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Colección antología de poesía crítica (Volumen 3)

Tema en 'Poetas famosos, recomendaciones de poemarios' comenzado por anaximandro, 9 de Octubre de 2014. Respuestas: 0 | Visitas: 855

  1. anaximandro

    anaximandro Poeta recién llegado

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    3 de Septiembre de 2014
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    Pablo Neruda

    (1904 - 1973)

    Poeta chileno, cuyo verdadero nombre era Neftalí Ricardo Reyes Basoalto. Nacido en Parral, Chile, comenzó muy pronto a escribir; en 1921 publicó La canción de la fiesta, su primer poema, con el seudónimo de Pablo Neruda, nombre que mantuvo a partir de entonces.

    Su madre murió sólo un mes más tarde de que naciera él, momento en que su padre, un empleado ferroviario, se instaló en Temuco, donde el joven Pablo cursó sus primeros estudios y conoció a Gabriela Mistral. Allí comenzó a trabajar en un periódico, hasta que a los dieciséis años se trasladó a Santiago, donde publicó sus primeros poemas en la revista Claridad.

    Tras publicar algunos libros de poesía, en 1924 alcanzó fama internacional con Veinte poemas de amor y una canción desesperada, obra que, junto con Tentativa del hombre infinito, distingue la primera etapa de su producción poética, señalada por la transición del modernismo a formas vanguardistas influidas por Vicente Huidobro.

    En 1926, emprende la carrera consular que lo llevó a residir en varios países asiáticos. Allí escribe El opio en el Este, donde se identifica con la gente del sur de Asia, oprimida por la pobreza y las políticas del sistema colonial.

    Entre 1934 y 1938, ejerce la representación de su país en España, donde se relacionó con García Lorca, Aleixandre, Gerardo Diego y otros componentes de la llamada Generación del 27; aquí fundó la revista Caballo Verde para la Poesía, tomando partido por una «poesía sin pureza» y próxima a la realidad inmediata, en consonancia con su compromiso social.

    Al estallar la Guerra Civil, Neruda apoyó a los republicanos. Reflejo de ello es su poemario España en el corazón. Progresivamente su obra experimentó una transición hacia formas de un tono más sombrío que reflejan el paso del tiempo, el caos y la muerte en la realidad cotidiana.

    De regreso en Chile, en 1939 Neruda ingresó en el Partido Comunista y su obra experimentó un giro hacia la militancia política que culminó con la exaltación de los mitos americanos en su Canto general. En 1945 fue el primer poeta en ser galardonado con el Premio Nacional de Literatura de Chile. Al mismo tiempo, desde su escaño de senador utilizó su oratoria para denunciar los abusos y las desigualdades del sistema. Tal actitud provocó la persecución gubernamental y su posterior exilio en Argentina. Posteriormente, en 1969 es nombrado miembro honorario de la Academia Chilena de la Lengua. El gobierno de Allende lo designa embajador en Francia. En 1971 le fue otorgado el premio Nobel de Literatura. En febrero de 1973, por razones de salud, renuncia a su cargo de embajador y el 23 de septiembre de ese mismo año muere en una clínica de Santiago de Chile, días después del golpe de estado de Pinochet.

    Puede afirmarse, en fin, que Neruda es uno de los poetas que más ha influido en la poesía del siglo XX. Su dimensión poética es tan vasta que va desde la exaltación amorosa a la celebración erótica, pasando por la rebeldía ante el dolor a causa de la miseria de los pueblos víctimas de la injusticia y la opresión.

    Entre sus obras señalaremos: Crepusculario (1923), Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), Residencia en la tierra (Madrid, 1935), España en el corazón (Santiago, 1937), Tercera residencia (1945), Canto General (México, 1950), Los versos del capitán (Nápoles, (1952), Odas elementales (Buenos Aires, 1955), Extravagario (1958), Memorial de Isla Negra (1964), El fin del viaje (1982), Confieso que he vivido (1974), Autobiografía.



    La United Fruit Co

    Cuando sonó la trompeta, estuvo
    todo preparado en la tierra,
    y Jehová repartió el mundo
    a Coca-Cola Inc., Anaconda,
    Ford Motors y otras entidades:
    la Compañía Frutera Inc.
    se reservó lo más jugoso,
    la costa central de mi tierra,
    la dulce cintura de América.
    Bautizó de nuevo sus tierras
    como «Repúblicas Bananas»,
    y sobre los muertos dormidos,
    sobre los héroes inquietos
    que conquistaron la grandeza,
    la libertad y las banderas,
    estableció la ópera bufa:
    enajenó los albedríos,
    regaló coronas de César,
    desenvainó la envidia, atrajo
    la dictadura de las moscas,
    moscas Trujillos, moscas Tachos,
    moscas Carías, moscas Martínez,
    moscas Ubico, moscas húmedas
    de sangre humilde y mermelada,
    moscas borrachas que zumban
    sobre las tumbas populares,
    moscas de circo, sabias moscas
    entendidas en tiranía.

    Entre las moscas sanguinarias
    la Frutera desembarca,
    arrasando el café y las frutas,
    en sus barcos que deslizaron
    como bandejas el tesoro
    de nuestras tierras sumergidas.

    Mientras tanto, por los abismos
    azucarados de los puertos,
    caían indios sepultados
    en el vapor de la mañana:
    un cuerpo rueda, una cosa
    sin nombre, un número caído,
    un racimo de fruta muerta
    derramada en el pudridero.

    De: Canto General


    Promulgación de la ley del embudo

    Ellos se declararon patriotas.
    En los clubs se condecoraron
    y fueron escribiendo la historia.
    Los Parlamentos se llenaron
    de pompa, se repartieron
    después la tierra, la ley,
    las mejores calles, el aire,
    la Universidad, los zapatos.

