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Cosas para no decir. (1)

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por susoermida, 18 de Abril de 2013. Respuestas: 0 | Visitas: 407

  1. susoermida

    susoermida Poeta recién llegado

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    Estoy despierto a la hora en que las putas se acuestan y los borrachos se agarran a la farola. Cuando los de, sin sensaciones, viven la noche como una fuga de sus decepciones. Estoy despierto cuando otros despiertan para manejar la vida y encauzar las apetencias y los trasiegos del día a día. Sigo sin dormir cuando los animales lo están haciendo. No logro conciliar el sueño y decido levantarme. Tránsito la noche de los amargados, las circunstancias donde germinan de nuevo los fracasos de quien no supo tener flores para adornar el salón de su vida. Sí tuve flores, pero eran de plástico y adornaban falsamente los paisajes. Se me van las sensaciones en un saludo que se ríe de mí. Tengo los escalones de la existencia demasiado usados y doy pasos inseguros. Dejo atrás como llanura abandonada el tálamo donde debería vivir el amor y el descanso. Son las cinco y diez de la madrugada y me espera una larga mañana después de esta vigilia involuntaria. Tomo dos vasos de café adornados con aguardiente para que sean cómplices de esta vigilia que al final provoco como remedio a este dormir sin dormir. El alcohol, poco, producirá en mí una euforia que me hará llevar esta oscuridad que aborrezco por parecerse a mí. Viviré el tránsito de la noche al día en primera persona, dejando que la luz ocupe estos estadios de mi alma largos como un día sin pan. La rueda es inmensa y machaca los dulces, pocos, que me ofrece el vivir diario. ¿Soy pesimista? ¿Soy optimista? Ninguna de ellas y las dos a la vez. Tengo cuerdas en mi casa que me tientan el pensamiento y vigas que me adornan la intención. Decisiones que menos mal que pasan por la inteligencia aun sin alterar y por un mandato divino que no logro entender. Busco un libro de Pablo Neruda y me allana las intenciones dejando la ansiedad aparcada en algún lugar. Cualquier momento es luto por serlo, siendo inanimada la lógica pero definida la intención. Soporto las ceremonias que estos ojos de invierno me llevan a los altares de las sombras que rodean esta substancia que me domina. Qué pensaría quien esto leyera. Que no tengo arreglo. No es que lo tenga es que soy un desarreglo que se asombra por los quehaceres que dominan la condición del ser humano. Neruda dice en La noche del soldado: “Yo hago la noche del soldado, el tiempo del hombre sin melancolía ni exterminio, del tipo tirado lejos por el océano y una ola, y que no sabe que el agua amarga lo ha separado y que envejece, paulatinamente y sin miedo, dedicado a lo normal de la vida, sin cataclismos, sin ausencias, viviendo dentro de su piel y de su traje, sinceramente oscuro”. Claro, esto lo escribe Neruda. Si lo hago yo me mandan al psiquiatra. Es el corte de ser importante. Si estas encumbrado todo lo que escribes es pura literatura, si no lo estas es pura enfermedad, antesala paranoica de una enfermedad sin esclarecer. Pero cada día que cae trae una obligación que es repasar los días caídos, pero a veces caes y no te da tiempo a leer y menos aun a levantarte. Me escapo por suspiros o los suspiros encuentran escape en mí. Seguiré respirando para no olvidarme que el soplo del aire un día me dejará.
    El aburrimiento me lleva al tedio y el tedio me lleva al oasis de una ociosidad que me lastima. Esta enfermedad demasiada larga para el alma y demasiado corta para la vida. Estos pensamientos los experimento ahora, en presente. Son temporales, mañana quizás me resuelva a mi mismo y tenga que mirarme al espejo en busca de alguna enfermedad que está alterando mi percepción y por consecuencia mi equilibrio mental. Creo y espero que la capacidad de optimismo triunfe sobre esta percepción de pesimismo.

