he estado muy ocupado estos días. Y por eso me alegra que hayas aceptado este encuentro. He estado un poco estresado y me hace bien verte.

    –Sí, papá. La verdad es que acepté esta invitación porque… –Horacio estuvo a punto de contar su experiencia a su padre, pero por alguna razón decidió callar.

    –Ya sé, algo te pasa, Horacio, te conozco, no has cambiado… cuéntame ¿una mujer te tiene así?, te noto algo triste. –El joven sintió un remezón tras oír la palabra mujer.

    –No papá, nada de eso, sólo que he tenido demasiada carga en la universidad.

    –Que quieres que te diga, pues, hijo, así es la vida, sacrificios, cargas, problemas... –Jonás miró a los ojos a su hijo y le dio una palmada cariñosa en el hombro– ya estás grande. Recuerdo cuando eras pequeñito y salíamos a jugar a la pelota, te encantaba.

    –Sí, era bueno, supongo, al menos siempre lograba quitártela a pesar de ser tú un adulto.

    –Sí, pero ya no es así, es decir, estás hecho un hombre ya, campeón. –Ambos sonrieron.

    –Papá, perdóname que esté así, triste como me ves, tú sabes que tenemos una larga conversación pendiente…

    –Lo sé, hijo mío, lo sé, no hay día que no piense en ello.

    –Sé que me quieres mucho y por eso es que acepto todo lo que me das, la vida es así como dices, sacrificios, cargas, problemas… eso lo estoy entendiendo últimamente, pero ahora no quiero hablar de esto, quiero distraerme.

    –Sí, hijo, cuando tú quieras podremos conversar –Jonás inhalo hondo–, y a propósito de distraerte, espero contribuir con ello, tengo una hora para ti. Cuéntame sobre tu tía, sobre tu carrera… sobre… las mujeres…

    Ambos estuvieron en el café charlando durante el tiempo dispuesto. Ahora, como nunca, a Horacio le hizo realmente bien compartir con su padre. Pasaron los minutos y los lazos comenzaban a estrecharse aún cuando había una conversación pendiente, pero ya estaba llegando a su fin.

    –Bueno, hijo, ando sin mi automóvil y tengo que irme ya. ¿Caminemos hasta el metro?

    –Sí, vamos, tengo que hacer cosas también, estudiar…

    Caminaron hasta el metro y una vez en la estación, se separaron ya que cogían trenes contrarios. Se despidieron con un abrazo algo tímido.

    Por fin logró Horacio tener algo más de calma, no tenía amigos, a menudo consideraba a sus compañeros de carrera como “conocidos”, por lo cual aquella reunión con su padre le hizo bastante bien. Caminó por las escaleras que lo conducirían hasta el pasillo que daba al andén, la estación estaba abarrotada de gente y con leve dificultad avanzaba. Fue en ese momento cuando, súbitamente entre el tumulto, sintió que le tocaban el hombro. Una joven voz femenina, súbita también además que fuerte y clara llamole, –Horacio, el cementerio–, y cuando el muchacho volteó no vio más que gente, sin distinguir a nadie en particular además de una señora inclinada recogiendo su cartera. Toda la calma que había conseguido se disipó a la velocidad con que la sombra de la noche devora a la luz del día. –Fue Marta–, pensó el joven, atormentado y comenzó a sudar frío, estaba asustado y torpemente apuró el paso para entrar al tren que lo llevaría a casa.
    Esa tarde llegó afligido, no quiso contarle nada a su tía y se encerró en su cuarto a pensar sobre todo lo que le estaba ocurriendo. Se preguntaba por qué a él, qué había hecho para que un espíritu lo atormentase así. Si bien era escéptico, comenzaba a creer. Pasó la noche tratando de buscar explicaciones mas no encontró ninguna. Ya ni siquiera tenía ánimos de tocar su laptop. No pudo dormir bien, tuvo pesadillas toda la noche, tanto así que decidió ir a visitar a la anciana que vivía en la calle Emperatriz. Tal vez ella tenía la solución para de una vez por todas evitar que el fantasma de Marta siguiese acosándolo, al menos eso creía.