    Su extraordinaria iniciativa
    fue el Estado erigido en esa
    forma, la rígida impostura.
    Lo debatieron, como siempre,
    con solemnidad y banquetes,
    primero en círculos agrícolas,
    con militares y abogados.
    Y al fin llevaron al Congreso
    la Ley suprema, la famosa,
    la respetada, la intocable
    Ley del Embudo.
    …………………………Fue aprobada.
    Para el rico la buena mesa.
    La basura para los pobres.
    El dinero para los ricos.
    Para los pobres el trabajo.
    Para los ricos la casa grande.
    El tugurio para los pobres.
    El fuero para el gran ladrón.
    La cárcel al que roba un pan.
    París, París para los señoritos.
    El pobre a la mina, al desierto.
    El señor Rodríguez de la Crota
    habló en el Senado con voz
    meliflua y elegante.
    …………………«Esta ley, al fin, establece
    la jerarquía obligatoria
    y sobre todo los principios
    de la cristiandad.
    ……………………………...Era
    tan necesaria como el agua.
    Sólo los comunistas, venidos
    del infierno, como se sabe,
    pueden discutir este código
    del Embudo, sabio y severo.
    Pero esta oposición asiática,
    venida del sub-hombre, es sencillo
    refrenarla: a la cárcel todos,
    al campo de concentración,
    así quedaremos sólo
    los caballeros distinguidos
    y los amables yanaconas
    del Partido Radical.»

    Estallaron los aplausos
    de los bancos aristocráticos:
    qué elocuencia, qué espiritual,
    qué filósofo, qué lumbrera!
    Y corrió cada uno a llenarse
    los bolsillos en su negocio,
    uno acaparando la leche,
    otro estafando en el alambre,
    otro robando en el azúcar
    y todos llamándose a voces
    patriotas, con el monopolio
    del patriotismo, consultado
    también en la Ley del Embudo.

    De: Canto General


    La pobreza

    Ay, no quieres,
    te asusta
    la pobreza,

    no quieres
    ir con zapatos rotos al mercado
    y volver con el viejo vestido.

    Amor, no amamos,
    como quieren los ricos,
    la miseria. Nosotros
    la extirparemos como diente maligno
    que hasta ahora ha mordido el corazón del hombre.

    Pero no quiero
    que la temas.
    Si llega por mi culpa a tu morada,
    si la pobreza expulsa
    tus zapatos dorados,
    que no expulse tu risa que es el pan de mi vida.
    Si no puedes pagar el alquiler
    sal al trabajo con paso orgulloso,
    y piensa, amor, que yo te estoy mirando
    y somos juntos la mayor riqueza
    que jamás se reunió sobre la tierra.

    De: Los versos del Capitán


    Amador Cea

    (De Coronel, Chile, 1949)

    Como habían detenido a mi padre
    y pasó el Presidente que elegimos
    y dijo que todos éramos libres, yo pedí que a mi viejo
    lo soltaran.

    Me llevaron y me pegaron todo un día.
    No conozco a nadie en el cuartel. No sé, no puedo
    ni recordar sus caras. Era la policía.
    Cuando perdía el conocimiento, me tiraban
    agua en el cuerpo y me seguían pegando.
    En la tarde, antes de salir, me llevaron
    arrastrando a una sala de baño,
    me empujaron la cabeza adentro de una taza
    de W.C. llena de excrementos. Me ahogaba.
    «Ahora, sal a pedir libertad al Presidente,
    que te manda este regalo», me decían.

    Me siento apaleado, esta costilla me la rompieron.
    Pero por dentro estoy como antes, camarada.
    A nosotros no nos rompen sino matándonos.

    De: Canto General


    El Amor del Soldado

    En plena guerra te llevó la vida
    a ser el amor del soldado.

    Con tu pobre vestido de seda,
    tus uñas de piedra falsa
    te tocó caminar por el fuego.

    Ven acá, vagabunda,
    ven a beber sobre mi pecho
    rojo rocío.

    No querías saber dónde andabas,
    eras la compañera de baile,
    no tenías partido ni patria.

    Y ahora a mi lado caminando
    ves que conmigo va la vida
    y que detrás está la muerte.

    Ya no puedes volver a bailar
    con tu traje de seda en la sala.
    Te vas a romper los zapatos,
    pero vas a crecer en la marcha.

    Tienes que andar sobre las espinas
    dejando gotitas de sangre.

    Bésame de nuevo, querida.
    Limpia ese fusil, camarada.

    En: Los versos del capitán


    Elección en Chimbarongo

    En Chimbarongo, en Chile, hace tiempo
    fui a una elección senatorial.
    Vi cómo eran elegidos
    los pedestales de la patria.
    A las once de la mañana
    llegaron del campo las carretas
    atiborradas de inquilinos.
    Era en invierno, mojados,
    sucios, hambrientos, descalzos,
    los siervos de Chimbarongo
    descienden de las carretas.
    Torvos, tostados, harapientos,
    son apiñados, conducidos
    con una boleta en la mano,
    vigilados y apretujados
    vuelven a cobrar la paga,
    y otra vez hacia las carretas
    enfilados como caballos
    los han conducido.
    …………………………………Más tarde
    les han tirado carne y vino
    hasta dejarlos bestialmente
    envilecidos y olvidados.
    Escuché más tarde el discurso,
    del senador así elegido:

    «Nosotros, patriotas cristianos,
    nosotros, defensores del orden,
    nosotros, hijos del espíritu.»