    Puedo sentir malestar, dolor, melancolía, pero se refieren cada uno y por separado a sentimientos diferentes. Puedo sentir clases de amor en donde se mezclan los afectos y al final son distintos por serlos y porque su mecánica obedece a estadios distintos del alma. Pero cualquiera de ellos es un sentimiento verdadero.

    Son las siete de la madrugada y esta cenicienta piel, que da comienzo a su vida con los ojos abiertos en una relación simétrica encuentra razones para seguir blandiendo la espada. Una de ellas es la rosa que adorna mis días. Soplo que trepa hasta mi razón y razón que baja hasta esta alma que la quiere. Y hablo de cosas que existen y están ahí como materiales para hacer lo imposible de juntar esta agua rota.
    Es un día intermedio, en el cual no se que decir y al mismo tiempo tengo palabras lastimadas en algún lugar. Cavilo las formas y los modos en que tengo que manifestarme; dar un argumento a esta situación que me desorienta y me deposita en cierta ansiedad. Me pregunto que importancia me doy en medio de esta vida que no es nada al lado de la inmensidad del universo. Pero esa es la cuestión. Intento encontrar la llave que abra este mueble que tengo encima de mis hombros y que se cuela por mi piel llegando a los puertos de mi alma. Las emociones y los sentires, los sentimientos, se esconden. Se reprimen en su condición y en su fin. No hay nada que explique esta explosión que no lleva a ningún sitio.

    La ansiedad y la angustia me persiguen como si fueran cobradores de una deuda. Tengo decisiones en la pauta de mis días pero son como invitados a una fiesta que no deseas. Me lamento a mi mismo y hace ya demasiado tiempo que no escribo un verso. Verso malo o verso sin ser verso.
    Hablar, hablar. Debe ser una solución. Una salida. Una terapia. Un emplaste para la dolencia del silencio. Un fármaco que ataca directamente la anormalidad de una herida demasiado profunda. Todos los cantantes hablan de la soledad. Del amor. Del dolor. De la traición e incluso de la muerte. A los que no son cantantes no les gusta hablar de eso, prefieren escucharlo pero con música. Así la música tapa la realidad y los acordes que adornan la palabra esconden lo cotidiano. Incluso los poetas escriben sobre ello, pero eso es otra historia. Al poeta no lo lee nadie. El lector solamente ojea el verso y nada más, enseguida piensa que eso también lo podía haber escrito el. Si estás a oscuras y no ves enciende la luz, después verás claro y nítido y si no tienes luz enciende una cerilla, es barata y te soluciona el problema aunque sea por unos instantes.
    Hacer poesía es como tener ganas de hacer un castillo de agua; imposible. Pero la palabra escrita es capaz de hacerte llevar a esa visión. Se comunica por que se confía. Confía en que el otro sepa ver ese castillo. Es como el amor, yo te quiero porque creo que tú me quieres. Si observo o intuyo que no me quieres o me lo dices, entonces algo cambia en mí. En muchas ocasiones eso se torna en violencia. Que estupidez, sino me quieres pues hasta luego. El acto animal de introducir un apéndice de carne en un agujero puede llegar a cansar y no es condición obligada para demostrar que se es feliz. Realizamos los actos por instinto primario. Como si nuestros parientes los monos hubieran dejado rastros de esa actitud en nosotros. Es acto de poseer, que es hermano del poder. Posesión como acto de tomar algo, de adjudicárselo y hacerlo nuestro. Poder para que ese acto siga siendo mío, controlarlo.
    Los errores se cometen por torpeza y por arrogancia y se pagan por defecto y sin plazos. Debían de madurarnos. Los errores, las tribulaciones y las luchas internas, que ocupan un espacio demasiado grande en nuestra vida debían ser la base de la experiencia. Pero mal uso le damos a las herramientas de la razón y de la lógica. Nos contaminan a corto y largo plazo.
    Somos un manojo de nervios incontrolados dentro de una estructura ósea y musculosa que debería estar regida por los centros de la inteligencia. Ese movimiento de datos que deberíamos de programar de forma eficiente. Nos excitamos por cualquier cosa y después esas actitudes, en la mayoría de las veces, nos llevan a tener que digerir actos y palabras que no deberíamos de hacerle caso; no deberíamos dejar que ocuparan nuestras intenciones y peor aun, que no afectaran a nuestra salud.

