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Costumbres

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por jdgb_01, 27 de Diciembre de 2011. Respuestas: 1 | Visitas: 626

  1. jdgb_01

    jdgb_01 Poeta recién llegado

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    17 de Noviembre de 2011
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    En medio de una recepción en la que se celebraba las bodas de oro de una muy querida pareja con la que mi padre –fallecido- había tenido una amistad cercana, el hijo de los homenajeados me pidió consejo acerca del modo de comportarse en la tierra de los estuvaquios, a cuya capital, Malendora, había yo viajado varias veces en el pasado, y se disponía él a visitar pocas semanas más tarde. Me sentí muy honrado al poder compartir mi amplia experiencia en el tema y servir de guía al interesado, pues para nadie es un secreto que, por esos lares, las costumbres son profundamente distintas a las nuestras… ¡Ya hubiera yo querido recibir semejante ayuda antes de mi primera vez allá! Empecé mi asesoramiento de la siguiente manera:
    “Las cosas son así, querido amigo… En Malendora la gente aprecia actitudes que en nuestro medio serían de alguna manera insoportables. Por ejemplo, es una costumbre lanzar a la cara del invitado el contenido de un vaso servido para él, cuando éste demuestra que no va a beberlo completo. No tendrá que ofenderse, pues, si termina con el rostro y la ropa mojada luego de su primer refresco. Fue muy curioso en mi caso, porque andaba yo con mucha sed los primeros días de mi visita inicial al país, así que no tuve oportunidad de recibir el elogio. Mis anfitriones se mostraban muy decepcionados, pero yo no entendía que se trataba de mi “mala educación”… Mejor acostúmbrese a no tomar más de la mitad de la bebida, es de mal gusto. Y si le fue servido algo que no pidió o no le agradó, arroje entonces usted su contenido a la cara de quien haya cometido el error… ¡no esperará a que vuelvan a servirle lo mismo para expresar su desagrado!”
    Por el momento no reparaba en la reacción de mi amigo al relato, porque sabía que iba a tomarlo todo a chanza. Se acercó una mesera y me ofreció vino –la mesa estaba repleta de vasos y copas con toda clase de licores, pero me faltaba el tinto-, y le sonreí mientras asentía con la cabeza. Tenía un lunar enorme lleno de pelo cerca del codo derecho. Podría inspirar todo un ensayo sobre los accidentes cutáneos o merecer un nombre propio, como el de una mascota. Cuando se fue su dueña, botella y bandeja en las manos, continué la conversación con mi amigo:
    “Generalmente, se dice: “¡Buenos días, mierda!” u “¡Hola imbéciles!”, cuando se llega a un sitio y se quiere ser muy cordial con los presentes. Como los demás no son brujos, querrán saber qué lo llevó a ese lugar, así que le dirán cosas como: “¿Qué se te perdió?”, “¿Quién demonios te invitó?”, etc. Poco después estarán ofreciéndole algo, pues nada caracteriza mejor a Malendora que la cortesía de su gente. Para negarse amablemente a un ofrecimiento, si no se quiere nada, simplemente se dice “no fastidies, estúpido/a. Cuando quiera algo yo te lo haré saber…”. Con todo, no se asombre demasiado por el uso de los términos –en ese momento no pude evitar ver que las cejas de mi amigo no podían estar más cerca de sus pestañas- … ¿Quién dice que una palabra debe significar lo mismo en todas partes?
    Los malendoreses (o dorianos… nunca lo supe a ciencia cierta) dicen “mierda” con frecuencia. Por ejemplo, cuando se les ofrece una comida que no conocen y desean preguntar con delicadeza –pues no pretenden que el chef se ofenda- qué es lo que se les sirve, dicen: “¿Qué mierda es esto?” Por educación, y si la persona que sirve está de humor, dirá: “¿Para qué mierda quiere saber?”. Si es que no está conforme con lo que se ha servido y el anfitrión se da cuenta, le dirá: “Si no le gustó la comida, entonces ¿qué mierda quiere comer?”. Si no quiere nada, recuerde usar la etiqueta: “¡Nada, imbécil!”. Escupa la sopa muy salada, vacíe el plato sobre el individual, haga saber a la cocinera o cocinero lo mal que ha hecho su tarea.