    Y estremecía su barriga
    su voz de vaca aguardentosa
    que parecía tropezar
    como una trompa de mamuth
    en las bóvedas tenebrosas
    de la silbante prehistoria.

    En: Canto General


    “El enemigo”

    Hoy vino a verme un enemigo.
    Se trata de un hombre encerrado
    en su verdad, en su castillo,
    como en una caja de hierro,
    con su propia respiración
    y las espadas singulares
    que amamantó para el castigo.

    Miré los años en su rostro,
    en sus ojos de agua cansada,
    en las líneas de soledad
    que le subieron a las sienes
    lentamente, desde le orgullo.

    Hablamos en la claridad
    de un medio día pululante,
    con viento que esparcía sol
    y sol combatiendo en el cielo.
    Pero el hombre sólo mostró
    las nuevas llaves, el camino
    de todas las puertas. Yo creo
    que adentro de él iba el silencio
    que no podía compartirse.
    Tenía una piedra en el alma:
    Él preservaba la dureza.

    Pensé en su mezquina verdad
    enterrada sin esperanza
    de herir a nadie sino a él
    y miré mi pobre verdad
    maltratada adentro de mí.

    Allí estábamos cada uno
    con su certidumbre afilada
    y endurecida por el tiempo
    como dos ciegos que defienden
    cada uno su oscuridad.


    El maestro Huerta

    (De la mina “La Despreciada”, de Antofagasta)

    Cuando vaya usted al Norte, señor,
    vaya a la mina “La Despreciada”,
    y pregunte por el maestro Huerta.
    Desde lejos no verá nada,
    sino los grises arenales.
    Luego, verá las estructuras,
    el andarivel, los desmontes.
    Las fatigas, los sufrimientos
    no se ven, están bajo tierra
    moviéndose, rompiendo seres,
    o bien descansan, extendidos,
    transformándose, silenciosos.
    Era “picano” el maestro Huerta.
    Medía 1.95 m.
    Los picanos son los que rompen
    el terreno hacia el desnivel,
    cuando la veta se rebaja.
    500 metros abajo,
    con el agua hasta la cintura,
    el picano pica que pica.
    No sale del infierno
    sino cada cuarenta y ocho horas,
    hasta que las perforadoras
    en la roca, en la oscuridad,
    en el barro, dejan la pulpa
    por donde camina la mina.
    El maestro Huerta, gran picano,
    parecía que llenaba el pique
    con sus espaldas. Entraba
    cantando como un capitán.
    Salía agrietado, amarillo,
    corcovado, reseco, y sus ojos
    miraban como los de un muerto.
    Después se arrastró por la mina.
    Ya no pudo bajar al pique.
    El antimonio le comió las tripas.
    Enflaqueció, que daba miedo,
    pero no podía andar.
    Las piernas las tenía picadas
    como por puntas, y como era
    tan alto, parecía
    como un fantasma hambriento
    pidiendo sin pedir, usted sabe.
    No tenía treinta años cumplidos.
    Pregunto dónde está enterrado.
    Nadie se lo podrá decir,
    porque la arena y el viento derriban
    y entierran las cruces, más tarde.
    Es arriba, en “La Despreciada”,
    donde trabajó el maestro Huerta.

    En: Canto General


    El monte y el río

    En mi patria hay un monte.
    En mi patria hay un río.
    Ven conmigo.

    La noche al monte sube.
    El hambre baja al río.
    Ven conmigo.

    ¿Quiénes son los que sufren?
    No sé, pero son míos.
    Ven conmigo.

    No sé, pero me llaman
    y me dicen: "Sufrimos".
    Ven conmigo.

    Y me dicen: "Tu pueblo,
    tu pueblo desdichado,
    entre el monte y el río,

    con hambre y con dolores,
    no quiere luchar solo,
    te está esperando, amigo".

    Oh tú, la que yo amo,
    pequeña, grano rojo
    de trigo,
    será dura la lucha,
    la vida será dura,
    pero vendrás conmigo.

    En: Los versos del capitán


    Explico algunas cosas

    Preguntaréis: ¿Y dónde están las lilas?
    ¿Y la metafísica cubierta de amapolas?
    ¿Y la lluvia que a menudo golpeaba
    sus palabras llenándolas
    de agujeros y pájaros?

    Os voy a contar todo lo que me pasa.

    Yo vivía en un barrio
    de Madrid, con campanas,
    con relojes, con árboles.
    Desde allí se veía
    el rostro seco de Castilla
    como un océano de cuero.
    Mi casa era llamada
    la casa de las flores, porque por todas partes
    estallaban geranios: era
    una bella casa
    con perros y chiquillos.

    Raúl, te acuerdas?
    Te acuerdas, Rafael?
    Federico, te acuerdas
    debajo de la tierra,
    te acuerdas de mi casa con balcones en donde
    la luz de junio ahogaba flores en tu boca?
    ¡Hermano, hermano!
    Todo eran grandes voces, sal de mercaderías,
    aglomeraciones de pan palpitante,
    mercados de mi barrio de Argüelles con su estatua
    como un tintero pálido entre las merluzas:
    el aceite llegaba a las cucharas,
    un profundo latido
    de pies y manos llenaba las calles,
    metros, litros, esencia
    aguda de la vida,
    pescados hacinados,
    contextura de techos con sol frío en el cual
    la flecha se fatiga,
    delirante marfil fino de las patatas,
    tomates repetidos hasta el mar.