    Por la ventana de mi habitación desde donde escribo la noche empieza a ocupar el día. Todo pierde su forma y su color. La oscuridad es mala y la claridad nos muestra todas las formas tal cual son. La claridad es honesta y determinante. La oscuridad nos deja indiferentes y nos da miedo. Mañana, que aun no llegó, nos dará un nuevo día, una nueva conciencia. Mañana quisiera ser mejor, quisiera amar más aún. De la misma forma que anhelo vivir mañana también deseo seguir queriendo y si puede ser más, mejor. El deseo de amor me acompaña. El deseo de la claridad está conmigo. Ahora empieza a llegar el cansancio del día concluso. Viví este día en la nada, de la misma forma que llegó. Es agua que deje ir. Se intercalan las luces y las sombras de esta vida que soporto y asimilo. ¿Esperar? ¿Qué es lo que tengo que esperar? La esperanza es un libro sin trama ni final con un prologo que promete pero que al final no se cumple. Tiene un principio pero se diluye la más de las veces. Pienso en lo que crece como en lo que se muere. Y al decir crece digo lo que nace.

    Parodiando a Pessoa: “Parece incluso que el Destino ha procurado siempre, hacerme tener aquello que él mismo había dispuesto, para que al día siguiente viese que no lo tenía, no lo tendría o no lo quería. De tanto recomponerme. De tanto cambiarme y pintarme de otros colores llegué a la conclusión de que casi no se quien soy”. Solamente he amado, he querido, sensaciones que estaban fuera de mí. Castillos de humo que veía inmensos sobre paisajes idílicos y al final quedaban como desiertos que abandonaba dándoles la espalda. Vagas ilusiones para satisfacer al transeúnte que por mí adentro circulaba y que ni yo mismo conocía.

    A veces camino por las pistas del monte con la mente puesta en sitios que sé que no voy a llegar. Pero me alimento de la sensación diaria de perdurar e insistir en la búsqueda inútil de la solución que abra la luz de las preguntas. Pasaron los años y ellos me fueron dotando de una orientación no conclusa. Aun hoy pasan demonios por mi puerta que guiñan el ojo y me engañan en la sonrisa.

    El que sueña da paso a un derecho humano de creerse los sueños de la misma forma que tiene que aceptar la desilusión. Es el soñar un mecanismo de defensa ante las adversidades diarias y ante la incontinencia de desaguar el futuro por la realidad de un presente que no es más que eso, un sueño. Es la forma de ambicionar aquellas cosas que sin conocerlas creemos que nos arrastraran a la felicidad. Pero la felicidad debe ser trabajada y buscada cada día. El libro por el cual abrimos el día tiene demasiadas paginas, solamente debemos buscar bien por cual debemos de reemprender la lectura de la vida. Filosofar sobre los acontecimientos pasados es una buena terapia para conocer los presentes e intentar evitar los futuros desagradables; esas notas al margen que el destino va dictándonos. Son las horas, los mosaicos que van consumiendo el día, el único día que tenemos para ser felices. Lo agradable nos sucede, pasa y lo olvidamos. De vez en cuando lo evocamos hasta que ya definitivamente desaparecen. Lo malo, lo desagradable nos queda en la memoria; es como un aviso que cala más hondo. Sin embargo la energía de la experiencia la perdemos en la energía del orgullo.

