Cómo se escribe un poema de amor?

Te pienso en fragmentos, en pedazos de memoria que se adhieren al día como las sombras al caer la tarde. No sé si es tu mirada o el sonido de tu risa lo que aparece primero cuando cierro los ojos, pero ahí estás, llenando los espacios vacíos con tu forma de existir, tan tuya, tan nuestra.

Hay algo en la manera en que dices mi nombre, como si cada sílaba se enredara con el aire antes de llegar a mí, como si solo existiera para que tú lo pronunciaras. Entonces el mundo entero parece detenerse un segundo, como si los trenes quedaran en suspenso, las calles vacías, y todo lo demás fuera un eco lejano que solo sirve para recordarme que estás ahí, tan cercana y tan lejana a la vez.

Podría decir que te amo, pero sería tan sencillo como apagar la luz al final del día. Es más bien una especie de vértigo, de estar al borde de algo inabarcable, como cuando caminas por la cuerda floja y sabes que en cualquier momento podrías caer. Pero no importa, porque en el fondo, no es la caída lo que temes, sino el vuelo que vendrá después.

Y ahí estás tú, siempre, en cada rincón de mi cabeza, en cada palabra que no digo, en las cosas pequeñas que me recuerdan a ti, como el sonido del agua contra la ventana o el crujido de una página al ser volteada. Eres como una melodía que se repite sin cansancio, que no necesita más que estar, fluyendo como las horas que se nos escapan entre los dedos.

No sé cómo explicarlo mejor, porque esto no es una declaración de amor. Es más bien el reconocimiento de que, de alguna manera absurda y completamente inevitable, siempre estás en el aire que respiro, en la vida que transito, en el misterio que eres y que serás.

Y no puedo más que dejarme llevar, sin esperar respuesta, porque lo importante no es que lo sepas. Lo importante es que, en algún lugar, sin que lo pidas, ya
lo sabes.