    –Joven, qué sorpresa, ha venido a visitarme, es por Marta, ¿verdad?

    –Sí –contestó Horacio, lucía ojeroso, atribuible a las largas noches de estudio según su tía Helena.

    Al minuto siguiente encontrábase adentro de la casa con la señora Matilde, así se llamaba, fue lo primero que le pregunto antes de comentarle su última experiencia en el metro.

    –Un momento, Joven Horacio, ¿no ha pensado en que tal vez ella quiere que usted vaya al cementerio a visitarla?, ella está sepultada en el cementerio Parque del Cielo –el muchacho estaba estremecido. No atinó a decir nada. El frío se apoderaba de su cuerpo, pero pensó que si eso servía, que si había aunque fuera una remota posibilidad de terminar esta historia yendo a visitar la tumba, entonces valía la pena intentarlo.

    –Señora Matilde, usted tiene razón. Si cabe esa posibilidad entonces es lo que haré, ¿sabe usted dónde está sepultada?

    –Ah, mi criatura de Dios, yo lo sé. Te acompañaría ahora mismo, pero ya es tarde.

    –Mañana, mañana vengo y usted me acompaña, no me atrevería a ir solo, nunca me han gustado los cementerios.

    Concretaron la cita para las 3 de la tarde del día siguiente.
    Finalmente y después de una larga noche, Horacio pasó a buscar a la señora Matilde en un taxi, tal como lo habían acordado, a las tres de la tarde. La anciana demoró un poco en salir argumentando que tuvo que hacer una llamada. Subieron al taxi y en menos de 5 minutos estaban en el cementerio. Decidieron bajar del vehículo a la entrada del mismo e ingresaron en él. El joven sólo siguió a la anciana por las verdes calles del camposanto. Solitarios mausoleos, nichos y tumbas creaban un ambiente hostil para el muchacho que, era algo coimetrofóbico, lo que no le impidió acudir a la cita que le había impuesto Marta, ahora mismo recordaba aquel hecho y se decía para sí que si hubiera hecho caso a su miedo y no hubiera asistido a la cita, tal vez otra hubiera sido su situación actual, pero precisamente ahora se hallaba allí y no había nada que hacer sino seguir, al menos la presencia de la señora Matilde, que de paso lento acompañábalo le daba la calma que necesitaba.

    Se aproximaba a la tumba siguiendo a la encorvada mujer, –esa es–, dijo la anciana señalando hasta donde estaba un hombre de espaldas a ellos. Horacio no se fijó en el hombre, sino en lo hermosa que era la tumba. Al parecer aquel hombre la visitaba frecuentemente. La anciana se detuvo y Horacio avanzó solo, casi hipnotizado. A una distancia ya corta advirtió lo que decía la lápida:



    MARTA AURELIA FRITZ IRARRAZABAL
    21 de agosto de 1986
    3 de octubre de 2009

    Que descanse en paz tu cuerpo de luciérnaga en el polvo​
    y tu alma de ángel se encumbre con Dios.



    El joven quedó conmovido en gran manera, echándose a llorar, tal era su estado que no advirtió quién estaba al lado suyo, cuando volteó la cabeza lo vio, traía un ramo de rosas blancas en su mano, de las mismas que adornaban la tumba.
    –Hijo, qué haces aquí –reaccionó sorprendido el hombre.

    –¡Papá!, ¡qué haces tú aquí! –Jonás abrazó del cuello a Horacio y él más confundido que antes permaneció estático, aturdido.