    Y una mañana todo estaba ardiendo
    y una mañana las hogueras
    salían de la tierra
    devorando seres,
    y desde entonces fuego,
    pólvora desde entonces,
    y desde entonces sangre.
    Bandidos con aviones y con moros,
    bandidos con sortijas y duquesas,
    bandidos con frailes negros bendiciendo
    venían por el cielo a matar niños,
    y por las calles la sangre de los niños
    corría simplemente, como sangre de niños.
    Chacales que el chacal rechazaría,
    piedras que el cardo seco mordería escupiendo,
    víboras que las víboras odiaran!
    Frente a vosotros he visto la sangre
    de España levantarse
    para ahogaros en una sola ola
    de orgullo y de cuchillos!

    Generales
    traidores:
    mirad mi casa muerta,
    mirad España rota:
    pero de cada casa muerta sale metal ardiendo
    en vez de flores,
    pero de cada hueco de España
    sale España,
    pero de cada niño muerto sale un fusil con ojos,
    pero de cada crimen nacen balas
    que os hallarán un día el sitio
    del corazón.
    ¿Preguntaréis por qué su poesía
    no nos habla del sueño, de las hojas,
    de los grandes volcanes de su país natal?

    ¡Venid a ver la sangre por las calles,
    venid a ver
    la sangre por las calles,
    venid a ver la sangre por las calles!

    De: España en el corazón


    Inundaciones

    Los pobres viven abajo esperando que el río
    se levante en la noche y se los lleve al mar.
    He visto pequeñas cunas que flotaban, destrozos
    de viviendas, sillas, y una cólera augusta
    de lívidas aguas en que se confunden el cielo y el terror.

    Sólo es para ti, pobre, para tu esposa y tu sembrado,
    para tu perro y tus herramientas,
    para que aprendas a mendigo.

    El agua no sube hasta las casas de los caballeros
    cuyos nevados cuellos vuelan desde las lavanderías.
    Como este fango arrollador y estas ruinas que nadan
    con tus muertos vagando dulcemente hacia el mar,
    entre las pobres mesas y los perdidos árboles
    que van de tumbo en tumbo mostrando sus raíces.

    De: Canto General


    La bandera

    Levántate conmigo.
    Nadie quisiera
    como yo quedarse
    sobre la almohada en que tus párpados
    quieren cerrar el mundo para mí.
    Allí también quisiera
    dejar dormir mi sangre
    rodeando tu dulzura.

    Pero levántate,
    tú, levántate,
    pero conmigo levántate
    y salgamos reunidos
    a luchar cuerpo a cuerpo
    contra las telarañas del malvado,
    contra el sistema que reparte el hambre,
    contra la organización de la miseria.

    Vamos,
    y tú, mi estrella, junto a mí,
    recién nacida de mi propia arcilla,
    ya habrás hallado el manantial que ocultas
    y en medio del fuego estarás
    junto a mí,
    con tus ojos bravíos,
    alzando mi bandera.

    De: Los versos del Capitán


    La huelga

    Extraña era la fábrica inactiva.
    Un silencio en la planta, una distancia
    entre máquina y hombre, como un hilo
    cortado entre planetas, un vacío
    de las manos del hombre que consumen
    el tiempo construyendo, y las desnudas
    estancias sin trabajo y sin sonido.

    Cuando el hombre dejó las madrigueras
    de la turbina, cuando desprendió
    los brazos de la hoguera y decayeron
    las entrañas del horno, cuando sacó los ojos
    de la rueda y la luz vertiginosa
    se detuvo en su círculo invisible,
    de todos los poderes poderosos,
    de los círculos puros de potencia,
    de la energía sobrecogedora,
    quedó un montón de inútiles aceros
    y en las salas sin hombre, el aire viudo,
    el solitario aroma del aceite.

    Nada existía sin aquel fragmento
    golpeado, sin Ramírez,
    sin el hombre de ropa desgarrada.
    Allí estaba la piel de los motores,
    acumulada en muerto poderío,
    como negros cetáceos en el fondo
    pestilente de un mar sin oleaje,
    o montañas hundidas de repente
    bajo la soledad de los planetas.

    De: Canto General


    La Letra:

    Así fue. Y así será. En las sierras
    calcáreas, y a la orilla
    del humo, en los talleres,
    hay un mensaje escrito en las paredes
    y el pueblo, sólo el pueblo, puede verlo.

    Sus letras transparentes se formaron
    con sudor y silencio. Están escritas.
    Las amasaste, pueblo, en tu camino
    y están sobre la noche como el fuego
    abrasador y oculto de la aurora.

    Entra, pueblo, en las márgenes del día.
    Anda como un ejército, reunido,
    y golpea la tierra con tus pasos
    y con la misma identidad sonora.

    Sea uniforme tu camino como
    es uniforme el sudor en la batalla,
    uniforme la sangre polvorienta
    del pueblo fusilado en los caminos.

    De: Canto General


    La Standard Oil Co.

    Cuando el barreno se abrió paso
    hacia las simas pedregales
    y hundió su intestino implacable
    en las haciendas subterráneas,
    y los años muertos, los ojos
    de las edades, las raíces
    de las plantas encarceladas
    y los sistemas escamosos
    se hicieran estratos del agua,
    subió por los tubos el fuego
    convertido en líquido frío,
    en la aduana de las alturas
    a la salida de su mundo
    de profundidad tenebrosa,
    encontró un pálido ingeniero
    y un título de propietario.

    Aunque te enreden los caminos
    del petróleo, aunque las napas
    cambien su sitio silencioso
    y muevan su soberanía
    entre los vientres de la tierra,
    cuando sacude el surtidor
    su ramaje de parafina,
    antes llegó la Standard Oíl
    con sus letrados y sus botas.
    con sus cheques y sus fusiles,
    con sus gobiernos y sus presos.