    Si tiene la suerte de hospedarse en casa de una familia anfitriona, no llegue demasiado temprano a la casa, y mucho menos en total estado de sobriedad. Aquellos que le habrán recibido con la mejor disposición del mundo esperarán que usted disfrute de su estadía al máximo, y la mejor prueba de ello es la alegría del chispo. Permítase llegar después de las dos de la mañana, entre pateando la puerta y gritando a voz en cuello para que todos se enteren de su aparición (“¡Ya llegué, carajo!”… o algo así). Disfrute además de otros placeres que no tiene que andar buscando por las calles o los bares, como en cualquier viaje corriente… intente colarse en la cama de la mujer anfitriona, y mande al marido a dormir a la sala (los tríos no son bien vistos allá, por alguna extraña razón)”.
    Algún comedido hace ahora un brindis fuera de lugar. Aprovecho el momento para echar una ojeada al salón y captar detalles relevantes. El piso estaba tan pulido que parecía haber una fiesta paralela bajo nuestros pies. Eso, y la lejanía del baño desde mi mesa eran todo lo que podía llamar mi atención. El discurso del impertinente fue poco emotivo, y muy pocos alzaron su copa. No esperé a que se callara del todo para continuar con lo mío:
    “Cuando haga calor no desaproveche la oportunidad de salir sin ropa, la desnudez en público está totalmente de moda en Malendora. Todavía hay mujeres anticuadas que salen vestidas, así que será bueno que levante la falda de aquellas que lleven una, para ayudarles a ventilar mejor las piernas. En Malendora también es costumbre de los anfitriones quitarse la ropa con los invitados en frente. No hay nada más correcto –dicen- que exponer los genitales a los recién llegados. Disfrute de lo que pueda ver y anímese a bajarse los calzoncillos en respuesta a la atención de la que está siendo objeto En ese momento mi amigo debió imaginarme en pelotas en mitad de una tertulia, rodeado de cincuentones y arrimando el trasero paliducho a la barra de tragos, por la manera en que torció la boca y comprimió el espacio entre sus cejas.
    Algunos consejos importantes: Cuando vaya por la calle, no olvide asustar por detrás a la gente que encuentre de espaldas. Es muy político aquello. Si vienen caminando hacia usted sin darse cuenta, empújelos. Ellos le agradecerán el haberles llamado la atención de una manera tan elegante –pudieron estar dirigiéndose a la calle, corriendo el riesgo de morir atropellados.
    Si usted pregunta a alguien cómo está, le dirá con una sonrisa: “¡A usted qué demonios le importa!”. La gente en Malendora aprecia el que no alargue conversaciones triviales, pues a nadie le interesan en verdad esos asuntos íntimos, así que tal es la respuesta amable que se acostumbra para tratar a los extranjeros que preguntan por preguntar.
    Entre otras cosas, cuando la gente hable en el autobús, el cine, el banco, y usted no tenga ganas de oír a nadie, acérquese a los hablantes y dígales: “¡cierren el hocico!”. Ellos le contestarán: “¡claro, infeliz!”. Si no tienen ánimo de hacerle caso, le dirán: “¡No me da la gana!”. La sonrisa estará siempre en sus labios. Usted apreciará la sinceridad, si quiere ser un buen invitado en Malendora”.
    “¡Qué nombre estúpido el de esa ciudad!”, fue lo que pensé luego de repetir tantas veces “Malendora”. Luego me tomé un par de minutos para repetir en mi mente “San Roque, San Roque, San Roque, San Roque… tanto o más estúpido, el nombre de la nuestra…”. Sorprendí a mi amigo iniciando conversación fuera de la mesa, así que llame su atención, algo molesto, y proseguí:
    “Si alguien se despide de usted, dígale: “Ándate a la mierda” o “Hasta nunca, infeliz”, si sabe que no va a volver. Sea crítico: al escuchar que le digan “Buenos días”, pregunte “¿Qué tienen de buenos?”… A la gente de allá le agrada el espíritu crítico. Pero jamás, bajo ninguna circunstancia, olvide sonreír y hablar suavemente. ¿No le parece de lo más vulgar, los gritos y los malos modos?
    La chica del lunar regresa. Mis ojos están a buen recaudo detrás de mis párpados –elegí un tema más solemne para justificar los ojos cerrados…
    “Dado el caso, al asistir a un funeral acérquese a los deudos y dígales: “¡Me alegro mucho!”, o “¡Bien hecho!” –todos necesitamos contagiarnos de alegría o ser elogiados por lo que hacemos, en los momentos difíciles. Acérquese al ataúd con un lápiz o un clavo, y raye la superficie (de preferencia haga caritas felices, para animar en algo la dolorosa situación). Cuando estén enterrando el cofre, si tiene ganas orine en el nicho, si le dejan espacio. Es una muestra de respeto para el difunto. Que no se le pase, por cierto, ir a lanzar el café (frío o tibio, obviamente) en la cara a los deudos, principalmente si hay una viuda o una madre desconsolada que ha perdido a su vástago. Cuando les vea llorar, plántese enfrente y suelte una carcajada, estará ayudando bastante”.
    No tuve más vino. La mesera debió haber notado mi cara de asco. Lamenté que no apreciara un gesto facial sincero.
    “Si es creyente y va a misa en Malendora, nunca pase por alto mandar a callar al cura en medio sermón, si va más de diez minutos hablando. Si la gente le reconoce como extranjero, le cederá ese privilegio. El sacerdote le bendecirá, seguramente, porque gracias a usted tendrá tiempo de descanso antes de otra eucaristía. Cuando no hay visitantes, la persona más anciana es la que calla al cura”.
    Empezó a tocar una banda. La música no era mala, pero la voz de la cantante me resultaba bastante molesta. Sobre todo cuando yo estaba a la mitad de mi intervención y no podía lograr ser escuchado. Tuve que hablarle a mi amigo a gritos al oído.
    “Si la anfitriona le pareció desagradable, o detectó que es portadora de malos olores, no pierda tiempo y vaya de cacería… tampoco es un pecado hacer cosas comunes en la impredecible Malendora. ¿Quiere conquistar en media calle a una chica que le ha parecido atractiva? No escatime en detalles galantes de los acostumbrados en tierras estuvaquias: Empiece por exigirle el número telefónico, principalmente porque a las mujeres de allá no les gustan los rodeos. Dígale que la ha imaginado desnuda y que quiere comprobar lo atinado de su imaginación esa noche en su cama… o algo por el estilo. ¿Acaso una mujer no quiere sentirse deseada? En Malendora el deseo es muy importante. Pero recuerde que la sinceridad lo es aún más, así que si encuentra defectos en su dama elegida será mejor que empiece por señalárselos: “debería aumentarse el busto, esas llantitas en los costados podrían hacer media persona más, ¿cómo puede sostener su cara una nariz tan grande?”. Seguramente nuestras muchachas se sentirían más cómodas consigo mismas si les hiciéramos saber exactamente qué es lo que les falta… o les sobra. Como cierta camarera delicada que hasta se llevó mi copa”.
    En momentos como éstos suelo desear ser espectador de mi propia elocución. Me pongo hipomaniaco, las palabras fluyen con tanta soltura y elegancia, las manos bailan seductoramente alrededor de mi cuerpo. Soy un retórico a morir, y la gente lo sabe. No pierden la oportunidad de pedirme una intervención, y quizá por eso, más que por la relación con mi padre, fui invitado a la recepción. No obstante, era ya poco lo que faltaba por comentar.