    –Hijo mío, este es mi secreto, ella era tu hermana y no sé cómo has llegado aquí, tal vez sea el destino…

    –Pero... ella no lleva nuestro apellido… papá… –repuso el joven y luego gritó enloquecido– ¡no entiendo nada!…

    –Escúchame, escúchame, Horacio –contestó su padre conteniéndolo– yo la abandoné cuando ella nació, a ella, a tu otra hermana y a su madre… luego conocí a tu madre y me quedé con ustedes…

    –¡Suéltame! Eso era. Durante el tiempo en que engañabas a mamá lo hacías con la madre de Marta… siempre fue así… esa fue tu familia verdadera…

    –Hijo mío, ¡escúchame! –repuso Jonás.

    –¡Suéltame!, embustero… ahora entiendo todo. Querías que creyera que la difunta Marta había vuelto del más allá para que me acercase a ti de nuevo y te perdonase… esa sería su misión –El hombre quedó pasmado mientras oía a su hijo replicarle como si lo hiciese ante un enemigo–. Eso es. Sabía que no había tal cosa como los fantasmas, siempre lo supe. ¿No te parece imperdonable jugar así?, ¡utilizando a tu propia hija muerta para obtener mi perdón! Eres un patán… señor. ¿Creías que no me iba a dar cuenta? Le pagaste a alguien para que me contactase por internet. Tú conoces bien mi correo electrónico, y le pagaste a alguien que se hizo pasar por Marta, por eso me regalaste el computador… dirigías todo… le dijiste a la muchacha que programara la cita tras el cementerio para hacer la historia sobrenatural más creíble. Ahora entiendo tanto misterio por parte de la maldita mujer que se hizo pasar por Marta. Claro que sí, hombre. Luego le pagaste a la anciana, a esta anciana que está tras de mí para que fingiese la historia de la casa revelando parte de la verdad que tenías guardada. Claro que sí, ¡señor astuto! Eso explica al hombre del maletín, seguramente ese día le llevaba el pago de esta señora. ¿No es así, señora Matilde?, y también se explica su llamada telefónica, su llamada, señora Matilde, antes de venir hasta aquí, en ese momento le avisó a este hombre del cual me avergüenzo de ser hijo, que veníamos, para que tuviera programada esta patética escena. Y no voy a mencionar la cita que programaste conmigo, Jonás, porque sabías que cogería el metro, sabías que estaría en la estación a una hora determinada. Le pagaste a alguien para que me tocara el hombro en la estación y dijera las palabras mágicas que me motivarían a creerle a la señora Matilde la idea de venir hasta aquí. ¡Claro! eso explica a la señora recogiendo su cartera en el metro, seguramente, fue derribada cuando la mujer que me tocó el hombro salió corriendo para que no la viese. Lo planeaste todo para que yo llegase hasta aquí, donde, casualmente estarías tú, en esta tumba, jugando a ser Dios, pero me subestimaste y lo peor de todo, me has hecho venir a una tumba de alguien que no conocí jamás cuando ni siquiera he ido a visitar la tumba de mi propia madre. Desde ese día le tuve temor a los cementerios y desde este día, temo de ti y temo de las ancianas y temo de todo el mundo. Gente maquiavélica. Me voy. Gracias por hacerme el día, ¡mugrosos!
    Horacio se retiró del cementerio enfurecido y lastimado, su padre, Jonás, cayó de rodillas en la tumba de Marta, suplicándole perdón a su alma. La señora Matilde estaba tan conmovida que no pudo más que acercarse a Jonás para ponerlo de pie.

    –Yo se lo advertí, don Jonás, no se juega a ser Dios, necesitaba el dinero pero después de esto, se lo devolveré. Ya, levántese y vámonos…

    –Señora Matilde… yo… lamento haberla metido en esto… –dijo Jonás, destrozado.

    –No, señor, no lo lamente por mí, laméntelo por su Hijo.

    –Evidentemente lo lamento por él, pero sabrá reponerse, es muy inteligente. –Incorporóse con la ayuda de la señora Matilde y no sin antes cambiar las flores de la tumba, retirose, junto a la anciana. –Inteligente, pero infeliz– pensó ella.
     
    #1
    Última modificación: 13 de Diciembre de 2013

Comparte esta página