    Sus obesos emperadores
    viven en New York, son suaves
    y sonrientes asesinos,
    que compran seda, nylon, puros,
    tiranuelos y dictadores.
    Compran países, pueblos, mares,
    policías, diputaciones,
    lejanas comarcas en donde
    los pobres guardan su maíz
    como los avaros el aro:
    la Standard Oíl los despierta,
    los uniforma, les designa
    cuál es el hermano enemigo,
    y el paraguayo hace su guerra
    y el boliviano se deshace
    con su ametralladora en la selva.

    Un presidente asesinado
    por una gota de petróleo,
    una hipoteca de millones
    de hectáreas, un fusilamiento
    rápido en una mañana
    mortal de luz, petrificada,
    un nuevo campo de presos
    subversivos en Patagonia,
    una traición, un tiroteo
    bajo la luna petrolada,
    un cambio sutil de ministros
    en la capital, un rumor
    como una marea de aceite,
    y luego el zarpazo, y verás
    cómo brillan, sobre las nubes,
    sobre los mares, en tu casa,
    las letras de la Standard Oíl
    iluminando sus dominios.

    De: Canto general


    Las satrapías

    Trujillo, Somoza, Carías,
    hasta hoy, hasta este amargo
    mes de septiembre
    del año 1948,
    con Moriñigo (o Natalicio),
    en Paraguay, hienas voraces
    de nuestra historia, roedores
    de las banderas conquistadas
    con tanta sangre y tanto fuego,
    encharcados en sus haciendas,
    depredadores infernales,
    sátrapas mil veces vendidos
    y vendedores, azuzados
    por los lobos de Nueva York.
    Máquinas hambrientas de dólares
    manchadas en el sacrificio
    de sus pueblos martirizados,
    prostituidos mercaderes
    del pan y el aire americanos,
    cenagales, verdugos, piara
    de prostibularios caciques,
    sin otra ley que la tortura
    y el hambre azotada del pueblo.

    Doctores “honoris causa”
    de Columbia University,
    con la toga sobre las fauces
    y sobre el cuchillo, feroces
    trashumantes del Waldorg Astoria
    y de las cámaras malditas
    donde se pudren las edades
    eternas del encarcelado.
    Pequeños buitres recibidos
    por Mr. Truman, recargados
    de relojes condecorados
    por “Loyalty”, desangradores
    de patrias, sólo hay uno
    y ése lo dio mi patria un día
    para desdicha de mi pueblo.

    De: Canto General


    Los abogados del dólar

    Infierno americano, pan nuestro
    empapado en veneno, hay otra
    lengua en tu pérfida fogata:
    es el abogado criollo
    de la compañía extranjera.

    Es el que remacha los grillos
    de la esclavitud en su patria,
    y desdeñoso se pasea
    con la casta de los gerentes
    mirando con aire supremo
    nuestras banderas harapientas.

    Cuando llegan de Nueva York
    las avanzadas imperiales,
    ingenieros, calculadores,
    agrimensores, expertos,
    y miden tierra conquistada,
    estaño, petróleo, bananas,
    nitrato, cobre, manganeso,
    azúcar, hierro, caucho, tierra,
    se adelanta un enano oscuro,
    con una sonrisa amarilla,
    y aconseja, con suavidad,
    a los invasores recientes:

    No es necesario pagar tanto
    a estos nativos, sería
    torpe, señores, elevar
    estos salarios. No conviene.
    Estos rotos, estos cholitos
    no sabrían sino embriagarse
    con tanta plata. No, por Dios.
    Son primitivos, poco más
    que bestias, los conozco mucho.
    No vayan a pagarles tanto.

    Es adoptado. Le ponen
    librea. Viste de gringo,
    escupe como gringo. Baila
    como gringo, y sube.

    Tiene automóvil, whisky, prensa,
    lo eligen juez y diputado,
    lo condecoran, es Ministro,
    y es escuchado en el Gobierno.
    Él sabe quién es sobornable.
    Él sabe quién es sobornado.
    Él lame, unta, condecora,
    halaga, sonríe, amenaza.
    Y así vacían por los puertos
    las repúblicas desangradas.

    Dónde habita, preguntaréis,
    este virus, este abogado,
    este fermento del detritus,
    este duro piojo sanguíneo,
    engordado con nuestra sangre?
    Habita las bajas regiones
    ecuatoriales, el Brasil,
    pero también es su morada
    el cinturón central de América.
    Lo encontraréis en la escarpada
    altura de Chuquicamata.
    Donde huele riqueza sube
    los montes, cruza los abismos,
    con las recetas de su código
    para robar la tierra nuestra.
    Lo hallaréis en Puerto Limón,
    en Ciudad Trujillo, en Iquique,
    en Caracas, en Maracaibo,
    en Antofagasta, en Honduras,
    encarcelando a nuestro hermano,
    acusando a su compatriota,
    despojando peones, abriendo
    puertas de jueces y hacendados,
    comprando prensa, dirigiendo
    la policía, el palo, el rifle
    contra su familia olvidada.
    Pavoneándose, vestido
    de smoking, en las recepciones,
    inaugurando monumentos
    con esta frase:
    ………………………….Señores,
    la Patria antes que la vida,
    es nuestra madre, es nuestro suelo,
    defendamos el orden, hagamos
    nuevos presidios, otras cárceles.

    Y muere glorioso, «el patriota
    senador, patricio, eminente,
    condecorado por el Papa,
    ilustre, próspero, temido,
    mientras la trágica ralea
    de nuestros muertos, los que hundieron
    la mano en el cobre, arañaron
    la tierra profunda y severa,
    mueren golpeadas y olvidados,
    apresuradamente puestos
    en sus cajones funerales:
    un nombre, un número en la cruz
    que el viento sacude, matando
    hasta la cifra de los héroes.