    “Cuando esté corto de efectivo, no pierda tiempo y vaya a rebuscar en los bolsillos de la persona más cercana. ¿Cree que se enojará? Nada sería más absurdo en Malendora. No espere, con todo, que el elegido se preocupe por ver que usted encuentre pronto el dinero, es su trabajo buscarlo. Seguirá leyendo el periódico, hablando por teléfono o conversando con alguien más mientras usted esculca su ropa. A más dinero que encuentre en cada oportunidad, menos tendrá que preocuparse en lo subsecuente por quedarse corto de efectivo, así que no se limite o se detenga en vacilaciones inútiles. Y si llega a encontrarse con alguien más pelado que usted, tiene todo el derecho de reclamarle: “¿Qué no trabaja usted?, ¡Gracias por hacerme perder el tiempo, animal!”… Sólo los animales están incapacitados para administrar dinero, pero no se preocupe porque hagan juicios sobre su propio descuido, ellos entenderán que es un turista y que viene de una cultura inferior a la suya”.
    ¿Acaso podía haber sido más explícito en mi asesoramiento? Ya me había alargando demasiado, así que terminé diciendo: “Amigo mío, aunque no lo crea a mí me resultó muy difícil adaptarme, sobre todo porque tenía la absurda idea de que al imitar sus conductas podía ofender a alguien… la verdad es que mi timidez y mis compulsiones terminaban por insultar a las personas que tan vehementemente se preocupaban por mi bienestar. Fue prácticamente una perversión mía el ocultar mi desnudez en las reuniones, o guardarme de empujar a las muchachas en el parque al inicio. No culpo a esas personas si en un primer momento se sintieron fastidiadas con mi presencia. A usted, mi estimado, no le sucederá lo mismo si aprovecha los datos que le proporciono… Sólo yo sé lo duro que puede ser acostumbrarse los primeros días…”
    En este punto mi amigo tenía tal cara de incrédulo que tuve que aclararle tajantemente que nada de lo que le decía tenía un ápice de mentira, resaltando mis antecedentes de hombre serio y transparente, que él conocía de sobra. Después de un largo silencio, le pregunté si no estaría arrepintiéndose del viaje, y me dijo “¿Usted cree que yo voy a desperdiciar mis vacaciones en esa tierra de chiflados?”. Le dije muy cortésmente: “¿Yo qué mierda voy a saber?”, y me excusé para ir al baño. Al regresar encontré mi puesto ocupado y entendí que el muchacho estaba practicando mis consejos para sus vacaciones, dejándome audazmente fuera de la mesa. Después de recolectar trago de varias mesas durante 20 minutos, y de recibir de varios asistentes algunos cumplidos de estilo estuvaquio (me quedó la duda de si hicieron el mismo viaje o si mi experiencia era más popular de lo que yo mismo pensaba), me excusé con los festejados y salí. En Malendora me hubiera quedado hasta las tres de la mañana, hora en que todos escupen en las copas de los homenajeados, pero entre mis paisanos hay costumbres que, por más atractivas que resulten, no pegan en absoluto. Eran las doce y cuarto.
    En la entrada del edificio me encontré con un guardia ebrio que jugaba a atinar con el chorro de orina a la boca de una botella. Nostálgico hasta el ahogo, me bajé los pantalones y seguí el juego. Aunque Roberto –así se llamaba el guardia- nunca estuvo en Malendora, se rió a carcajadas y chocamos cinco. Nos pusimos a mandar a la mierda a cada invitado que salía, y nuestra atención provocó que amenazaran con llamar a la policía. Cansado de tanta diversión, lancé un buen escupitajo a la cara de mi amigo Roberto en señal de despedida. Seguramente no habrá llegado a sentir el mismo nivel de conexión y entendimiento que yo durante el tiempo que compartimos juntos, porque me encajó un golpe brutal en el ojo izquierdo.
     
    #1
  2. Walberto

    Walberto Poeta adicto al portal

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    20 de Octubre de 2011
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    Encantadora prosa desde principio a fin, bellas metáforas empleadas felicidades....
     
    #2

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