    Las hormonas del estrés aumentan con la depresión y la ansiedad, y la melancolía, a veces, es un estado depresivo salvo que de lugar a una recompensa inmediata. La ansiedad daña el cerebro y comprime peligrosamente las arterias provocando pequeños daños en el corazón, a la larga incluso mortales. No nos deja pensar y nos deposita en un estado de irritabilidad que no deja ver la realidad de lo que acontece.
    La belleza está en el ojo de quien mira. Lo dice un proverbio griego. Esto que escribo es superficial, banal e incluso sin valor alguno, pero me deja retirar las espumas sucias de mi alma. Me siento mejor aun sintiéndome mal. Es como un vaso de agua dentro de una sed desastrosa. Parece como si me fuera a cama más liviano. Libre de una carga que doblaba la espina dorsal de mi conciencia. El ladrón confiesa su delito, es castigado y su conciencia se quita el lastre. Lamento no haber sido niño. Lamento no haber cogido mis sueños y convertirlos en realidad. Me faltó fuerza y determinación. El tiempo pasa y me acerco a la meta con la sensación de llegar el último, cansado y sin casi ganas ya de llegar. No llegué el primero o el cuarto, simplemente porque me paré a contemplar paisajes que no deberían de importarme ni me valían para nada, pero sus colores despistaron mi atención. Me llevaron a usar mascaras en un carnaval de imágenes soliviantadas por la mentira pero que no distinguía. Solamente me empuja el viento de la vida y la cotidianidad de vivir y sobrevivir; esa supervivencia que hace que pases por encima del tedio para que el tedio no te lastime, te oprima y te desespere.
    No hallé los sueños. No supe perfilar la realidad cotidiana que todos los días se pintaba al levantarme. Viví disfrazado de la ocurrencia que ocurría cada día. Sin pensar en más. Sin darme cuenta que estaba poniendo los cimientos de estos días que ahora transcurren. Cuando pertenezca al futuro que ya no existe y al presente que ya no pasará porque estaré bajando de la negra carreta alguien me dirá cual fue la anomalía principal de esta intención que no supo serlo.
    Me pasa como a esta casa en la que vivo. Tiene cinco ventanas al exterior, pero intervalos demasiado grandes entre ellas que provocan largas penumbras; amplitudes donde no llega la luz y no se distingue la claridad del día.
    Me hago eco y pertenencia moral e intelectual de lo que Pessoa dice: “¿Por qué escribo, si no escribo mejor? ¿Pero qué sería de mí si no escribiese lo que consigo escribir?” Esa fuga incompleta e ignorante de quitarme de encima esas espumas del alma que luchan por salir para mejorar la salud anímica y no desesperarme. Encuentro en la palabra la mejor lima para desbastar y romper los barrotes de esta incontinencia que seria grave si no lo hiciera.

    Todo cuanto quise se perdió por los ríos del atolondramiento. Se fue cascada abajo como la brizna de paja circula por el rio: a golpes. Hasta que se consume desaparecida en su propio tránsito y lo único que queda, ya sin sentir, es el ruido del rio, el ruido de la vida.

    Regreso a casa y me encuentro con la soledad escrita en la puerta. Pero soy yo quien escribió esa actitud y soy yo quien dejó instalarse al demonio que me molesta. Que hago si no tengo nada, absolutamente nada, que dar. Yo vivía contento hasta que las circunstancias de la vida me apearon de golpe; me indicaron la salida rápida y sin concesiones.