    En: Canto General


    Los burdeles

    De la prosperidad nació el burdel,
    acompañando el estandarte
    de los billetes hacinados:
    sentina respetada
    del capital, bodega de la nave
    de mi tiempo.
    ………………………..Fueron mecanizados
    burdeles en la cabellera
    de Buenos Aires, carne fresca
    exportada por el infortunio
    de las ciudades y los campos
    remotos, en donde el dinero
    acechó los pasos del cántaro
    y aprisionó la enredadera.
    Rurales lenocinios, de noche,
    en invierno, con los caballos
    a la puerta de las aldeas
    y las muchachas atolondradas
    que cayeron de venta en venta
    en la mano de los magnates.
    Lentos prostíbulos provinciales
    en que los hacendados del pueblo
    -dictadores de la vendimia-
    aturden la noche venérea
    con espantosos estertores
    Por los rincones, escondidas,
    grey de rameras, inconstantes
    fantasmas, pasajeras
    del tren mortal, ya os tomaron,
    ya estáis en la red mancillada,
    ya no podéis volver al mar,
    ya os acecharon y cazaron,
    ya estáis muertas en el vacío
    de lo más vivo de la vida,
    ya podéis deslizar la sombra
    por las paredes: a ninguna
    otra parte sino a la muerte
    van estos muros por la tierra.

    En: Canto General


    Los enemigos

    Ellos aquí trajeron los fusiles repletos
    de pólvora, ellos mandaron el acerbo
    exterminio,
    ellos aquí encontraron un pueblo que cantaba,
    un pueblo por deber y por amor reunido,
    y la delgada niña cayó con su bandera,
    y el joven sonriente rodó a su lado herido,
    y el estupor del pueblo vio caer a los muertos
    con furia y con dolor.
    Entonces, en el sitio
    donde cayeron los asesinados,
    bajaron las banderas a empaparse de sangre
    para alzarse de nuevo frente a los asesinos.

    Por esos muertos, nuestros muertos,
    pido castigo.

    Para los que de sangre salpicaron la patria,
    pido castigo.

    Para el verdugo que mandó esta muerte,
    pido castigo.

    Para el traidor que ascendió sobre el crimen,
    pido castigo.

    Para el que dio la orden de agonía,
    pido castigo.

    Para los que defendieron este crimen,
    pido castigo.

    No quiero que me den la mano
    empapada con nuestra sangre.
    Pido castigo.
    No los quiero de embajadores,
    tampoco en su casa tranquilos,
    los quiero ver aquí juzgados
    en esta plaza, en este sitio.

    Pido castigo.

    En: Canto General


    Los hombres del nitrato

    Yo estaba en el salitre, con los héroes oscuros,
    con el que cava nieve fertilizante y fina
    en la corteza dura del planeta,
    y estreché con orgullo sus manos de tierra.

    Ellos me dijeron: "Mira,
    hermano, cómo vivimos,
    aquí en «Humberstone», aquí en «Mapocho»,
    en «Ricaventura», en «Paloma»,
    en «Pan de Azúcar», en «Piojillo»".

    Y me mostraron sus raciones
    de miserables alimentos,
    su piso de tierra en las casas,
    el sol, el polvo, las vinchucas,
    y la soledad inmensa.

    Yo vi el trabajo de los derripiadores,
    que dejan sumida, en el mango
    de la madera de la pala,
    toda la huella de sus manos.

    Yo escuché una voz que venía
    desde el fondo estrecho del pique,
    como de un útero infernal,
    y después asomar arriba
    una criatura sin rostro,
    una máscara polvorienta
    de sudor, de sangre y de polvo.

    Y ése me dijo: "Adonde vayas,
    habla tú de estos tormentos,
    habla tú, hermano, de tu hermano
    que vive abajo, en el infierno".

    En: Canto General


    Los poetas celestes

    ¿Qué hicisteis vosotros gidistas,
    intelectualistas, rilkistas,
    misterizantes, falsos brujos
    existenciales, amapolas
    surrealistas encendidas
    en una tumba, europeizados
    cadáveres de la moda,
    pálidas lombrices del queso
    capitalista, qué hicisteis
    ante el reinado de la angustia,
    frente a este oscuro ser humano,
    a esta pateada compostura,
    a esta cabeza sumergida
    en el estiércol, a esta esencia
    de ásperas vidas pisoteadas?

    No hicisteis nada sino la fuga:
    vendisteis hacinado detritus,
    buscasteis cabellos celestes,
    plantas cobardes, uñas rotas,
    «Belleza pura», «sortilegio»,
    obra de pobres asustados
    para evadir los ojos, para
    enmarañar las delicadas
    pupilas, para subsistir
    con el plato de restos sucios
    que os arrojaron los señores,
    sin ver la piedra en agonía,
    sin defender, sin conquistar,
    más ciegos que las coronas
    del cementerio, cuando cae
    la lluvia sobre las inmóviles
    flores podridas de las tumbas.

    De: Canto General


    Los tormentos

    Una huelga más, los salarios
    no alcanzan, las mujeres lloran
    en las cocinas, los mineros
    juntan una a una sus manos
    y sus dolores.
    ……………………..Es la huelga
    de los que bajo el mar excavaron,
    tendidos en la cueva húmeda,
    y extrajeron con sangre y fuerza
    el terrón negro de las minas.
    Esta vez vinieron soldados.
    Rompieron sus casas, de noche.
    Los condujeron a las minas
    como a un presidio y saquearon
    la pobre harina que guardaban,
    el grano de arroz de los hijos.

