Costumbre

El reloj marcaba las diez mientras daba su última pincelada de color a sus párpados y un poco de brillo a sus labios. Terminó retocándose su peinado y lanzó un beso a su reflejo en el espejo. Acomodó su cartera en su hombro luego de verificar que se llevaba lo necesario. Salió deprisa pues sabía que en el bar la estaban esperando.

É l esperaba por ella. Impaciente miraba su reloj a cada minuto. Al llegar, había procurado dejar su auto en la parte más lejana y escondida del estacionamiento, como era costumbre todos los viernes.

Ella llegó al bar, era imposible ignorar su llegada. É l pensó cómo era posible que cada viernes, ella lograra embrujarlo y elevar al máximo esos deseos carnales que sentía por ella. La observó de arriba abajo, su traje negro con escote profundo, hombros y espalda al descubierto. Sus piernas lucían kilométricas, por la pequeñez de su falda y la altura de sus tacones.


Ella le sonrió. É l, la recibió con un discreto beso en la mejilla y un abrazo apretado. Conversaron de temas irrelevantes, rieron y bebieron hasta embriagarse. Ya embriagados, no existían las palabras sólo besos apasionados y manos traviesas. El reloj ya marcaba la hora de retirarse del lugar. Ella se despidió diciéndole al oído <<Ya sabes donde encontrarme.>> y se marchó. É l pagó la cuenta y salió del bar camino a su auto.

Frente al auto, lo esperaba ella, riéndose de él, que se acercaba a toda prisa, aflojando su correa. Ella se reía mientras ondeaba como bandera su ropa interior en su mano derecha. Allí, se despidieron, liberando sus deseos bajo la luz de la luna, como era costumbre, a las tres de la mañana de cada sábado.

 

Me habría gustado saber el tipo de escena que ambos abandonan tras cada uno de sus encuentros. Saludos cordiales para ti Nikita.

 

Gracias por la sugerencia. Mientras tanto te toca imaginártelo. =]
Un abrazo.