    Existe una esgrima continua en la relación del amor. Es un jugueteo excitante que te asoma al precipicio de lo imposible pero también de lo cierto. Una cosa es enamorar y otra enamorarse. Enamorarse es “tener deseo de poseer”, una fusión con el objeto que se desea. ¿Pero funcionan las dos circunstancias al mismo tiempo? Decía Pessoa “Si escribo lo que siento es porque así disminuyo la fiebre de sentir”. Yo escribo porque necesito la sensación de saber que aumento con ello la verdad de lo que siento.
    Mozart, el gran músico austriaco, que tuvo una corta vida ya que falleció a los treinta y cinco años, tenia una manía que no era otra cosas que la continua necesidad de recibir apoyo emocional. Preguntaba a cualquiera en cualquier momento y situación “¿Me quiere usted bien? ¿Le caigo bien? Si contestabas con la duda o te callabas, o le decías que no, se sumía en una tristeza que no era capaz de superar. Sentirse amado es importante pero sin llegar a esos extremos ya que también esa conducta no se puede definir como un deseo de amor físico, erótico, de comunicación entre sexos opuestos o coincidentes (este último homosexual). Amar, querer. La eterna pregunta a la cual todo el mundo contesta y opina pero en el fondo no se sabe definir con exactitud. Es más que un sentir, es una actitud localizable, pero al mismo tiempo diáfana, huidiza. Todas las culturas tienen unas definiciones etimológicas variadas y sorprendentes; diferentes punto de vista para una misma forma de expresarse. Sí es cierto que cuando lo sientes hay un cambio de actitud y las cosas se ven de otra forma. Es una explosión de optimismo, de felicidad que estalla y cubre todos los instantes de la vida. También es temor, quizás porque desconocemos el final de lo que sentimos, o vivimos atentos a que la persona amada nos abandone. Eso desgarraría todas las expectativas y nos sumiría en una oscuridad, en el sentimiento de sentirte rechazado por aquello que anhelas con todas tus fuerzas. ¿Es el amor parecido a las graficas de la Bolsa o de las ventas de cualquier empresa? ¿Se mueve por picos altos y bajos e incluso de bancarrota? Al ser humano siempre le gusta ir más allá de donde quizás le está permitido. La mayoría de las veces de forma atolondrada y sin meditar los riesgos. Pasado el ecuador de ese deseo de cambio se acabó la novedad y entonces queremos regresar. Pero el camino se cerró a medida que se transitaba por el. Ya no hay marcha atrás pues el daño es irreparable. Eso suele ocurrir más en el ámbito masculino que en el femenino. O al menos se observa repetitivo entre los hombres. Las mujeres son más astutas. Todos, más o menos, tenemos las mismas sensaciones que van unidas a nuestra cultura y a nuestra inteligencia. Pero de eso se encargará la sicología. De sacar a flote nuestras fobias y nuestras conductas deseables de reparación y puesta al día.
    Esta domestica actitud de escribir, que no mueve ni busca ninguna calificación y menos aun clasificación literaria ni creativa, ya que todo está dicho, procura cumplir la intención de hacer algo que no pase de eso, de ser algo. Si tengo la premura y la urgencia de escribir pues lo hago sin mirar hacia otras formas que podían ser mejores y de las cuales yo carezco. Está en el acto de escribir la razón de vivir de otra forma. Hacer prosa es como hacer verso pero sin ese contenido que se condensa en un reducido espacio donde las palabras dicen lo que podrías decir en dos folios. Van las metáforas extendiéndose de forma anormal. Pues lo que no dices en una frase de veinte palabras creo que tampoco lo haces en una de doscientas.

    Hay veces en que parece que mi cuerpo se desdobla y camina a su aire por otras partes de la casa. Me imagino que son actitudes mentales en busca de liberarse de alguna presión. Fugas a la actitud diaria de vivir. A esa angustia subliminal que nos trae la existencia. Algo viejo depositado en las partes más antiguas del cerebro; la supervivencia en sí. Quiero por vivir y vivo por querer en el sentido practico de amar y saberse amado. Por que si viviera sin querer seguiría vacio como una costumbre acostumbrada. Pero me encuentro lleno. Las sentinas de mi alma están en sus máximos y adoro de forma incondicional a la mujer que quiero. No quiero una figura y menos aun una actitud física. Quiero lo que ella pudiera tener dentro de si y aprehenderlo. Quiero el fondo de sus ojos y la superficie de su corazón por que ellos me llevan a las capitales de su alma. No quiero ser miserable y conjugar estas palabras desde el condicionamiento de la facultad humana mentirosa. Sueño, ya que la melancolía me lleva a esos estadios en donde procuro soñar con nobleza y actitud honesta. Si sueño, al ser sueño debía de ser una actitud pura ya que ese acto no esta encadenado a la realidad. No está sujeto a los embates de la duda y es mío si lo hago mal; si me miento soñando es tanto como mentirme sin sueños.