    Luego, golpeando las paredes,
    los exilaron, los hundieron,
    los acorralaron, marcándolos
    como a bestias, y en los caminos,
    en un éxodo de dolores,
    los capitanes del carbón
    vieron expulsados sus hijos,
    atropelladas sus mujeres
    y a centenares de mineros
    trasladados y encarcelados,
    a Patagonia, en el frío antártico,
    o a los desiertos de Pisagua.

    De: Canto General


    Oda al hombre sencillo

    Voy a contarte un secreto
    quién soy yo,
    así, en voz alta,
    me dirás quién eres,
    cuánto ganas,
    en qué taller trabajas,
    en qué mina,
    en qué farmacia,
    tengo una obligación terrible
    y es saberlo, saberlo todo,
    día y noche saber
    cómo te llamas,
    ése es mi oficio,
    conocer una vida
    no es bastante
    ni conocer todas las vidas
    es necesario,
    verás,
    hay que desentrañar
    rascar a fondo
    y como en una tela
    las líneas ocultaron,
    con el color, la trama
    el tejido, yo borro los colores
    y busco hasta encontrar
    el tejido profundo,
    así también encuentro
    la unidad de los hombres,
    y en el pan
    busco
    más allá de la forma:
    me gusta el pan, lo muerdo,
    y entonces
    veo el trigo,
    los trigales tempranos,
    la verde forma de la primavera
    las raíces, el agua,
    por eso
    más allá del pan,
    veo la tierra,
    la unidad de la tierra,
    el agua,
    el hombre,
    y así todo lo pruebo
    buscándote
    en todo,
    ando, nado, navego
    hasta encontrarte,
    y entonces te pregunto
    cómo te llamas,
    calle y número,
    para que tú recibas
    mis cartas,
    para que yo te diga
    quién soy y cuánto gano,
    dónde vivo,
    y cómo era mi padre.
    Ves tú qué simple soy,
    qué simple eres,
    no se trata
    de nada complicado,
    yo trabajo contigo,
    tú vives, vas y vienes
    de un lado a otro,
    es muy sencillo:
    eres la vida,
    eres tan transparente
    como el agua,
    y así soy yo,
    mi obligación es ésa:
    ser transparente,
    cada día
    me educo,
    cada día me peino
    pensando como piensas,
    y ando
    como tú andas,
    como, como tú comes,
    tengo en mis brazos a mi amor
    como a tu novia tú,
    y entonces
    cuando esto está probado,
    cuando somos iguales
    escribo,
    escribo con tu vida y con la mía,
    con tu amor y los míos,
    con todos tus dolores
    y entonces
    ya somos diferentes
    porque, mi mano en tu hombro,
    como viejos amigos
    te digo en las orejas;
    no sufras,
    ya llega el día,
    ven,
    ven conmigo,
    ven
    con todos
    los que a ti se parecen,
    los más sencillos,
    ven,
    no sufras,
    ven conmigo,
    porque aunque no lo sepas,
    eso yo sí lo sé:
    yo sé hacia dónde vamos,
    y es ésta la palabra:
    no sufras
    porque ganaremos,
    ganaremos nosotros,
    los más sencillos,
    ganaremos,
    aunque tú no lo creas,
    ganaremos.

    En: Odas elementales


    Oda a un millonario muerto

    Conocí a un millonario.
    Era estanciero, rey
    de llanuras grises
    en donde se perdían
    los caballos.

    Paseábamos su casa,
    sus jardines,
    la piscina con una torre blanca
    y aguas
    como para bañar a una ciudad.
    Se sacó los zapatos,
    metió los pies
    con cierta
    severidad sombría
    en la piscina verde.

    No sé por qué
    una a una
    fue descartando
    todas sus mujeres.
    Ellas
    bailaban en Europa
    o atravesaban rápidas la nieve
    en trineo, en Alaska.

    Y me contó cómo
    cuando niño
    vendía diarios
    y robaba panes.
    Ahora sus periódicos
    asaltaban las calles temblorosas,
    golpeaban a la gente con noticias
    y decían con énfasis
    sólo sus opiniones.

    Tenía bancos, naves,
    pecados y tristezas.

    A veces con papel,
    pluma, memoria,
    se hundía en su dinero,
    contaba,
    sumando, dividiendo,
    multiplicando cosas,
    hasta que se dormía.

    Me parece
    que el hombre nunca
    pudo salir de su riqueza
    -Lo impregnaba,
    le daba aire,
    color abstracto-,
    y él se veía
    adentro
    como un molusco ciego
    rodeado
    de un muro impenetrable.

    A veces, en sus ojos,
    vi un fuego
    frío, lejos,
    algo desesperado que moría.
    Nunca supe si fuimos enemigos.

    Murió una noche
    cerca de Tucumán.
    En la catástrofe
    ardió su poderoso Rolls
    como cerca del río
    el catafalco
    de una
    religión oscura.

    Yo sé
    que todos
    los muertos son iguales,
    pero no sé, no sé,
    pienso
    que aquel
    hombre, a su modo, con la muerte
    dejó de ser un pobre prisionero.

    En: Tercer libro de odas


    Oda a la alegría

    ALEGRÍA
    hoja verde
    caída en la ventana,
    minúscula
    claridad
    recién nacida,
    elefante sonoro,
    deslumbrante
    moneda,
    a veces
    ráfaga quebradiza,
    pero
    más bien
    pan permanente,
    esperanza cumplida,
    deber desarrollado.
    Te desdeñé, alegría.
    Fui mal aconsejado.
    La luna
    me llevó por sus caminos.
    Los antiguos poetas
    me prestaron anteojos
    y junto a cada cosa
    un nimbo oscuro
    puse,
    sobre la flor una corona negra,
    sobre la boca amada
    un triste beso.
    Aún es temprano.
    Déjame arrepentirme.
    Pensé que solamente
    si quemaba
    mi corazón
    la zarza del tormento,
    si mojaba la lluvia
    mi vestido
    en la comarca cárdena del luto,
    si cerraba
    los ojos a la rosa
    y tocaba la herida,
    si compartía todos los dolores,
    yo ayudaba a los hombres.
    No fui justo.
    Equivoqué mis pasos
    y hoy te llamo, alegría.

    Como la tierra
    eres
    necesaria.

    Como el fuego
    sustentas
    los hogares.

    Como el pan
    eres pura.

    Como el agua de un río
    eres sonora.

    Como una abeja
    repartes miel volando.

    Alegría,
    fui un joven taciturno,
    hallé tu cabellera
    escandalosa.

    No era verdad, lo supe
    cuando en mi pecho
    desató su cascada.
    Hoy, alegría,
    encontrada en la calle,
    lejos de todo libro,
    acompáñame:
    contigo
    quiero ir de casa en casa,
    quiero ir de pueblo en pueblo,
    de bandera en bandera.
    No eres para mí solo.
    A las islas iremos,
    a los mares.
    A las minas iremos,
    a los bosques.
    No sólo leñadores solitarios,
    pobres lavanderas
    o erizados, augustos
    picapedreros,
    me van a recibir con tus racimos,
    sino los congregados,
    los reunidos,
    los sindicatos de mar o madera,
    los valientes muchachos
    en su lucha.

    Contigo por el mundo!
    Con mi canto!
    Con el vuelo entreabierto
    de la estrella,
    y con el regocijo
    de la espuma!
    Voy a cumplir con todos
    porque debo a todos
    mi alegría.

    No se sorprenda nadie porque
    quiero entregar a los hombres
    los dones de la tierra,
    porque aprendí luchando
    que es mi deber terrestre
    propagar la alegría.
    Y cumplo mi destino con mi canto.

    En: Odas elementales


    Oda a la tristeza

    Tristeza, escarabajo
    de siete patas rotas,
    huevo de telaraña,
    rata descalabrada,
    esqueleto de perra:
    Aquí no entras.
    No pasas.
    Ándate.
    Vuelve
    al sur con tu paraguas,
    vuelve
    al norte con tus dientes de culebra.
    Aquí vive un poeta.
    La tristeza no puede
    entrar por estas puertas.
    Por las ventanas
    entra el aire del mundo,
    las rojas rosas nuevas,
    las banderas bordadas
    del pueblo y sus victorias.
    No puedes.
    Aquí no entras.
    Sacude
    tus alas de murciélago,
    yo pisaré las plumas
    que caen de tu manto,
    yo barreré los trozos
    de tu cadáver hacia
    las cuatro puntas del viento,
    yo te torceré el cuello,
    te coseré los ojos,
    cortaré tu mortaja
    y enterraré tus huesos roedores
    bajo la primavera de un manzano.

    En: Odas elementales


    Puedo escribir los versos...

    Puedo escribir los versos más tristes esta noche.

    Escribir, por ejemplo: «la noche está estrellada,
    y tiritan, azules, los astros, a lo lejos».

    El viento de la noche gira en el cielo y canta.

    Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
    Yo la quise, y a veces ella también me quiso.

    En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
    La besé tantas veces bajo el cielo infinito.

    Ella me quiso, a veces yo también la quería.
    Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.

    Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
    Pensar que no la tengo, sentir que la he perdido.

    Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
    Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.

    Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
    La noche está estrellada y ella no está conmigo.

    Eso es todo, a lo lejos alguien canta, a lo lejos.
    Mi alma no se contenta con haberle perdido.

    Como para acercarla mi mirada la busca.
    Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.

    La misma noche que hace blanquear los mismos árboles.
    Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.

    Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
    Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.

    De otro, será de otro, como antes de mis besos.
    Su voz, su cuerpo claro, sus ojos infinitos.

    Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
    Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.

    Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos,
    mi alma no se contenta con haberla perdido.

    Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
    y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.

    En 20 poemas de amor y una canción desesperada.
    Poema 20


    Voy a vivir

    Yo no voy a morirme. Salgo ahora
    en este día lleno de volcanes
    hacia la multitud, hacia la vida.

    Aquí dejo arregladas estas cosas
    hoy que los pistoleros se pasean
    con la “cultura occidental” en brazos,
    con las manos que matan en España
    y las horcas que oscilan en Atenas
    y la deshonra que gobierna a Chile
    y paro de contar.

    Aquí me quedo
    con palabras y pueblos y caminos
    que me esperan de nuevo, y que golpean
    con manos consteladas en mi puerta.

    En: Canto General


    Bibliografía



    • Canto General, Seix Barral, 1981.
    • Antología popular. EDAF, 2004.
    • España en el corazón. Edit. Renacimiento, 2004.
    • Crepusculario. Losada, 2010
    • Los versos del capitán. 96 págs. Seix Barral, 2012
    • Los versos del capitán. Editorial Rehuén, 2008.
    • Para nacer he nacido. Edit. Seix Barral, 2010.
    • Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Seix Ba-rral, 2011.
    • Confieso que he vivido. Seix Barral, 2011.
    • Antología General de Pablo Neruda. Edit. Alfaguara.
    • Tercera Residencia. Edit. De bolsillo
    • Odas elementales. Edit. Losada.

    Para más información:


    • Sitio de la Universidad de Chile dedicado a Pablo Neruda
    • Fundación Pablo Neruda
    • Pablo Neruda en el Centro Virtual Cervantes
    • Wikipedia: Pablo Neruda
     
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