    Deberíamos estar constantemente inmersos en la terapia de conocernos; Sócrates decía que una vida sin reflexión no merece ser vivida. Todos tenemos problemas, eso es lo normal en esta vida demasiado ajetreada. Ello nos produce trastornos pero esos mismos trastornos serian menos e incluso no se repetirían si buscáramos formas concretas de solucionarlos. No estamos locos, solamente estamos sumidos en un estado alterado de la conciencia debido a la cantidad de información errónea que recibimos. Lou Marinoff acierta: Más Platón y menos Prozac. La mitad de nuestros problemas son inducidos de forma externa, no son biológicos y menos aun genéticos. Todo es subjetivo, solamente objetivo debería ser lo que queremos. Pero eso puede ser una trampa de interpretación e incluso de finalidad.

    He leído en algún sitio que el buen uso de las pasiones supone el conocimiento previo de ellas. Que debemos de sabe vivir con ellas, pero sobre todo que debemos de llegar al fondo del conocimiento, intentar estar siempre en la cautela y el aprendizaje. En eso estamos, que lleguemos es otra cosa, harina de otro costal. No deberíamos de ser ociosos en el pensamiento ya que por otro lado está demostrado que no hace feliz a nadie e incluso lleva a una tara existencial. Hoy es un día luminoso y por añadidura alegre. El sol despierta en nosotros el optimismo y alegra el corazón. La vida explosionó con la primavera y el monte se llena del trinar de los pájaros y de pequeños paisajes. Solamente hay que sabe escuchar y mirar, la vida se abre en una abanico de explicaciones. Si ese afecto a las constantes de la vida me procura un estado de euforia que también no me dará el amor.

    Curioso rito y curiosa tradición en la noche de San Juan. Si queremos saber si somos correspondidos en el amor, poner un plato con agua al sereno desde las doce de la noche del día 23 hasta la salida del sol del día 24. Cuando salga el sol habrá que poner dentro del plato dos agujas de coser, que representaran a cada una de las personas de la pareja. Si las agujas empiezan a moverse y a perseguirse por el agua será prueba concluyente de que se corresponden en el deseo amatorio. Si las agujas no se mueven, adiós esperanzas. No se sienten atraídas. Es curioso lo que el deseo de ser amado o el deseo de disipar dudas de amor nos puede llevar. Es el amor un estado de certeza y también de incertidumbre; por el medio se cuelan los ritos y las leyendas. Algo que nos convenza de que efectivamente somos correspondidos. Después de todo es como un bálsamo, pues no hay otra circunstancia que lo demuestre salvo nuestra percepción de ese sentimiento en la otra persona. Y a veces no acertamos. Hay una batería larga de ritos, desde “ver” quien es nuestro amor, hasta consolidarlo. Pedir dinero. Desear poder, etc. Yo creo que lo paranoico se instala en nosotros con demasiada frecuencia y facilidad; destierra la razón y nos hace un tanto… gilipollas. Estamos siempre en lo mismo. Las contestaciones están dentro de nosotros. Debemos de saber buscarlas y ser precisos en lo que queremos y deseamos. Otro gallo cantará y otro brillo de pelo saldrá.
    La vida es sueño y el despertar es morirse. ¿Qué es la vida? Un frenesí. ¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son.
    Amén, si se me permite la conclusión. Calderón estaba iluminado.

    Alguien más espabilado y por supuesto más inteligente que yo dice que los sueños son representaciones mentales de pensamientos, imágenes, vivencias, sonidos, en suma una suma de las experiencias acumuladas en alguna parte de nuestro cerebro, ya que los neurólogos poco saben de esas partes del encéfalo. Todo son cavilaciones y teorías del funcionamiento de esa parte de nuestro cuerpo, inexplorada por imposible y desconocida por propia necesidad. Lo localizan y lo sitúan en el individuo durmiente y lo dicho, siempre conectados en ese estado “dormido” con la realidad, y que es involuntario. Me imagino que esa debe de ser la categoría… si ellos lo dicen. Yo sueño despierto y por despierto estoy soñando y no dejan de ser sueños los sueños que yo siento. Si no soñara la válvula de escape quedaría atorada, impedida, y la vida se me haría insoportable. Necesito esa condición que no puedo medir y menos aun controlar para conformar las ilusiones que mi subconsciente necesita para no sentirme agredido por la insatisfacción y el deterioro que me imponen los triunfos que no fueron al derecho. Organizar mi vida en base a sueños que no dejan de ser una realidad en el aire, misterios de las sensaciones que la naturaleza procura en mi para hacer llevadero el transito de la mentira en la que vivo…o la certeza trivial de pensar (soñar) que me hace llegar a la imaginación callada. Voy, como el escultor, dándole forma a mi vida y cuando la obra estoy acabando entra en mi la sensación de la imperfección inmediata; ese instinto de localización de algo mal hecho y que ya no tiene vuelta atrás. Los instrumentos de mi trabajo son la ilusión y la irrealidad.

    De vez en cuando y en un ejercicio brumoso, de duda conmigo mismo, pero que adopto como apoyo a las circunstancias de la vida, voy a las runas, hecho las runas para que me expliquen esos sueños que no se conforman ni dormido ni despierto. La emoción me embarga en los preludios de la “echadura”. Una expectativa exagerada se instala en mi duda como conformando una verdad incontestable que voy a visualizar. Una vez que leo lo que me dicen siento que se repiten mis sueños pero de otra forma. Alguien se apropio de sueños universales para hacerlos a mi medida, para individualizar la tomadura de pelo que representa comerciar con las ilusiones, con los sueños. Es una mercadería nefasta que defrauda en su propia intención y en la finalidad. Pero somos débiles y no somos capaces de encontrar la contestación que está dentro de nosotros. Siempre acabaremos en la misma constante: en nosotros mismos. Que fácil, que difícil lo hacemos.

    Me viene al recuerdo Pico Della Mirandola y su Oratio de Hominis Dignitate:
    “No te di, Adán, ni un puesto determinado ni un aspecto propio ni función alguna que te fuera peculiar, con el fin de que aquel puesto, aquel aspecto, aquella función por los que te decidieras, los obtengas y conserves según tu deseo y designio. La naturaleza limitada de los otros se halla determinada por la leyes que yo he dictado. La tuya, TU MISMO LA DETERMINARAS sin estar limitado por barrera ninguna, por tu PROPIA VOLUNTAD, en cuyas manos te he confiado. Te puse en el centro del mundo con el fin de que pudieras observar desde allí todo lo que existe en el mundo. No te hice ni celestial ni terrenal, ni mortal ni inmortal, con el fin de que –casi libre y soberano artífice de ti mismo – te plasmaras y te esculpieras en la forma QUE TE HUBIERAS ELEGIDO. PODRAS DEGENERAR HACIA LAS COSAS INFERIORES QUE SON LOS BRUTOS; podrás –de acuerdo con la decisión de tu voluntad- regenerarte hacia LAS COSAS SUPERIORES QUE SON DIVINAS.” Quien quiera entender que entienda. En esa medida está el desentrañar nuestro ser.
    A mayor represión mayor cultura, dice Freud, y mayor peligro de trastornos neuróticos. La represión cumple de rebote una función creadora. Todas nuestras consecuencias vivenciales son el resumen de una función de creación que a veces no funciona como debería. La hostilidad, que se ensambla en nuestra conducta nos lleva a una sumisión de las partes menos claras de nuestra convivencia. Nacemos y traemos con nosotros el teatro y dentro de el, la más de las veces, la tragicomedia. Después depende de los espectadores y de donde y como monte el circo; sea bueno o malo tendré espectadores, seguidores.
     
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